–No entra.
–Vas a ver que va a terminar entrando.
La de ojos oscuros se negaba al principio, pero no me pareció claustrofóbica: se habría negado más rotundamente en todo caso. Estaba seguro de que menos gracia le hacía quedarse sola con los mineros de la entrada, en ese lugar tan inhóspito, seco, sin árboles, nublado.
Nos ofrecieron un casco a cada uno y nos pareció una exageración pero lo aceptamos. Primero entró Mariano con el guía (un niño de unos diez o doce años), después la de ojos claros, después Ojos Oscuros luchando consigo misma, por último Andrés y yo. Pablo se había ido por otro lado, ahora no recuerdo qué conflicto nos había distanciado momentáneamente. Tal vez alguna discusión sobre la ética de hacer un show de la explotación humana, pagar por ver mineros en un trabajo que los va a consumir en pocos años. Pero no creo, en los noventa no importaba mucho el tema, eso vino después.
Fuimos agachados por el túnel oscuro, pisando entre rieles rústicos. A pocos metros de la entrada choqué la cabeza contra una roca que sobresalía del techo y agradecí haber aceptado el casco. Después tuvimos que dejar paso a un carro lleno de piedras que iba saliendo a bastante velocidad empujado por un minero. Para dejarlo pasar tuvimos que retroceder un poco hasta una zona más ancha del túnel y pegarnos contra la pared. Pasó el carro gruñendo en los rieles y pasó el minero inclinado sobre el carro, con la cara teñida de negro y un cachete del tamaño de un puño. Más adelante nos desviamos hacia la izquierda entrando por un agujero estrecho que empezaba a la altura de nuestras caderas. Trepamos. Después varias bifurcaciones de túneles angostos y oscuros, agarrándonos de las piedras, de sogas gastadas, de tablas incrustadas, sin dejar de chocar los cascos en diferentes piedras. La montaña estaba agujereada como un queso.
Al llegar al Tío, un demonio multicolor al fondo de un túnel, dejamos ofrendas de alcohol y hojas de coca junto a más alcohol y más coca.
Después encontramos a un minero en algún otro rincón de la mina y estuvimos charlando un rato hasta que mostró una dinamita. Nos alejamos, prendió la mecha, nos alejamos más. Los segundos parecieron minutos.
Sentí como si la explosión viniera desde adentro de mi pecho.