Grutas de Lanquín, Guatemala

8 de diciembre

Paola y Lucio se fueron temprano por la mañana porque querían llegar a Flores ese mismo día. Yo le había pedido a Nico que nos quedemos un poco y que me acompañe a las grutas de Lanquín. Hacía como tres semanas que había decidido volver a meterme ahí y sabía que el único que me iba a acompañar a ese lugar era Nico (el otro era Roger, pero ya estaba en camino hacia México). Era un poco peligroso explorar la gruta solo; además de ser un enrosque para la cabeza. Era ahora o nunca.

Estuvimos haciendo dedo un buen rato y finalmente nos llevaron a Lanquín por unos pesos. Fuimos hasta la cueva, pagamos el ticket en una caseta de madera destartalada, anotamos nuestros nombres en un cuaderno sucio y entramos. Nuestra indumentaria era profesional: Nico tenía una camisa floreada, bermudas y ojotas. Yo tenía una musculosa gris, pantalón de vestir negro con rayitas blancas y zapatillas chatas negras. Nico tenía una linternita de un dólar y medio, y yo, una linterna de cabeza rota que la ataba con un pedazo de ropa elástica que había sacado de un pantalón corto comprado de segunda mano en Bolivia.

Pasamos toda la parte iluminada sin más problema que el de resbalarnos varias veces, pero eso era inevitable, el piso era una manteca. Fuimos subiendo y bajando por unos doscientos metros de habitaciones enormes apenas iluminadas con foquitos amarillentos que colgaban de un cable. Cuando terminamos la parte del paseo, quedaba la oscuridad (a lo que veníamos). Encontré con facilidad el abismo, pero tardé bastante en encontrar la entrada lateral. Pensé: si ya me pierdo en el principio, esto va a ser complicado. Dimos vueltas alrededor de varias rocas gigantescas en una situación bastante oscura (todavía los ojos no se nos habían acostumbrado del todo a tan poca luz) y finalmente, encontramos la entrada y pasamos a una habitación no muy alta, donde teníamos que ir esquivando las estalactitas y las estalagmitas. Le dije a Nico: es por acá. Y Nico me dijo: no, no puede ser por ahí, eso es un agujero en el piso. Le dije: parece que no te acordaras que en Brasil te hice meter en un hueco en la montaña que solo se podía pasar a la fuerza como una lombriz metiéndose en la tierra. Es verdad, me dijo y se metió por el hueco atravesado de estalactitas. Pasamos a una habitación en la que teníamos que ir agachados y sorteando columnas verrugosas y húmedas, y salimos por una ventana a la parte lateral del abismo. Es por acá, dije y Nico ya empezaba a sonreír mientras bajábamos hasta una cornisa que separaba el abismo de la barranca de caca de murciélagos.

grutas de Lanquin
«…Creo que era por este hueco…»

 

Ahora tenía un poquito más de luz que la vez anterior y pude ver que había un lugar que parecía que se podía bajar por el abismo. Nico quiso empezar a bajar y le dije: no, primero vayamos para allá, que quiero ver a dónde va el túnel que vi la vez pasada, después volvemos. Me dijo: me parece muy bien; y nos deslizamos por la pendiente que daba a la caca de murciélago. Atravesamos la montaña de caca clavando los pies y las manos para no caer al agujero que se veía en el fondo. Se caminaba (o gateaba) muy bien. La caca de murciélago parecía como tierra buena comprada en un vivero (estaba ultra procesada por unas cucarachas que viven de eso; es decir que en realidad era caca de cucarachas). Entramos en el túnel agachados y avanzamos hasta donde había llegado yo. Nico me preguntó: ¿entonces, me decís que vos llegaste hasta acá solo y con una linternita de celular? Sí, le dije, y nos reímos. Avanzamos más y salimos a una habitación donde había pequeñas lagunitas de agua escalonadas. Le dije a Nico: esperá, pongámosle nombres a los lugares para orientarnos mejor que acá no da para perderse. Le pareció perfecto y ahora ese lugar se llamaba Lagunitas. Los anteriores, claro, se llamaban Caca de murciélago y Abismo. La idea estuvo buena porque además de ser útil para la memoria, más adelante nos sirvió para referirnos a los lugares mientras tomábamos decisiones del camino.

En la habitación de las lagunitas fuimos pisando los bordes para no meter los pies en el agua y pasamos por un estrechamiento y una curva que daban a otra habitación que la llamamos Diente Largo, por una estalactita que había ahí. Estalactitas y estalagmitas había hacia cualquier lugar que miráramos y en todas las habitaciones pero esta estaba al final de la habitación en una gran ventana en forma de boca y era como un colmillo largo y puntiagudo que estaba en el centro y llegaba casi al piso. Esquivamos el colmillo y pasamos a un lugar que llamamos trampolín, porque en el suelo había una formación que parecía un trampolín o una rampa para esquí. Después pasamos a un lugar que llamamos columna porque una estalactita y una estalagmita se habían juntado formando una gruesa columna. Después una habitación que llamamos Dientes de tiburón porque era una situación parecida al diente largo pero ahora era una boca con muchas estalactitas cortas y afiladas que parecían justamente dientes de un tiburón. Después pasamos a un lugar que llamamos Ballena. Supongo que influenciados por los lugares anteriores ahora nos sentíamos en la panza de una ballena. Parece una tontería lo que estoy diciendo, pero nos daba mucho relajo saber que para volver, simplemente teníamos que hacer: Ballena, Dientes de tiburón, Columna, Trampolín, Diente largo, Lagunitas, Caca, Abismo, Habitación baja, y Habitación de entrada. Al menos, yo repetía la lista mentalmente y me hacía sentir bien. Había otros lugares para meterse, pero estaba claro que si queríamos volver, de Trampolín había que pasar a Diente largo; y si no era así, había que volver a Trampolín hasta encontrar el diente largo.

En la panza de la Ballena se escuchaba que corría agua como si estuviéramos en el cuento de pinocho. Avanzando un poco, salimos a una pendiente rocosa que fuimos bajando lentamente y que llegaba hasta un laguito subterráneo que desagotaba por una mini cascadita a otra lagunita y terminaba formando un pequeño río que se iba metiendo en una cueva en la piedra (no se veía por donde llegaba el agua —probablemente por el fondo—). Nos quedamos maravillados mirando el lugar. Yo había tenido esperanzas de encontrar un pedazo de río subterraneo. El río Lanquín emerge de la gruta a unos metros de donde habíamos entrado. La gruta es de piedra caliza y se forma porque la piedra se va disolviendo lentamente en el agua. Por lo visto, ahí donde llegamos era una parte de la gruta en formación. Pensamos en meternos y avanzar un poco por el río que entraba en la piedra, pero el lugar era muy chico y parecía que se cerraba rápido.

Después de cansarnos los ojos en el río subterráneo, y de hacer juegos de luces con las linternas y el agua, apagamos las luces un rato para quedar en la oscuridad total escuchando la corriente y las gotitas que sonaban muy fuertes en el silencio de esa profundidad. Después volvimos a subir la pendiente y buscamos huecos por donde meternos para seguir hacia adelante. Nos metimos en algunos, pero no parecían dar a ningún lado y regresamos un poco por el mismo camino buscando otros lugares. Fuimos cada uno por diferentes rincones buscando algún pasaje y en un momento, Nico me gritó: eh, estoy en trampolín y creo que encontré algo. Fui hasta ahí y escalamos unas rocas que daban a un pasillo. Del pasillo se salía a una habitación grande como una iglesia. Ahí encaramos hacia la izquierda donde había como un anfiteatro con techo abovedado. Yo bajé y no encontré hacia dónde seguir. Como no tenía salida lo llamamos pozo ciego, aunque parecía tener un túnel en lo alto, pero no se podía llegar hasta ahí. Agarramos hacia el otro lado y fuimos bajando entre las rocas hasta llegar a un lago subterráneo mucho más grande que el anterior. No lo podíamos creer. Nos quedamos mirando y decidimos meternos. Apoyamos las linternas en unas rocas apuntando hacia el lago y buscamos un lugar para bajar que se pueda volver a subir. Yo bajé por un lugar y Nico por otro. El lago era grande; nuestras linternas truchas no llegaban a iluminar el otro lado (parecía profundo, también). Nadé un rato bastante maravillado y volví a buscar la linterna para ver como era el resto del lago. Me la puse en la cabeza y nadé —con la cabeza afuera, claro—. Del lado de enfrente y a la izquierda estaba la entrada de agua. Al revés que en el laguito anterior, en este se veía la entrada del agua pero no la salida. Avancé un poco nadando a contracorriente y un poco agarrándome de las rocas, y me subí a una plataforma. La plataforma se trasformaba en un corredor un poco en diagonal que se metía en la roca con el pequeño río en un costado. Era un tajo amplio en la piedra que iba formando una cueva junto al río. Lo seguí un poco y volví porque no daba avanzar mucho; ahora estaba solo y en pelotas, y chorreando agua con una linterna en la cabeza. Volví a meterme en el lago y me dejé llevar un poco por la corriente de la entrada de agua. Estuvimos un rato más nadando y comentando lo bueno que estaba el lugar, y salimos porque nos estaba dando un poco de frío.

