Cuidad de Guatemala, Antigua, Patzún y San Pedro la Laguna

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25 de noviembre

En la Pensión Meza hay muchos personajes. Todos están medio locos excepto Willy que está totalmente loco:

– Willy: Un gringo de unos sesenta y pico de años que usa siempre pantalones cortos, remera sin mangas, chaleco de polar, gorro de lana; y siempre está gritando unos “cuaaack” nasales que parecen hechos por un pato de metal.

– Robert: Un negro garífuna de Livingston. Con rastas, gordo, dientes de oro y muy sereno. Me pareció muy inteligente. Cuando lo conocí, estaba tranquilo, leyendo una biblia con cubierta de cuero, bajo una sombrilla en el patio de la pensión. Yo me había quedado sin libro para leer en El Salvador y me había llevado una biblia que encontré en el hostal y la estaba hojeando cada tanto. Nos pusimos a charlar, y de todas las pavadas que hablamos, la que más me gustó fue su extraña confesión: «Yo soy creyente por obligación: no hay ningún negro ateo, así como no hay ningún negro torero» me dijo riéndose a gusto con su sonrisa de oro.

– Conrad: Según me contó, cuando él tenía 9 años su familia se mudó a Estados Unidos, y tiempo después, pudo estar legal por un convenio por la guerra civil en Guatemala. Cuando él ya tenía 50 y pico, después de pasar toda su vida en Estados Unidos, llegó la paz a Guatemala, se acabó el convenio y pasó a ser un ilegal. Tuvo que cambiar su trabajo de maestro bilingüe por el de albañil. Finalmente, lo metieron preso tres meses y lo deportaron. Llegó a Guatemala sin familia y sin plata. Volvió a cruzar como ilegal por México, lo metieron preso otros tres meses y lo volvieron a deportar. De nuevo volvió a entrar: esta vez cruzando por el desierto junto a un salvadoreño que se ahogo pasando un río, llevándose al fondo la comida de ambos. Conrad caminó dos días y dos noches por el desierto comiendo cactus. Salió del desierto y lo metieron un año en prisión federal y lo volvieron a deportar. Ahora tiene que esperar un año más para volver a entrar ilegalmente sin tener un exceso de problemas. Vive de vender libros de inglés por la calle y apenas junta el dinero para pagar la pensión. También está pensando en la posibilidad de irse a Sudamérica que dice que ahí lo van a tratar mejor que en Guatemala. Me preguntó cómo hice para cruzar el Darién y le hablé de las opciones que yo conocía.

– Andrea: Un italiano de unos 50 y pico que se parece mucho al psicoanalista de Twin Peaks. De hecho, se la pasa hablando de psicoanálisis (casi siempre borracho).

– Freddys: Es guatemalteco y vivió 10 años en la pensión. Ahora no, pero vuelve cada tanto para tomar cerveza con la gente. Me dio una paliza terrible en el ping-pong y me contó que la habitación en la que estoy no fue en la que estuvo el Che. Dice que estuvo en la 9 pero que se vino abajo y ahora decoraron la 21.

Después de 10 días en Guate, me fui a Antigua otra vez y subí al volcán Pacaya, que está en actividad. Anduve caminando por un paisaje lunar.

atardecer
Desde la luna el sol se veía rarísimo.

 

Ahí, conocí a Diana y a Aixa, dos españolas que están en Guatemala de voluntariado. Me invitaron a su casa en Patzún, un pueblito no muy lejos del Lago de Atitlán.

voluntariado
No todos los trabajos en Patzún eran voluntarios.

 

Pasé unos días con ellas y me fui para el lago. Me tomé una camioneta comunal a Godinez, una combi a Panajachel y una lancha a San Pedro La Laguna. Me pareció muy buena la entrada al pueblo en lancha, que era a través de una especie de techo de paja que llegaba hasta el agua. Me alojé en la mejor ganga de todo mi viaje: habitación grande, cama doble, baño privado y wifi; todo por 3 dólares. El wifi lo necesitaba porque me llegaron nuevas críticas del paper y me tenía que poner a trabajar.

Al día siguiente, en un descanso del trabajo, me fui caminando hasta el pueblo de al lado que se llama San Juan La Laguna y ahí me di cuenta que el lago estaba desbordado. Las casas, que originalmente estaban en la costa y tenían dos pisos, ahora estaban deshabitadas y tenían un solo piso por encima del agua. También se veían techos que parecían flotando. Lo que en San Pedro había interpretado como una linda entrada a la ciudad en lancha a través de algo que parecía un techo de paja que llegaba hasta el agua, era efectivamente un techo de paja que llegaba hasta el agua.

vistas
Tenía buenas vistas.

 

Ahí en San Juan, encontré unos niños que estaban jugando a tirar un CD viejo desde el muelle para después sumergirse y buscarlo entre las plantas y las ruinas subacuáticas. Había mucho sol y el fondo se veía muy verde. Les expliqué a los niños que eso no eran algas sino plantas subacuáticas, les conté un par de trucos para aguantar más la respiración y me sumé al juego un buen rato, hasta que terminé con los dedos arrugados.

levitacion
De paso, también les enseñé a levitar.

 

La hijita del dueño del hostal en San Pedro se llamaba Argentina. El tipo le puso ese nombre porque había sido fanático de Maradona y del futbol argentino. Cada tanto, mientras trabajaba en la computadora, me distraía un grito del estilo: “¡Cuidado, Argentina!” o “¡No te alejes, Argentina!” y cosas menos simbólicas como “ponete un abrigo, Argentina”.

Me fui de San Pedro. Me tomé un chicken bus hasta El Encuentro y una combi hasta Chichicastenango.

 

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