Órdenes y desórdenes mentales en Isla del Sol, Bolivia

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Tengo pocos recuerdos del barco de Copacabana a Isla del Sol, pero sí me viene a la memoria lo que vino después, haber subido las montañas ni bien llegamos, cargando nuestras mochilas pesadas por unos cuantos cientos de escalones de piedra que trepaban la ladera empinada. Al llegar a la parte más alta quedamos sorprendidos con la bahía que ahora podíamos ver al otro lado, unos trescientos metros de playa de agua cristalina, sin olas, rodeada de montañas en semicírculo, como un gran anfiteatro. Ahora puedo imaginarme a mí mismo imitando la curva de la bahía con los labios.

Bahía de la Isla del sol 1998
(:

Bajamos hasta la arena y acampamos en cualquier lado, donde quisimos, con la puerta de la carpa apuntando hacia el agua.

puerta de la carpa hacia el lago Titicaca
Titicaca

No recuerdo bien qué fue lo que cenamos esa noche, pero sé que al día siguiente hicimos una comida de hongos que habíamos recolectado. Deben haber sido hongos bastante tóxicos (Psilocybe cubensis, por ejemplo) porque quedamos con los sentidos notablemente alterados.

Felices en la Isla de sol
Así

Primero sentí nauseas, después temblores y finalmente frío. Me abrigué y empecé a filosofar en voz baja. Varias veces durante la tarde creí entender la verdad del universo. Y estuve discutiendo un buen rato sobre la velocidad del tiempo (conmigo mismo).

En algún momento mi diálogo interno fluyó hacia la mitología inca, en particular la parte en que explica que los inicios de la civilización incaica fueron precisamente ahí, en la Isla del Sol, el lugar desde el cual salieron Manco Cápac y Mama Ocllo a fundar la ciudad de Cuzco. Entonces se me hizo reveladora la frase “Todo comenzó, algún tiempo atrás en la Isla del Sol”. Me quedé helado. Estuve tarareándola enfermizamente un buen rato, sintiendo que era un mantra y que todo su significado entraba en mi cuerpo. El verso que venía a continuación me inquietaba: “se cruzaron nuestros caminos por casualidad, en la isla del Sol”. Como todavía no nos habíamos cruzado con nadie, imaginé que el encuentro era inminente, y al no haber senderos a la vista, supuse que esos caminos llegaban desde otras dimensiones. Me asusté.

La parte de “la herida abierta” y lo de “muero por vos” tampoco eran muy tranquilizadoras. ¡El símbolo!

tres piernas (Large)
Tener tres piernas también me preocupaba

Mariano, por el contrario, decidió que hacía demasiado calor y que esa temperatura no era la adecuada para filosofar y sí para estar en malla tomando sol sin preocuparse demasiado por la velocidad del tiempo, los símbolos o las dimensiones paralelas.

filosofando para adentro
(Puede que hiciera frío, puede que hiciera calor, puede que Pablo también estuviera filosofando para adentro)

–Julián, vení… mirá… hay un sapo en el fondo del lago –gritó Pablo con el agua hasta las axilas.

Me saqué la campera, entré en el lago y fui acercándome a Pablo hasta que el agua helada me llegó al cuello.

–¿Dónde?
–Ahí… mirá… ¿Ves eso que se parece a una piedra?

Después de tres segundos de observar la piedra, con indignación volví mi mirada hacia Pablo por unos segundos más y regresé tiritando hacia la playa, prometiéndome no volver a hacerle caso durante esa tarde.

ovejas reales (Large)
Parece que las ovejas eran reales

En realidad fui un poco injusto con mi juicio hacia Pablo: un tiempo después me enteré de la existencia de un sapo que vive en el lago Titicaca (Telmatobius culeus); solo está ahí y se lo considera una especie rara y amenazada de extinción. Por otro lado, tampoco es que yo estuviera en ese momento en condiciones de distinguir un sapo de una piedra.

Aún así tal vez hubo algo de acertado en la decisión de no seguir a Pablo porque, no muchos minutos después de ese episodio, pude divisar a mi intrépido amigo sobre unos altos y escarpados peñascos, que ahora los recuerdo bastante peligrosos.

Isla del Sol Pablo
Pablo

Después Pablo se encargó de contarnos que desde allá arriba se podía ver el fondo del lago con algas fluorescentes que se movían sinusoidalmente alrededor del sapo.

En algún momento Mariano rectificó su decisión de no filosofar para adentro y me pidió un cuaderno. Estuvo varias horas escribiendo, aunque sin dejar de tomar sol. Yo me preocupé por quedarme sin hojas, y un poco por la salud de la espalda de Mariano que parecía prendida fuego. Me abrigué más.

Mariano Marletto
(Conservo ese cuaderno pero parece escrito en algún idioma extraño)

Aunque, a decir verdad, fue Andrés el que más raro estuvo. En algún momento pidió prestado mi walkman de última generación, uno al que no hacía falta darle vuelta el cassette, sino que reproducía los dos lados en loop, sin más trámites que escuchar un chasquido entre vuelta y vuelta. La cinta que estaba puesta en ese momento era una que había llevado Pablo, con Vox Dei de un lado y el unplugged de MTV de Spinetta del otro. Andrés se puso los auriculares, se metió en la carpa, luego desapareció dentro de su bolsa de dormir y ahí estuvo varias horas escuchando, quién sabe cuántas veces, los discos de Vox Dei y Spinetta, uno atrás del otro resonando dentro de su cráneo.

Las pocas interrupciones que tuvo fueron cuando alguno de nosotros se acercaba para ver si estaba bien; a las cuales él respondía con una carcajada demoníaca, para luego inmediatamente volver a desaparecer dentro de la bolsa.

Al día siguiente los cuatro nos sentimos un poco apaleados, pero Andrés, además de eso, nos reveló una frase que extrajo como resumen de toda su experiencia del día anterior y que no repitió más de dos veces pero que la recuerdo muy bien:

“La felicidad solo es real cuando es compartida”

Sí, unos cuantos años antes del estreno de la película Into the Wild, Andrés, palabras más, palabras menos, y tan intoxicado como Christopher McCandless, llegó a esa misma conclusión que cada tanto vuelvo a ver enfatizada en las redes sociales.

Solo que Andrés no murió, y en cambio decidió actuar en consecuencia. No escribió la frase en ningún lado, no la volvió a repetir; pero sí armó su mochila y decidió volver ese mismo día a Buenos Aires, a compartir su felicidad con la persona que en ese momento él consideró que era la indicada, su novia.

Entonces seguimos solo tres hacia Perú.

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