Asunción, Ciudad del Este, Foz do Iguaçu, Puerto Iguazú y Posadas

Del chaco paraguayo fui a dedo hasta Asunción. Me llevó Ray Riquelme y fuimos coqueando, escuchando The Cure y charlando todo el viaje. Me contó muchas cosas de su vida y de su mujer. Las historias incluían masones y morfina.

Pasé demasiado rápido por Paraguay porque quería llegar al casamiento de mi primo en Buenos Aires. En Asunción estuve dos noches, caminando por los barrios. En el hostel conocí a una holandesa, Jolisa, y con ella seguí hasta Ciudad del Este.

Asunción Asumir Ascender (Medium)
¿Asunción viene de asumir o de ascender?

Llegamos de noche. Primero pensé en caminar hasta la aduana, pero después reflexioné y me dio la sensación de que la triple frontera no era un buen lugar para pasear a una ultra rubia a esas horas. Entonces caminamos por tres o cuatro cuadras oscuras hasta un policía con ithaca. Me pareció que usaba el arma de bastón.

—Buenas noches —dije.
—Buenas noches —me contestó el del bastón de hierro, sonriendo y con un aliento a alcohol que me hizo dar un paso atrás.
—Disculpe… una pregunta…
—Diga…

Noté que su sonrisa iba en aumento. Su mirada me pasaba cerca y terminaba más atrás, en alguna parte perteneciente a Jolisa.

—¿Qué nos podemos tomar hasta la frontera?
—Ahí noma’ pasa un colectivo pal centro… al chofer le preguntan dónde bajar.
—Gracias —dije, imitando un poco su cara y levantando el pulgar.

Era sábado a la noche. El chofer había puesto cumbia. El colectivo, medio vacío, adornado con flecos y luces de colores, parecía una bailanta móvil. Fue un paseo agradable y lleno de miradas.

Por suerte intuí dónde bajar, porque el conductor iba muy colgado y no nos avisó. Bajamos en una avenida ancha y junto a una especie de feria cerrada y mal iluminada. Apenas cargamos las mochilas se nos acercó un joven moreno, de rulitos y bien afeitado.

—¿Van para Foz? —preguntó en un portugués un poco contaminado de español.
—Sí, pero conocemos, gracias…

El tipo siguió caminando a mi lado y me miraba de reojo.

—Voy con ustedes.
—Está bien, gracias, ya conocemos el camino —dije yo, mintiendo para esquivarlo.
—¿Pero puedo ir con ustedes?… El camino es muy feo.
—Ah… sí.
—Gracias.
—¿Dices que esta parte es peligrosa?
—Nunca pasé a esta hora por acá… no está muy lindo.
—Ah…
—¿De dónde eres?
—De Argentina… Ella de Holanda… ¿y tú?
—De Paraguay.
—¿Y por qué estamos hablando portugués?
—Porque vivo en São Paulo.
—Ah… —dije yo como si fuera una buena razón.
—¿Andan viajando?
—Si, un poco… ¿tú?
—Vine a una pelea.
—¿Una pelea?
—De box… Me invitaron a pelear por el título nacional que está vacante… 66-70 kilos.
—Qué bueno…
—Sí, tengo que entrenar duro.
—Pero sigo sin entender por qué estamos hablando en portugués.
—Podemos hablar en español —me dijo en español.

Y así fuimos, durante unos cuatrocientos metros más o menos, la holandesa rubiecita de ojos celestes y yo protegiendo al posible nuevo campeón nacional paraguayo de peso superwélter.

—Yo doblo acá… ¿Cómo es tu nombre?
—Julián, ¿y el tuyo?
—Javier… Suerte en el puente, Julián.
—Gracias… suerte en la pelea.

Dormimos en un hostal de Foz de Iguazú y al otro día vimos las cataratas.

Cataratas del Iguazu (Medium)
Y un arcoiris que salía de un bolso.

Me despedí de Jolisa que se volvía para Holanda, crucé a Argentina y en Puerto Iguazú, más precisamente en las cataratas del lado argentino, conocí a tres francesas: Camille, Pauline y Carine. Con ellas seguí para Posadas y visitamos Encarnación. Como queríamos viajar a Buenos Aires barato, estuvimos averiguando bastante. Fuimos de tugurio en tugurio como buscando drogas, preguntando por cosas como Chuchi o el cordobés, hasta que dimos con Luis Córdoba, que organiza tours de compras a la salada y que nos vendió pasajes de ida por 300 pesos.Y acá estoy otra vez en Buenos aires.