Volvimos a Trampolín (Nico pasó por otro lado deslizándose por una especie de tobogán y salió al mismo lugar). Después fuimos volviendo un poco haciendo: Diente largo, Lagunitas y Caca de murciélago, y ahí Nico decidió que iba a bajar al pozo oscuro que estaba al fondo de la caca. Bajamos tanteando que sea fácil volver a escalar por la esponjosa caca y finalmente el pozo no era tan misterioso como en nuestra imaginación, solo daba a una pequeña cueva.

Volvimos a subir y fuimos hacia el Abismo y empezamos a bajarlo. También era menos profundo que en nuestra imaginación. Ya no merecía el título de abismo. Lo que lo hacía parecer más profundo era que el piso estaba tapizado de caca y la caca de murciélago es oscura y daba la sensación de que el pozo no tenía fondo. Ahí abajo encontramos un hueco atravesado de estalactitas que seguía bajando y nos metimos. Yo me sentía que estaba muy profundo, pero no me daba cuenta profundo en relación a qué. Bajamos y salimos a una pequeña cuevita donde corría otra parte del río (apenas entrábamos agachados). Ahí el agua corría con más fuerza y formaba espuma. Me imaginé a la gruta como un gran colador del río.

Salimos y me metí en otro pozo pequeño. Los pasos eran muy angostos y terminaba en un charco de agua con un cangrejo de patas muy largas. Salí y nos fuimos hacia un costado que se habría una gran galería. Yo intenté sacar fotos con mi celular, pero no salía nada. Me hubiera gustado tener una buena cámara para fotografiar todos esos lugares. La galería estaba atravesada de techo a piso por algo que parecía un árbol petrificado y le quedó ese nombre. Y ahí sí: ese lugar daba a un verdadero abismo. Ahora se podía ver el fondo que era claro y estaba lejos. También había un poco de agua ahí abajo. Tal vez se podía avanzar por un lateral, pero era medio colgando por unas estalagmitas y parecía muy peligroso. Nos quedamos mirando el lugar un buen rato y volvimos.

Empezamos a volver haciendo: Tronco petrificado, Falso abismo, Terraza, Cueva baja, y Cueva de la entrada. Ahí estábamos casi donde habíamos empezado y encaré hacia otro lado pensando: bueno, todo esto fue hacia la izquierda, ahora veamos hacia la derecha. El túnel daba a un pasillo estrecho y cada vez se estrechaba más. Se veía una entrada, pero había que pasar casi taladrando la roca y estábamos cansados; hacía tres horas que estábamos en la gruta. Justo en ese momento escuchamos unos gritos. Estábamos cerca de la parte iluminada y salimos. Eran los tipos de la entrada que se habían metido a buscarnos por segunda vez —según nos dijeron—. Nos vieron salir llenos de barro, con nuestra indumentaria lastimosa y les dijimos que la cueva era increíble. Uno de los hombres lo miró a Nico y le dijo: “¡Y descalzo!”. “Si, estaba muy resbaloso”, dijo Nico, que no sé en qué momento se había sacado las ojotas.

Parece que unos turistas se habían metido como una hora después que nosotros y cuando salieron, los tipos de la entrada les preguntaron si nos habían visto. Les dijeron que no, que en la cueva no había nadie y entonces se metieron a buscarnos, pero no pasaron de las luces porque ellos nunca se habían metido más allá de las luces. Estuvieron gritándonos, pero claro, ahí tan adentro no se escuchaba nada.

Salimos y nos sacamos todo el barro del cuerpo en el río Lanquín. Después nos pusimos a hacer dedo hacia Cobán y a charlar un rato recordando la gruta y sonriendo bastante.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Semuc Champey, Guatemala

7 de diciembre

Una de las últimas imágenes que me llevo del Rainbow es a Eugenia vestida únicamente con algo que le cubría el torso desde debajo de los pechos hasta la cintura. Es decir, que no le cubría nada. Primero pensé que era algo simbólico, pero después me di cuenta que era funcional: esa cosa tipo faja sostenía las alitas. Tenía unas alas hechas de hojas de ambay. También, se había puesto una peluca plateada y estaba dando una especie de sermón chapoteando en un balde con barro.

Después de despedirme de Roger, que estaba terminando de armar su bici para su intrépido viaje a México, me fui del campamento con Nico, acompañados de un flaquísimo gringo llamado Lucio, una ultra hippie española llamada Paola y Wiki, el perro de Paola. Nos fuimos a dedo. Primero nos llevó un camión frigorífico hasta Cobán. Cuando nos bajamos, el conductor y un acompañante nos pidieron sacarse una foto con nosotros. En Cobán hicimos dedo hasta Carchaca. Ahí nos tomamos una combi hasta Pajal. Como la combi estaba llenísima; Nico, Lucio, Paola y Wiki fueron en el techo. No sabía que el techo de una combi podía alojar a tres adultos y un perro. Iba a los pedos y yo cada tanto miraba por la ventanilla a ver si perdía un amigo. En un momento, el conductor los hizo bajar porque íbamos a pasar por un puesto policial; después volvieron al techo.

Nos llevaron hasta una nada llamada Pajal, donde también había un puesto policial. Acá parece que no importaba que los policías los vieran en el techo. Debe haber policías malos y policías buenos, y estos eran de alguno de esos dos bandos. Yo bajé primero y alcancé a ver que uno de los uniformados, desde una camioneta, les sacaba una foto a mis amigos que coronaban de rastas la combi y ya empezaban a bajar y a hacer un pasamano con el perro. Interpreté que esa foto era meramente turística y me acerqué a charlar. No me acuerdo de que hablamos, pero finalmente me dijo que en un rato iban a Lanquín y que nos podían alcanzar. Después, no sé qué problema tuvieron que no podían irse y nos llevaron un trecho hasta pasarnos a otra camioneta policial que había venido en nuestra búsqueda. Entre un vehículo y el otro nos pidieron sacarnos una foto con ellos y extrañamente nos pareció normal y nos la sacamos sonriendo. También les prestamos nuestras cámaras para quedarnos con una copia. Me pareció ver al fotógrafo dudando un poco, pero las sacó igual.

policía sacando foto
Digan hippie…

 

hippies y policías
Flash.

 

Mis amigos hippies y el perro viajaron en la caja y yo me metí con los ratis a charlar un rato. Hablando de tonterías, me dijeron que ellos habían sido los que apresaron a Colibrí (no dijeron ‘apresamos’, dijeron ‘cocinamos’). Primero no les creí, dado que estábamos un poco lejos de Cobán, pero después me dieron datos muy precisos que me hicieron dudar. Al final, no sé como terminamos hablando del Che Guevara. Me dijeron que no sabían mucho lo que había hecho, pero que fue una persona que estaba a favor de los más humildes.

policias hippies
Ellos también estaban a favor de los más humildes, parece.

 

Pasamos una noche en Lanquín y, conectándome a internet después de mucho tiempo, vi que Gustavo me había mandado bastante trabajo y que teníamos que responder a las críticas en pocos días. A la mañana siguiente nos fuimos a Semuc Champey y me propuse trabajar cada día, de 6 de la tarde a 10 de la noche. Yo ya había estado ahí y sabía que eran las únicas horas que había electricidad para mi computadora que no tiene ni batería.

Al segundo día practiqué mi deporte: me volví a colar al parque (ahora haciendo de guía de los hippies). Esta vez, en mitad de la selva, pasamos sin hacer ruido por las espaldas de uno de seguridad como en un video juego. En realidad yo ni lo vi.

