Little Belize, Belice

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26 de diciembre

 

Me desperté a media mañana, desayuné y se me ocurrió ir a visitar a los menonitas. El camino que había hecho para llegar a Sarteneja desde Orange Walk había sido dos horas en camioneta por ruta de tierra y solo habíamos pasado por dos comunidades. Entre las dos, en mitad de la nada, nos habíamos cruzado a cuatro tipos caminando con enteritos azul oscuro casi negros, camisas blancas y sombreros de vaquero. El hindú me dijo que esos eran menonitas y que vivían por ahí en un un pueblito llamado Little Belize. Parece que los menonitas son un grupo cristiano anabaptista similar a los Amish. No aceptan casi ninguna tecnología y se relacionan muy poco con el mundo exterior: básicamente para comerciar lo que cultivan.

Le dije a la chica del camping que me llevaba una de las bicicletas que tenían ahí y que me iba a visitar a los menonitas. Me dijo que no, que hay 25 millas hasta Little Belice, que no daba para hacerlo en bicicleta y menos en esa bicicleta. Yo miré la bicicleta oxidada, hice un cálculo rápido de millas a kilómetros que daba como 40 y pensé que sí, tenía razón, no daba. Dejé la bicicleta y pensé en hacer dedo. Caminé un par de metros y se me ocurrió una mejor idea: hacer dedo con la bicicleta. Es muy fácil hacer dedo en un camino de tierra con una bicicleta en la mano, y más en un lugar donde casi todos los vehículos que pasan son camionetas.

Me subí a la bici y empecé a pedalear. Me sentía con mucha energía. Lo malo era que ya era pasado el mediodía y el sol pegaba fuerte. Pedaleé, pedaleé, pedaleé y pedaleé y pedaleé y pedaleé. Todo era camino polvoriento y árboles que no daban sombra, el sol estaba bien arriba. Pasaban los minutos y las horas y no aparecía ninguna camioneta. La cadena oxidada chillaba en cada pedaleada. Y fueron muchas pedaleadas, varias veces pensé en volver, pero siempre encontraba una excusa para seguir un poco más. Tampoco me alentaba la idea de haber pedaleado tanto, más todo lo que tenía que hacer para volver, y no haber llegado a ningún lugar en particular. Y realmente cada vez tenía más ganas de llegar a los menonitas, alguna camioneta tenía que pasar. De pronto recordé que era navidad. Eso explicaba un poco la situación. La gente debería estar con sus familias, si alguno se movilizó debió haber sido temprano. Venía pensando en volver cuando vi un felino. No alcancé a ver qué era, tal vez un jaguarundi. Me dijeron que hay cinco especies de felinos por la zona: el jaguar, el puma, el tigrillo, el ocelote y el jaguarundi. Me quedé pensando que ir por un camino tan solitario no estaba tan mal. Lo que estaba un poco mal era que solo me había llevado una botella pequeña de agua y nada de comida. Pedaleé mucho. No hice más que pedalear, esquivar sectores del camino un poco arenosos o poceados, mirar los árboles y pensar. Cuatro horas pedaleé sin cruzarme ningún vehículo, hasta que llegué a encontrar un poco de civilización. Era Chunox, una de las dos comunidades que hay en el camino a Orange Walk. A la primera persona que encontré le pregunté dónde podía comprar algo de comer, tenía hambre y sed. Me dijeron un lugar pero estaba cerrado. Encontré a un tipo más adelante y le pregunté por otro lugar y la conversación fue algo así:

―Buenas… Disculpe la molestia… ¿no sabe dónde puedo comprar un refresco o algo de comer?
―Sí hijo, más adelante tienes una tienda… está pintada de rosa.
―Gracias… Y por las dudas… ¿usted tendría un inflador de bicicleta?
―Claro ―respondió y mandó al hijo a buscar el inflador al fondo
―Gracias…
―¿Y de dónde vienes tú?
―De Sarteneja
―…
―Y con las ruedas bajas, estoy muerto…
―¿Por qué no te quedas a comer con nosotros?
­―No, gracias, no quisiera molestarlos.
―Vamos muchacho… acompáñanos, ¡es navidad!