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Aiquile y Samaipata (Bolivia), y Filadelfia (Paraguay)

8 de agosto

Fuimos a Cochabamba y Ramiro se volvió para Argentina. Después con Mario pasamos por Aiquile donde él se compró un charango.

compra de charango en Comunpamapa (Medium)
Imagen totalmente explícita.
DSC03643 (Large) (Medium)
La hija nos explicó como se tocaba.

Unos días después fuimos a Samaipata y, como la entrada a las ruinas nos pareció que tenía precio para gringo, nos colamos saltando algunos alambres de púa.

tractor con cara (Medium)
Lo logramos a pesar del transformer que cuidaba el camino.
el fuerte de Samaipata (Medium)
Los indios se la pasaban limando.

Después fuimos al Parque Nacional Amboró, averiguando por nuestra cuenta. No había nadie. Tampoco vimos a los osos andinos que dicen que andan por ahí. Acampamos en el bosque de los helechos gigantes.

Bosque de los helechos gigantes de Samaipata (Medium)
Acá es dónde tengo que repetir el chiste de «lo importante es helecho».

Al día siguiente caminamos por un sendero en la selva, que habíamos visto en un mapa. Lo tuvimos que reabrir a machete; se notaba que hacía tiempo que nadie pasaba y ya estaba bastante cerrado y difícil de seguir. Fuimos adivinando un poco y siguiendo viejas marcas de machetazos. Cuando perdíamos el rastro, Mario se desviaba a la izquierda y yo a la derecha, apartando plantas hasta que alguno reencontraba la picada y pegaba un grito. Fuimos dejando señales para volver por el mismo lugar si era necesario. Pero no, después de dos horas logramos dar toda la vuelta.

Al día siguiente continuamos a Santa Cruz de la Sierra. De ahí Mario se volvió a Argentina y yo seguí hacia Paraguay. Fue un viaje duro, con calor y tragando polvo. En el control de aduana paraguayo volaba muchísima tierra. Estábamos en el medio del chaco. Eso solamente lo sabía por los mapas, porque a nuestro alrededor no se veía nada, solo polvo. Cuando pusieron nuestras mochilas en el suelo, trajeron un perro para olfatearlas. De tanta tierra que volaba, yo apenas podía ver al policía que me interrogaba, y casi nada al perro, que vaya a saber que cosa lejana estaría oliendo en esa tormenta de polvo. Al policía tampoco lo podía escuchar bien. Lo que más escuchaba era el ruido del viento en mis orejas y el crujir de la tierra en mis dientes.

Más tarde en el bus, pedí que me bajen en el cruce a Filadelfia, y tuve que hacer a dedo los quince kilómetros que me faltaban por la ruta de entrada.

Había leído que el chaco paraguayo ocupa la mitad de todo el país y que Filadelfia es una colonia menonita y prácticamente el único pueblo en toda la región. Ahí vi que la mayoría de los pobladores son rubios de ojos celestes. En general, los rubios hablan un alemán raro y los morenos un español raro. Yo tenía curiosidad por conocer estos menonitas, después de haber visto a los de Belice; pero en este caso me pareció que no tenían nada que ver. Después una señora enorme y rubia, que cuidaba un museo, me explicó. Me contó que ella también conoció a los menonitas de Belice y que son dos ramas diferentes que se separaron desde el principio: los que se fueron abriendo al mundo y los que se fueron cerrando. Ella se reía de sus pares de Belice, que seguían viajando en carros tirados a caballo (acá en Filadelfia lo más común son las camionetas 4×4 blancas con vidrios polarizados).

Filadelfia, Paraguay
¿El rombo significará rotonda en alemán?

Entonces estuve ahí paseando por lugares que de a ratos me parecían Europa y de a ratos no. Y por calles anchísimas, llenas de sol y con sus mazanas de 400 por 200 metros. «Ahí, a cuatro cuadras» me dijeron en un momento y tuve que caminar un kilómetro y medio sin que me hayan faltado a la verdad.

banco atado
Estatua que simboliza la relación entre Sudamérica y Europa, un palo borracho encadenado a un banco europeo.
como ir a Filadelfia, Paraguay

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Río Ichoa (Territorio Indígena Isiboro-Secure, TIPNIS, Bolivia)

26 de julio de 2013

Básicamente teníamos tres opciones: volver por nuestros pasos para encontrar la senda a Carmen, investigar más el arroyo a ver si daba a San Antonio, o seguir río abajo por el Moleto para ver si encontrábamos San Antonio por ahí o llegábamos al Ichoa. Desde el Ichoa podíamos subir hasta Carmen o bajar hasta alguna otra comunidad, pero era probable que ese camino fuera larguísimo. De todos modos, elegimos seguir bajando porque era la única opción que estábamos seguros que daba a algún lado. Pero no, cuando estábamos saliendo, unos niños aparecieron por el arroyito y, a los gritos de costa a costa, les preguntamos por la comunidad más cercana. Nos dijeron que era San Antonio y que era por el arroyo.

