Cóndor huasi

Del Parque Nacional Calilegua fuimos a San Salvador de Jujuy. Después Purmamarca (que chorrea turismo con su cerro de los siete colores), Maimará, Tilcara y Humahuaca. En Humahuaca nos quedamos bastante tiempo. La motivación de acampar se debilitó por la necesidad de wifi para avanzar con el blog y terminamos en el Hostel Giramundo. Hicimos mucha amistad con la gente del hostel y ellos mismos nos insistieron para que nos quedáramos un tiempo colaborando un poco con las tareas del lugar a cambio de alojamiento y comida. Nos gustó la idea. Yo combinaba la escritura con escasas interrupciones para atender la recepción y Vanesa iba a la terminal a capturar presas posiblemente interesadas en el hostel.

Usando Humahuaca como base estuvimos visitando varios lugares de la zona. Un día dejamos las mochilas grandes en el hostel y subimos con equipaje liviano al bus destartalado que va para Iruya. Recorrimos por tres horas un camino de ripio montañoso hasta llegar al pueblo. Sin saberlo, estábamos en el día que comenzaba la Fiesta del Rosario, la fiesta mayor de Iruya. La gente llegó caminando entre las montañas, desde pequeños pueblitos y caseríos, trayendo sus santos para festejar y sus cosechas para comerciar.

Me tocó una habitación con la mejor vista.

Fueron tres días en los que vimos devotos rezando interminablemente, peregrinaciones tenebrosas marchando en la oscuridad bajo el ruido de los monótonos erkes, fuegos artificiales, peleas alcohólicas, globos de colores, enmascarados bailando danzas indígenas alrededor de la virgen, banderines de colores, cubículos de chapa para entrar a bailar bachata y reguetón, burros masticando bolsas de plástico.

Un día salimos a caminar por las laderas de las montañas hacia el este del pueblo. Después de un par de horas de caminata almorzamos sanguches de palta y tomate interrumpiendo el almuerzo de dieciséis cóndores (Vultur gryphus) que nos sobrevolaron las cabezas a la espera de que nos fuéramos.

El cóndor es el ave no marina de mayor envergadura del mundo (hasta 3,30 metros), son carroñeros, anidan entre 1000 y 5000 msnm, viven hasta 75 años, son monógamos y ponen un huevo cada dos años. Se los considera Patrimonio Cultural y Natural de Sudamérica.

Es difícil ver un cóndor (están catalogados como una especie casi amenazada), pero un burro tuvo la mala suerte de morir entre las piedras y nosotros tuvimos la suerte de estar ahí, escuchando el ruido del viento contra las alas de esas aves enormes. Increíblemente llegamos a verlos hasta una mínima distancia de solo seis o siete metros.

Esa misma noche fue el pico de los festejos religiosos y hubo una enormidad de fuegos artificiales, algo que me pareció sobredimensionado para el pequeño pueblo. Al día siguiente volvimos a trepar un par de horas por las montañas para ver a los cóndores. Ya no estaban, solo el burro muerto a merced de las moscas. Los designios de Dios son inescrutables.

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El LIBRO

De las termas del Jordán a la puna

Atravesamos el Parque Nacional Calilegua en el bus destartalado. Primero por selva de pedemonte, luego por selva de montaña y, arriba de todo, por bosques de montaña. Luego el camino desciende hasta San Francisco, en la parte alta de las yungas. Ahí bajamos y acampamos.

Al día siguiente, con la ayuda del GPS, caminamos hasta las termas del río Jordán. El sendero arranca a un par de kilómetros del pueblo, volviendo por la ruta hacia el sur. La picada sale hacia la derecha y son dos horas bajando por la selva.

El lugar es sorprendente. La temperatura del agua solo ronda los treinta grados, pero las termas son totalmente naturales y de tonos turquesas y el paisaje que las rodea está formado por paredes rocosas y selva. Es justo donde el río Jordán (que en esta época está seco) se junta con el río Valle Grande (23°39’54″S; 64°57’16″O). Las fotos se quedan cortas, porque se nos rompió la cámara y solo pudimos sacar con el celular (y porque las fotos en general carecen de algunos contextos).

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Subir un poco por el cauce del Jordán también tuvo lo suyo.

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Después de San Francisco seguimos en el bus destartalado hacia Valle Grande y luego en camioneta hasta Valle Colorado. Ahí termina la huella. Dormimos en una casa de adobe. La idea era seguir al día siguiente a pie, por un antiguo camino de piedra construido por los incas, hasta Santa Ana y de ahí una vez más en camioneta hacia Humahuaca, conectando las yungas con la puna, pero nos pareció poco prudente: nuestras mochilas estaban bastante pesadas, era todo el camino cuesta arriba hasta 3500 metros sobre el nivel del mar, podíamos apunarnos en ese camino tan solitario y ahí las noches son muy frías. Había una posibilidad de alquilar una mula por solo 400 pesos para que nos llevara las mochilas, pero calculamos mal la plata, recién en Humahuaca hay cajero y no llegábamos con el efectivo. Decidimos hacer el sendero incaico sin las mochilas y regresar por el mismo camino.

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En lo más alto vimos siete cóndores (Vultur gryphus).

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El LIBRO

Parque Nacional Calilegua

Con los neozelandeses acampamos en el Embalse Cabra Corral.

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Al día siguiente nos separamos en el camping de la ciudad de Salta. Ahí nos quedamos varios días en la casa de mi primo, descansando y tomándole su excelente cerveza artesanal. Luego viajamos hasta la ciudad de Libertador General San Martín (más conocida como Ledesma) hacia el este de la provincia de Jujuy. Ahí compramos alimentos para varios días y tomamos un bus destartalado hacia el Parque Nacional Calilegua en las yungas jujeñas.

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Acampamos bajo cebiles.

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Caminamos por la selva.

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Vimos huellas de corzuela (Mazama americana).

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Vimos huellas de osito lavador (Procyon cancrivorus).

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Vimos huellas de no sé qué.

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Vimos huellas de Tapir (Tapirus terrestris).

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Vimos semillas de cebil (Anadenanthera colubrina).

