14 de octubre
En Aligandí nos quedamos por el muelle y los alrededores buscando a alguien que nos pudiera llevar un poco más. Finalmente llegó un carguero y le pedimos que nos lleve hasta Playón Chico.
Y sí que eran diferentes todas las islas. Playón Chico nos parecía mucho menos auténtica. Ahí encontramos unos turistas. Resultaron ser también austríacos. Nos dijeron que Martina parecía uno de los kunas. La miré y me pareció que no se parecía a los kunas. Ella estaba muy sucia y los kunas no. Eran los primeros turistas que nos encontrábamos desde la frontera con Colombia. Después nos enteramos que ese suele ser el límite arrancando por el otro lado. Los turistas suelen venir desde Panamá y rara vez van más allá de Playón Chico. Los que llegan hasta acá se alojan en hoteles en islas privadas. A las cinco de la tarde los traen a dar unas vueltas por el pueblo, y es el momento en que salen algunos indios con unas flautas y las tocan cuando pasan los gringos. También hay niños que piden un dólar para que les saques una foto. Ahí, ya nadie nos miraba demasiado, ni les interesaba la edad de Martina.
Dimos una vuelta por la isla buscando los lugares menos accesibles, intentando recuperar algo de lo vivido en las anteriores. Un poco lo logramos. La isla era tan chica como Caledonia, pero tenía una parte con pasillos estrechos. En el más angosto tuve que pasar de costado y agachándome, con las rodillas cerca del pecho (puede que eso no fuera un pasillo). Encontramos una familia que estaba haciendo pan y le compramos un poco y nos quedamos charlando un rato.
Dormimos en hamaca, nos despertamos a las cuatro de la mañana y partimos antes de las cinco en una lancha rápida hacia Cartí.
Salimos lentamente del muelle, supongo que navegando entre cayos de coral, porque había un tipo en la proa marcando el camino con los brazos, de una forma similar a lo que habíamos visto en Caledonia, solo que esta vez estaba todo oscuro. No sé cómo se guiaba. Cuando tomamos velocidad, tomamos mucha velocidad: íbamos a los pedos en la noche y a ambos lados de la lancha se formaba una lluvia de mar y noctilucas luminosas que salían despedidas por el aire.
Cuando empezó a clarear el día, el oleaje se puso fuerte y los golpes eran violentos. Era como ir al galope. Con los golpes y el brillo del plancton fosforescente por detrás, me sentía en el trineo de papá Noel pero montado en los renos. Era un poco tortura, al ritmo de un golpazo por segundo durante un par de horas. Yo apenas aguantaba. Miré a Martina y estaba como desmayada sobre Claudia, con los labios un poco azulados. Me asusté, le apreté la mano y chilló.
Más tarde, el archipiélago tenía más islas y los golpes fueron más suaves. Había islas de todos los tamaños. Llegué a ver una tan pequeña que solo tenía dos palmeras, como la de las caricaturas.
Llegamos a Cartí y tomamos una de las todo terreno de los kuna que te llevan a Panamá City.