Entonces fuimos por ahí, pero tampoco fue tan fácil, la comunidad no estaba pegada al arroyo.

buscando San Antonio (Medium)
Buscando San Antonio.

 

sendero (Medium)
Seguimos buscando San Antonio

Aunque buscando y siguiendo huellas, la encontramos.

San Antonio TIPNIS (Medium)
Encontramos San Antonio.

San Antonio era más dispersa que San José: entramos de a poco, pasando por delante de algunas chozas, subiendo y bajando lomas y atravesando arbustos. Todos nos miraban con curiosidad y sobre todo los niños, que algunos bajaron sus arcos y flechas para mirarnos embobados.

niños con arcos y flechas (Medium)
Otros no los bajaron.

Encontramos a Agustín, que nos dijo dónde acampar y nos buscó alguien que nos pudiera cocinar. Nuestro cocinero iba a ser Leo Dan. Sí, se llamaba así y parecía un pibe inteligente. Por la noche, cuando ya habíamos entrado en confiaza, Leo Dan nos contó que, a diferencia de San José, ahí no hablaban moxeño sino yuracaré. Le pregunté por las hojas de coca y me dijo que los originarios no tienen permitido plantarla, pero plantan muy poquito a escondidas. Ahí entendí por qué el día anterior Silvio me pedía coca en lugar de ofrecerme. Si sabía, hubiera traído más. También me contó que él participó de la consulta por la construcción de la carretera y que tuvo que caminar doce horas por la selva, subiendo el Isiboro, para llegar a una de las comunidades más lejanas. Le pregunté por lo «bueno y lo malo» de la carretera y me dijo que «el progreso y el avasallamiento», respectivamente.

choza del TIPNIS (Medium)
Nene dudando entre el progreso y el avasallamiento.

A la mañana siguiente estuvimos tomando chicha con tres o cuatro de la comunidad. Cuando les pregunté cómo la hacían, me dijeron que cocinaban yuca durante horas y luego la dejaban fermentar un día y medio. A eso tenía gusto, a jugo de mandioca medio podrido.

Después preguntamos si alguien nos podía hacer de guía y conseguimos que nos acompañe un tipo llamado Claudio y sus pequeños hijos, Ismael y Michael, que vinieron con sus arcos y flechas de juguete y sus rifles de verdad.

niño con arma (Medium)
Algo teníamos que comer.

 

niño idígenas yuracaré pescando con arco y flecha en el río Moleto del TIPNIS (Medium)
Y los medios justifican el fin.

Fuimos caminando hasta el río Ichoa. Ellos llevaron en una canoa nuestras mochilas.

niño yuracare apuntandome con una flecha en el río Moleto (Medium)
Todos estábamos apuntados a la excursión: yo lo apuntaba con la cámara y él me apuntaba con la flecha.

 

indios yuracare en canoa (Medium)
Mejor lo apunto de lejos.

En el camino vimos huellas de coatíes, pecaríes, tapires, ciervos, felinos y cosas así.

huellas de coati (Medium)
Aliens, por ejemplo.

Ni bien llegamos al Ichoa, Mario pescó un dorado y yo uno que le dicen doradillo (creo que es un pirapitá). Eso fue lo que cenamos, asados en una parrilla de cañas que construyó Claudio.

pesca con mosca en el Ichoa TIPNIS (Medium)
«Por si las moscas», «En boca cerrada no entran moscas» y «El pez por la boca muere»: ahora entiendo todos los refranes.

Acampamos en la Peña, otro paredón de roca junto al río.

fly fishing en el Isiboro-Secure (Medium)
Por ahí.

Esa noche hubo más peces, entre ellos un gran surubí que Claudio lo hizo charqui. Ismael y Michael me enseñaron a hacer pelea de grillos topo. Los capturaron en sus cuevas con palitos y paciencia. Después cavaron un pozo del tamaño de un puño y los metieron. Los grillos intentaban escapar, pero resbalaban hacia el centro y, de tanto chocarse, se enojaban y se despedazaban, y los chicos iban sacando los cadáveres y los knockout técnicos. Cuando quedó uno solo entero, pregunté ahora que pasaba. Me dijeron que no era problema, que traían más. Y desaparecieron en la oscuridad buscando nuevos luchadores.