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Juntamos muchas semillas de cebil.

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Y pensamos que habíamos visto huellas de puma.

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Pero le mostramos las fotos a los guardaparques de la estación Aguas Negras y nos aseguraron que eran de yaguareté (Panthera onca).

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El LIBRO

Quebrada de las conchas

Estuvimos unos días en Tafí, después en Amaicha, visitamos las ruinas de Quilmes y subimos por la ruta 40 hasta Cafayate. En el camping del Luz y Fuerza conocimos una pareja de neozelandeses que venían viajando por Sudamérica en una van roja. Con ellos seguimos viaje.

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La misma tarde en que salimos, hicimos camping libre en la Quebrada de las Conchas.

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Y nos incendió el atardecer.

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Felices.

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Y felices al amanecer.

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Y al vestirnos.

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Y al desayunar.

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La Quebrada de las Conchas nos pareció muy fotogénica .

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Hamish  /   Vane  /  Julián  /  Hanna

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El LIBRO

Antiguos registros del uso de Trichocereus

Cada vez más metidos en el mundo de las pinturas rupestres de la cultura Aguada de Catamarca, fuimos hasta La Resbalosa, unas cuevas ubicadas a unos doce kilómetros de Icaño.

Entre dibujos abstractos y figurativos, una vez más pude ver imágenes de cactus, incluido uno en forma de cruz sobre otro con todo el aspecto de un achuma (San Pedro) (Trichocereus terscheckii).

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Un flechazo al sol

Después seguimos hasta una laguna que figuraba en el GPS. Fuimos por huellas de animales, otra vez abriéndonos camino y agachándonos bajo las espinas hasta gatear en las zonas más complicadas.

Sentí que llegaba a un lugar extraviado, una laguna habitada solamente por pájaros y ramas secas.

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Catamarca

Daban ganas de seguir. Un baqueano nos había comentado que había otras pinturas rupestres pasando la laguna, pero no sabíamos el lugar exacto y tampoco teníamos mucho tiempo. El sol, una vez más, se acercaba a las montañas. Volvimos apurados, con la luz justa. Teníamos linternas, pero las luces pequeñas de poco sirven para caminar por picadas muy cerradas en el bosque. Llegamos a Icaño de noche después de haber caminado unos veinticinco kilómetros. El último tramo lo hicimos como hipnotizados por la luz de las linternas y el dolor en las piernas.

Unos días después fuimos invitados al Congreso Anual de Arqueología que se realizó en el hotel Hilton de Tucumán. Entonces viajamos un poco a dedo y un poco en bus hacia la provincia de perros malos. Ya en el congreso, además de escuchar las charlas y consultar con los expertos un par de dudas que seguía teniendo, también nos invitaron a hacer stand up “científico” en el día de la fiesta. Fue un poco loco y un poco estresante inventar y practicar, de un día para otro, chistes sobre arqueología. Pero nos divertimos a pesar de lo caótico que fue intentar arrear humorísticamente a unos mil arqueólogos, ya ebrios en su mayoría. Creo que Vanesa puso agradablemente incómodos a más de uno, haciéndoles notar que muchos barbudos llevaban camisa a cuadros hasta en la noche de la fiesta; aunque no tanto como en las charlas, donde más bien nos habíamos sentido en un congreso de leñadores.

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En el humor inteligente, lo importante para la expresividad es que estén bien iluminadas las partes bajas.

Lo más interesante del encuentro fue un simposio de etnobotánica que se hacía por primera vez. La mayoría de las charlas eran en el teatro del hotel y fue agradablemente experimental. Hubo muestras de danzas rituales y, durante las charlas, artistas plásticos dibujando en vivo, inspirándose en las palabras de los exponentes.

Me perdí algunos datos interesantes por colgarme mirando los psicodélicos dibujos que fueron apareciendo.

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Charla interpretada por Ivan Zigaran

–Allá hay yopo, ¿viste? –Me dijo Vanesa con media sonrisa.

En un costado de la sala, sobre una mesa levemente iluminada, había un platito con hojas de coca, otro con semillas de cebil y un tarrito con el polvo marrón.

Junté un poco en un papel doblado al medio y fuimos a tomarlo al frondoso jardín botánico Miguel Lillo, justo en frente del hotel.

No tenía olor a yopo y picaba como si le hubieran agregado pimienta.

Cuando empecé a marearme me di cuenta de que no era yopo sino rapé de tabaco. Y, con la lucidez de la nicotina, de pronto me pareció lógico que el congreso no tuviera canilla libre de polvos psicoactivos.

En una de esas charlas conocí a Carlo Brescia, una persona excelente, un ingeniero peruano que se dedica a la producción audiovisual con temáticas culturales y ambientales y sabe mucho de plantas visionarias. Él me pasó algo que estaba buscando hace rato: crónicas sobre la época de la colonia donde se mencionara al cactus sagrado.

“Achuma: Cardo grande; y vn beuedizo que haze perder el juicio por vn rato.” (Bertonio 1612).

“La chuma que son vnos cardones espinosos asados en rebanadas, y puestas sobre la parte dolorida de la goza alibia el dolor, y lo quita, del sumo de esta yerba usan los indios supersticiosamente bebiendola con que pierden el sentido, y dicen que ven quanto quieren…” (Vasquez de Espinoza 1616).

“Y para concluyr con este capítulo (pues fuera nunca acabar si quisiera decir todas las Idolatrías destos Indios y superstiçiones diabólicas) remataré con una infernal que todavía dura y está muy introducida, y usada dellos y de los casiques y curacas más prinçipales desta nación y es que para saber la voluntad mala ó buena que se tienen unos á otros, toman un brebaje que llaman Achuma; que es una acua, que haçen del çumo de unos cardones gruessos y lisos, que se crían en valles calientes; bévenla con grandes çeremonias, y cantares: y como ellas sea muy fuerte, luego, los que la beven quedan sin juiçio; y privados de su sentido: y ven visiones que el Demonio les representa, y conforme a ellas jusgan sus sospechas y de los otros las intensiones.” (Oliva 1631).

