Al Salar de Uyuni sin tour

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De Tupiza viajamos en tren hasta Uyuni. Queríamos recorrer el inmenso salar, pero de forma independiente, sin tour, conociéndolo a fondo: caminándolo y acampando en sus islas.

Sabíamos que había un bus que lo atravesaba de lado a lado y llegaba hasta el pueblo de Llica. Con Vane decidimos tomarlo para conocer el terreno. Salimos en el bus destartalado desde Uyuni, pasamos por Colchani y entramos en la inmensa superficie blanca. Anduvimos un par de horas en línea recta sobre la sal, en un paisaje enceguecedor.

Llegamos a Llica, el pequeño pueblo en el borde opuesto del salar, ya cerca de la frontera con Chile. Pasamos un par de días ahí, averiguando datos y comprando provisiones. También asistimos a un entierro. Nos convidaron hojas de coca, jugo de naranja y cerveza.

Un par de días después volvimos a tomar el bus hacia el salar, pero esta vez le pedimos al chofer si podía desviarse un poco y dejarnos en la inhóspita Isla del Pescado, en el medio del salar. Nos miró raro pero accedió al pedido. Después de una hora de viaje por la planicie blanca, se desvió hacia la derecha, anduvo unos minutos más y frenó junto a la isla.

Bajamos, apoyamos las mochilas en la sal, el bus arrancó y lo vimos alejarse hasta convertirse en un puntito en el horizonte.

La gran isla era puro piedras y cactus. Dejamos las mochilas por ahí y salimos a explorar.

Tardamos un par de horas en dar la vuelta a la isla. Encontramos dos cuevas y la mejor era la que estaba en una gran bahía que daba hacia el oeste, una cueva con un lugar del tamaño ideal para la carpa, otro para cocinar y, en el fondo, detrás de una gran roca, un agujero de unos cuarenta o cincuenta centímetros de ancho por el que se podía pasar agachado y acceder a otra pequeña cueva, de tres o cuatro metros de alto y dos o tres de ancho donde incluso se puede dormir sin carpa. La gran ventaja de dormir en las cuevas es que, por la noche, la temperatura del salar en estas fechas baja hasta unos tres o cuatro grados bajo cero y suele ser extremadamente ventoso. Dentro de la cueva la temperatura anda entre cinco y diez grados y en la cuevita del fondo entre diez y quince.

Desde ahí pudimos ver el atardecer en el salar.

Luego, un cielo estrellado como nunca había visto. Estábamos a 3656 metros de altura, clima seco, sin luna y muy lejos de cualquier luz. Es probable que sea uno de los mejores lugares del mundo para ver el cielo. Las estrellas iban de borde a borde de la semiesfera negra. Vimos ponerse un planeta y varias estrellas hacia el oeste. Nunca había visto estrellas o planetas ocultarse en el horizonte.

Cocinamos sopa de fideos. Teníamos leña suficiente usando las ramas secas de algunos cactus y, sobre todo, de unos arbustos que tapizan gran parte de la bahía.

Sentía que estábamos muy lejos. No supe definir muy lejos de qué.

Al día siguiente armamos las pesadas mochilas, que llevaban todo nuestro equipaje y mucha agua, un recurso inexistente en esa zona. Entonces descarté un último peso innecesario: uno de mis libros. Lo escondí en la pequeña cueva del fondo, bien atrás, para el que lo encuentre (20°08’31″S; 67°48’34″O).

Esa mañana emprendimos la larga caminata hacia Isla Incahuasi. Se podía ver claramente en el horizonte espejado, a pesar de que estaba a veintitrés kilómetros. Teníamos que caminar en línea recta, sobre la sal, muchas horas.

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