A la mañana siguiente, en un momento Claudio y sus pequeños hijos salieron corriendo con los rifles, detrás del rastro de un jabalí, pero volvieron sin nada.
Ese día regresamos lentamente hasta la comunidad, y a la noche nos despedimos de todos y caminamos unas dos horas por un sendero oscuro en la selva hasta el pueblito de Ichoa. Para volver a Isinuta había un solo unimog por día y salía a las dos de la mañana.

Al partir, el camión dio unas vueltas por la comunidad, tocando bocina como para despertar a todos los que quisieran viajar, y a todos en general, y así nos fuimos, recolectando gente en el camino, en las comunidades oscuras, a puros bocinazos.

Fue una tortura. Llegamos a ser más de treinta en la parte de atrás y hacía frío. Solo encontré dos posiciones para estar parado, haciendo fuerza contra los caños en el vaivén del camión, durante cuatro horas.

El cielo estaba tan brillante que me pareció que la estrella Sirio cambiaba de colores: blanco, rojo y azul. Después Mario me dijo que le pareció lo mismo, que podía ser por el antimalárico (a veces, la mefloquina es medio alucinógena). Pero yo no estaba tomando mefloquina.

 

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Río Moleto (TIPNIS, Bolivia)

25 de julio de 2013

Al despertarme mi mano estaba un poco mejor.

picadura de avispa (Medium)
¿Avispa o botox?

Desayunamos solo unas galletas y un café, levantamos campamento y salimos a caminar bajando el río Moleto con un mapita que nos dibujó Silvio para ir hasta Carmen, una comunidad sobre el río Ichoa.

rio Moleto (Medium)
Temprano

Todavía no habíamos hecho cien metros cuando se acercó un originario.

—Buen día.
—Buen día… ¿pescando?
—Intentamos.
—¿Para dónde van?
—A Carmen.
—Vayan para San Antonio, mejor.
—¿Qué es San Antonio?
—Una comunidad.
—No había escuchado hablar de San Antonio.
—Es más tranquilo… mi hermano está a cargo de la comunidad… se llama Agustín.
—¿Y dónde queda San Antonio?
—Todo recto.
—Bueno, tal vez vayamos… ¿Cómo es su nombre?
—Paulino.

Paulino desapareció por el mismo agujero de selva que había aparecido y nosotros seguimos camino río abajo.

Fuimos tranqui, muy tranqui bajo el sol, intentando pescar en cada curva del río.

río Moleto 2 (Medium)
Tranqui.

Íbamos tan tranquilos que, cuando quisimos acordarnos, ya era bien entrada la tarde y era evidente que nos habíamos pasado de la senda a Carmen. Pero igual seguimos bajando.

No habíamos comido casi nada en todo el día. Yo había evitado el hambre a puro mascar coca, pero ya me estaba quedando sin fuerzas. Y en un momento que el río pegaba una curva contra un gran paredón de piedra rojiza invadida de selva, decidimos que estábamos perdidos.

Al costado del paredón, en la desembocadura de un arroyito, vimos que había un cayuco. Eso debía significar que por el arroyo alguien había caminado. Tal vez condujera a San Antonio, o simplemente a unos chacos, o algo así. Entonces Ramiro decidió que iba a investigar porque estaba casi seguro de que debía conducir a San Antonio. Yo seguí un poco bajando el Moleto y Mario se quedó con las mochilas.

arroyo (Medium)
Por ahí se fue Ramiro.

Al rato volvimos los dos sin noticias.

 

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Dos o tres años (TIPNIS)

24 de julio a la noche

Para entrar a las profundidades del Territorio Indígena Isiboro Secure, habíamos hecho cuatro horas en camión y la picada final en moto. Después cruzamos el río a pie y ahor a se nos hacía de noche en una comunidad indígena, donde nos recibió un originario que se presentó como el cacique corregidor Silvio, y que nos dijo que no teníamos permiso para estar en el territorio indígena. Ya casi no había luz; la cara del cacique empezaba a hacerse invisible. La situación era rara, pero yo no veía muchas más opciones que dormir ahí, o por ahí cerca.

Entonces seguimos insistiendo y al final el cacique aflojó, y hasta parecía contento.

—Pueden poner su camping ahí —dijo señalando hacia una extensión de pasto que parecía ser el centro de la comunidad.

Alrededor había casas de paja, que apenas se distinguían bajo los árboles, porque ya era casi de noche.

—¿Cree que alguien nos pueda hacer algo de comer?
—No, aquí no hay nada.
—Pero digo, una familia que tal vez quiera cocinarnos y nosotros les pagamos la comida.
—Ah… sí, alguien les podrá cocinar.
—Bueno, después le pedimos a alguien.
—Han traído su bolo, ¿no?… más tarde nos convidan —dijo, pero no entendí si nos pedía coca o nos ofrecía.