“… del corazón de la achuma que es un gran cardón de su naturaleza medicinal hacía que cortasen una como hostia blanca y que puesta en un lugar adornado de varias flores y hierbas olorosas y la achuma con sartas de granates y cuentas que ellos más estiman era adorada como Dios persuadidos que allí estaba escondido Santiago (así llaman al rayo) danzaban y bailaban delante de ella ofrendábanle plata y otros dones luego comulgaban tomando la misma achuma en bebida que les privaba de juicio. Ahí eran los éxtasis y visiones, aparecíaseles el demonio en forma de rayo.” (Archivium Romanum Societatis Iesu 1637).

“La achuma es cierta especie de cardón […]; crece un estado de alto y a veces más; es tan grueso como la pierna, cuadrado y de color de zabila; produce unas pitahayas pequeñas y dulces. Es ésta una planta con que el demonio tenía engañados a los indios del Perú en su gentilidad; de la cual usaban para sus embustes y supersticiones. Bebido el zumo della, saca de sentido de manera que quedan los que lo beben como muertos, y aun se ha visto morir a algunos por causa de la mucha frialdad que el cerebro recibe. Transportados con esta bebida los indios, soñaban mil disparates y los creían como si fueran verdades.” (Cobo 1653).

“En la provincia de los Charcas hai un Cardo, que llaman Achuma, cuyo zumo bebido priva de sentido, y para este fin le usaban y usan los Indios hechiceros; porque en estando asi se les aparece el Demonio, y les responde a lo que le preguntan: y aun dicen que hai Españolas que se valen de ese embeleco, para hacer muchos, y que en esta yerva hai pacto implícito.” (León Pinelo 1656).

Me resulta muy interesante el de 1612, porque Bertonio menciona al achuma como un vocablo aimara y no quechua. Y también los de 1616, 1637 y 1656, ya que son registros de lo que era la antigua provincia de Charcas, que hoy es Bolivia. El de Vasquez de Espinoza es en La Plata, lo que ahora es Sucre; el del Archivium Romanum Societatis Iesu, en Potosí y el de León Pinelo en Chuquisaca, sureste boliviano. Hasta el momento no había podido encontrar evidencia del consumo del achuma de este lado de los Andes.

Sigo preguntándome si habría sido Echinopsis terscheckii o Echinopsis pachanoi o Echinopsis langeniformis.

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Bibliografía:

– Archivium Romanum Societatis Iesu, Roma, Peru, Lettere Annue IV 1630-1651, folios 48-60. Carta Annua. (Citado por Estenssoro 2001) [1637].

– Bertonio, Ludovico. Vocabulario de la lengua aymara. Cochabamba: Ceres, talleres gráficos “El Buitre”. 1984 [1612].

– Cobo, Fray Bernabé. Historia del Nuevo Mundo. Biblioteca de Autores Españoles, 2 vols. Madrid. 1956 [1653].

– León Pinelo, Antonio de. El Paraíso en el Nuevo Mundo. Comentario apologético, Historia Natural y Peregrina de las Indias Occidentales Islas de Tierra Firme Mar Océano. Tomo II, Lima. 1943 [1656].

– Oliva, Giovanni Anello. Historia del Reino y Provincia del Perú y vidas de los varones insignes de la Compañía de Jesús. Edición, prólogo y notas de Carlos M. Gálvez. Lima: PUCP. 1998 [1631].

– Vasquez de Espinoza, Antonio. Compendio y Descripción de las Indias Orientales. Transcrito del original por Charles Upson Clark. Washington: Smithsonian Institute. 1948 [1616].

El LIBRO

A La Tunita desde Icaño

Volvimos a ir a La Tunita, quisimos volver con más tiempo para relajarnos mirando las pinturas rupestres hasta que se nos cansaran los ojos, o algo parecido. Desde Icaño seguíamos estando cerca, mirando en el mapa parecía factible llegar con la ayuda del GPS.

A las once de la mañana tomé un poco de té preparado con el achuma que trajimos de Jarilla y salimos a la ruta a caminar y a hacer dedo para acercarnos a la zona, antes de meternos en el bosque.

(Otra mirada sobre esta historia se encuentra publicada en este número de la Revista THC)

Después de un par de kilómetros nos levantó un Renault 12 destartalado. Dentro iba una pareja y dos niñas. A las niñas las reconocí del día anterior. Habíamos ido a un circo ambulante y se me había quedado la cara de una de ellas porque fue la más consentida de toda la carpa, con golosinas, juguete de luces y hasta foto en el pony. Ahora no había ningún juguete en el Renault oxidado y su cara era un poco más diabólica. Tal vez no era la misma niña. No creo que fuera la misma niña. La cara diabólica me pide ayuda.

Ellos también nos reconocían: en estos momentos somos los únicos visitantes de Icaño y ya nos tienen vistos la mayoría de los pobladores. Los pelos de Vane se ven desde muy lejos y nos viene bien a la hora de hacer dedo.

Nos dejaron junto a una huella que sale hacia el sursuroeste, que ya la tenía identificada por las imágenes satelitales (28°53’59″S, 65°22’39″W). Es el único camino por la zona, la entrada a Casas Viejas, un lugar donde hay una sola casa y no es vieja.

Antes de entrar a la huella Vane tomó su parte del achuma.

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Dos kilómetros más adelante, al final de la huella, a orillas del río Icaño, Vane vomitó por primera vez (28°54’39″S; 65°23’11″O).

El lugar era notable: un río entre piedras, plantas acuáticas, plantas flotantes, plantas palustres, pastos, árboles, pájaros, mariposas.

Vane volvió a vomitar y ahí, con la vista fija en las pasas de uva del desayuno, tuvo una revelación.

–Juli, acabo de tener la primera revelación del achuma.
–¿Qué?
–Tengo que masticar más la comida.

Yo la dejé descansando un rato y fui a probar qué tan factible era cruzar el río, nuestra orilla se había hecho intransitable por los desniveles del terreno y por el exceso de arbustos espinosos. Según el GPS debíamos remontar el río durante dos o tres kilómetros antes de empezar a subir la montaña hacia el oeste. El primer cruce lo hice desnudándome para no mojar la ropa, creo.

