San Carlos y Bluefields, Nicaragua

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4 de octubre

A Nicaragua cruzamos por Los Chiles, un paso que usa muy poca gente. Es muy cerca de San Francisco, que es por donde pasan los ilegales. Nos tomamos una lancha colectivo lenta, fue por un río entre la selva y entre pájaros acuáticos. El paseo estuvo bueno. Salimos directo al lago de Nicaragua.

Dormimos en San Carlos y me sentí muy bien. Ahora sí estábamos en Centroamérica. Había casitas de madera pintada, mercados, pescado barato, y esas cosas que hacen pensar en Bolivia (solo faltaban las cholas).

 

San Carlos
Desde el hotel se podía ver un volcán en el medio de un lago: bien.

 

Estuvimos dos días ahí haciendo nada y nos tomamos un bus a Rama. Fuimos en uno de los viejos buses escolares norteamericanos.

 

school-bus
Lo malo es que los asientos son para niños.

 

En Rama tomamos una lancha a Bluefields. Bluefields es una ciudad (más bien pueblo) en la costa Caribe, que ahora está relativamente accesible, pero que por mucho tiempo estuvo muy aislada del resto de Nicaragua, y del resto de mundo en general. La lancha era una panga, una lancha rápida de cinco bancos con cuatro personas en cada uno. El viaje duraba una hora y cuarenta minutos por el río Escondido, atravesando la selva hasta llegar al mar. En mitad del trayecto, se puso a llover fuerte y nos tapamos todos los pasajeros con un único plástico; cada uno lo agarraba por una punta. Tenía olor como a barco carguero o a cama de hotel barato. La lancha iba muy rápido y la lluvia pegaba fuerte. También caían rayos muy cerca en la selva. Estábamos todos metidos debajo del plástico y yo cada tanto levantaba un poquito para ver los rayos.

Cuando llegamos me enteré que Sophia y Claudia estuvieron muy asustadas; no entendí bien por qué. Parece que pensaban que un rayo iba a caer en la lancha o algo así. Llegamos de noche y el ambiente era denso, oscuro y sucio. Terminamos en un hotel apestoso después de evitar uno que tenía muchas cucarachas sobre las camas.

Al día siguiente quisimos ir a Corn Island y vimos que en el pueblo también había una pareja de mochileros franceses y también querían ir a isla. Pensamos en hablar con algún lanchero para que nos lleve.

 

Bluefields
De día no era tan oscuro.

 

De camino al puerto, los franceses se encontraron con un tipo local que lo habían conocido en San Juan del Norte. Nos dijo que era imposible alquilar una lancha y nos fuimos a tomar un café con él. El tipo se llamaba Cleveland, o algo así, hijo de un pastor protestante. Entonces averiguamos que había un barco que salía en tres días y Cleveland nos propuso ir a Rama Ki, mientras esperábamos el transporte a Corn Island. Su familia tenía un hotel ahí. Después, en el medio de la charla, llegó una joven pareja de alemanes y se sumó al grupo. Más tarde salimos todos del bar, menos los alemanes que se quedaron con Cleveland. Cuando ya estábamos en la calle, más de uno dijo que había algo raro en nuestro nuevo amigo. Yo les dije que era fácil: si había que poner dinero antes para comprar gasolina o algo así, era estafa; si no, no.

Nosotros nos fuimos al hotel y cuando volvimos a ver a los franceses, ellos ya habían decidido sacarse las dudas y habían averiguado que Cleveland era un estafador. Yo dije, bueno, voy a avisarles a los alemanes; pero cuando llegué al bar ya no estaban. Parece que se habían ido a comer a la casa de la madre de Cleveland. Di unas vueltas para ver si los veía, pero nada. Pregunté por todos lados dónde vivía Cleveland y parecía que nadie lo conocía, o que nadie me quería decir que lo conocía. Al final, el dueño del hotel donde habíamos estado antes me dijo: hijo, Cleveland… Cleveland McCoy es un estafador; les ha sacado dinero a muchos turistas; yo los he visto llorar. Le dije que justamente lo estaba buscando para alertar a unos amigos que estaban con él. Me indicó un poco un camino y llegué hasta una villa que no daba para entrar.

Finalmente, nosotros decidimos ir a Laguna Perlas, que es un lugar que yo tenía muchas ganas de ir, por un libro que había leído hacía tiempo. Los franceses y los daneses se cansaron de esperar opciones y sacaron pasaje en avioneta directo a Corn Island.

Nos quedamos un rato haciendo tiempo en el restaurante del hotel con los franceses y, en un momento que yo estaba hablando con un pesado que teníamos adherido desde hacía rato, cayó un supuesto hermano de Cleveland preguntando si íbamos a ir a Rama Ki o no. Aproveché y le dije que sí y que quería hablar con los alemanes, y me fui con él para su casa. En el camino, el señor estafador me empezó a decir que el negro que me estaba hablando nos quería sacar dinero. Yo, que ya no me estaba tomando en serio nada de la situación, le dije que ya sabía, pero que no es fácil estafar a un argentino, y lo miré a los ojos y sonreí para dentro. Él me dijo que sí, que los otros son más fácil (no sé a quién se refería) y que los norteamericanos también. Pensé que no podía ser tan estúpido, pero, después de un rato, me encontraba caminando por unos barrios muy feos, entre pasillos angostos de paredes de madera, pensando que el estúpido era yo: ahí no había ningún alemán que se animara a meterse y yo estaba siguiendo a un estafador al interior de una villa. Me puse un poco alerta. Me quedé pensando en quién me manda a hacerme el héroe por unos alemanes de los que ni siquiera sé los nombres. Entonces decidí que iba a acompañar al estafador mientras hubiera a la vista viejas gordas sentadas en sillas coloridas, o similar. Cuando llegamos a la casa, estaba Cleveland y no quise pasar para no perder de vista a las viejas. La casa del supuesto hijo del pastor de la iglesia más grande de la ciudad era poco más que una vieja habitación de madera sin pintar y podrida. Les pedí que llamaran a los alemanes que quería terminar de decidir un tema de dinero con ellos. Me dijeron que estaban comiendo y que ahora venían. Pero no venían. Después de un rato, Cleveland se puso a hablar por celular y pensé que ya era suficiente, ahí no había nadie. Les dije que nos encontrábamos en el hotel y me fui apretando el paso entre las casas de madera.

Volví al restaurante, conté lo que había pasado y los franceses querían llamar a la policía. Yo les dije que estaban locos. ¿Qué le van a decir a la policía? ¿Creemos que en una casa de un tipo que creemos que es estafador hay dos alemanes que no sabemos cómo se llaman? ¿Vayan con sus pistolas a la villa y averígüenlo? Yo estaba seguro de que ahí no había ningún alemán. No me imaginaba a esa tímida parejita metiéndose tan adentro.

Cuando ya me había olvidado del tema, cayó el supuesto hermano de Cleveland y los alemanes. Les abrí la puerta a los alemanes y se la cerré al tipo, que entendió perfectamente y se fue a paso apurado. Finalmente yo me había equivocado, los niños alemanes sí que estaban un paso más allá de donde yo había llegado y habían almorzado gratis.

 

como llegar a Bluefields

 

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