Mientras hablábamos se acercó otro tipo y nos saludó a todos. Cuando me apretó la mano, yo pegué un pequeño quejido, porque en el camión me había picado una avispa y ahora tenía media mano hinchada y me dolía. Le causó mucha gracia mi mano y lo de haberme hecho doler sin querer.

Después ellos desaparecieron en la oscuridad y nosotros armamos las carpas.

Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure (Medium)
Hogar.

Cuando terminamos, Mario y yo salimos a dar una vuelta y a preguntar quién nos podía hacer algo de comer. Como no había luz en la comunidad, al hacerse de noche todo se puso oscuro y silencioso. Habíamos llevado para cocinar pero nos parecía mejor estar con ellos y entonces nos acercamos con las linternas hasta una casa donde vimos que la familia estaba reunida alrededor de un fuego. Saludamos, nos presentamos y preguntamos si nos podían cocinar algo.

—No podemos.
—Nosotros les pagaríamos la comida.

Hablaron entre ellos en un idioma raro y nos volvieron a mirar.

—No tenemos comida… Más bien, si ustedes nos traen algo, nosotros podemos cocinarlo.

En ese momento yo no llegué a entender que no tenían absolutamente nada de comida y, como me pareció raro llevarles nuestras latas, seguimos probando con otras familias. Probamos por dos o tres casas más sin éxito, hasta que llegamos a la del cacique, donde también hablaron entre ellos en su idioma, que no se parecía en nada al quechua o al aymara, ni a nada que yo recordara haber escuchado antes. Luego el cacique dijo que las mujeres nos iban a cocinar y, al rato, una señora y una chica se pusieron a pelar verduras sobre un cuenco, en cuclillas junto al fuego.

Pasamos un buen momento con la familia, charlando, iluminados por el fuego, mientras esperábamos que se hiciera la comida. Entonces nos enteramos de muchas cosas, como que el río que habíamos cruzado no era el Ichoa sino un afluente llamado Moleto y que la comunidad se llama San José de la Angosta porque se lo puso el tipo que me hizo doler cuando me apretó la mano. Es su santo favorito, me dijeron. Lo de «Angosta» es porque el río ahí antes era angosto, pero ya no; parece que acá los ríos cambian de forma y hasta de lugar frecuentemente. Así es que el río puede alejarse de la comunidad o pasarlos por encima. También nos contaron que hablan moxeño trinitario y que no tienen horarios y que pescan y trabajan sus chacos para comer, y también que a veces trabajan en los chacos de los colonos, que con eso ganan dinero para comprar algunas cosas que no producen, como cebolla y tomate (parece ser que los colonos son los que bajaron del altiplano, los que hablan quechua o aymara y que han ido ocupando sus tierras). Me dijeron que ellos no tienen sus terrenos delimitados: cada familia hace sus chacos donde quiere. También me contaron que sus padres antes no hablaban español y que no conocían el dinero y que por eso siempre los habían estafado, les habían hecho vender las tierras por nada.

Les pregunté por el conflicto de la ruta (yo recordaba que hace dos años hubo movilizaciones hasta La Paz, en protesta porque el gobierno empezó a construir una carretera desde Villa Tunari hasta San Ignacio de Moxos, que iba a pasar por el medio del TIPNIS, para conectar la zona de Cochabamba con el Beni y el Amazonas; pensaba que el proyecto estaba suspendido, pero habíamos visto que, cerca de Villa Tunari, las máquinas parecían estar trabajando). Entonces me dijeron que ya arreglaron, que se hizo una consulta en todas las comunidades y que la mayoría votó a favor de la carretera. El gobierno, a cambio de la buena predisposición, les va a dar planes de vivienda. Me dijeron que quieren vivir en casas de material, que no están acostumbrados a vivir en casas de material pero que quieren. En un año ya van a estar las primeras viviendas.

Esa noche en la carpa, tardé un poco en dormirme pensando en lo que se va a convertir ese lugar con la carretera dentro de dos o tres años. Supongo que pasará de ser un grupo de chozas de paja en la selva y junto a un río verde, a ser un pueblito pegado a un tramo de ruta, bordeado de algunos puestos multirubro con mercadería en pilas apoyadas sobre el suelo y con toldos de lona azul y paredes pintadas con publicidad de telefonía celular.

También traté de imaginar qué pesarían sobre el tema de la carretera los más viejos de la comunidad, esos que los padres no le enseñaron nada sobre el dinero.