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Los siguientes cruces, que fueron más de diez, los hicimos así nomás, sin sacarnos ni siquiera las botas.

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Debíamos ir cambiando de orilla y alejándonos y acercándonos al río intentando avanzar lo mejor posible entre la maleza. Hubo momentos en los que fuimos casi gateando debajo de los arbustos espinosos. Me doy cuenta de que voy a tener que comprarme un machete si pienso seguir haciendo caminatas guiadas por el GPS.

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Cuando cruzamos el río por última vez (28°54’36″S, 65°24’13″W) para empezar a subir la montaña, ya eran más de las dos de la tarde y aún nos quedaban cerca de tres kilómetros abriéndonos camino entre el bosque. Nos apuramos.

Empezaron a aparecer los cebiles. Eran más abundantes cuanto más nos acercábamos al sitio. También, curiosamente, fueron apareciendo varias plantas aromáticas para las que imaginé diferentes y antiguos usos ceremoniales (entre tantas otras cosas que iba imaginando).

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Metros antes de llegar a La Tunita volvimos a encontrarnos con el gran cactus. El único achuma en todo el camino, tanto desde Ancasti como desde Icaño. Se me hacía muy extraño llegar a un lugar conocido por un camino tan diferente. Y encontrarnos con la singular roca La Sixtina fue tan impactante como la primera vez. Incluso más, porque claro, ahora nuestro contexto neuroquímico se acercaba un poco al de los autores de las pinturas.

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Saqué de mi bolsillo el rapé de cebil  y aspiré.

Entonces: la escasez de las palabras. Con Vane nos acostamos bajo el alero de La Sixtina para mirar las ya conocidas pinturas rupestres. Sentí que las miraba por primera vez.

–Estoy viendo secuencias que no había visto antes –dijo Vane, como desde mis pensamientos.

Entonces una figura me hipnotizó: una pintura con sonrisa diabólica, media cara pintada de rojo en diagonal y círculos concéntricos saliendo de su cabeza. En los círculos no pude ver orejas ni sombreros, sino más bien reconocí los planos esféricos que había visto un día antes con los ojos cerrados.

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En otra figura, en la que antes había visto grandes orejas, ahora veía las semiesferas vistas de perfil. Ni orejas, ni ojos, ni boca: solo un fantasma con brazos y una minúscula cabeza con arcos proyectándose hacia los costados.

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Una tercera figura, que apenas me había llamado la atención pocos días antes, ahora me miraba también con media cara pintada de rojo en diagonal y otra vez los círculos concéntricos. En este caso, unidos a la cabeza por líneas proyectándose hacia arriba.

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Incluso el demonio del tridente emitía semicírculos hacia el cielo.

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Y entonces también apareció: ahí estaba dibujado el achuma con sus espinas.

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Y el achuma con sus flores.

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Me resultó extraño no haberlos visto antes. Ni siquiera puedo darle otra interpretación a esos dibujos. Si no fuera por las fotos habría pensado que los imaginé. Los indios molieron las semillas de cebil, consumieron las semillas, consumieron los cactus, dibujaron los cactus, dibujaron las líneas saliendo de los pensamientos.

Aún más: pude ver un hongo pintado, un dibujo en negro con la forma exacta de una seta partida al medio. ¿Los aborígenes de la cultura Aguada conocerían los hongos de psilocibina? ¿Por qué no?
La roca me enfriaba la espalda.

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Cuando decidimos volver ya eran las cuatro de la tarde, solo teníamos dos horas de luz para hacer todo el camino de vuelta. Al menos hasta Casas Viejas necesitábamos algo de luminosidad para no perdernos. Bajamos rápido. Con los dibujos en las retinas.

Temimos perdernos varias veces en el bosque pero, ya en el río, parecíamos flotar.

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El sol se había puesto cuando llegamos a Casas Viejas. A pesar de la oscuridad, una vez más conseguimos que nos llevaran a dedo.

Al llegar al camping se nos mezclaban las emociones agradables.

Por la noche, ya acostados dentro de la carpa, volvieron a aparecer las figuras.

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El LIBRO

Campo de Piedras

Antonio, el intendente de Ancasti, más conocido como El Gato Córdoba, una ayuda invaluable para nosotros en este momento, había prometido llevarnos en camioneta hasta La Jarilla, un caserío de siete familias sobre una huella a mitad de camino entre Ancasti e Icaño, donde podíamos encontrar un baqueano que nos guiaría hasta las cuevas con pinturas rupestres de la zona llamada Campo de Piedras. Pero, sorpresivamente, un chico del pueblo murió de meningitis y Antonio tuvo que ir al velorio.

Al día siguiente nos puso un chofer.

Hicimos unos cuantos kilómetros por el terreno ondulado, cruzando ríos entre pastizales y bosques xerófitos. Un poco antes de llegar, nos encontramos con el Pollo Luna, un hombre mayor, que venía en su mula en sentido opuesto al nuestro. El chofer bajó la ventanilla.

–¿Cómo le va?
–¡Buenos días!
–Qué bueno que lo encuentro… ¿Va a andar por su casa hoy?
–Voy para Ancasti a buscar un caballo y vuelvo.
–Acá le traigo unos chicos para ver si usted los puede guiar hasta el Campo de Piedras.
–Va tener que ser mañana… Tardo dos horas de ida y dos de vuelta hasta Ancasti.

El chofer nos preguntó si podíamos esperar hasta el día siguiente. Asentimos.

–Se los dejo para que acampen en su casa.
–No hay problema.
–¿Anda su señora por ahí?
–¡Ojo, eh!

Nos reímos.

rancho de Pollo Luna

El Pollo Luna volvió por la noche con su mula, su nuevo caballo y con malas noticias.

–Chicos, mientras volvía me alcanzó un sobrino para avisarme que acaba de fallecer un cuñado mío… No voy a poder acompañarlos, tengo que ir al velorio… pero no se preocupen que ya buscaremos a alguien.

