En una oscura oficina de un segundo o tercer piso de algún edificio de La Paz, conseguimos un mapa (muy básico) para caminar hasta Coroico por las montañas.
Compramos arroz, fideos, galletas y algunas verduras y viajamos desde el barrio de Villa Fátima hasta La Cumbre en la caja de un camión de pasajeros.
Cuando bajamos nos abrigamos con todo lo que teníamos: caminábamos entre parches de nieve.
Según lo que entendimos con el mapa, teníamos que ir hacia el noroeste. Era cuesta arriba. Subimos a la velocidad que pudimos con las mochilas pesadas. Lento, parando, con la sangre latiendo en los oídos. Nos desabrigamos todo lo que nos habíamos abrigado.
Después sería todo en bajada, hacia el noreste en un principio. Las primeras horas estuvimos dentro de una nube; primero entre crestas áridas, después sin nieve y con pastos cortos y oscuros, algunas pequeñas flores salvajes, todo entre la neblina. También aparecieron basamentos de ruinas incaicas, apachetas, tambos, corrales de piedra, arroyos helados. Íbamos pisando el empedrado de un antiguo camino preincaico.
El camino era fantasmal, daba un poco de miedo y un poco de ganas de ir al baño; aunque yo las ganas las traía hacía días y seguía sin poder liberarlas.
Sobre el final del día, el cansancio y el hambre empezaron a afectar la sensatez de nuestros jóvenes cerebros. Básicamente: Pablo quiso parar y acampar (el lugar estaba muy bueno y ya era hora de pensar en la comida), Mariano quería seguir (a Mariano lo conozco desde chico y siempre quiere seguir, es un constante autodesafío), y Andrés y yo intentábamos terciar en el conflicto. Pablo se iba rezagando y haciendo amagues de parar y Mariano se adelantaba y caminaba firme como una mula. A mí básicamente me daba lo mismo, solo prefería que no hubiera conflicto, pero Andrés tomó una posición más activa y se puso a conversar con Pablo. Creo que nos faltaba glucosa en la sangre porque, sin demasiados argumentos, el conflicto pasó de Mariano y Pablo a Andrés y Pablo.
–Sé que después me cagás a trompadas, pero yo te meto una piña igual –llegó a decir Andrés en su particular estado donde pierde la capacidad de actuar convenientemente.
Pablo puso cara de póker.
Un poco funcionó: finalmente a Mariano le pareció que el lugar era mejor para acampar que para boxear.