Como la mayoría de las veces que vuelvo a un lugar, en el parque encontré cosas nuevas muy buenas. Encontramos una especie de cueva debajo de una de las pozas escalonadas, que se entraba por el agua, con unos 20 centímetros de aire que permitían entrar flotando y respirando con la cabeza hacia arriba. Ya adentro había más espacio donde me podía mover entre las rocas oscuras, con la mitad del cuerpo en el agua de fondo turquesa. Avancé unos tres o cuatro metros, me sumergí y volví a salir a otra cueva donde el aire ya no tenía conexión con el exterior y olía raro. Me volví a sumergir y salí a unos 15 metros de donde había entrado. Fui a buscar a Nico, volvimos y nos metimos los dos; hicimos el mismo recorrido, pero avanzando una cueva más. Esta cueva era mucho más chica y no daba para quedarse mucho, porque entre ambos nos íbamos a acabar el oxigeno en poco tiempo. Me volví a sumergir y a buscar otra cueva. No era fácil; desde abajo del agua no se entiende muy bien donde hay aire. La cosa era mirar hacia arriba y ver superficies que parecieran chatas y plateadas, pero sin máscara se veía todo fuera de foco y era difícil distinguirlo de algunas rocas. Encontré un lugar, pero metí los dedos y apenas me cabía la mano. Traté de respirar ahí y me pareció muy complicado hacerlo solo metiendo los labios y con los ojos cerrados. Pegué unas brazadas largas y salí al exterior. Me quedé un rato flotando y como Nico no salía me preocupé un poco. Me sumergí otra vez y lo vi pataleando en el fondo lo más tranquilo. Cuando salió, le pregunté dónde había respirado y sí, había estado respirando en ese huequito. Y nos reímos, claro. Deberíamos madurar un poco.

poza semuc
Ahí abajo de las cascadítas estaba la entrada a la cueva.

 

Completando el tour de Semuc, fuimos a saltar del puente de 12 metros. Nico flasheó que era demasiado alto y yo aproveché que ya lo había hecho y haciéndome el canchero me tiré despreocupadamente como entrando a la cocina. Después Nico y Paola se tiraron felices.

roca que sonríe
Me tiré tranquilo porque las rocas me sonreían.

 

El segundo día a la noche, mientras estaba trabajando en la computadora, se acercó un empleado del hostal a espiarme y me dijo que le muestre la música que estaba haciendo. Le dije que no era música, que era mi trabajo y que era el registro de la actividad de unas neuronas. Me preguntó si era verdad que pensábamos con las neuronas. Le dije que sí y me quedé un poco pensando que estaba descomponiendo las oscilaciones de grupos neuronales en diferentes frecuencias y viendo cómo se combinaban con disparos rítmicos de neuronas individuales y pensé que sí, que no solo visualmente se parece a música. Después de mirarme un rato, el empleado me dijo que eso a él no se le daba bien. Le dije: ¿qué, la computación? Y me dijo: no, lo de pensar. Le pregunté qué cosa se le daba bien y me dijo que hablar. 

Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala (III)

5 de diciembre

Eugenia está muy loca; hace cinco días que no duerme y cada vez sus excentricidades se vuelven más y más surrealistas y ya está asustando a los hippies. Grita, se disfraza, te salta encima y siempre tiene un plan diferente que te lo cuenta con ojos muy expresivos. Normalmente sé por dónde anda, porque cada tanto escucho un grito sostenido y nasal que atraviesa un par de kilómetros en la selva. Es el ruido que emite después de terminar unos masajes que suele hacer a quién tenga la valentía de recibirlos. Son muy buenos: su mente delirante parece que le permite trasmitir el flash a través de sus masajes, que te hace con todo el cuerpo y que supongo que se los inventa en el momento. Usa presiones, roces y ruidos que terminan haciendo un masaje psicodélico. Además, de su locura salieron potentes bailes africanos y las pinturas de cara que hizo para la fiesta de luna llena, que parecían visiones de peyote.

Un día, alguien dijo: —¡hagamos tortillas! —¡Ahó! —respondió otro. (‘Ahó!’ es una expresión indígena norteamericana que significa algo parecido a: ‘Eso!’ o ‘Claro que sí!’; y que se usa mucho en el Rainbow. Tiene más o menos el mismo significado que ‘Amén’). Yo me puse a colaborar con las tortillas y como ninguno de nosotros sabía mucho del tema, nos pusimos a gritar: —¡Tortillera conection! —(Acá, cuando la gente necesita algo u ofrece algo, grita ese ‘algo’ seguido de la palabra “conection”. Por ejemplo: —¡algas coneeeeection! —o —¡marihuana coneeeeection! —y normalmente se entiende si es pedido u ofrecimiento por el contexto. Por ejemplo: si es algas, siempre es ofrecimiento; y si es marihuana, siempre es pedido. Además, cada tanto, la gente agradece todas esas cosas materiales e inmateriales que compartimos (o que nos ofrece la Pachamama), con una canción que dice, por ejemplo para las algas: —♫ Gracias por las aaaalgas… gracias por las aaaalagas. Nos guuustan, nos aaaman, nos daaan felicidaaaad —o para el amor: —♫ Gracias por el amooooor… gracias por el amooooor. Nos guuuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaad —y la gran mayoría se suele enganchar, y cantan todos juntos). En fin, después de que gritamos ¡tortillera conection! se acercó un pibe y nos enseñó a hacer tortillas amasándolas con bolsitas de plástico. Funcionaba muy bien y yo me puse a cantar: —♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaaaastico. Nos guuuusta, nos aaaama, nos da felicidaaaad —pero lo interrumpí porque no se enganchó nadie. Evidentemente, no todas las cosas que nos son útiles son dignas de nuestra devoción. El plástico parece que no, a pesar de que justo estaba lloviendo un poco y estábamos bajo un techo de plástico, y que las carpas son de plástico, etc. En realidad, sí que se enganchó alguien a cantar; se enganchó un chileno que me cae muy bien y que se cagaba de la risa.

Más tarde cayó Eugenia a ayudarnos y se dio más o menos el siguiente diálogo:

—¡Qué feo, con bolsitas de plástico!
—♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaastico…—me puse a cantar como por reflejo y fue mi única intervención.
—♫ Pero contamiiiiiina… y es muy feeeo… —también se puso a cantar ella.
—♫ Pero nos es muy uuuuutil… en nuestro campameeeeento… —se sumó el chileno.
—♫ Pero deberiiiiamos… usar cosas naturaaaales.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ Pero viene de la tieeeerra… de hecho viene de adentro de la tieeeeeerra —dijo el chileno que ya se debería creer Martín Fierro con ese toque filosófico que le imprimió a esa especie de payada sin guitarra.
—♫ Yo lo hago con las maaaanos… y no dependo del plaaaastico —se puso más pragmática.
—♫ Entonces sácate la bombaaaaacha… porque tiene plaaastico.

Ella, que solo tenía un vestidito rústico y una bombacha de lycra se emocionó:

—♫ Me hiciste ver la luuuuz… tampoco necesito esto —y se sacó la bombacha.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ A muchas le hice ver la luuuuuuz… cuando les dije que se saquen la bombaaaacha —dijo el chileno y todo terminó en risas y un pedido nuestro a Eugenia de que no se arranque los botones de plástico del vestidito.

Se fue contenta.

Más tarde, mientras seguíamos con las infinitas tortillas para trescientas personas, me quedé pensando en lo de “gracias por le plástico”. Todos los días que estuve en el campamento llovió y la lucha contra la lluvia es un poco permanente. Algunos proponen dejar de cantar “Cole’oko mama cole’oko” porque es un canto para que llueva; varios creen que no para de llover porque cantamos eso. Realmente, el barro que hay por todas partes parece que ya tiene fastidiado a la mayoría; siempre hay que estar agregando un plástico en algún lado para mantenernos relativamente secos en los peores momentos. De pronto se me ocurrió cantar: —♫ Gracias por la lluuuuvia… gracias por la lluuuuvia… nos guuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaaad —y ese sí que tuvo éxito y lo cantaron todos; estoy aprendiendo.

 

hippies en el barro
¡Gracias por el baaaarro! ♫

 

Algo sorprendente es que exista un campamento de cientos de personas (en algunas ocasiones miles) sin ningún organizador general. En el Rainbow todo el mundo hace lo que quiere y organiza cosas a voluntad. Aunque hay unas tres reglas básicas: NO alcohol, NO drogas y NO carne. Lo de no carne se extiende a no leche y no huevo. Además, siempre hay que hacer una olla de comida cruda para los ‘crudívoros’ (hay algunos que han decidido solo comer cosas crudas por el resto de sus vidas). Por otro lado, la avena no se puede servir cruda porque varios dicen que con el agua fermenta y no sé qué. A todo esto hay que sumarle que el presupuesto es acotado porque todo se compra con lo que la gente pone en un sombrero que pasan después de comer. El promedio da más o menos 40 centavos de dólar por persona por comida. A pesar de todo, cada tanto, suele haber muy buenos platos; que devoro con mucho interés, ya que solo hacemos dos viandas al día y llegan después de largos cantos y cariños. Un día le pregunté a uno: —¿Vos sos vegetariano? —y me dijo: —No, también como hormigas.

El tema de ‘no drogas’ tampoco es simple. Aparentemente es ‘no a las drogas sintéticas’; el resto abundan. Y una discusión que surge cada tanto es sobre el LSD: hay LSD a pesar de que es sintético. Algunos opinan que no debería haber. El mejor argumento que escuché a favor de que no se prohíba el LSD fue el de un brasileño que dijo que hay Rainbow porque hay LSD. —¡Ahó! —dijo alguien.