El día que estuvimos en Tatón habíamos hablado con el director de la escuela y, un rato después, murió su hermano. Luego, en Ancasti, hablamos con el intendente y, un rato después, murió un niño del pueblo. Ahora habíamos hablado con el Pollo Luna y, un rato después, muere su cuñado. Nos sentimos un poco extraños.

Cenamos huevos fritos con el Pollo, su mujer y Desgraciado, un gato gris y gordo.

La noche fue fría, pero la mujer del Pollo nos prestó un poncho para taparnos en la carpa. Dormimos bien.

Al Campo de Piedras nos llevó Ramón, un vecino. Las pinturas rupestres no eran gran cosa comparadas con las de La Tunita y La Candelaria, pero la pasamos muy bien caminando con Ramón entre las espinas.

camino espinoso

–¿Usted nació aquí?
–Sí, siempre viví acá.
–¿Y qué es la jarilla?
–Es una planta de flores amarillas.
–Ah… ¿cuál?
–Por acá no crece.
–¿Más por el lado del pueblo?
–No, ahí tampoco.
–Ah… y ¿por qué le pusieron así al pueblo?
–La verdad es que no sé.

Nos cayó muy bien Ramón en toda esa mañana de larga caminata.

Campo de Piedras

–¿Cómo llaman a ese cactus?
–Cardón moro.
–¿Y a ese otro?
–Achuma.
–Ah, qué bueno… ¿sabe si se usa para algo en particular?
–Algunas personas lo ponen en sus casas como adorno.

Cortamos un pedazo de achuma y lo guardamos en un bolso.

Ya de vuelta en el rancho de Ramón tomamos mate y almorzamos con él y con su madre de setenta años.

Vanesa Olivieri y Ramón

–¡Cuántas gallinas!
–Hay unas cien… Esas de ahí las trajeron del INTA.
–¿Y por qué las trajeron?
–No sé, será que les sobran.

Por la tarde, un par de vecinos se ofrecieron a llevarnos en moto hasta Icaño (a nosotros y a nuestras pesadas mochilas), por un largo y ondulado camino de tierra. Nos dejaron frente al camping municipal.

Con Vane nos estamos convirtiendo en habitantes de campings vacíos. A veces nos cuesta elegir el mejor lugar para armar la carpa por exceso de opciones. Por momentos me siento ridículo caminando de acá para allá evaluando las ventajas de cada rincón, pero me relajo sabiendo que no hay nadie para verme. El camping de Icaño es el mejor hasta ahora. En esta época del año es gratis y es arbolado y con buen pasto. También tiene baños muy limpios con agua bien caliente para ducharse a gusto. De hecho, me parece un poco exagerado un camping gratis con baño de hombres que incluye bidet con agua caliente.

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El LIBRO

De rapé

Con las semillas de cebil recolectadas en el sitio arqueológico La Tunita, me propuse intentar reproducir el antiguo polvo visionario conocido como vilca (en quechua se lo llamaba vilca, huilca, huillca, vilcas, vilica, wil’ka, willca, o wilika; en idioma wichi, jatax o jataj y en lenguas tupí-guaraní, como paricá o curupay). Los aborígenes lo preparaban para fumarlo en pipa o para aspirarlo en forma de rapé y, de esa forma, entraban en estado de trance conectándose con otros mundos.

cómo preparar vilca

Se sabe del consumo ancestral de la vilca (desde al menos hace unos 4000 años) por restos arqueológicos que incluyen pipas, tabletas, morteros, inhaladores y hasta restos de alcaloides, como en el caso de las muestras halladas en las pipas de Inca Cueva, Jujuy, probablemente hechas con huesos humanos y fechadas por datación con carbono-14 en 2130 a.C. (Fernández Distel 1980: 65); y también, se lo conoce por crónicas registradas desde la época de la colonia. Estas son algunas de ellas:

“… toman por las narices el sebil, ques una fruta como vilca; hacenla polvo y bebenla por las narices.” (Sotelo de Narvéez 1851: II, 152).

“… para lo cual también usan una yerba que llaman cibil, que ahora sea por pacto del demonio o por virtud natural que tenga, dicen que los sustentan muchos días con sólo traerla en la boca, donde hacen un género de espuma blanca que asoma por los labios y causa muy desagradable vista…” (Ovalle 1888: I, 178).

“… los hechiceros [para emborracharse]… usan una yerba llamada villca, echando el sumo della en la chicha, o tomándola por otra vía.” (Polo de Ondegardo 1916: cap. VIII).

“Cuando desean agua para sus sementeras ruegan a los viejos, que llamen a la lluvia, y estos haciéndose soplar con un canutillo en las narices de suerte, que les penetra muy adentro los polvos de las semillas del árbol llamado sebil, que son tan fuertes, que les privan del juicio, comienzan ya fuera de sí a saltar, y brincar en descampado dando gritos, y alaridos y cantando con vozes desentonadas, lo que dicen llaman la lluvia.” (Lozano 1941: 96).

“Los hechiceros lules y matacos son los únicos shamanes del Chaco que se ponen a sí mismos en estado de arrobamiento, por medio de tomas por la nariz de un polvo hecho de semillas de sebil (Piptadenia). Cuando han alcanzado ese estado envían sus almas, en forma de pájaro, fuera del cuerpo. La metamorfosis es facilitada con los silbidos de un pito hecho de un hueso del mismísimo pájaro. El alma, una vez separada del cuerpo del shamán, va al país de los espíritus o visita al sol, que es un hombre-medicina de gran sabiduría.” (Métraux 1944: 304).

“La corteza del árbol cebil se usa para curtir cueros. Los indios salvajes encendían en tiempos pasados las vainas o chauchas que brotan de él, cerraban estrechamente sus chosas y con boca, nariz y todo el cuerpo aspiraban su humo removiendo con fuelles, de modo que con él llegan a emborracharse, enloquecerse y, a veces, a enfurecerse. Pero tan abominable costumbre ha cesado hace mucho. Hoy día no se contentan con el humo solo sino que buscan emborracharse y enloquecerse con diversas bebidas.” (Dobritzhoffer 1967: 500-501).