Yo sonreí y acepté, y así fue que comí con Normando y con su mujer Minerva. Me trajeron una coca-cola que con la sed que tenía la tomé extasiado como en las publicidades. Comimos carne con arroz y ensalada, y charlamos de varias cosas. Me dijo que era maestro de escuela y que una vez cuando era joven, un tipo le había hecho dedo y él no lo había levantado. Cuando llegó a su casa se quedó pensando en ese tipo y se arrepintió tanto que desde ese día, cuando puede ayudar a alguien, lo hace. Después me dijo que su sobrino era pescador y que les había traído langostas y me convidó con una langosta asada. Yo en cinco minutos había pasado del hambre, el cansancio y la sed a estar sentado a una mesa charlando y comiendo langosta. Sobre el final de la comida, le pregunté a Normando si tenía grasa para la cadena de la bici y sí tenía. Engrasé la bici, le inflé las ruedas y partí agradeciendo enormemente la hospitalidad de Normando y Minerva. Todavía me faltaban 8 millas hasta los menonitas.

Ahora que había bebido y comido, y había engrasado la bici e inflado las ruedas, todo era más fácil y pedaleé a buen ritmo. Aunque después de unos kilómetros el cansancio de todo el día se hizo notar; y también la dureza del asiento, que es la mala parte de inflar bien las ruedas. También había otro problema, ya era cerca de las cinco de la tarde y estaba claro que la vuelta iba a ser nocturna. Pero no me preocupaba mucho, estábamos casi en luna llena y sabía que iba a tener luna prácticamente toda la noche.

Unos kilómetros después, me crucé con una pareja de menonitas que iban en uno de los carros que usan ellos. Son carros a caballo, de madera negra y techados. Eran dos ancianos y la ropa era como la de la familia Ingalls cuando van a la iglesia. Iban por una huella que corría junto al camino por el que iba yo.

Menonitas Little Belize
Menonitas.

 

Ahora ya casi no había selva, a los costados prácticamente todo era campos sembrados. Los viejitos doblaron y se perdieron entre pastizales. Un rato después, mientras imaginaba a dónde estarían yendo, empecé a pensar que debía estar cerca y que tal vez no iba a ser fácil encontrar el pueblo menonita. Imaginaba que tenía que haber algún desvío hacia la izquierda, pero claro, no iba a haber un cartel que diga “Aquí a la izquierda estamos los menonitas que nos queremos aislar del mundo”. El camino ahora tenía un poco de lomas. Hacía rato había visto unas casas a lo lejos y ahora ya no las veía. Empecé a dudar de haberme pasado y en un momento apareció finalmente un camino a la izquierda. Me metí por ahí cuando el sol se acercaba al horizonte, cansadísimo y dudando de todo, e imaginándome pedaleando por ese camino hacia la nada y volviendo todo el camino de vuelta un poco con la sensación de fracaso. Pasé varias lomas y el esfuerzo que hacía para subir cada una, me hacía pensar que era la última y que ya me volvía. Al final el camino doblaba abruptamente hacia la izquierda rodeando un campo y parecía ir a unas casas. Un rato después me empezaron a parecer que en realidad eran galpones y ya no iba a encontrar nada. Cuando estaba llegando me volvieron a parecer casas, pero casas de otra época y no parecía haber nadie por ahí. El camino dobló a la derecha y noté que mi sombra ya estaba bastante larga.

sombra de bicicleta en Little Belize
La llegada a sombra.

 

Seguí unos metros y vi unos niños en los fondos de una casa. Entré caminando con la bicicleta en la mano y fui por un sendero rodeado de árboles hasta donde estaban los niños que me empezaron a mirar con una cara de curiosidad extrema. Todos tenían enterito negro, camisa clara a cuadritos y sombrero tipo cowboy color blanco crudo. Todas las niñas tenían una blusa de un color violeta casi negro, con flores lilas y azules, debajo de un vestidito sin mangas color negro; tenían el pelo rubio bien recogido y algunas llevaban un sombrero casi blanco con una cinta azul oscura.

Niños y niñas en Little Belize
Play station.

 

Algunos niños estaban en uno de los carros de madera negra y se bajaron y se me acercaron sin dejar de mirarme en ningún momento. Un niño estaba jugando arrastrando una especie de carretilla que la dejó caer en cuanto me vio y también quedó como hipnotizado. Claro, ya me habían contado que ellos no tienen permitido andar en bicicleta y tal vez más de uno nunca había visto a nadie que no sea de la comunidad. A una nena, que también parecía en trance, le colgaba una muñeca de la mano que más bien parecía un muñeco vudú. Más atrás vi a los mayores, dejé la bicicleta en el suelo y me fui acercando, caminando entre los niños intentando sacarles alguna foto disimuladamente con mi celular a la altura de la cintura.

niños menonitas de Belice
Niños.