No solo la lluvia diaria pone a prueba la capacidad de los hippies para estar siempre de buena onda: algo peor son los robos. Desaparecen cosas de las carpas cada dos por tres (principalmente dinero). Varios les echan la culpa a algunos campesinos que pasan cada tanto por el campamento. Otros creen que es gente del Rainbow. Una cosa es seguro: a un tipo del campamento lo agarró la policía en la ciudad comprando con una tarjeta de crédito de otro del Rainbow y lo metieron preso. Después, los hippies tuvieron una discusión sobre una propuesta de pagar la excarcelación entre todos, pero quedó en la nada; probablemente por la falta de voluntad de los que ya habían sido robados. El tipo se hace llamar Colibrí. Y salió. Unas semanas después de entrar, fue una mujer mayorcita del Rainbow a comprar ácido fólico y a sacar al tipo de la cárcel porque quiere tener un hijo y ahora lo están encargando en la carpa. Cuando volvió Colibrí, se volvieron a intensificar los robos; pero es raro porque se intensificaron de una manera exagerada. Están robando a cuatro manos y no parece que pudiera hacerlo ese tipo solo, en los pocos momentos que lo dejan salir de la carpa. Y la cosa se puso violenta (o no tanto; violenta para el mundo hippie): un grupo (al que me sumé) se internó en el bosque a buscarlo y exigirle que devuelva lo robado (que por cierto debe ser mucha plata). El tipo, que tiene 30 años menos que su nueva novia, se empezó a escudar detrás de ella. Estaba claro que mentía. Dijo que todo era un mal entendido, que ya había estado preso en otra ocasión y que también era un mal entendido. En la discusión surgió el dato de que había dado diferentes nombres y ya nadie sabía cómo se llamaba realmente. Pero negaba todo. Un hippie veterano que había sufrido un gran robo, le dijo que si no le devolvía las cosas, le rompía la cara. Otras hippies saltaron y dijeron “noooo, no, así no” y el hippie veterano reculó cambiando la cara de odio por una sonrisa semiforzada y con vergüenza, como si lo hubieran agarrado robando a él. Finalmente se juntó más gente que salió de entre los árboles al escuchar los gritos, y después de un rato largo de situaciones tensas, me di cuenta que el verdadero problema para la mayoría no era Colibrí sino que se estaba rompiendo la paz y la buena onda. Entonces también me di cuenta que Colibrí había ganado la partida: los hippies preferían que se vaya con el botín antes que empeorar los tonos elevados de voz. No sé como terminó la cosa porque ese día yo me fui. Seguro que lo dejaron ir, no tenían ninguna otra opción.

te rompo la cara
¡Te voy a romper la cara!… digo… ¡Amor y paz, hermano!

 

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala (II)

2 de diciembre

Volví al Rainbow y volví al barro. Me puse mi pantalón destruido y caminé 10 o 20 minutos por la manteca marrón. En el círculo central reconocí a Nico de espaldas, haciendo malabares entre los hippies que estaban cantando “Cole’oko mama cole’oko” [ http://www.youtube.com/watch?v=Z6SeDm8vu5A ] y después «Somos los guerreros del arcoíris!». Me acerqué por atrás y me puse una máscara que compré en Chichicastenango. Era como la cruza de un pasamontañas con un gorrito andino. O una careta de lucha libre mexicana, pero tejida por una abuelita. Cuando me vio, me sonreía con mucha interrogación en su cara. Le dije “Nico!” detrás de mi máscara y me reconoció enseguida. Nos abrazamos y nos reímos. También, al toque, lo reconocí a Roger que venía caminando a la distancia. Después de 5 meses y 5 países nos reencontramos los tres.

terrorista arcoiris
Terrorista del arcoíris.

 

 

Me quedé varios días en el campamento. Me sentía un poco más conectado que la vez anterior. Uno de los días fuimos en expedición hasta un pueblito cercano con un guía local. Caminamos con los hippies un buen rato por las montañas; entre la selva y los pastizales. Salimos a un camino y cuando empezó a haber casas, la gente empezó a salir y a mirarnos como en un zoológico. Yo disfrutaba mucho del paseo y del contraste tribal. Cuando llegamos al pueblo, nos instalamos en un playón y los hippies empezaron a hacer malabares, a cantar y a tocar instrumentos. La gente se fue acercando formando una especie de círculo incompleto a una distancia más que prudencial. Los hippes estuvieron un buen rato haciendo cosas de circo, entreteniendo sobre todo a los niños. Yo en un momento me relajé y me acosté en el pasto y me cayó una clava en el medio de la frente.

civilización
Enemigos de las burbujas arcoíris.

 

También habían preparado una obra de teatro y cuando estaba por empezar, el negro, que es uno de los del rainbow y que tiene más alma de punky que de hippie, empezó a hacerse el loco golpeando un palo contra el piso y arreando a la gente como ovejas para formar un círculo más cerrado alrededor de la obra. Funcionó.

el arco maya mativo
Esta rubia fue mucho más aglutinadora que el negro.

 

Lo que no funcionó muy bien fue la obra. Trataba sobre los cuatro elementos, que supongo que son agua, fuego, aire y tierra; pero no entendí bien. Era sobre unas semillas que alguien le daba a una especie de hada o algo así y que no lograba que germinen y el hada las iba llevando con diferentes gnomos o no sé qué eran; y cada uno le recomendaba algo diferente. Unos le recomendaban que ponga las semillas en la tierra; otros, que les ponga agua; otros, que les dé el sol (que supongo que representaba el fuego, pero que no sé qué tiene que ver con la germinación, tal vez por el calor). Lo del aire no me acuerdo. Cada elemento abarcaba toda una parte de la obra con música representativa y bailes. Finalmente terminaba, según entendí, con que las semillas para germinar necesitaban AMOR. Y ahí sí que germinaban. Yo, personalmente, no comprendí del todo la obra porque estaba prestando más atención a la gente local que a los actores. Y la gente local no entendió mucho tampoco, porque la mayoría no hablaba español. Uno del pueblo se había puesto como traductor, pero le resultó una tarea bastante difícil por tener que andar interrumpiendo y gritando por encima de la música, y porque había cosas difíciles de traducir como «hada» o «chacras» o cosas así, que el tipo trataba de explicar con esfuerzo y de una forma aproximada. Además, a mitad de la obra, un pibe sacó un paño con artesanías para vender y la mayoría de la gente abandonó el espectáculo para ver los «collarcitos de colores». Me dio la sensación de que muchos creían que estaban regalando algo. Yo también me fui un rato en la mitad. Me fui a comprar una cerveza en una tiendita que había a un par de cuadras. Ahí encontré a varios del Rainbow recuperándose un poco de la abstinencia (en el campamento está prohibido el alcohol).

