Viajamos a Túcume en busca del chamán Orlando Vera, hijo del conocido maestro Santos Vera. Queríamos vivir una experiencia de ceremonia tradicional de San Pedro, de esas que se han ido heredando de padre a hijo o de maestro a discípulo desde siempre, desde los antiguos.
Túcume queda a unos treinta kilómetros al norte de Chiclayo, junto a un sitio arqueológico formado por edificios piramidales construidos en adobe por la cultura sicán o lambayeque hace unos mil años. El pueblo nuevo es amarillento, caluroso y de casas bajas, muchas de ellas coronadas de hierros de construcción, aunque esto último es característico de todo el Perú, los hierros de obras erizados sobre los techos esperando un piso más. Perú es un país de hogares sin terminar.
El centro de sanación de Orlando Vera queda en las afueras de Túcume, un poco más allá de las antiguas pirámides. Ahí fue la ceremonia, por la noche, al aire libre, con luna llena. Éramos más de diez y menos de veinte.
Antes de comenzar, en privado, Orlando nos explicó que, si bien siempre había trabajado con San Pedro, ahora usaba más la ayahuasca. Nos dijo que de esa forma la cura es más rápida que con los cactus.
Todos los pacientes tomaron ayahuasca menos nosotros dos que pedimos específicamente que nos dieran San Pedro, wuachuma, el cactus visionario de los Andes. Entonces uno de los dos ayudantes del chamán nos sirvió un vaso de líquido casi cristalino, no muy concentrado.
Media hora después una de las pacientes empezó a sentirse mal, realmente mal, creía que iba a morir. Orlando, en ese momento y luego en otras varias oportunidades, la hizo callar explicándole que ya se le pasaría, que la ayahuasca era así.
La ceremonia empezó con cantos frente a una mesa tradicional de espadas, santos, perfumes, caracoles y esas cosas. Los cantos eran en castellano y mencionaban a Jesusito y Diosito repetidas veces.
En la oscuridad la luna llena iluminaba fuerte, las sombras eran nítidas, cortantes. Los rezos emitían asperezas de maracas y soplidos. Finalizado uno de los cantos, Orlando y su maraca hicieron silencio, el aire quedó expectante por unos segundos y a continuación se escuchó el chirrido de un pájaro desde un árbol en las sombras. Entonces uno de los ayudantes del chamán dio cinco pasos al frente, se agachó, volvió a levantarse, revoleó una piedra hacia las ramas oscuras y el pájaro no volvió a interrumpir.
Pasados algunos rezos y más cantos Orlando comenzó a llevarse de a uno a los pacientes cuatro o cinco pasos más allá para frotarles espadas de metal y de madera por todo el cuerpo y luego consultarles en privado por sus dolencias en particular. Cuando llegó nuestro turno el chamán comprendió que con Vane estábamos en una frecuencia muy diferente a la del resto de los pacientes, un poco por haber tomado San Pedro en lugar de ayahuasca, pero sobre todo porque, a diferencia de los demás, no habíamos ido a curarnos de nada o, mejor dicho, no habíamos llegado a él arrastrados por el temor de ninguna dolencia en particular. Entonces nos sugirió que si queríamos podíamos irnos. Respondimos que sí y uno de los ayudantes nos llevó hasta el pueblo en motocar.
Pasamos el resto de la noche diciendo pavadas en la habitación del hotel, conectándonos con el humor, que tan difícil nos resulta contenerlo en las ceremonias.
Ahora seguimos hacia el norte, hacia Huancabamba, el pueblo de mayor tradición chamánica del Perú. Queda en las montañas, cerca de la frontera con Ecuador.