13 de diciembre
Pasó la última furgoneta hacia Cobán y como estaba llena nos subimos al techo, donde ya había dos personas. Nos acomodamos como pudimos, tratando de recostarnos entre la mercadería en el poco espacio que hay para cuatro personas y muchos bultos en el techo de una furgoneta; había un portaequipaje rectangular que hacía de barandita estratégica que sostenía todo. En un momento, me puse a charlar con uno de los viajeros del techo y, no sé por qué, me terminó contando que había vivido en Estados Unidos. Yo le pregunté qué cagada se había mandado, adivinándole que había vuelto a la fuerza. No me quiso contestar, pero después de un rato me confesó que había matado a dos mexicanos en una noche de borrachera.
El viaje era como de dos horas por ruta asfaltada y con muchas curvas. Enseguida fue anocheciendo y se fue poniendo muy frío. Yo empecé a sacar cosas de la mochila y a ponérmelas en la medida en que podía con la poca libertad de movimiento que tenía ahí arriba. Trataba de mantenerme acostado y que la ropa no se la llevara el viento.
Dormimos en Cobán en un hostal con dos amigos del Rainbow que ya estaban ahí, y a la mañana siguiente nos fuimos con ellos en una furgoneta a Flores que es una isla en el lago Petén Itzá. En Flores fuimos directo al hostal Frida donde estaban muchos de nuestros amigos hippies. Cuando llegamos nos dijeron que ya no había lugar en el suelo: solo quedaban lugares en las camas. Era la primera vez que escuchaba que en un hostal ya no queda lugar en el suelo y solo están libres las camas, pero bueno, son cosas que pasan con la familia Rainbow. El suelo costaba 3 dólares y la cama, 5; por supuesto no aceptamos. Al final encontramos un hostal donde nos dieron camas por 4 dólares. Se llama El Regalito.
La ciudad estaba un poco asaltada por los hippies del Rainbow porque quedaba más o menos de paso entre el encuentro de Cobán en Guatemala y el de Palenque en México. Yo empecé a aislarme un poco de sus actividades porque tenía que trabajar con la computadora. En El Regalito estaba cómodo. La habitación era de seis camas marineras. Los hippies se renovaban todo el tiempo y yo conocía a la mayoría. Había una tele, una silla y un balcón grande. La tele no la prendía nadie, la silla estaba casi siempre ocupada por mí y por mi computadora y el piso y el balcón estaban ocupados por los hippies en diferentes actividades a las que me sumaba cuando hacía descansos del trabajo. Yo la pasaba muy bien, un poco trabajaba y un poco charlaba con las visitas itinerantes. Por supuesto que el hostal no tenía wifi, pero me la robaba del hostal de al lado que era más careta.
Una de las ruinas mayas más importantes que hay es Tikal y está a 64 kilómetros de Flores. Es uno de los puntos más turísticos de Centroamérica y la entrada no es barata para el estándar de Guatemala. Con Nico y un par más estuvimos averiguando cómo se podía entrar gratis. Después de unos días de dudas, decidimos que lo mejor tal vez era ir hasta Uaxactum y caminar hasta Tikal para colarnos por la selva. Uaxactum son otras ruinas mayas, mucho más pequeñas y están al final del camino que pasa por Tikal. Hay 20 kilómetros entre ambas.
Salimos una mañana y nos tomamos un bus en Flores que iba hasta Uaxactum. Éramos Nico, cinco hippies y yo. En la entrada al parque nacional de Tikal nos pararon para cobrarnos el ticket y les dijimos que íbamos a Uaxactum (la entrada a Uaxactum es muy barata). Un poco después pasamos por las ruinas de Tikal y le preguntamos al chofer del bus si nos podía dejar por ahí. Se lo preguntamos sin ninguna esperanza de que nos dijera que sí, y nos dijo que no. La policía no se lo permitía y no quería tener problemas. Seguimos el camino mirando por la ventanilla reconociendo el lugar y fijándonos si había caminitos por la selva.
Finalmente llegamos a Uaxactum. El pueblo son unas pocas casas construidas alrededor de una vieja pista para avionetas y todo ubicado en el medio de las ruinas mayas. Cuando llegamos preguntamos un poco, caminamos entre los árboles y salimos a unos templos. Ya era el atardecer y estuvimos solos dando vueltas por las ruinas. Nos hicimos unos sánguches y dormimos cada uno en el lugar que más le gustó. Yo me elegí un templo sobre una montañita y dormí hasta el amanecer.
A la mañana siguiente vimos monos araña, fuimos a otras ruinas y vimos más monos. También vimos una cueva en el piso y claro: nos metimos.