Después de la obra, empezó a hacerse de noche y también empezó un pequeño conflicto que casualmente me tocó estar cerca cuando comenzó. Un local vino a hablar con el negro y le explicó que cuando él había estado gritando y golpeando un palo contra el piso, una nena se asustó mucho y ahora necesitaban un mechón de su pelo para quemarlo cerca de la nariz de la niña. El negro le dijo que él no le daba su pelo a nadie. Yo interpreté la respuesta como algo salido de su espíritu punky, pero me equivocaba. El tipo empezó a implorar un poco y a explicar que ellos tenían esa costumbre. Si un niño se asusta y no le queman pelo del asustador delante de su nariz, puede enfermar y morir. El negro se siguió negando, ahora con palabras un poco agresivas. Ya había varios locales que se habían acercado y estaban a la expectativa. Yo me metí y le dije bueno, no pasa nada, le cortamos un poco de pelo a otro hippie y listo. El local me dijo que sí, pero me pareció que ponía cara de no es lo mismo pero algo es algo. Entonces me puse a pedirles un poco de pelo a los hippies que también se habían acercado a ver la situación. Ninguno, absolutamente ninguno quiso darle un poco de pelo. Yo empecé a no entender nada. Habíamos venido con la idea de compartir todo lo que tengamos para dar, y ahora no había ni un mechón de pelo. Como realmente no entendía nada, empecé a preguntarles a todos, con sinceridad, por qué no querían entregar un mechón de pelo. Y para mi gran sorpresa, todos y por separado argumentaron que los indios podían hacer magia negra con el pelo. Yo primero pensé que era joda. A algunos les pregunté si de verdad creían que estos tipos podían hacerles algo a ellos a través de un mechón de pelo y la respuesta fue un rotundo sí. Algunos hasta argumentaron que había mucha magia negra por la zona. A otros les pregunté por qué pensaban que estos tipos nos iban a querer hacer magia negra si nosotros habíamos venido con la mejor onda del mundo y que lo que el local estaba diciendo sonaba a una costumbre muy verosímil. Más o menos me dijeron que «nunca se sabe». Yo me volví al tipo y le pregunté si un mechón de mi pelo le servía (mi única motivación era no dejar a los locales tan ofendidos). Me dijo que sí, pero me puso mucha cara de no estar convencido. Yo lo entendía: mi pelo era muy cortito, lacio y limpio. Era como si se cortara él mismo un poco de su propio pelo. Me corté un mechón con una tijera que él mismo tenía, se lo di, lo guardó en el bolsillo y me lo agradeció mucho, pero igual se quedó con cara de pollito mojado. El conflicto no terminaba. Había aceptado mi pelo de pura buena onda, pero no estaba nada convencido de que funcionara. La gran mayoría de la gente no estaba al tanto del problema porque los malabares seguían, pero el grupo del conflicto se había agrandado y ya había como unos quince locales con sus argumentos y sus caras de más o menos angustiados. Supuse que veían la inminente enfermedad de la niña y su posible muerte. Ya era de noche y yo la cara de los locales solo las podía diferenciar por su grado de angustia o enojo. Pensé que justo el negro, un par de días antes, había estado cortándose la barba en el círculo sagrado del campamento y los pelos había quedado tirados por ahí y yo podía juntarlos y traerlos al día siguiente, pero me di cuenta que a mí también ya me estaba fallando el cráneo. Se me ocurrió ir a Eugenia a pedirle un mechón, que sabía que me lo iba a dar (Eugenia es un capítulo aparte). Me lo dio sin preguntar y se lo di al local que también lo guardó en el bolsillo y pareció tranquilizarse. Al rato supongo que otra vez empezó a dudar de la eficacia de los pelos ajenos al asustador y volvió a insistir con los pelos del negro. El negro les dijo cosas como que eran unos ignorantes. Que él en el camino había visto una cantidad de basura tirada, propio de gente sin educación y que eran devotos de la iglesia católica que era la peor caca de este planeta. El tipo le dijo que nosotros decíamos que veníamos a traer paz y amor pero que dejábamos la mierda. Más tarde lo insultó de una forma exageradamente sutil: me preguntó a mí de que país era y le dije que de Argentina. Me dijo: muy buenos jugadores de futbol por ahí. Después le preguntó al negro y le contestó Uruguay. Ahí no hay buenos jugadores, dijo el local. Todo terminó inconcluso más o menos por ese momento. Nos fuimos en banda caminando por la oscuridad. Fue una mala tarde. El negro me cae muy bien, pero había estado muy garca.

En el camino pasamos por la iglesia del pueblo que era muy simple y muy antigua y el Negro, que además de alma de punky tiene grandes capacidades de liderazgo, se metió en la iglesia y varios lo acompañaron. Adentro solo había gente rezando. Fue hasta el altar, agarró una biblia y el micrófono y se puso a recitar partes con acentos rarísimos. Otros que lo habían seguido se morían de la risa. Uno se puso a tocar una batería que también había por ahí, otro una marimba y un tercero tocaba su propia flauta hippie. La secuencia era fantástica. Afuera estaba oscuro, adentro estaba muy iluminado y sonaba una música del demonio. El negro tenía puesto un sombrero de pirata y su barba era casi la de Morgan. Sus ojos saltones resaltaban en su piel oscura. Los ruidos bíblicos se escuchaban muy fuertes con el micrófono. Los locales medio sonreían con la mitad de la cara y con el ceño fruncido.

misa profana
¡Al abordaje!

 

Me fui y caminé con un grupito por senderos oscuros como dos horas hasta el campamento.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Chichicastenango, Guatemala

27 de noviembre

En Chichicastenango me hospedé en un hostal barato donde la terraza y mi ventana daban al cementerio. Las tumbas y mi cuarto estaban a la misma altura, pero separadas por unos 100 metros y por un valle. Desde mi ventana se podía ver casi todo el cementerio, que era totalmente multicolor: cada bóveda y cada tumba estaba pintada de un color diferente.

 

muerte
Otro tipo de Rainbow Gathering.

 

Bajé una cuadra, subí por una escalera de piedra y me puse a pasear entre el arcoíris de casitas de muertos. Las tumbas eran solo cruces de colores sobre montículos de tierra con pinocha esparcida arriba. Estaban una al lado de la otra y no daban espacio ni para caminar. Cada dos por tres me encontraba parado arriba de alguien.

Sobre la parte más alta vi a dos indios y una india en una ceremonia maya. También estaban vestidos de muchos colores, pero colores chiquitos, como si hubieran hecho picadillo al cementerio en sus ropas. Estaban recitando rezos alrededor de un fuego hecho de huevos y limones. Me quedé sorprendido de que los huevos y los limones pudieran arder así. Se los frotaban por el cuerpo y los iban agregando cada tanto formando círculos. Los tipos recitaban acompasados pero cada uno decía algo diferente. No sé lo que decían porque hablaban en algún idioma maya (supongo que era q’eqchi’). Cuando se acabaron los huevos y los limones, siguieron con velas blancas y negras que las iban apoyando acostadas en el fuego. La ceremonia era muy larga y me fui mucho antes de que terminen con todas las velas que tenían.

 

ceremonia-maya
Humo, huevos, cruces y cantos indígenas.

 

Saliendo del cementerio me crucé con unas doscientas personas que venían detrás de un cajón. Todos me miraban. Tal vez me parecía al difunto.

Ese mismo día por la noche, desde mi ventana vi fuego entre las bóvedas y me acerqué una vez más al cementerio. Apreté el paso entre las calles oscuras y después entre las bóvedas que ahora casi no tenían color. Cuando llegué estaba terminando una ceremonia nocturna.

Al día siguiente era justo el día groso del mercado. La gente de las comunidades llegaba y los puestos terminaron ocupando todo el centro. También crecían en altura como cuatro metros, anudando palos con sogas y toldos.

 

Chichicastenango
El mercado crecía en ancho y en alto, pero también en diagonal

 

De Chichicastenango me fui a Nebaj en un chicken bus. Dormí ahí y al día siguiente me fui para Cobán en tres combis, yendo de comunidad en comunidad. Quería volver al Rainbow para encontrarme con Roger y Nico.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Cuidad de Guatemala, Antigua, Patzún y San Pedro la Laguna

25 de noviembre

En la Pensión Meza hay muchos personajes. Todos están medio locos excepto Willy que está totalmente loco:

– Willy: Un gringo de unos sesenta y pico de años que usa siempre pantalones cortos, remera sin mangas, chaleco de polar, gorro de lana; y siempre está gritando unos “cuaaack” nasales que parecen hechos por un pato de metal.

– Robert: Un negro garífuna de Livingston. Con rastas, gordo, dientes de oro y muy sereno. Me pareció muy inteligente. Cuando lo conocí, estaba tranquilo, leyendo una biblia con cubierta de cuero, bajo una sombrilla en el patio de la pensión. Yo me había quedado sin libro para leer en El Salvador y me había llevado una biblia que encontré en el hostal y la estaba hojeando cada tanto. Nos pusimos a charlar, y de todas las pavadas que hablamos, la que más me gustó fue su extraña confesión: «Yo soy creyente por obligación: no hay ningún negro ateo, así como no hay ningún negro torero» me dijo riéndose a gusto con su sonrisa de oro.

– Conrad: Según me contó, cuando él tenía 9 años su familia se mudó a Estados Unidos, y tiempo después, pudo estar legal por un convenio por la guerra civil en Guatemala. Cuando él ya tenía 50 y pico, después de pasar toda su vida en Estados Unidos, llegó la paz a Guatemala, se acabó el convenio y pasó a ser un ilegal. Tuvo que cambiar su trabajo de maestro bilingüe por el de albañil. Finalmente, lo metieron preso tres meses y lo deportaron. Llegó a Guatemala sin familia y sin plata. Volvió a cruzar como ilegal por México, lo metieron preso otros tres meses y lo volvieron a deportar. De nuevo volvió a entrar: esta vez cruzando por el desierto junto a un salvadoreño que se ahogo pasando un río, llevándose al fondo la comida de ambos. Conrad caminó dos días y dos noches por el desierto comiendo cactus. Salió del desierto y lo metieron un año en prisión federal y lo volvieron a deportar. Ahora tiene que esperar un año más para volver a entrar ilegalmente sin tener un exceso de problemas. Vive de vender libros de inglés por la calle y apenas junta el dinero para pagar la pensión. También está pensando en la posibilidad de irse a Sudamérica que dice que ahí lo van a tratar mejor que en Guatemala. Me preguntó cómo hice para cruzar el Darién y le hablé de las opciones que yo conocía.

– Andrea: Un italiano de unos 50 y pico que se parece mucho al psicoanalista de Twin Peaks. De hecho, se la pasa hablando de psicoanálisis (casi siempre borracho).