 

Cuando los adultos me vieron, lo guardé en el bolsillo. Estaban en grupos en algunos carros, usándolos un poco de bancos. Cuando llegué parecía que estuvieran charlando relajadamente y en una paz de otro mundo. Cuando me vieron, se levantaron algunos y se acercaron con mucha mirada de interrogación. Les pedí disculpas por interrumpirlos. Les dije que estaba un poco perdido y les pedí un vaso de agua. Nadie habló (o eso me parecía), me miraban y un poco se miraban entre ellos. Creo que uno miró a otro y ese otro se fue caminando hacia la casa (supuse que a buscar un vaso de agua). Parecía que se comunicaban por telepatía. Algunas mujeres salieron de la casa y también me miraban. Tenían vestidos negros y me clavaban los ojos. Todos me clavaban los ojos y me rodeaban, los hombres, las mujeres y los niños. Todos rubios, silenciosos e inexpresivos. Los niños se iban acercando muy muy lentamente. El tiempo también pasaba muy lento. ¿Cuánto podían tardar en traer un vaso de agua? Me sentía en una película de zombis en cámara lenta. Para sacarme los nervios de encima y romper ese silencio espeso, les pregunté si hablaban español. Uno me contestó “Sí, mejor español” esbozando una mini sonrisa pero mirándome de perfil. Les pregunté si estaban de fiesta y nadie me contestó. Había como cincuenta ojos mirándome. Por fin llegó un tipo con una taza, que se la pasó a otro, que la llenó de agua en una canilla que salía de un tanque gigantesco. Me tomé el agua y le pedí un segundo vaso, un poco porque de verdad tenía mucha sed y un poco para mostrarles que de verdad tenía mucha sed. Les pregunté para dónde quedaba Sarteneja, me indicaron y me fui sin mirar hacia atrás, y sintiendo todas las miradas en mi espalda. Pedaleé con una sensación muy extraña. Sentía que me quería quedar con ellos. Sabía que ahí no podía durar ni dos semanas, pero se me había quedado en la cabeza una sensación de relajo visual que me llamaba como una madre. Pero también se me combinaba con una sensación un poco molesta de haber generado una situación de zoológico simétrico que ellos no habían querido, pero bueno, no había sido mi intención. Solo pretendía visitar el pueblo y esa mañana ni siquiera me acordaba que era navidad.

Tenía ganas de seguir dando vueltas por ahí pero me fui, un poco por la oscuridad que se venía y un poco por no molestarlos más.

Cuando salí al camino principal, pedaleé un rato y apareció una camioneta. Le hice dedo y me llevó hasta Chunox. Después me volví a meter por el camino en la selva y ya era de noche. Había una gran luna como me lo esperaba, pero también había nubes, que no me las esperaba. Cuando la luna se escondía, se veía muy poco el camino. También me ayudaba con una linternita. Y ahí iba, en la oscuridad, entré las dos negras paredes de árboles. El camino de tierra casi no tenía color. El cielo estaba lleno de nubecitas que la luz de la luna les daba mucho contraste. Yo estaba cansadísimo, pero iba tranquilo, pedaleando, esquivando pozos y mirando un poco el camino, un poco el cielo y un poco la selva oscura. Volví a ver un felino, o lo imaginé, porque lo vi correr delante de la bici, a unos tres metros, en las sombras, antes de meterse entre los árboles.

Después de unas horas escuché una camioneta. Me bajé de la bici y esperé a que aparecieran las luces. Cuando se acercó le hice dedo, sin ver nada. Yo estaba muy cansado, mis pupilas debían estar muy dilatadas por la oscuridad y ahora solo veía luz e imaginaba mi propia imagen iluminada, vista desde la camioneta. Era una pareja y me llevaron hasta Sarteneja. En el camping comí algo y prácticamente me desmayé en la hamaca.

 

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El LIBRO

 

6 Comments

  1. Muy buenos y entretenidos tus coments…. Aun revisas tu blog?.
    MariaR

  2. Gracias Maria! Estoy de nuevo de viaje y no pude revisarlos mucho, pero ahora continúo con las historias. Ahora mismo estoy en Bolivia

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