Marrón flúo

Scroll this

Volví al hotel con cortezas de Banisteriopsis caapi en un bolsillo y polvo de semillas de Anadenanthera peregrina en el otro. Al cruzar el patio de hojas frondosas los morenos me invitaron a tomar cerveza y a jugar al dominó. Acepté, pero no pude seguirles el ritmo, ni de la cerveza ni del dominó. Después de la tercera o cuarta botellita se me empezaron a mezclar los números. Los morenos hablaban y reían mucho y cada tanto me aconsejaban jugadas con frases como “te conviene poner el 5/3”, como si mis fichas fueran transparentes.

(Otra versión de lo que ocurrió a continuación se puede leer en este número de la Revista THC)

Era tarde cuando subí a la habitación. Entré un poco borracho y masticando las cortezas amargas. Después de aspirar un montoncito de polvo marrón, apagué la luz y me eché en la cama. Antes de quedarme dormido me levanté sobresaltado al tocar un bicho con la punta de mis dedos. Al prender la luz el bicho ya no estaba.

Después de dar unas cuantas vueltas volví a apagar la luz. Ahora los colores eran nítidos. Sobre todo los de la serpiente y los del jaguar.

A la mañana siguiente, ya en el camión rumbo a la alejada comunidad que me había recomendado el anciano, me puse a reflexionar sobre las visiones de la noche anterior. El punto es que había leído que las visiones de serpientes y jaguares son muy comunes. Pero hasta entonces pensaba que todo eso tenía que ver con los miedos propios de cada cultura. Habría imaginado que, en mi caso, en lugar de la presencia inquietante de un jaguar, debía aparecer un colectivo cruzando un semáforo en rojo. Pero no: aparecieron la serpiente y el jaguar. Y yo no venía pensando en ellos hasta ese momento.

Entonces recordé que las imágenes surgieron de detalles: una parte de la serpiente hizo aparecer a toda la serpiente y una parte del jaguar hizo aparecer a todo el jaguar. Pensé en superficies de figuras geométricas repetidas que se desplazan en diferentes direcciones: una serpiente enroscándose sobre sí misma son rombos moviéndose en sentidos casi opuestos; un jaguar que camina es poco más que conjuntos de puntos en planos que se alejan y se acercan entre sí.

En aquel momento no se sabía pero ahora sé que hay científicos que plantean que el miedo a las serpientes viene en nuestros genes, impreso hace millones de años, cuando aún no nos diferenciábamos de otros monos.

Y está la posibilidad de que todo eso esté relacionado. Pienso en miedos innatos y en reconocimiento de patrones geométricos. En serpientes dibujadas desde el nacimiento. En la mínima serpiente imaginable. En rombos moviéndose en sentidos casi opuestos. En conjuntos de puntos en planos que se alejan y se acercan entre sí. Y después pienso en plantas amazónicas en la sangre, en circuitos neuronales desviados, en descontextualización, en interpretación visual y otra vez en miedos innatos. Todo más o menos en ese orden.

Pero iba en el camión. Y alguien se me hizo amigo, un tipo joven de mirada confusa. Al bajarnos al final del camino, me acompañó a recorrer la comunidad, un puñado de chozas de paja. En aquel momento estaba como hipnotizado y no llegué a preguntar el nombre del lugar (o tal vez lo olvidé en algún momento).

Caminamos entre la selva y las chozas de paja. Cruzamos un río haciendo equilibrio sobre un tronco. Preguntamos por un chamán a una mujer con los pechos al aire y cubierta con una pollera, tal vez de hojas. Y volvimos a cruzar el río.

Entonces mi nuevo amigo gritó en idioma piaroa a través de una puerta de paja de una casa de paja. La puerta se abrió y, después de más palabras en piaroa, el chamán nos hizo pasar. Me invitaron a sentarme en un banco hecho con medio segmento de tronco. Adentro todo era paja y madera. Incluso una prensa de harina de mandioca.Había alguien más en la choza, un anciano. Creo que nunca me miró. Cuando yo llegué él estaba a punto de aspirar yopo. Eso hizo, aspiró a través de los coquitos y a través de los huesos de pájaro. Aspiró unas diez veces lo que yo había aspirado la noche anterior. Traté de imaginar serpientes y jaguares diez veces más grandes que los míos. El anciano se acomodó el pelo con un peine ceremonial, pronunció algunas palabras en su idioma y se fue.

Después tocó mi turno. El chamán molió las piedras marrones hasta hacerlas polvo. Las molió con la ayuda de un plato y un taco, ambos hechos de una madera muy oscura. Entonces me acercó la misma cantidad de yopo que había aspirado el anciano. Yo pensé un poco y dije que no. Dije que lo agradecía mucho y supongo que eso fue lo que mi amigo tradujo al chamán.

Parafernalia para inhalar yopo (Large)

Entonces charlamos, o algo parecido, un buen rato.

No saqué ninguna foto.

➮ Continúa  / ➮ Empieza 

El LIBRO