– Freddys: Es guatemalteco y vivió 10 años en la pensión. Ahora no, pero vuelve cada tanto para tomar cerveza con la gente. Me dio una paliza terrible en el ping-pong y me contó que la habitación en la que estoy no fue en la que estuvo el Che. Dice que estuvo en la 9 pero que se vino abajo y ahora decoraron la 21.

Después de 10 días en Guate, me fui a Antigua otra vez y subí al volcán Pacaya, que está en actividad. Anduve caminando por un paisaje lunar.

atardecer
Desde la luna el sol se veía rarísimo.

 

Ahí, conocí a Diana y a Aixa, dos españolas que están en Guatemala de voluntariado. Me invitaron a su casa en Patzún, un pueblito no muy lejos del Lago de Atitlán.

voluntariado
No todos los trabajos en Patzún eran voluntarios.

 

Pasé unos días con ellas y me fui para el lago. Me tomé una camioneta comunal a Godinez, una combi a Panajachel y una lancha a San Pedro La Laguna. Me pareció muy buena la entrada al pueblo en lancha, que era a través de una especie de techo de paja que llegaba hasta el agua. Me alojé en la mejor ganga de todo mi viaje: habitación grande, cama doble, baño privado y wifi; todo por 3 dólares. El wifi lo necesitaba porque me llegaron nuevas críticas del paper y me tenía que poner a trabajar.

Al día siguiente, en un descanso del trabajo, me fui caminando hasta el pueblo de al lado que se llama San Juan La Laguna y ahí me di cuenta que el lago estaba desbordado. Las casas, que originalmente estaban en la costa y tenían dos pisos, ahora estaban deshabitadas y tenían un solo piso por encima del agua. También se veían techos que parecían flotando. Lo que en San Pedro había interpretado como una linda entrada a la ciudad en lancha a través de algo que parecía un techo de paja que llegaba hasta el agua, era efectivamente un techo de paja que llegaba hasta el agua.

vistas
Tenía buenas vistas.

 

Ahí en San Juan, encontré unos niños que estaban jugando a tirar un CD viejo desde el muelle para después sumergirse y buscarlo entre las plantas y las ruinas subacuáticas. Había mucho sol y el fondo se veía muy verde. Les expliqué a los niños que eso no eran algas sino plantas subacuáticas, les conté un par de trucos para aguantar más la respiración y me sumé al juego un buen rato, hasta que terminé con los dedos arrugados.

levitacion
De paso, también les enseñé a levitar.

 

La hijita del dueño del hostal en San Pedro se llamaba Argentina. El tipo le puso ese nombre porque había sido fanático de Maradona y del futbol argentino. Cada tanto, mientras trabajaba en la computadora, me distraía un grito del estilo: “¡Cuidado, Argentina!” o “¡No te alejes, Argentina!” y cosas menos simbólicas como “ponete un abrigo, Argentina”.

Me fui de San Pedro. Me tomé un chicken bus hasta El Encuentro y una combi hasta Chichicastenango.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Semuc Champey y Ciudad de Guatemala

15 de noviembre

Cuando salimos de la cueva, era de noche y en Lanquín ya no había transporte a Semuc Champey. Mientras dábamos vueltas por el pueblo pensando cómo mierda íbamos a volver, vimos un camión que salía hacia el lado de Semuc y lo corrimos. Lo alcanzamos casi sin aliento. Aceptó llevarnos, pero solo nos podía dejar en la cumbre, a mitad de camino. Entramos a oscuras en la parte de atrás. El techo era de lona y las puertas eran unas rejas que se cerraban con un pasador. Adentro había una montaña de tierra y nos sentamos por ahí, donde pudimos. En un momento mi mano se apoyó en algo más blando; quería saber qué era, pero estaba todo oscuro. Me olí la mano y olía a carne.

El camión nos dejó en la cumbre, a mitad de camino, donde había dos casitas y unos tipos en la puerta. Todavía nos faltaban 4 o 5 kilómetros, pero eran en bajada: pensamos en caminar. Los de las casitas nos dijeron que el camino era peligroso. Debatimos un rato entre los tres y decidimos no creerles, pero por las dudas íbamos a caminar con las linternas apagadas y sin hablar en voz alta. No era tan grave: estaba claro que nadie nos estaba esperando entre la selva.

Caminamos un rato y pasó una camioneta. Le hicimos dedo y frenó. Nos dijo que tengamos cuidado al subir atrás porque llevaba gente. Estaban todos tapados por un plástico. Tommy y yo subimos lo más bien. Karlien pisó una cabeza y pidió disculpas. En el camino, charlamos un poco con los tipos que estaban bajo el plástico, pero nunca los vimos. La camioneta nos dejó en la puerta del hotel.

La Ola Verde
Cuando se tiró Tommy, vi que se formó una ola verde y pensé en Flavia Palmiero.

A la mañana siguiente, fuimos a saltar al río desde el puente que estaba frente al hostal. Eran 12 metros. Como la última vez había tragado mucha agua, esta vez intenté taparme la nariz. Fue peor. La mano me hizo como embudo y tragué como un litro de río. Qué difícil que es toser a dos metros de profundidad. Al salir, mientras iba nadando, pensé: «ya sé lo que tengo que hacer, mejor no miro al agua en el momento del impacto». Claro, funcionó.

Después fuimos a Lanquín a dedo y en el trayecto hicimos amistades con unos jubilados franceses que nos terminaron llevando a Cobán en camioneta de lujo. En Cobán nos despedimos de Tommy que se iba para el Rainbow y seguí viaje con Karlien hacia Ciudad de Guatemala (parece que tengo cierta afición a viajar con belgas).

En la ciudad nos encontramos con un amigo guatemalteco de Karlien y nos fuimos a la casa de otra amiga de ella (española) pensando en quedarnos a dormir ahí. Su amiga no estaba, pero Karlien tenía las llaves. Entramos y nos quedamos los tres tomando un vino en la terraza. Cuando llegó la española, se cabreó con Karlien y me echó —ni llegué a verla, nunca subió a la terraza—. El guatemalteco me dijo que conocía un buen lugar para mí y salimos a caminar los tres por la noche de la ciudad con el vino a cuestas. Caminamos bastante y entramos en la Pensión Meza despertando al encargado. El guatemalteco le dijo que me lleve a la habitación del Che. La habitación era pequeña y estaba adornada con fotos y dibujos del Che Guevara. Parece que se había alojado ahí en 1953. Quién sabe, tal vez es verdad.

Esa noche, me enteré que había habido un terremoto en Guatemala en toda la parte sur, en uno de los pocos días que yo me había ido a la parte norte. Parece que fue largo, duró 54 segundos y destruyó bastantes casas; sobre todo en Quetzaltenango. Yo justo me había ido con los hippies, y ahí, mientras la mayoría de los noticieros del mundo comentaba el terremoto de Guatemala, nosotros ni nos enteramos. Con Karlien y el guatemalteco nos quedamos charlando en el patio de la posada hasta que se acabó el vino. Me despedí de ellos esperando volver a verlos y me fui a dormir pensando en el paso del Che por ahí.

detergente
Todo mal con la española, pero todo bien en La Pensión Meza, hasta el detergente me sonreía.

Al día siguiente, fui a la Embajada de España y tuve que volver un par de días después porque el Cónsul y su secretaria estaban de viaje. Cuando volví me dieron cita para dentro de otro par de días más. Finalmente me atendió el Cónsul y atestiguó que yo firmaba un papel delante de él. Lo firmé en una enorme mesa de madera lustrada y con la lujosa pluma del cónsul. Después firmó él y me dijo que conocía mi caso porque ya había firmado otro de esos papeles. Nos dimos la mano y me deseó mucha suerte. Ese papel lo tuve que enviar con otros a España para cobrar el pasaje de Air Madrid que yo tenía cuando la empresa quebró en el 2006. De pronto sentí que todo era rídiculo. Tantos trámites y un consul —que seguramente siempre viaja en primera— me había deseado «mucha suerte» para cobrar un vuelo económico que perdí hace seis años. No sé qué es, pero algo de todo esto es ridículo.

Uno de esos días en la capital, me compré una linternita de cabeza con el único objetivo de volver a la cueva de Lanquín. Voy a ir al Rainbow otra vez, seguro que lo encuentro a Nico y seguro que me acompaña a la gruta. Roger no creo, está muy metido en su proyecto de ir en bici a México. Nico es el belga que conocí en Brasil con Roger y que viajamos hasta Venezuela. Después de cinco meses, probablemente nos reencontremos los tres en Guatemala.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Rainbow Gathering, Semuc Champey y Lanquín, Guatemala

7 de noviembre

Armé la hamaca a oscuras y dormí muy bien. A la mañana siguiente recorrí un poco el valle conociendo a la gente. Algunos estaban haciendo yoga, otros preparaban la comida, otros cantaban, y esas cosas. En un momento, escuché que cantaron: “Get up, stand up: stand up for your rights!…”. Algunos lo cantaban sentados y otros acostados.