Intentaré venir a visitarlos dentro de dos o tres años.

(Cuando me acosté, mi mano estaba totalmente hinchada, parecía una empanada, los nudillos estaban para adentro y la hinchazón llegaba hasta el brazo)

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Hojas de coca (Cochabamba, Villa Tunari, Eterazama, Isinuta, Isiboro, Ichoa y San José de la Angosta)

24 de julio de 2013

En el río Isiboro habíamos acampado en un chaco de coca abierto en el medio de la selva, alejado de la picada. Se accedía cruzando un arroyito y pasando entre las plantas.

cultivo ilegal de coca (Medium)
Cultivo de coca.

 

campamento cocalero (Medium)
El techo venía bien.

Al día siguiente, como ya conté, volvimos en canoa. No seguimos hacia arriba porque, según Rosendo, ya estábamos cerca de una comunidad de originarios. Andrés se los había cruzado cerca de Isiboro y le habían preguntado si teníamos «orden». Si intentábamos subir sin orden de la Alcaldía íbamos a perder todas nuestras cosas. Andrés les preguntó quién nos las iba a quitar y los originarios respondieron que ellos. Ya estábamos avisados.

bajando el Isiboro (Medium)
Volviendo.

La noche siguiente acampamos río abajo en el Jordán, después de la confluencia del Isiboro con el Isinuta y el Bolivar. Ahí la zona ya era más chaco que montaña. A la noche vimos pasar botecitos a motor y Mauricio nos dijo que llevaban cosas para las cocinas de cocaína. Mucho más abajo tampoco convenía ir porque ya varios nos habían dicho que era zona de narcos.

La siguiente noche fue de vuelta en Villa Tunari. Leonardo y Andrés se levantaron bien temprano para volver a Argentina. Nos despedimos de ellos y con Mario seguimos viaje hacia Cochabamba para encontrarnos con otro amigo,  Ramiro. Pero no salió bien. Nos desentendimos y, mientras nosotros viajábamos hacia Cochabamba, él hacía el camino contrario. Entonces dormimos en Cocha y a la mañana siguiente, antes de volver para Villa Tunari, aprovechamos para ir a cortar unos San Pedros que yo había visto el año pasado desde el teleférico.

Trichocereus pachanoi (Medium)
Directo a la corteza prefrontal.

En el camino de vuelta a Tunari se largó a llover y cuando llegamos hacía un frío increíble. Dos días atrás estábamos más o menos a treinta grados y ahora estábamos abrigándonos con todo lo que teníamos y largando vapor por la boca. Después fueron tres días de lluvia finita y sin ver el sol (en la supuesta temporada seca). Tres días fríos y húmedos como un invierno porteño pero en la selva.

Una de las noches fuimos a pescar con Marco, un local que conocimos en una ferretería. No pescamos mucho, pero caminamos bastante en la oscuridad junto al río.

—Marco, ¿qué es ese resplandor que se ve a lo lejos?
—Los militares… para reducir coca.
—¿Qué es «reducir coca»? —dije después de pensar un rato.
—Solo se puede un cato por familia.
—Ah… ¿Un cato?
—Cuarenta metros por cuarenta metros.

Con Ramiro y Mario decidimos volver al TIPNIS (Territorio indígena y parque nacional Isiboro-Secure) para intentar llegar más adentro, pero esta vez buscando el permiso de la Alcaldía. Primero fuimos en coche hasta Eterazama y nos enteramos que ni ahí ni en Isinuta había Alcaldía. Entonces Ramiro volvió a Villa Tunari a tramitar el permiso. Como iba a tardar como tres horas en ir y volver, tuve tiempo para conocer un poco ese pueblo polvoriento y para afilar el machete en la ferretería.

—No vienen muchos extranjeros por acá, ¿no? —le pregunté a la ferretera.
—No, casi ninguno.
—Pero vi muchos cartelitos de compra de dólares.
—Sí, hay bastantes.
—¿Y de dónde vienen los dólares, entonces?

La ferretera hizo una pausa y sonrió mirando hacia un costado.

—Será del narcotráfico —dijo tranquila.
—Ah, eso suena lógico —dije yo, sonriendo como un tonto.

este es mi pollo (Medium)
«Mirá, hijo, eso es un gringo»

Ramiro llegó cuando se hacía de noche y decidimos dormir ahí.
A la mañana siguiente fuimos a Isinuta, la última población antes del parque. Ahí tuvimos lo que Mario consideró como un «encuentro del tercer tipo». Al final del pueblo vimos a unas siete figuras de color verde y de estatura baja. En un momento se nos acercó uno y en su camisa pudimos leer «Guardaparques».

