En alguna noche del año 2002, en el barrio del Abasto, El Ministro me presentó a su amigo Igor, un pibe chileno que estaba parando en su casa. De todas las tonterías que habremos charlado esa noche, solo recuerdo la parte en que Igor nos contó una historia sobre un tipo que, en plena experiencia de San Pedro y viajando en la caja de una camioneta, decidió tomar las riendas de las alucinaciones de una forma muy creativa: se bajó en movimiento y a alta velocidad. El tipo, después de recuperarse de las múltiples fracturas, dejó de consumir drogas y alcohol y se hizo evangelista.
Supongo que El Ministro se habrá quedado pensando en cuáles habrían sido las visiones del psiconauta o, tal vez, en las diversas maneras de terminar metido en una religión. Yo, en cambio, me quedé pensando otra cosa.
–¿Vos estuviste en enero de 2000 en Cuzco?
–Sí… –contestó Igor con gesto interrogativo.
–Esa historia ya me la contaste en la cola del tren a Machu Picchu.
Nos reímos mucho.
Regresando esos dos años en el tiempo, ahí estábamos en la estación de tren de Cuzco charlando sobre otras tonterías con Igor hasta que cada uno siguió por su lado. La morocha y la pelirroja también habían seguido por su lado, pero no recuerdo bien en qué momento. Supongo que habrá sido cuando la morocha se hartó de mi pasividad.
Lo siguiente que recuerdo es haber bajado del tren junto a Andrés y Gastón en el kilómetro 82 para comenzar el camino del Inca.
Me pareció muy acertado que la parada se llamara Km 82 ya que ahí no parecía haber mucho más que eso: una distancia hasta otro lugar. El tren simplemente se había detenido en una de las tantas laderas cubiertas de arbustos. Ahí fue que descendimos junto a un puñado de otros senderistas, más bien rubios y acompañados por guías y porteadores morochos. Era la época en que el camino del Inca se podía hacer en forma independiente y entonces nosotros, que éramos mínimamente más morochos que rubios, íbamos sin guía, con la poca información que se conseguía en internet en aquella época y cargando todo el equipaje: carpa, bolsas de dormir, comida, olla, hornalla, garrafita, etc.
El primer día fue duro, todo en subida. En mitad de una quebrada con mucha pendiente, nos pasaron dos porteadores casi corriendo al doble de nuestra velocidad; un par de pesados bultos atados con sogas, dos pares de talones ajados sobre las suelas de las sandalias. Salieron como de la nada, pasaron casi rozándonos y se perdieron hacia arriba. Si nos hubieran atravesado tampoco me habría sorprendido tanto.
El segundo día fue lluvioso y con neblina. Caminamos envueltos en plásticos. La cena fue fideos que cocinamos protegiéndonos de la lluvia bajo el alero de la carpa. Quedaron demasiado salados. Me dieron más acidez que nutrientes.
El tercer día casi no lo recuerdo.
El cuarto llegamos finalmente a Machu Picchu. Para mí era la segunda vez en solo dos años. No he vuelto a ir desde entonces.