5 de septiembre
Caminamos unos pocos pasos y preguntamos a unas mujeres dónde podíamos dormir. Eran tres y estaban vestidas con ropa muy particular.
Después me enteré de que esa es la ropa tradicional y que la usan casi toda las mujeres. En la cabeza se ponen un pañuelo rojo con líneas finitas amarillas o blancas. Usan una blusa que la parte de arriba es normalmente de un estampado con dibujos locos y, de los pechos para abajo, está formada por dos ‘molas’, una adelante y otra atrás. Las molas son los tejidos más tradicionales de los kunas. Son formas geométricas que se hacen cosiendo trocitos de tela muy pacientemente. A veces representan animales y a veces solo dibujos que parecen sacados de visiones psicodélicas. Abajo llevan una falda con colores estampados en fondo negro. Los brazos y las piernas están casi cubiertos por unos collarcitos o chaquiras. Van uno al lado del otro y también terminan formando figuras geométricas. Además, en la nariz se pintan una línea negra vertical y llevan un aro de oro en el tabique. Algunas, en las cercanías de sus casas, andaban con los pechos al aire.
Estas tres mujeres, que fueron las primeras que vimos, no hablaban bien español pero les alcanzó para decirnos que en un rato nos iban a mandar un guía.
Caminamos un par de casas más y llegamos al otro lado de la isla y enseguida llegó nuestro guía. Él si hablaba español, pero raro. Después de saludarnos nos llevó al único lugar donde nos podían alojar (a veinte pasos de donde estábamos). Nos dijo que costaba 5 dólares la noche. Eran unas cabañas sobre el mar, con hamacas y ventana con vista a una isla con palmeras. También tenía un pequeño muelle sobre el agua celeste y sin olas, al estilo portada de guía de turismo de la Polinesia. Nos explicó que en la isla había reglas que las ponía el Saila, que es el sabio o jefe de la comunidad. Por ahora, aparentemente las reglas eran que él tenía que ser nuestro guía de forma gratuita y que debíamos quedarnos en una cabaña de madera sobre el mar por 5 dólares. ¡Obedecimos! (Actualización 2019: La isla se ha vuelto un poco más turística y el hospedaje es con camas y cuesta 10 dólares por persona).
La isla es totalmente plana y tiene unos cien metros de ancho por trescientos de largo, o algo así. Las casas son de superficie más o menos ovalada, con paredes de cañitas y techo de hojas de palmera. Hay tres o cuatro casas de material: la escuela, un almacén, una construcción junto al muelle y alguna más. Las casas parecen estar un poco desparramadas al azar, y muchas veces no se entiende bien qué es camino y qué es patio. Hay como empalizadas de cañas dividiendo terrenos, pero no se entiende nada. Más de una vez me encontré saliendo por una puerta del patio de una casa sin saber cuándo había entrado.
La austríaca se llama Claudia y tiene 26 años. La hija se llama Martina y tiene 5. Las miradas de curiosidad entre nosotros y los kuna son recíprocas. Aunque en realidad la mayoría se las lleva Martina. Cada dos por tres hay una nueva señora multicolor que nos para y nos pregunta el nombre y la edad. A veces hay decenas de chicos gritando “Maaartina” todos al mismo tiempo y repetidas veces. Las casas no tienen ventana pero, como las paredes son de cañitas, es como si toda la pared fuese una ventana con cortina. De afuera para dentro no se ve pero de adentro para fuera se ve para todos lados. De vez en cuando, una pared nos dice “hola” y nosotros le contestamos “hola”.
Nuestro guía viene a visitarnos cada tanto a ver cómo andamos y a charlar. En un momento nos comentó que en el pueblo una chica se recibió de maestra y para festejarlo vinieron sus compañeras a pasar el día y van a ir en lancha a una playa de una isla y que nos invitan. Aceptamos y subimos a la lancha con unas treinta personas, más una heladerita con cervezas y gaseosas. Otra de las reglas de la isla es que está prohibido tomar alcohol pero hacen la vista gorda cuando se toma en privado. Parece que eso mantiene un consumo prolijo.
