Flores y San Miguel, Guatemala

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21 de diciembre

Un día llegó al hostal un francés que me cayó bien, se llamaba Toma. Estuvimos charlando un rato en el balcón y me preguntó dónde podía conseguir marihuana. Yo, que hacía 15 días que estaba en Flores y conocía a todos los hippies, no le podía faltar al dato: le dije que lo acompañaba para salir un rato y distraerme (ya era de noche y no tenía ganas de seguir trabajando). Fuimos a los puestos de los hippies y estuvimos charlando un poco hasta que Toma directamente preguntó por marihuana. Con los hippies estaba un guatemalteco llamado Lolo que se ofreció a venderle.

Lolo era muy simpático y tenía la cara chupada y los ojos saltones como si fuera un veterano de las raves. Nos invitó a subir a su cayuco para ir hasta su casa que quedaba enfrente, en San Miguel. Yo miré para un lado: la ciudad aburrida. Miré para el otro: un tronco hueco flotando en la oscuridad. Elegí el tronco.

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Antes de que oscureciera.

 

Subimos al cayuco y se bamboleaba de un lado al otro con solo mover los ojos. Lolo subió en la punta parado para ponerse a remar y nos dio un par de tablas para que nos sentemos separados de la agüita que había en el fondo. Lolo remaba y, mientras avanzábamos lentamente, yo miraba el agua que en la oscuridad se veía negra y que llegaba hasta casi el borde del cayuco en cada bamboleo. Lolo nos vio la cara y nos dijo: no tengan miedo que no se va a dar vuelta, yo acá tengo mi celular y no quiero perderlo. Supongo que nos relajamos un poco y seguimos lentamente por la oscuridad hablando de cualquier tontería.

A los cinco minutos, Lolo me pasó un trapo para que vaya escurriendo fuera del cayuco el agua que iba entrando lentamente (y no tan lentamente) por los nudos del antiguo árbol. Cuando habían pasado unos veinte minutos y no sé que estábamos charlando de las estrellas, una lancha nos pasó a unos cuantos metros y yo temí por el efecto del oleaje cuando llegara al cayuco. Nuestra canoa aguantó y la lancha paró. El motorista de la lancha —que era un tipo de pelo negro con rulos, los ojos saltones y un gesto petrificado— nos dijo algo y lo saludamos.

—¡Buenas noches! —dijo Lolo.
—¡¿Eh?!… —dijo el de rulos.
—Que hace una buena noche… muy estrellada.
—¡¿Eh?!…
—Nada, nada… todo bien, hermano.
—¡¿Eh?!…
—…
—…
—…
—Tienen huevos?
—Todo bien, hermano… tranquilo…
—¡¿Eh?!…
—Que estamos bien, no necesitamos nada… estamos remando tranquilos…
—¡¿Eh?!…
—…
—…

El de rulos giró la lancha y empezó a acercarse lentamente. Yo seguía escurriendo agua fuera del cayuco.

­—Soy Eddie Chepe y soy bien macho ¿quieren ser mis cuates?
—Sí, somos cuates, hermano.
— ¡Cuates las pelotas!
—Tranquilo, no tenemos ningún problema con vos.
—¡¿Eh?!… —dijo ocurrentemente Eddie Chepe y ya casi estaba al lado de nosotros.
—Tranquilo…
—¡¿Eh?!…
—…
—…
—…
— Te voy a quebrar
—…

La lancha ya había hecho contacto con el extremadamente inestable cayuco y yo ya me imaginaba en el agua. Lolo se agachó, agarró con su mano derecha la lancha y se asomó apenas para ver que había. Nosotros éramos tres con tres remos que eran unos palos muy contundentes y él era uno solo. Pensé que si se hacía tanto el valiente debía tener algo de acero debajo de su camisa o se había aspirado toda la vía láctea, o ambas cosas. Yo ya estaba extrañando la aburrida ciudad; no podía creer que estaba en el medio de un lago oscuro rodeado de esos dementes en una situación así de tensa (decidí que era el momento de dejar de escurrir agua fuera del cayuco).

—…
—…

Lolo soltó la lancha y agarró el remo con las dos manos. Toma y yo agarramos nuestros remos y todos nos mirábamos. Yo tenía mi mente en la oscuridad del agua. Si la cosa venía de armas me iba a sumergir a lo profundo y alejarme lo más que pueda buceando hasta salir por otro lado con mi última molécula de oxígeno.

—…
—…

Nadie decía nada y Eddie Chepe empezó a retroceder con su lancha sin dejar de mirarnos con su cara de piedra, sus ojos saltones y la boca entreabierta. Cuando se alejó lo suficiente, Lolo volvió a remar y dijo: “¿Solo estábamos hablando de las estrellas, no?”. Seguimos charlando del suceso hasta que bajamos del cayuco. Lo dejamos entre unos juncos y trepamos la montaña con Lolo.

La casa tenía cuatro paredes, una ventana, una puerta, una mini cocinita y una reposera que supongo que vendría a ser la cama. Nos quedamos charlando un rato ahí y volvimos a bajar la montaña. Para volver a Flores conseguimos una lancha que nos lleve. En el trayecto fuimos charlando. Toma le había comprado 20 dólares de ganja y le preguntó de dónde venía. Lolo dijo que la traían de Melchor. Yo le dije: qué loco, ¿viene de Belice? (Melchor es la frontera con Belice y me sonaba muy raro que viniera de ahí). Me dijo que no, que se plantaba en la frontera. Según Lolo: el reclamo permanente que hace Guatemala sobre el territorio de Belice hace que nadie sepa lo que va a pasar y nadie se establece ni hace proyectos a largo plazo, con lo cual por ahí no hay nadie, ni la policía; solo los que van a plantar en el medio de la selva sin saber muy bien de qué lado de la frontera están. Esa noche cenamos juntos y fue la última vez que los vi.

 

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10 Comments

  1. Muy bueno el momento de tensión en la lancha (en terminos narrativos, claro)!! Me quedó un poquito abrupto el final, ¿algún detalle de aquella cena, tal vez? abrazo!

  2. sí, quedó raro el final. Y lo de cena es un decir: comimos algo picante al paso en un barsucho. Lolo nos contó cosas de cuando estuvo en el ejercito y Toma de cuando trabajó en una plantación de marihuana legal en California

  3. 20 dólares parece mucho para ganja, no? En realidad fueron 10 dólares por bastante y otros 10 dólares de regalo no sé por qué. Por lo demás se agradece 🙂

  4. buen tramo de misterio! las moléculas de oxígeno hay que dejarlas siempre para el final 😉

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