—Buena día —dijo el guardaparques.
—Buen día… Los estábamos buscando —dije yo.
—¿A dónde se dirigen?
—Queremos dar unas vueltas por el TIPNIS
—¿Tienen permiso?

—Sí.

—Ah…  —dijo el de verde y se le notó que pensaba un poco— Mejor deberían hablar con Nemensio Yuco Parada.

Entonces lo acompañamos hasta el grupo del resto de los guardaparques, que nos esperaban mirándonos. Cuando llegamos descargamos las mochilas sobre el camino de tierra y nos dimos las manos entre todos. Yo pensé en sacarme el bolo de coca para hablar más apropiadamente, pero vi que los siete uniformados también tenían sus cachetes inflados y así fue que charlamos con sordina.
Ahí la conversación fue larga. Nos enteramos que el permiso que teníamos no era el que nos estaban requiriendo: necesitábamos un permiso de la SERNAP que se saca en Cochabamba (y parece que es caro). También nos avisaron que, hacía unos días, seis argentinos habían intentado entrar pero los originarios los mandaron de vuelta (éramos nosotros, claro).

Finalmente, uno de los guardaparques, después de pensar un rato, dijo que entonces debíamos hablar con Nemensio Yuco Parada.

—Está bien —dijimos algo así nosotros después de escuchar al segundo tipo que nos mandaba con Nemesio, y entonces empezamos a levantar las mochilas, dispuestos a enfrentar nuestro «encuentro del tercer tipo».
—¿Dónde se encuentra Nemesio? —preguntó Mario con la mochila sobre una pierna.
—Es él —dijo otro, señalando al único guardaparque que todavía no había abierto la boca.

Ahí suspendimos el ascenso de las mochilas, que volvieron a caer sobre el polvo, y creo que todos volvimos a discutir lo que ya se había dicho. Finalmente Nemesio dijo que nos dejaban entrar y que vayamos a las comunidades indígenas de San José de la Angosta, Carmen y 3 de Mayo, que les mostremos el permiso que teníamos y que dijéramos que habíamos hablado con él, pero que no sabía hasta dónde nos iban a dejar pasar los indios, y que corríamos riesgo de que nos confisquen las mochilas. También nos dio los nombres de los comunarios de cada lugar.

Esperamos hasta el mediodía para que se llene el Unimog y partimos. Al salir éramos veinte pasajeros parados en la caja del camión, con un par de cholas sentadas sobre sacos de algo. Iban a ser cuatro horas por la selva vadeando varios ríos.

unimog (Medium)
La toma de aire está a la altura del parabrisas para vadear los ríos en temporada de lluvias.

—Más adelante hay una tranca y no están dejando pasar a nadie —nos dijo uno antes de bajarse en una comunidad de dos o tres casitas.

Pasadas un par de horas, ya solo quedábamos nosotros tres en el camión.

—¿A dónde van ustedes? —preguntó de pronto el chofer cuando quedamos solos.
—Hasta el final… a Ichoa —dije como si supiera a que me refería.

El chofer sonrió y seguimos camino cortando ríos entre lomas, selva y pastizales. Las montañas más altas siempre quedaban a la izquierda.

camino a Ichoa (Medium)
Cuatro horas.

—¡Ahí esta la tranca! —dijo Mario y se agachó.

Yo me agaché también y Ramiro ya estaba sentado: el Unimog pasó sin que nadie lo detenga.

Cuando se apagó el motor ya estábamos en la comunidad de Ichoa pero, según entendimos, lejos del río Ichoa, que era a donde queríamos ir. Preguntamos por San José de la Angosta y nos indicaron una dirección y nos dijeron que eran unos treinta minutos caminado. Y, sorprendentemente, había mototaxis. Fuimos en moto porque el sol ya estaba cayendo y queríamos llegar de día. Y así ahora nos tocó ir en dos ruedas, vadeando riachos por la selva.

Sin mojarnos los pies.

Nos dejaron donde terminaba el camino, en un río que supusimos que era el Ichoa.

—¿Dónde es San José?
—Del otro lado —dijeron los de las motos y se fueron.

El río parecía sacado de un documental sobre algún lugar escondido en el continente africano. El sol ya estaba detrás de los árboles. Nos sacamos las botas y cruzamos lentamente, sin poder ver demasiado las piedras, que lastimaban los dedos bajo el agua.

cruzando el río Moleto (Medium)
Mojándonos los pies.

En la comunidad nos recibió el cacique corregidor Silvio y nos dijo que sin orden de la SERNAP no podíamos estar.

como ir a Ichoa (Medium)
La línea punteada de arriba es un límite departamental aún no definido.