Fuimos por un mar que era sin olas, poco profundo y turquesa. Cada tanto había cayos de coral bajo el agua. Los esquivábamos porque en la proa iba un pibe mirando todo el tiempo hacia adelante y haciendo señas con los brazos, marcando el camino al motorista que estaba en la popa y que no podía ver nada. El agua era totalmente cristalina y, desde la proa, los cayos se veían muy bien. Llegamos a una isla pequeña con rocas, cocoteros, arena blanca y mar celeste. Anduvimos metiéndonos en el agua y caminando por la isla.
A la vuelta, la gente estaba un poco borracha y algunas mujeres empezaron a tirar agua a los que no se habían mojado. El barco era todo risas. Las mujeres se reían un poco borrachas, los hombres se reían, el de la proa gritaba, el motorista se reía, los niños se reían, los que estaban al lado del de la proa gritaban y agitaban los brazos, los niños se reían más fuerte, el motorista dejó de reírse, bajó la marcha abruptamente y giró. Pero ya era tarde. Chocamos contra unos corales y los pasamos por arriba. Crujió toda la lancha, pero aguantó. Ya nadie se reía. El agua era como una piscina cristalina y no creo que fuera muy profunda, pero más de la mitad de los pasajeros eran niños y no había salvavidas. Con Claudia nos miramos sorprendidos. Supongo que los más chiquitos no sabrían nadar y muchas de las mujeres tampoco. Si la lancha se hundía probablemente yo podría haber ido nadando hasta alguna isla llevando a Martina y tal vez a algún niño más. Estaba pensando cuál hubiera sido la forma de salvar la mayor cantidad de niños cuando de pronto ya estábamos en el muelle. Al subir me pidieron que me ponga la camiseta y a Claudia la falda; cosa rara en un lugar donde las mujeres a veces están en tetas. A la noche nos cocinaron pescado con arroz y patacones.
Hoy fuimos a dar vueltas por las casitas y a escuchar la palabra “Martina” cientos de veces. Los hombres nos saludan y las mujeres y los niños se acercan a hablar, pero nos hablan en kuna, como si supiéramos. Cada tanto hacen señas y nos dicen alguna palabra en español para que sepamos de qué iba la hemiconversación. En general hablan de Martina o nos preguntan nuestros nombres, nuestras edades y cómo se llaman nuestras islas. Argentina y Austria, dos islas muy lejanas: una para allá y la otra para allá.
En el almacén venden muy pocas cosas y casi nada de frutas y verduras, solo cebollas. Los poco productos que venden son los que traen los barcos cargueros colombianos. Son pequeños cargueros de madera de unos veinte o treinta metros de largo. Van desde Colombia hasta Colón parando por todas las islas y dejando mercadería a crédito. Luego vuelven cobrando en efectivo o en cocos. La vuelta suele ser mucho más lenta (unos 40 días) porque a veces tienen que quedarse hasta tres días en una aldea intentando cobrar. (Actualización 2019: en estos último años la comunidad se ha occidentalizado notablemente, hay muchas más tiendas y productos y los locales no se sorprenden mucho con los visitantes. Si se busca una experiencia aún más auténtica tal vez es mejor visitar Anachucuna o Carreto, aunque ahí no hay hospedaje ni están permitidas las fotos)
El almacén estaba lleno de cocos. Preguntamos cuanto costaban y nos miraron raro. Claro, ellos los usan para comprar otras cosas. Era como entrar a una frutería y preguntar cuánto cuestan las monedas. Estuve tentado de ir con un paquete de arroz para comprar unos cocos.
A la tarde me até una soga a la cintura y la otra punta a una bolsa grande y fui nadando hasta una isla a buscar cocos. Como siempre, gasté más energías en abrirlos que las que me dieron al comerlos.