Después estuve charlando con Nico y estuvimos de acuerdo en que los 20 kilómetros que teníamos que caminar hasta Tikal no estaban buenos. 20 kilometros por la selva no suena mal, pero el camino a la ida —que era una ruta de tierra casi recta— nos había parecido un poco aburrido para hacerlo caminando. Les propusimos a los demás buscar alguien en el pueblo que nos lleve y estuvieron de acuerdo. Preguntamos y una camioneta iba a ir a Tikal a buscar no sé qué cosa y nos podía llevar por unos pesos. Subieron todos los hippies en la caja y Nico me dijo: — ¿por qué no vas adelante? —y le entendí perfectamente que me estaba pidiendo que convenza al chofer de bajarnos un poco antes de Tikal. Me costó casi los 20 kilómetros en convencerlo. Primero charlamos de cualquier cosa, después fui entrando en el tema y finalmente fui explícito. Me dijo que no podía, que me iba a mostrar cuál era el camino que llevaba al templo 4, pero que no nos iba a bajar ahí, que los policías le podían hacer problemas. Intercambiamos diferentes ideas y opiniones y finalmente le dije que hagamos esto: parábamos para hacer pis y nosotros nos rehusábamos a volver a subir a pesar de sus advertencias. Se rió y dijo: no puedo, no puedo. Cuando llegamos al caminito frenó y dijo: acá es, pero bajen rápido. Yo bajé y les dije a los hippies: — ¡Rápido, rápido, bajen! —todos saltaron y nos metimos a las apuradas en la selva. Una de las hippies era una rubia casi albina que iba con un aro de hula hula; después de 50 metros nos paró y dijo: — ¿hey, por qué corremos? ¿No vamos a pagar? —y nos morimos de la risa. Era yankee y como no hablaba bien el español no se había enterado de nada. No le hacía gracia colarse, pobre; pero ¡qué risa me daba!
Tikal está muy bien; son ruinas en el medio de la selva y tiene cinco templos muy altos. El más alto es de 70 metros y desde arriba se pueden ver los otros cuatro que emergen muy por encima del manto que forman las copas de los árboles. El lugar es para caminar todo el día. A la tarde nos encontramos con muchos otros hippies del Rainbow. ¡Muchos! Era un día especial de ceremonias mayas y la caravana de bicis de los hippies y muchos otros habían decidido ir todos juntos. Se escuchaban muchos OOMMMMMM por varios lados. También lo volví a encontrar a Roger.
Los hippies eran muchos y habían entrado gratis de una forma que ya habíamos barajado entre las posibilidades, solo que el problema que teníamos nosotros era que no éramos muchos. Los hippies eran como cien y entraron cantando canciones de amor y paz. Un amigo me dijo que un policía lo intentó parar poniéndole una mano en el pecho y él lo abrazó tiernamente. No sé si en algún momento los de seguridad habrán pensado que podrían cobrarles entrada a 100 hippies.
Nuestra intención era quedarnos a dormir en las ruinas, algo que tampoco está permitido, pero si uno se esconde en la selva o en lo alto de algún templo antes del atardecer, nadie se entera. De todos modos fuimos desistiendo porque se había largado a llover y porque la llegada de 100 hippies había atraído otros tantos policías antidisturbios un par de horas después. La situación era rara: lluvia, selva, enormes ruinas mayas, muchos hippies y muchos antidisturbios. En un momento mientras nos retirábamos pasamos por la parte más central del parque y la encontré a Eugenia. Estaba bailando bajo la lluvia en el centro de la plaza. A un costado había varios hippies mirándola desde debajo de un techito y en otro costado había varios policías mirándola detrás de sus escudos translúcidos. Con Nico y Roger seguimos nuestro camino hacia afuera. Estaba lloviendo cada vez más fuerte, estaba oscureciendo y estaban cerrando el parque. Yo no vi como siguió la cosa en la plaza, pero un amigo me contó que los policías cerraron fila y empezaron a avanzar lentamente. Los hippies empezaron a retroceder hacia el lado de la salida y Eugenia empezó a bailar más frenéticamente (aparentemente encendida por la situación). Cuando los policías estaban por llegar a Eugenia, un hippie corajudo fue corriendo hacia ella y le dijo: ¿te vienes con nosotros o te quedas con ellos? Eugenia pareció despertar y se fue con los hippies (todo esto según me contó mi amigo). Yo, más o menos para ese entonces estaría a medio camino de la salida que quedaba un poco lejos. La lluvia se puso muy fuerte; cada vez estaba más oscuro y todo se veía gris. Yo caminaba chapoteando en el barro debajo de mi gran plástico transparente que casi siempre llevo en la mochila para estas situaciones. Iba con Roger que tenía un pilotín y con Nico que había decidido empaparse sin mayores preocupaciones. En un momento, unos cuatro o cinco hippies se vinieron a meter debajo de mi plástico. A mí me agradaba la situación y compartir con ellos mi protección y me puse a cantar: “Gracias por el plaaaaaastico… Gracias por el plaaaaastico… Nos guuusta, nos aaaama, nos daaaa felicidaaaaaad ♫”: los espanté a todos.