“Los diccionarios quechuas más antiguos mencionan jeringas para huilca, y el cronista del siglo XVII Poma de Ayala (1936) igualmente reporta enemas hechos con estas potentes semillas alucinógenas entre los incas.” (Furst 1980: 61).

“Villca; el sol como antiguamente dezian, y agora dizen inti. Villca; adoratorio dedicado al sol y otros idolos. Villcanuta; adoratorio muy celebre entre Sicuani y Chungara; significa casa del sol, según los indios barbaros. Villca; es tambien una cosa medicinal, o cosa se daua de bever como purga, para dormir, y en durmiendo dize que acudia el ladron que auia lleuado la hazienda del que tomo la purga, y cobraua su hazienda: era embuste de hechizeros” (Bertonio 1984: 386).

“Tienen otro genero de guacas que llaman uilcas, que aunque la uilca es un genero de fruta ponçoñosa que nace y se da en los Andes tierra caliente, de hechura de una blanca de cobre de Castilla, cúranse y púrganse con ella y se entierran con ellas en las más provincias deste reino. Ase de advertir que unas figuras como carneros de madera y piedra y tienen un hueco como tintero, ques donde se muele la uilca, se a de procurar buscar y destruir. Llámese el tintero uilcana y la adoran y reverencian. Es esta uilcana hecha de muchas diferencias de piedras hermosas y de maderas fuertes. Tienen, fuera desta uilca, otros muy muchos géneros de medicinas que llaman uilcas, en especial de purgas. Ay muchos géneros de médicos que todos son hechizeros que usan de curar e inbocan al demonio primero que comiencen a curar…” (Albornoz 1989: 172).

Entonces, decidido a experimentar con las vainas de cebil de La Tunita, les saqué las semillas, las tosté, les saqué la piel, las molí y las metí en una pipa. Finalmente las aspiré y le pasé la pipa a Vanesa.

Nada.

Después fumamos bastante más y tampoco percibimos demasiado. Tal vez sí nos sentíamos un poco sedados, pero quién sabe, a lo mejor simplemente estábamos hiperventilados.

Entonces, con una cañita, aspiré directamente el polvo.

Nada.

Aspiré más y otra vez sentí algo leve pero no muy significativo: un poco de hormigueo en los brazos y en las piernas, la vista algo brillante y cristalina, un poco de náuseas y el olor y el sabor que ya conocía.

Conozco ese olor porque estuve en comunidades de aborígenes piaroas en el Amazonas venezolano en 1999 y en 2012 y ahí conocí el yopo, un rapé visionario similar a la vilca.

Existen dos árboles pertenecientes al género Anadenanthera: Anadenanthera colubrina y A. peregrina. No hay mucho registro de cómo se preparaba la vilca, el rapé con semillas de cebil (A. colubrina), pero sí de cómo se preparaba (y se prepara aún) a partir de semillas de A. peregrina para hacer el yopo, que lo consumen algunas comunidades aborígenes del alto Amazonas y del alto Orinoco, como los piaroas o los yanomamis.

Ahora que estaba en Catamarca aspirando polvo de semillas de cebil, solo sentía olor a yopo y muy poco del efecto psicoactivo.

Entonces decidí intentar reproducir el preparado de la ancestral vilca con una receta similar a la del yopo.

Los piaroas tuestan las semillas, las muelen y las mezclan con ceniza de concha de almeja de río (Anodontites sp.) y un poco de agua. Luego amasan la pasta, la dejan secar un par de días y vuelven a moler para obtener el rapé.

No tengo tan claro para qué se agregan las cenizas de concha de almeja. La concha de los moluscos generalmente está formada por tres capas: la más interna y la más externa contienen principalmente proteínas y la del medio, principalmente carbonato de calcio (CaCO3). En el quemado las proteínas se degradan y el carbonato de calcio pasa a óxido de calcio (CaO), es decir, cal viva. La cal viva sería extremadamente irritante en el epitelio de las fosas nasales, pero, con las gotas de agua que agregan, el óxido de calcio pasa a hidróxido de calcio (Ca(OH)2) y ya no es irritante. No sé qué función exacta cumpliría el hidróxido de calcio, pero supongo que algo relacionado con el pH alcalino, algo similar a lo que ocurre en la cultura andina con el agregado de bicarbonato de sodio a las hojas de coca.

Los piaroas consumen el yopo aspirándolo con un inhalador en forma de “Y” hecho con huesos de pájaro y, al mismo tiempo, mastican caapi (cortezas de Banisteriopsis caapi, el ingrediente principal del ayahuasca). El caapi tiene harmina, harmalina y tetrahidroharmina, que son IMAOs, inhibidores de nuestra enzima mono amino oxidasa, y sirven para que el cuerpo no degrade rápidamente la bufotenina, la sustancia psicoactiva principal del yopo.

Tomando en cuenta todo esto y luego de haber tenido poco éxito con el polvo de semillas, me propuse intentar reproducir la vilca con la receta del yopo:

Primero tosté las semillas y las molí. Después, como no conseguí conchas de almeja, usé directamente hidróxido de calcio (proveniente de uno de los tarritos de mi juego de química de la infancia que me traje con ese propósito).

como preparar yopo

Con unas gotitas de agua hice la pasta, la amasé y la dejé secar durante un par de días.

Como tampoco es fácil conseguir caapi en Argentina, usé un sustituto: semillas de ruda siria (Peganum harmala). Esas semillas las tengo desde hace tiempo conmigo. La ruda siria me parece un sustituto ideal ya que también tiene harmina, harmalina y tetrahidroharmina, incluso ambas plantas (el caapi y la ruda siria) fluorescen bajo la luz negra.

Finalmente molí la vilca y aspiré.

Cinco minutos después sentí muchas náuseas. Y muchos caleidoscopios en la mente. El primero, plano: con los ojos cerrados vi un centro en forma de estrella compuesta por miles de puntitos apenas coloridos y, en la periferia, víboras grises sacudiéndose a mucha velocidad sobre un fondo marrón oscuro. Después, visiones en tres dimensiones, de esas en las que uno mueve los ojos detrás de los parpados cerrados, como en el sueño REM.

Recuerdo dibujos en blanco y negro en dos planos semiesféricos concéntricos girando en sentido opuesto.