Martina se hizo amiga de dos niños y estuvieron jugando mucho rato. Se llaman Tominí y Olmer. Tienen 7 y 5 años. En un momento Tominí me dijo “Igui birga be nika”. Yo le dije que no le entendía y me repitió “IGUI BIRGA BE NIKA”. Yo le volví a decir que no le entendía y Martina me dijo que él me pregunta que cuántos años tengo. Era verdad. Increíble.
A la noche llegaron sailas de otras islas y hubo cantos rituales en el Congreso (cuando digo Congreso me refiero a una gran choza de cañas y paja de unos veinte metros de largo por diez de ancho y unos seis o siete de alto, adentro solo hay hamacas y bancos rústicos tipo iglesia). Era de noche, la oscuridad estaba afuera y ahora éramos nosotros los que podíamos ver a través de las paredes. Lo que más se distinguían eran las cabezas de las mujeres con los pañuelos rojos con líneas amarillas o blancas. Todo el tiempo se escuchaban cantos que eran como oraciones con sílabas largas y nasales que parecían sacados de un documental de la National Geographic. Nuestro guía no quería ir a la reunión y se vino a la cabaña con nosotros a charlar un rato.
Le pregunté sobre algún camino que fuera hacia el Darién. Me dijo: “Hay un camino. Anda dos días. Duerme en la mitad. Pero no es permitido. En marzo y abril vienen las FARC. Vienen cincuenta guerrilleros en quince días. Después otros quince días otros cincuenta guerrilleros y así quince días y quince días y así fue. Guerrilleros hablan con saila y dicen que no quieren problemas con gente kuna. Pasan nada más. El saila dice que bien. Después el saila manda carta a Panamá y la policía viene en la zona y ahora FARC no viniendo. Saila no quiere guerrillero porque después viene enemigo de guerrillero y es problema. El pueblo es en el medio”.
Le pregunté si habían venido este año y me dijo que sí, que entre abril y mayo y que el año pasado también. Después me dijo que a mitad de camino el paisaje es feo, con piedras negras y hay que ir en silencio. Si se va silbando o haciendo ruido la gente desaparece. Me dijo algo del diablo y de una persona con la cara muy fea.
También me contó otra historia: “Una vez, viene veinte extranjeros sin papeles con motorista colombiano. El motorista pregunta pasar para los extranjeros por el camino a Yaviza. El saila dice no. Nosotros no quieren problemas con la policía. El colombiano dice otra vez y con arma. El saila después dice sí. El saila llama secreto a la policía y la policía dice que diga mañana. Los extranjeros duermen en escuela y el saila cierra con candado. A la mañana abre y los extranjeros van a congreso. Los policías llegan en lancha de personas, no es lancha de policía. Visten como personas. El colombiano está en su lancha y dice ‘eso es policía’. El saila dice no. La policía baja por toda la isla y caminan hacia el centro con armas. El colombiano quiere escapar pero la policía agarra la cuerda de la lancha. Los extranjeros lloran. Todos estando presos.”
También me contó que la policía, a veces, los acusa de narcos. Dice que cada tanto se encuentran cargamentos de cocaína, flotando, y los kunas los venden otra vez a los colombianos. Y que la culpa es de la policía porque los cargamentos vienen de los descartes de las persecuciones policiales. También me contó que una vez encontraron una lancha de los narcos a la deriva. En algún lado leí que hay bastantes narcotraficantes por acá porque los kuna tienen autonomía sobre el territorio y no le permiten patrullar a la policía panameña. Parece que la lancha quedó en una isla y llegaron policías a llevársela. Los de la isla querían quedársela y se subieron a la lancha para que no se la lleven. El conflicto terminó con la lancha para los kunas y una mujer panameña presa. No entendí bien quién era, pero estaba relacionada con el permiso de entrada de la policía.
Más tarde en la noche, Claudia habló con el capitán de un carguero colombiano y prometió llevarnos mañana a las ocho de la mañana a otra isla.