Ya no llovía cuando llegué a la entrada, que en realidad no es la entrada sino el centro del parque y el centro administrativo de las ruinas, donde hay oficinas, restaurante, camping, hotel y alguna cosa más. El parque es muy grande: la entrada real está a kilómetros de ahí y son simplemente unas oficinas y una barrera en la ruta. Tanto las ruinas como los límites del parque están en el medio de la selva. Cuestión que llegue a ese centrito y me fui reuniendo con todos los hippies en los alrededores de un restaurante que era donde habían dejado las bicis y todas sus cosas. Ya era de noche y la gente estaba charlando, riendo y decidiendo donde iban a acampar cuando de pronto llegó la policía. Había como 20 camionetas patrulla, no sé cuantos policías con escudos, bastones y armas largas, y un montón de hippies que reían y charlaban a su bola. Yo me acerqué a la policía a ver cómo venía la mano y me enteré que nos daban cinco minutos para desalojar e irnos.
Fui a hablar con algunos y les dije que la policía nos daba cinco minutos, pero a nadie parecía importarle mucho. Les dije que cuando la policía dice cinco minutos suele ocurrir una de las siguientes dos cosas: o que el tiempo se prolongue o que empiecen los balazos de goma —me miraban con cara rara—. Yo me hubiera quedado ahí a defender algo a piedrazos, pero no había nada que defender. Supongo que nuestras visiones de la situación diferían mucho por lo disímil de nuestras vivencias pasadas. Pero es verdad que la cosa estaba rara: ¿qué se suponía que teníamos que hacer? ¿Caminar kilómetros hasta quién sabe dónde? ¿Nos iban a acompañar para asegurarse de que nos fuéramos? La verdad es que me despreocupé un poco: si empezaban los palazos iba a ser divertido y había mucha selva por delante.
Finalmente un grupo de hippies prácticos fueron a negociar con la policía y de pronto apareció un camión para las bicicletas y empezaron a subirlas. El camión era grande pero no entraron todas. Las restantes las subieron a las camionetas, y nosotros también empezamos a subir con las bicicletas. La situación en la oscuridad era un poco caótica, pero después de un buen rato ya estábamos casi todos en los vehículos y empezaban a arrancar de a poco. Yo no tenía muy claro a dónde nos estaban llevando. Se suponía que nos llevaban a afuera del parque. Un hippie decía que ahí había un restaurante, pero yo no recordaba haber visto nada, solo selva. Podíamos dormir en cualquier lado pero el tema de la lluvia era muy impredecible. Cuestión que ahí iba yo, sin saber a dónde, con la familia arcoíris en una caravana larga de luces rojas, blancas y azules en el medio de la oscuridad de la selva. Un poco sí que parecía un arcoíris.
No sé dónde se tomaban las decisiones, pero después de parar un rato en la entrada del parque, volvimos a arrancar y nos terminaron llevando hasta El Remate, que es el primer pueblo en la ruta, a unos 30 kilómetros de Tikal. Ahí ya había un lugar donde comprar un poco de comida y el grupo de hippies prácticos negoció con el alcalde del pueblo para que nos abran el polideportivo para dormir. Nos dijeron que no había luz ni baños, pero el dato a los hippies les debió haber parecido como un chiste. Nico logró colgar su hamaca entre una reja y un tablero de básquet. El resto dormimos en el piso; la mayoría teníamos bolsas de dormir.
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5 Comments
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Awesome! qué bueno debe haber estado esto!
Definitivamente me divierten mas los jipis que las cuevas oscuras
Sois unos jipiiiiiis, siempre fue asiiiiii
tikal está en el oro de los incas, de elige tu propia aventura. bien por los jipis prácticos! (pd. la prueba de captcha del blog es una patada en el cuuu!!!!!)
pos parece que el autor se eligió su propia aventura porque entre los incas y Tikal hay bastantes kilómetros. Bien por los jipis prácticos!