Vomité.

Fui al baño muchas veces. Muy líquido.

Recordé lo de “cúranse y púrganse con ella”.

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Bibliografía:

-Fernández Disiel, A. Hallazgos de pipas en complejos precerámicos del borde de la Puna jujeña (República Argentina) y el empleo de alucinógenos por parte de las mismas culturas. Estudios Arqueológicos, 5. Universidad de Chile. Antofagasta (1980).

-Sotelo de Narváez, P. Relación de las Provincias del Tucumán que dío…, vecino de aquéllas provincias, al muy ilustre señor Licenciado Cepeda, Presidente de esta Real Audiencia de La Plata. Biblioteca de Autores Españoles, tomo 183. Editorial Atlas. Madrid (1965).

-Ovalle A. de. Historia del Reyno de Chile y de las misiones y ministerios que ejercita en él la Compañía de Jesús. Colección de Historiadores de Chile, 12-13. Santiago (1888).

-Polo de Ondegardo, J. De los errores y supersticiones de los indios… Colección de Libros y Documentos referentes a la Historia del Perú, 1 serie, vol. 3. Lima (1976).

-Lozano, P. Descripción corográfica del Gran Chaco Gualamba. Departamento de Investigaciones Regionales, 288. Universidad Nacional de Tucumán. San Miguel de Tucumán (1941).

-Metraux, A. Estudios de etnografía chaquense. Anales del Instituto de Etnografía Americana, V. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza (1944).

-Dobritzhoffer, M. Historia de los abipones. Universidad del Noreste. Resistencia (1967).

-Furst, P. Los alucinógenos y la cultura. Fondo de Cultura Económica (Colección Popular, 190). México (1980).

-Bertonio, L. Vocabulario de la lengua aymara. Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social Instituto Francés de Estudios Andinos. Cochabamba (1984).

-Albornoz, C. de. Instrucciones para descubrir las guacas del Piru y sus camayos y haziendas. Fábulas y ritos de los incas, H. Urbano y P. Doviols (eds.). Historia 16. Madrid (1989).

El LIBRO

La Tunita

Salimos bien temprano. El chofer que nos puso el intendente se llama Ezequiel. No hablaba mucho: nos llevó casi en silencio en la camioneta 4×4, por una huella cruzando arroyos entre cerros bajos y arbolados. Hicimos once kilómetros hasta llegar al rancho donde debíamos encontrar al baqueano que podía guiarnos hasta el sitio arqueológico; pero no estaba, se había ido al monte a cortar leña.

Entonces le pedimos a Ezequiel que nos llevara hasta donde pudiera. El resto lo haríamos por nuestra cuenta. Seguiríamos guiándonos con el GPS del celular ya que, en uno de los papers que me pasó el doctor Nazar, había conseguido las coordenadas del sitio: 28°54’17.83″S; 65°25’16.15″O.

Nos llevó unos seis kilómetros más, hasta donde terminaba la huella (28°54’33.04″S; 65°25’56.44″O). Prometió venir a buscarnos al mediodía. La camioneta desapareció y Vanesa y yo nos metimos entre los árboles y arbustos espinosos, en una picada que fue oscilando alrededor de la dirección noreste.

trekking a La Tunita
Acá empieza la picada.

La primera parte estaba más o menos bien marcada pero sobre el final se perdía entre huellas de animales.

cómo llegar a La Tunita
Cuando la racionalidad no te deja ver el bosque.

En menos de una hora, en la que fui mirando más la pantalla del celular que el bosque, llegamos a un lugar realmente increíble. Guardé el celular en el bolsillo y me quedé mirando con piel de gallina. Una gran plataforma de piedra como si fuera el caparazón de una tortuga gigante; sobre el caparazón, en un equilibrio asombroso, otra enorme piedra en forma de paralelepípedo con aristas redondeadas; dentro de esta piedra, una cueva; en las cúpulas de la cueva, unas cincuenta pinturas que parecían de otro planeta. A Vanesa le brillaban los ojos.

La Sixtina - La Tunita - Ancasti
No me sorprende que lo consideraran un lugar sagrado.

Nos acostamos boca arriba en el suelo frío. Se me apuraba la vista: pinturas precolombinas en blanco, negro y rojo; hombres danzando con figuras geométricas sobre la cabeza; animales en las espaldas; flechas hacia el cielo; orejas que parecen alas; hombres dragón, hombres conejo, hombres extraterrestres; cuernos, flechas, escudos, máscaras, tridentes.

Vanesa Olivieri - La Tunita
Vanesa tiene almohada incorporada.
pinturas rupestres en La Tunita
En el paper figura como Alero La Sixtina.
Julián de Almeida - alero La sixtina - La Tunita
Es impresionante.
guerreros rupestres de Aguada
Escenas de hace mucho tiempo.
wifi rupestre
Según Vanesa, es el demonio del Wifi con su laptop en la mano.
Julián de Almeida - cueva El Hornero - La Tunita
De a poco mi cerebro fue entrando en corto circuito.

El escenario también era notable: si bien en todo el camino apenas habíamos visto unos pocos cebiles (Anadenanthera colubrina) desperdigados, ahí en La Tunita la cueva estaba rodeada de los árboles ceremoniales; y también estaban los morteros donde se puede moler sus semillas o su producto, la vilca (o huilca o willka). Las semillas de cebil contienen bufotenina, una sustancia que produce visiones, en cierta forma parecidas a las pinturas rupestres que estábamos viendo.

cebiles junto al sitio arqueológico La Tunita
Intento mirar el cebil, pero sigo mirando los dibujos.

Estaban ahí las pinturas, los cebiles, los morteros y hasta las vainas con semillas de cebil caídas a centímetros de los morteros.

vaina de cebil junto a mortero en La Tunita
Se intuye cómo era toda esta vaina.

Además, muchos de los cebiles que rodean la cueva parecían ser de maduración tardía. Todos los cebiles que había visto antes ya tenían sus vainas secas y abiertas. Estos las tenían verdes y con sus semillas dentro. Me dio la sensación de que debieron haber sido plantados por los indios para obtener semillas en diferentes temporadas; o bien que los indios fueron llevando semillas para moler en diferentes épocas y algunas cayeron y germinaron.

vaina de cebil
La creación de Adan en La Sixtina.