En un momento, estaba en el campamento de la cocina e iba a meterme por un caminito entre la selva (no sé para qué) cuando vi que en el paso estaba la misma mujer embarrada de cincuenta y pico que nos dio la bienvenida, pero esta vez, estaba parada inmóvil como a mitad de un paso y con una mano en una nalga levantando un poco la pollera. Parecía que alguien, con un control remoto, le había puesto pausa en mitad de una caminata mientras se rascaba el culo. Me quedé mirando un segundo, intentando entender lo que estaba pasando, hasta que vi que un chorrito amarillo marcó una bisectriz entre sus piernas. Me fui por otro camino.

Me adapté al ritmo de no hacer mucho y realmente no me acuerdo qué hice ese día. Me rasque bastante. Literalmente. Estaba muy picado por las pulgas que me acompañaban desde los bomberos. Ya había pensado en la posibilidad de pegarme pulgas en el campamento hippie, pero no había pensado en la posibilidad de llevárselas yo a ellos.

Al atardecer, fui a ver la cascada del campamento y era muy buena. Parecía de película. Estaba entre selva y montaña, formando una laguna.

Salchichaj
Turquesa 1.

 

Al tercer día, me fui del campamento porque tenía que ir a la capital a hacer unos trámites a la embajada y antes quería pasar por Semuc Champey. En Cobán aproveché para comprar anti pulgas.

Pasé por Lanquín y me hospedé en Semuc Champey. Semuc es un parque nacional donde un río que va entre montañas se sumerge entre las piedras y vuelve a salir 300 metros después. Y sobre este puente natural, se forman unas pozas turquesas. El lugar es prácticamente solo el parque y unos hostales entre la selva. Dormí en una cabaña sobre una pendiente. La habitación solo tenía tres paredes. La cuarta estaba abierta a la copa de los árboles y a un río celeste.

El Portal
Turquesa 2.

 

Por la mañana, una chica belga me dijo si quería ir con ella y tres más a visitar el parque, pero que querían ir sin guía. Le dije que por supuesto.

Éramos la belga, un sueco, dos rubias no sé de dónde y yo. Apenas salimos del hostal, el sueco dijo que se había olvidado de traer dinero, y que mejor por qué no intentábamos colarnos. Yo les dije que creía que sabía por dónde porque ya había estado averiguando con los empleados del hostal. La belga dijo que le parecía perfecto y las dos rubias dijeron que mejor nos encontrábamos adentro.

El grupo se redujo a tres. Bordeamos el río, saltamos unos míseros alambres de púa y ya estábamos adentro. Caminamos sigilosamente por la selva, sin saber con qué nos íbamos a encontrar.

guerrilleros
Turquesa 3.

 

Después de andar un rato, salimos a un sendero y enseguida a una poza cristalina de fondo celeste. Karlien y Tommy (que así se llamaban mis nuevos compañeros) quisieron seguir un poco más, pero yo me desnudé y me tiré al agua argumentando que quería meterme antes de que nos agarren los de seguridad.

poza
Turquesa 4.

 

Después anduvimos por todo el parque flashando muy bien el lugar.

semuc champey
Turquesa 5.

 

Por la tarde, empezamos a caminar hacia Lanquín y terminamos yendo a dedo en el techo de un camión. El camino era para 4×4. Íbamos subiendo y bajando y nos bamboleábamos entre la selva como en una montaña rusa. Esquivábamos las ramas agachándonos como en un video juego.

En Lanquín, Tommy compró velas y fuimos a una gruta a unos dos kilómetros del pueblo. La cueva era muy grande. Estaba iluminada por simples lamparitas de filamento durante unos 500 metros más o menos. Subimos y bajamos rocas entre estalactitas y estalagmitas. Nos habían dicho que la gruta todavía no había sido explorada en su totalidad y había lugares que nadie sabía dónde terminaban. Las luces se acababan de pronto en unos espacios altos con estalactitas enormes. Algunas se unían estalactita y estalagmita, y debían tener como dos o tres metros de ancho. Tommy prendió una vela, yo prendí la linterna de un celular, y seguimos por la oscuridad escalando un poco por unas rocas. El camino terminaba en una especie de gran ventana que bajaba a un abismo oscuro y redondo que parecía que estuviéramos mirando por el techo de una iglesia. Solo se podía bajar unos metros por las rocas y no veíamos el fondo. Karlien, un poco sonriendo, dijo que eso en Bélgica era imposible. Allá, los caminos turísticos no terminan en un abismo oscuro sin ningún tipo de protección. Yo seguí escalando sobre la parte derecha de la gran ventana pero vi que no se podía seguir. Después, bajé un poco y me fui más a la derecha rodeando una roca gigante. Volví a subir y encontré la entrada a una habitación mediana de unos dos metros de altura. Karlien y Tommy me seguían un poco más atrás. En la habitación, encontré un agujero sobre la izquierda que seguía hacia abajo y otros que seguían para adelante. Entré por el de abajo. Había que pasar agachado y entre las estalactitas. Caminé casi en cuatro patas por unos 4 o 5 metros y terminé saliendo al mismo abismo que habíamos visto antes pero sobre el costado y unos metros más abajo. Bajé un poco, agarrándome de unas estalactitas, hasta una especie de plataforma que estaba en el lado opuesto a la gran ventana del principio. Yo, cada tanto, les gritaba a Karlien y a Tommy para que me siguieran, pero ahora los escuchaba más a través de la gran ventana que del lugar por donde pasé. Después, bajé hacia el lado opuesto al abismo metiéndome más en la cueva. Bajé por unas rocas en pendiente, tratando de calcular bien si podía volver a subir. Toda la cueva era muy resbalosa y la verdad es que veía muy poco. Tenía el celular en la boca y su mísera lucecita apenas iluminaba más allá de los vapores de mi transpiración. El camino seguía por una especie de cornisa de caca de murciélago (supongo que era caca de muerciélago, había muchos murciélagos). A la derecha no veía bien lo que había. A la izquierda, la caca parecía desparramarse hacia un pozo sin fondo. La caca de murciélago parecía muy caminable. Debería estar muy procesada por los bichos porque era como un humus apenas húmedo. Hundía la mano y la sacaba casi limpia. La cornisa terminaba en un túnel que había que pasar agachado y se veía que seguía y seguía. Ahí decidí que tenía que volver. No daba para seguir solo. Ya tenía caca de murciélago en la boca. Mientras mordía el celular, se me acumulaba saliva y lo tenía que agarrar con mis manos sucias para sacarlo de la boca y tragar. Además ya empezaba a dudar de recordar bien el camino de vuelta. Con esa oscuridad, todos los agujeros parecían iguales.

Cuando volví, Karlien y Tommy estaban en la luz esperándome. Ya habían desistido de seguirme, casi no escuchaban mi voz y no sabían de dónde venía. Les conté más o menos dónde estuve y Karlien me dijo que no estaba segura de que fuera la misma persona la que entró y la que salió de la cueva.

Lanquin
Muy poco turquesa.

 

Salimos y nos quedamos en la puerta de la cueva tomando un vino que había llevado Tommy. Prendimos una vela que hacía un montón de sombras en la pared y nos quedamos viendo los miles de murciélagos que salían en su hora pico y que nos pasaban muy cerca. Ya era prácticamente de noche. Unos metros más abajo nacía violentamente el río Lanquín directamente de alguna parte de la cueva.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala

4 de noviembre

En Cobán enseguida encontramos hippies del Rainbow que habían ido al pueblo a comprar cosas. Nos llamaron e hicimos amistades rápidamente. Eran todos gringos, salvo por una mexicana. Más tarde integramos a otro recién llegado. Un canadiense rubio de rastas que venía en patas. Después, cada uno hizo las cosas que tenía que hacer por el pueblo y como ya era medio tarde para ir al campamento, la mexicana propuso quedarnos a dormir ahí y pedirles alojamiento a los bomberos. Éramos siete y nos instalamos en el patio del cuartel. Yo sentía que la situación estaba un poco complicada con la dormida. Solo teníamos dos hamacas y una carpa para dos. No daban las cuentas. Además, se estaba poniendo fría la noche. Me fui a dar unas vueltas por el patio a ver qué veía y encontré una camioneta llena de ropa donada formando un colchón para unas cuatro o cinco personas. Eso venía muy bien. Yo, de todos modos, armé la hamaca entre dos columnas. Para dormir, me puse toda la ropa que tenía, me tapé con una manta que había comprado en el mercado de pulgas, me cagué de frío y me picaron las pulgas.

psiquiatrico
Así y en patas, podíamos haber pedido dormir en las ambulancias rumbo a un psiquiátrico.

