25 de diciembre
Me quedé unos días más en Flores y arranqué hacia Belice. Fui hasta la frontera en furgoneta, sellé el pasaporte y me tomé un taxi colectivo hasta San Ignacio. Después, mientras esperaba un bus a Belice City, me puse a charlar con un tipo que estaba esperando que le terminen de lavar el coche. Me agradaba la (un poco tonta) complicidad que se siente al hablar en castellano en un país de habla inglesa.
― ¿Quién te atendió en la frontera? ―me preguntó en un momento el beliceño.
―Ni idea… un negro grandote.
― ¿Te trataron bien?
―Creo que sí… no me dijeron nada.
―Aquí los negros nos discriminan mucho…
De pronto me di cuenta que yo estaba totalmente perdido en la conversación. Me quedé mirándole la cara, tratando de pensar a qué clase de personas discriminaban los negros. Étnicamente hablando, el tipo tranquilamente podría haber nacido de una orgía en la casa de Benetton (aunque la parte indígena era la que más se notaba). Traté de encontrar una pregunta que no fuera ofensiva:
― ¿Tu qué te consideras? ―le pregunté con la mejor cara de idiota que me salió.
―Español ―me dijo.
―Ah… ―le dije.
Este país me gusta, pensé.
Llegó el bus y era otra vez un school bus, pero ahora era todo gris (por fuera y por dentro); me sentía en una película antigua. Me quedé un rato pensando en el “español” que en Argentina discriminarían por negro y que acá lo discriminaban por poco negro y me puse a hablar con una chica mulata. “No hablo español” me dijo en español y, cómo yo no andaba con muchas ganas de hablar en inglés, me limité a preguntarle cuánto tardaba el viaje hasta Belice City.
A mitad de camino pasamos por Belmopan, la capital del país, que era poco más que unas cuantas casas desperdigadas. Un par de horas después habíamos atravesado todo el país y llegamos a Belice City, la antigua capital y la ciudad más grande, que es un puñado de casas un poco más apretado, donde algunas llegan a tener hasta 3 o 4 pisos. Me bajé en un playón que era la terminal, me calcé la mochila, consulté la brújula, crucé una calle de tierra, caminé cuatro cuadras y llegué al centro. En Belice City no debe haber mucho más de diez hoteles y fui al más barato. Era una casita de madera de dos plantas, en el centro de la ciudad, a media cuadra del mar. Lo atendía una negra alta y simpática que me hablaba con mucha autosuficiencia (como casi todas las negras) pero con un tono de complicidad que no sé a qué venía. Hasta me hizo un descuento sin que se lo pidiera.
En Belice, estuve dos días dando vueltas por la ciudad, recorriendo los barrios. Caminé tanto que hasta encontré un semáforo.
Después me tomé otro school bus a Orange Walk, en el norte del país. Ahí me puse a esperar un bus a Sarteneja, pero nadie sabía a qué hora pasaba. Las pocas personas que encontré para preguntarles no me aseguraron nada (ni siquiera estaban seguros de que hubiera algún bus ese día). Me puse a hacer dedo y, media hora después, me levantó un hindú que venía con una chica. El hindú tenía 46 años y había venido a Belice a hacer negocios. La chica tenía 20, era su empleada y ahora un poco más. El tipo estaba bastante loco. Me preguntó de dónde era y cuando le dije Argentina, me dijo: Obrigado! Yo le dije: Obrigado você. Me contó que había vivido en Estados Unidos y había conocido argentinos y había aprendido algunas palabras. La camioneta iba a los pedos por un camino de tierra ancho. Traían cerveza y empezamos a tomar, a charlar y a jugar a un juego que consistía en dominar el equilibrio de nuestro cuerpo de una forma que para mí era complicada: la camioneta iba muy rápido y el camino estaba lleno de pozos; frenábamos, cargábamos los vasos de plástico (no demasiado), arrancábamos y a ver quién podía tomar cerveza en esa montaña rusa. A mitad de la segunda botella, perdí: volqué un vaso casi lleno en todo mi cuerpo. Ahora toda la cabina olía a cerveza. Pero bueno, lo seguimos intentando y perfeccionándonos.
Cuando llegamos, el hindú dio algunas vueltas por el pueblo para que yo lo conociera. Sarteneja es un pequeño pueblo pesquero bastante aislado en un país también bastante aislado. Son unas cuantas casitas a las que se llega por el camino de tierra o en barco. Una de las razones por la que yo había llegado hasta ahí era porque Belice es medio caro y tenía la información de que había un camping barato para los que se atrevían a llegar hasta ahí. El hindú me dejó en la entrada y yo bajé de la camioneta bastante borracho y dando las gracias, tal vez con los ojos un poco bizcos. El camping era rústico y entre árboles frutales. Como no había nadie, ni siquiera alguien que atendiera, até la hamaca entre dos árboles y me eché a dormir. Me desperté un par de horas más tarde, un poco más lúcido, y me fui a dar una vuelta con tres perros que encontré en el camping y que me siguieron después de algunas caricias y un poco de pan.
El pueblo estaba casi tan tranquilo como el camping. El mar también: es caribe pero está en una bahía bastante cerrada. Es la bahía de Chetumal, que separa Belice de México. El agua es celeste, lechosa y salobre. Dicen que hay manatíes y cocodrilos.
A la noche vi que en el camping había un gringo, un par de belgas y un costarricense. A la mañana siguiente, por fin apareció alguien del camping. Era una chica beliceña que creo que era la dueña. Se había casado con un francés o algo así. Me registré y volví a salir a dar unas vueltas con los perros. Esta vez anduvimos por la selva y por unos campos de frutales. Los perros persiguieron a un conejo, le ladraron a un lagarto en un árbol y encontraron una serpiente de coral que se escapó entre unos arbustos. Volvimos muy sedientos.
Ese día era 24 de diciembre. Esa noche iba a ser nochebuena y me sentí muy lejos de casa. De pura casualidad estaba hojeando una revista en una especie de quincho rodeado de mosquitero y de pronto, al pasar una página, veo una foto de unos edificios de Hong Kong junto a la foto del hermano de un amigo; y eso fue lo más cerca que estuve de mis conocidos. Nochebuena la pasé en un muellecito sobre el caribe, tomando ron con el par de belgas y el costarricense.
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2 Comments
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hola. haces reir con parte de la historia jeje.. tu muy bien. ¿llegaste a México ? . saludos. 🙂
sí, en un par de post más cuento lo de México. Besos 🙂