15 de diciembre
Cuando salió el sol, algunos empezaron a hacer yoga sobre las bolsas de dormir y otros se fueron a cagar a los pastos. Unos 30 metros de pasto separaban al polideportivo del lago de Petén Itzá: la zona se convirtió en un campo minado. Hay que tener en cuenta que los hippies son vegetarianos y van al baño al menos una vez por día, y sobre todo en las mañanas. Más tarde, ya cada uno estaba haciendo alguna actividad y había varios haciendo yoga y meditando, mirando hacia el lago y las montañas, en los pastos aledaños al campo minado. En el pueblo no había mucha gente dando vueltas, pero justo entre los que hacían yoga, había unos cuantos tipos cortando el pasto a machetazos.
En ese momento, me la encontré otra vez a Eugenia y nos quedamos un rato mirando el espectáculo de los sablazos afilados entre los lentos movimientos del yoga y de la meditación.
—Tengo que fumar menos marihuana… cuando los vi, pensé que estaban bailando… —me dijo de pronto Eugenia.
— ¿Te referís a los que están trabajando o a los otros?
—A los morenos de los machetazos.
—Sí que en el fondo es una danza africana.
— ¿Sabés qué…? —me dijo después de pensar un rato—. Tenías razón, los hippies no me quieren.
—Yo no te dije que los hippies no te quieren.
—Pero eso entendí yo.
—Tendrías que buscarte otro grupo…
—Sí, ya me lo dijiste.
—Un día armamos un grupo y luchamos contra las corporaciones… si ganamos, te van a querer, porque a ellos tampoco les gustan las corporaciones… a pesar de que tampoco les gusta la palabra ‘lucha’… a los guerreros del arcoíris —algo así dije yo, haciéndome el irónico.
—A veces no te entiendo.
—Porque fumás mucha marihuana.
—Si no fumara te entendería menos.
—Es verdad.
Charlamos un rato más, mientras los macheteros se iban acercando lentamente a la zona minada y yo trataba de imaginar cómo iba a terminar el espectáculo; pero no lo pude ver porque llegó una furgoneta que nos podía llevar a Flores y nos fuimos con Nico. Me despedí de Eugenia y no pude encontrar a Roger para saludarlo.