 

A la mañana siguiente, fuimos a dedo hasta el Rainbow Gathering que quedaba a unos 20 km al norte de Cobán en un valle que está muy bueno. Fuimos en la parte de atrás de una camioneta, cantando y tocando la guitarra entre rastas y plumas al viento. Cuando nos bajamos, tuvimos que caminar unos 10 minutos por el barro. A mitad de camino, aparecieron dos pibes de unos veinte y pico y una mujer de cincuenta y pico que nos dieron la bienvenida, nos dijeron que nos amaban y nos abrazaron largamente. Estaban todos embarrados y con una onda bien tribal.

Apenas llegué al campamento, busqué a Roger que no lo veía desde Colombia, lo encontré y nos dimos un gran abrazo; casi tan largo como el que me dieron todos los que me crucé en el camino.

Después de charlar un rato con Roger, empecé a mirar un poco a la gente. Vi que muchos estaban vestidos a lo hippie, otros un poco como indios y había varios en pelotas. Estos últimos no me abrazaron. Eran como las 12 y los cocineros ya estaban terminando el desayuno. De pronto, vi que uno de los que estaba desnudo se rascaba la punta del pene casi encima de la gran olla con toda la comida. Cuando supe que era uruguayo pensé que el detalle había sido una broma muy sutil y extraña. Pero no creo.

alimento balanceado
Alimento balanceado.

 

La comida estaba lista pero faltaba mucho para comer. Todavía había que ir hasta el círculo principal, donde se come y donde está el fuego sagrado que mantienen encendido durante todo el encuentro, que dura un mes. Mientras iba llegando la gente, nos fuimos dando de la mano, formando un gran círculo. De pronto, empezaron a cantar. Las canciones tenían algo de canciones de iglesia y algo de canciones de scouts. Sonaron frases como:

“Cada paso que doy es un paso sagrado, cada paso que doy es un paso sanador” o

“Esto es círculo, esto es familia, esto es celebración” o

“Buen día, comienza con alegría, el sol a brillar, pajaritos a cantar” o

“Que me abran los ojos, que me crezcan alas, quiero estar presente cuando llegue Dios” o

“Kumbayaaaaaaa”

y cosas así. De algunas canciones hicieron la versión en inglés y en castellano, una seguida de la otra. A veces también en portugués. Había gente de todo el mundo. Hasta japoneses. Los cantos estaban acompañados de diferentes abrazos y besos que fueron girando hacia ambos lados del círculo; tipo la ola mexicana en los estadios, pero mucho más lento. La verdad es que no me molestaba besar la mano del rubio que tenía a mi izquierda que parecía una niña, pero debo confesar que me daba un poco de asco besar la mano peluda de Roger que estaba a mi derecha.

Justo frente a mí, del otro lado del círculo, había una chica hindú bastante llamativa y rara, con un velo que le cubría los hombros y los pechos. De pronto, se me ocurrió una broma que quería compartir con Roger. Le dije que no se asuste, pero que estaba decidido a iniciar una ola de abrazo hacia él. Estábamos todos sin soltarnos las manos y pensaba pasar mi brazo sobre su cabeza, un poco como la vueltita de la cumbia sin soltarse. Si el abrazo se propagaba, cuando llegara a la hindú, le iba a dejar como mínimo un pecho al aire. No era más que una broma; ya había varias en tetas.

Mi abrazo tuvo mucho éxito. Empezó como algo simple, pero luego, varios participantes le fueron agregando algo: una apoyadita, un besito en la nuca, una cariñosa y prolongada inclinación de cabeza sobre el hombro, etc. También iba en aumento la intensidad y duración del abrazo. Tuvo tanto éxito que se hizo muy lento y cuando iba por un cuarto de círculo ya había llegado el Ommm final. Después me fui dando cuenta que no se hacen muchas bromas en el Rainbow. Me dio la sensación de que tal vez fuera porque muchos chistes pueden ofender directa o indirectamente a la Pachamama. En general, en un campamento estándar, la gente ríe mucho. Acá no, pero en cambio sonríen mucho. Están como todo el tiempo sonriendo.

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Chiquimulilla y Antigua, Guatemala

3 de noviembre

El día que llegamos al hostal solo quedaban tres camas y como éramos cuatro le dije al dueño que yo podía dormir en hamaca. Se copó y me cobró menos. Al final, me quedé todos los días en la hamaca. Un día, mientras estaba cosiendo agujeros del mosquitero, vino una chica a charlar un rato porque se había enterado que yo iba a ir al Rainbow Gathering y ella quería ir también. El Rainbow es un encuentro internacional de hippies. Decidimos ir juntos.

Al día siguiente era mi cumpleaños, brindamos varios en el hostal y le preparé a la gente un San Pedro que había encontrado por ahí. A la mañana siguiente, me despedí de Tom, Annika y Pascal y seguí viaje con Jessy. Ella es norteamericana, de 19 años, de rastas rubias, sonrisa casi permanente y ojos celestes que parecen hechos por un exagerado en el Photoshop.

Salimos a hacer dedo o esperar buses coloridos. Yo me sentía un poco extraño. Tenía como la sensación de que todo era simbólico (por decirlo de alguna manera). Era mi cumpleaños. Normalmente uno pasa su cumpleaños entre amigos. Yo estaba pasando mi cumpleaños en mitad de la ruta con una desconocida que tenía 4 años más que mi mochila. En un momento, me quedé pensando que ese día iba a haber luna llena. Definitivamente me sentía raro. Dudé si la noche anterior había tomado San Pedro, pero no, ni lo había probado. El sol no ayudaba. Estábamos a la sombra, pero rebotaba fuerte en el asfalto. Finalmente, tuvimos que tomar cuatro chicken bus para llegar a la frontera con Guatemala. Después de cruzar se hizo oscuro y solo teníamos una última buseta, llegaba hasta Chiquimulilla.

mochilera en la frontera
Conflicto internacional en la frontera.

 

En Chiquimulilla me pareció que había demasiada vida nocturna para ser un miércoles. Nos instalamos en un hotel y salimos a buscar un lugar para comer algo sin carne, porque Jessy es vegetariana, como la mayoría de los que van al Rainbow. No encontramos ningún lugar para comer algo vegetariano. Al final compramos pan, palta, tomate, mayonesa y cervezas y comimos en la habitación.

A la mañana siguiente me desperté, vi los envases vacíos y me di cuenta que ya no era mi cumpleaños y que ahora era el día de los muertos. Cuando salimos a la calle había muchos puestos con flores. Ahí entendí por qué había tanta movida el día anterior. Ahora era día de los muertos y era feriado.

Desayunamos y nos tomamos un chicken bus hasta Escuintla y otro hasta Antigua Guatemala. En el camino pasamos por un cementerio lleno de flores y gente visitando a sus difuntos. También había muchos niños remontando barriletes sobre las tumbas altas o sobre las bóvedas bajas.

En Antigua alquilamos una habitación. Jessy se quedó durmiendo la siesta y yo salí a dar unas vueltas. Fui al cementerio. En este, había pocos niños remontando barriletes, pero estaba el presidente del país. Había ido a visitar a su madre. Algunas personas se acercaban a saludarlo pero no habría más de cincuenta a su alrededor, contando unos diez o veinte de seguridad.

barriletes en el cementerio
Día de los muertos.

 

Al día siguiente nos tomamos un bus a Ciudad de Guatemala y después una combi a Cobán. Por apurados subimos a una muy llena y el viaje era incomodísimo. Yo iba sentado en un almohadoncito dándole la espalda a los asientos de adelante. Saliendo de la ciudad, la ruta estaba llena e íbamos avanzando a una velocidad tranquila. Yo iba mirando un poco de costado para no marearme mirando hacia atrás, y de pronto, veo que un tipo nos apunta con un arma desde otro coche. Nuestro conductor frenó un poco y el otro nos cruzó por adelante. Después, el nuestro aceleró, lo arrinconó a penas, sacó un arma de la guantera y se puso a apuntar desde la ventanilla, mientras maniobraba para dejarlo atrás. La mayoría de los pasajeros ni se estaba dando cuenta de lo que pasaba. Le agarré la cabeza a Jessy y se la bajé hasta mis rodillas y me agaché también. Ella interpretó el gesto como un cariño y después de unos segundos quiso levantarse, pero yo no la soltaba. Ella hacía fuerza para subir y yo hacía fuerza hacia abajo mientras pensaba como explicar en inglés la situación. Finalmente le dije algo de una secuencia con armas y se quedó tranquilita hasta que pareció que todo había terminado. Pasado el susto, le pregunté al cobrador qué había sido eso y me dijo que quisieron asaltarnos, pero que no había ningún problema porque nuestro conductor también tenía arma.

seguridad
Hasta el cinturón de seguridad se sentía seguro con tantas armas.

 

mapa