Semuc Champey y Ciudad de Guatemala

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15 de noviembre

Cuando salimos de la cueva, era de noche y en Lanquín ya no había transporte a Semuc Champey. Mientras dábamos vueltas por el pueblo pensando cómo mierda íbamos a volver, vimos un camión que salía hacia el lado de Semuc y lo corrimos. Lo alcanzamos casi sin aliento. Aceptó llevarnos, pero solo nos podía dejar en la cumbre, a mitad de camino. Entramos a oscuras en la parte de atrás. El techo era de lona y las puertas eran unas rejas que se cerraban con un pasador. Adentro había una montaña de tierra y nos sentamos por ahí, donde pudimos. En un momento mi mano se apoyó en algo más blando; quería saber qué era, pero estaba todo oscuro. Me olí la mano y olía a carne.

El camión nos dejó en la cumbre, a mitad de camino, donde había dos casitas y unos tipos en la puerta. Todavía nos faltaban 4 o 5 kilómetros, pero eran en bajada: pensamos en caminar. Los de las casitas nos dijeron que el camino era peligroso. Debatimos un rato entre los tres y decidimos no creerles, pero por las dudas íbamos a caminar con las linternas apagadas y sin hablar en voz alta. No era tan grave: estaba claro que nadie nos estaba esperando entre la selva.

Caminamos un rato y pasó una camioneta. Le hicimos dedo y frenó. Nos dijo que tengamos cuidado al subir atrás porque llevaba gente. Estaban todos tapados por un plástico. Tommy y yo subimos lo más bien. Karlien pisó una cabeza y pidió disculpas. En el camino, charlamos un poco con los tipos que estaban bajo el plástico, pero nunca los vimos. La camioneta nos dejó en la puerta del hotel.

La Ola Verde
Cuando se tiró Tommy, vi que se formó una ola verde y pensé en Flavia Palmiero.

A la mañana siguiente, fuimos a saltar al río desde el puente que estaba frente al hostal. Eran 12 metros. Como la última vez había tragado mucha agua, esta vez intenté taparme la nariz. Fue peor. La mano me hizo como embudo y tragué como un litro de río. Qué difícil que es toser a dos metros de profundidad. Al salir, mientras iba nadando, pensé: «ya sé lo que tengo que hacer, mejor no miro al agua en el momento del impacto». Claro, funcionó.

Después fuimos a Lanquín a dedo y en el trayecto hicimos amistades con unos jubilados franceses que nos terminaron llevando a Cobán en camioneta de lujo. En Cobán nos despedimos de Tommy que se iba para el Rainbow y seguí viaje con Karlien hacia Ciudad de Guatemala (parece que tengo cierta afición a viajar con belgas).

En la ciudad nos encontramos con un amigo guatemalteco de Karlien y nos fuimos a la casa de otra amiga de ella (española) pensando en quedarnos a dormir ahí. Su amiga no estaba, pero Karlien tenía las llaves. Entramos y nos quedamos los tres tomando un vino en la terraza. Cuando llegó la española, se cabreó con Karlien y me echó —ni llegué a verla, nunca subió a la terraza—. El guatemalteco me dijo que conocía un buen lugar para mí y salimos a caminar los tres por la noche de la ciudad con el vino a cuestas. Caminamos bastante y entramos en la Pensión Meza despertando al encargado. El guatemalteco le dijo que me lleve a la habitación del Che. La habitación era pequeña y estaba adornada con fotos y dibujos del Che Guevara. Parece que se había alojado ahí en 1953. Quién sabe, tal vez es verdad.

Esa noche, me enteré que había habido un terremoto en Guatemala en toda la parte sur, en uno de los pocos días que yo me había ido a la parte norte. Parece que fue largo, duró 54 segundos y destruyó bastantes casas; sobre todo en Quetzaltenango. Yo justo me había ido con los hippies, y ahí, mientras la mayoría de los noticieros del mundo comentaba el terremoto de Guatemala, nosotros ni nos enteramos. Con Karlien y el guatemalteco nos quedamos charlando en el patio de la posada hasta que se acabó el vino. Me despedí de ellos esperando volver a verlos y me fui a dormir pensando en el paso del Che por ahí.

detergente
Todo mal con la española, pero todo bien en La Pensión Meza, hasta el detergente me sonreía.

Al día siguiente, fui a la Embajada de España y tuve que volver un par de días después porque el Cónsul y su secretaria estaban de viaje. Cuando volví me dieron cita para dentro de otro par de días más. Finalmente me atendió el Cónsul y atestiguó que yo firmaba un papel delante de él. Lo firmé en una enorme mesa de madera lustrada y con la lujosa pluma del cónsul. Después firmó él y me dijo que conocía mi caso porque ya había firmado otro de esos papeles. Nos dimos la mano y me deseó mucha suerte. Ese papel lo tuve que enviar con otros a España para cobrar el pasaje de Air Madrid que yo tenía cuando la empresa quebró en el 2006. De pronto sentí que todo era rídiculo. Tantos trámites y un consul —que seguramente siempre viaja en primera— me había deseado «mucha suerte» para cobrar un vuelo económico que perdí hace seis años. No sé qué es, pero algo de todo esto es ridículo.

Uno de esos días en la capital, me compré una linternita de cabeza con el único objetivo de volver a la cueva de Lanquín. Voy a ir al Rainbow otra vez, seguro que lo encuentro a Nico y seguro que me acompaña a la gruta. Roger no creo, está muy metido en su proyecto de ir en bici a México. Nico es el belga que conocí en Brasil con Roger y que viajamos hasta Venezuela. Después de cinco meses, probablemente nos reencontremos los tres en Guatemala.

 

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