Junté unas cuantas vainas y me las llevé para intentar hacer el rapé visionario.

Un dato extra que no me parece menor: en todo el camino no habíamos visto ningún achuma (Echinopsis terscheckii) y sin embargo, ahí sí, ahí había un gran ejemplar que parecía crecer directamente de las piedras.

Cuando ya estábamos por emprender el camino de vuelta pensando en la hora en que nos vendría a buscar la camioneta, llegó, jadeante y con machete en mano, Alberto, el baqueano que iba a ser nuestro guía. Le había avisado Ezequiel y vino corriendo con la seguridad de que iríamos a perdernos.

–¿Y hay más pinturas por la zona?
–Sí, hay alguna más.
–¿Por dónde?
–A unos ochocientos metros hacia allá.
–¿Y podríamos ir?
–No hay camino, está muy cerrado el monte.

Lo convencimos.

Reamente no se podía avanzar el línea recta. Tuvimos que ir un buen tramo hacia el este y luego hacia el norte abriéndonos camino a machetazos entre las espinas.

camino espinoso

Era una cueva más chica. La marqué en el GPS (28°54’7.10″S; 65°25’26.70″O). Entre varios dibujos, había tres muy interesantes: en uno se alcanzaba a distinguir una hilera de figuras antropomorfas donde el primero de la fila era mucho más grande y los demás parecen ir de la mano o atados al primero; otro dibujo con una figura zoomorfa de proporciones muy agradables que parecía tener algo de jaguar, algo de camaleón y algo de vainas de cebil; y el tercero, una pintura simétrica en la que no quedaba claro si eran uno o dos animales, o ambas cosas al mismo tiempo.

fila india en La Tunita

camaleón rupestres

animales simétricos cerca de La Tunita

–Acá no viene casi nadie… solo lo conocen unos pocos lugareños.
–Qué bueno.

En el camino de vuelta pasamos por una cueva aún más pequeña donde pudimos ver dibujos irreconocibles y semi cubiertos de tierra salpicada. Dan ganas de pasar un pincel y ver qué aparece.

pintura rupestre oculta

mapa como ir a La Tunita

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El LIBRO

Alucinantes pinturas rupestres de Ancasti

Ahora vamos en busca del cebil (Anadenanthera colubrina), el árbol sagrado de los aborígenes del noroeste argentino. Subimos la cuesta del Portezuelo para cruzar la sierra y entrar en la poco visitada zona este de Catamarca. Paramos en la pequeña villa de Ancasti, que es cabecera de departamento aunque solo tiene tres manzanas y algunas calles que se pierden en el terreno ondulado. Una de las manzanas es la plaza. En la plaza hay once casas y una iglesia. Una de las casas es la municipalidad. Ahí entramos para preguntar cómo podíamos llegar a los sitios arqueológicos de La Tunita y La Candelaria y ver las pinturas rupestres de la cultura de Aguada.

Iglesia de Ancasti, Catamarca
La iglesia nos sonreía.

–En un rato voy hacia la zona de La Candelaria, si quieren los llevo –propuso Antonio.
–Genial.

Fuimos en camioneta.

Ancasti, Catamarca

–¿Vos trabajás en la municipalidad?
–Bueno… sí… soy el intendente.
–Ah.

También fuimos hablando del cebil, de cómo la gente de la zona usa su dura madera como leña y la corteza con taninos para curtir cueros.

–Tengo entendido que los indios usaban también las semillas.
–Sí, se dice que hacían sustancias alucinógenas.
–Qué bueno.

Antonio estacionó la camioneta al costado de un alambrado. Caminamos por el bosque.

–Este es un cebil.
–Qué bien.

Los cebiles rodeaban la cueva. Entramos. Nos quedamos alucinados. Me cuesta describir esas pinturas. Cuesta ubicarlas en el pasado. Es difícil entender por qué están ahí como abandonadas en el bosque.

Pero qué placer.

San Pedro en la Cabeza - La Candelaria, Catamarca

pintura rupestre - La Candelaria, Catamarca

arqueología - La Candelaria, Catamarca

El escenario no dejaba muchas dudas sobre la relación entre el cebil y las pinturas: están ahí los árboles, están ahí los morteros tallados en el suelo de piedra, están ahí las vainas de las semillas caídas junto a los morteros, exactamente debajo de las pinturas psicodélicas.

Cueva La Candelaria - Ancasti, Catamarca
Arriba, los dibujos; en el medio, Vanesa y Antonio; abajo, un mortero.
Cebiles en La Candelaria - Ancasti, Catamarca
Y los cebiles afuera.

Todas las vainas estaban secas, no pudimos encontrar ninguna semilla.

Después acompañamos a Antonio a recorrer caseríos y ranchos de la zona. Fuimos testigos de un trabajo de intendente atípico. En uno de los ranchos probamos empanadas de polenta y azúcar. En ese lugar vivía una pareja, el hijo, el abuelo, algunos perros, algunas codornices (Coturnix coturnix) y un loro hablador (Amazona aestiva) llamado Chan (su compañero Jakie había muerto). La mujer del rancho estuvo encantada de ofrecernos empanadas de polenta. El hombre del rancho había trabajado durante veinte años como “becario” en la municipalidad. Justo antes de las elecciones, la administración anterior le había subido la beca de 800 pesos a 1200 por cinco horas diarias de trabajo. Ahora el nuevo intendente lo puso en blanco, en planta permanente, con un sueldo de 4500 pesos. Poco antes de irnos, la mujer y el intendente estuvieron gastando al tímido hijo por una supuesta novia rubia. El intendente se reía, la madre se reía, el loro también. Después la madre pidió a Antonio que haga lo posible para que el hijo pueda entrar a la policía. El intendente contestó que sí. El loro no dijo nada.

Ahora estamos de vuelta en Ancasti. Antonio prometió ponernos una camioneta mañana para acercarnos al sitio arqueológico La Tunita.

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