 

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Bolivia y Paraguay 2013

19 de julio de 2013

Me fui a Bolivia con Andrés, Leonardo y Mario. Nos fuimos en el coche de Leonardo. Pero antes, uno o dos meses antes, pesqué unas chanchitas (Australoheros facetus) y unos sietecolores (Gymnogeophagus meridionalis). Eran los únicos cíclidos autóctonos que podía conseguir en Buenos Aires: nuestro contacto boliviano es acuarista y me había preguntado si le podía llevar algún cíclido argentino.

Los pesqué con Andrés, los cuidé, los desparasité, los alimenté y, un día antes de salir, los puse en una bolsa con poca agua e inflada al máximo con oxígeno para que aguanten. Envolví la bolsa en papel de diario para que vayan a oscuras, durmiendo, y todo dentro de una bolsa estanca por si se pinchaba la primera.

En Argentina dormimos en Santiago del Estero y en Salta. La primera noche en Bolivia paramos en Villamontes, no muy lejos de la frontera, y la segunda en Portechuelo, unos kilómetros pasando Santa Cruz.

Circulacion obligatoria (Medium)
Obligaciones.

En cada parada controlé los peces para ver si estaban bien y para chequear el ritmo de respiración. Si se les empezaba a acabar el oxígeno, iba a tener que abrir la bolsa y hacerle cambios de agua de forma periódica. Pero no fue así. Los peces aguantaron seis días sin problemas; solo debían estar un poco hambrientos.

En Villa Tunari acampamos en el Hostal Mirador, que es muy recomendable, tiene de todo: habitaciones (desde 47 bs. por persona), camping, piscina, cocina, un gran jardín selvático, un orquidiario, mesas de pool, ping-pong, metegol y vistas increíbles al río y las montañas, por lejos las mejores del pueblo. Si dicen que van de parte de «Parte de existencia» o de Julián y Vanesa, les hacen descuento.

Luego nos encontramos con Mauricio y Maira, nuestros contactos bolivianos. Con ellos seguimos unos cincuenta kilómetros por camino empedrado hasta San Gabriel. Ahí dormimos en la casa de Don Benito, un amigo de Mauricio.

A al día siguiente dejamos los peces en una palangana, con un poquito de arroz para que coman y bien tapados para protegerlos de los patos que andaban por ahí, y nos fuimos a Isinuta, donde el camino empedrado termina en el agua. Después compramos un machete y subimos a una camioneta adaptada con ruedas grandes para vadear los cursos de agua. Nos dejaron en el río Isiboro. Yo lo crucé nadando y fui a hablar con la gente del pequeño pueblo que había del otro lado, un caserío que llaman con el mismo nombre del río. Fui para intentar conseguir una canoa pero no logré nada, no se mostraron muy amigos.

Después cruzó Mauricio y Maira y todo fue más fácil. Ellos conocían a Rosendo, un tipo que vive ahí y que su hija había sido alumna de Mauricio. Rosendo aceptó hacer de guía y con él caminamos por la selva durante algunas horas, siguiendo el río. En un momento, Mario se dio cuenta de que había perdido un borseguí que llevaba colgado y se volvió a buscarlo. Nosotros repartimos el peso de su mochila y seguimos. Pero un rato después, Mario nos alcanzó sin haber encontrado su borsego.

Acampamos en una plantación de coca, un chaco escondido en el medio de la selva y fuimos a pescar. El río parecía sacado de la película La Playa. Era un cañón con paredes llenas de vegetación. El agua era verde cristalina, con playas de arena blanca o de piedras.

rio Isiboro (Medium)
Río Isiboro.
isiboro (Medium)
DiCaprio flashando el verde.

Esa noche comimos sábalos y bogas que cocinamos envueltos en hojas de plátanos.

sabalos y bogas receta (Medium)
Cena.

Rosendo se fue esa noche y volvió a buscarnos a la mañana siguiente, remontando un cayuco por el río.

Julián de Almeida (Medium)
Bajando.

Como no cabíamos todos en la canoa, fuimos turnándonos y caminando por el agua (y por las playas cuando se podía).

pescando con mosca en el rio Isiboro (Medium)
Lentamente.

Al llegar de vuelta al poblado, nos quedamos esperando un transporte y, mientras esperábamos, Mario se fue por la picada un rato, a buscar su borsego. Lo encontró. Después llegó un Unimog que nos devolvió a Isinuta.

Cuando llegamos a San Gabriel, los peces que yo le había traído a Mauricio habían servido para baldear el patio.