Asunción, Ciudad del Este, Foz do Iguaçu, Puerto Iguazú y Posadas

Del chaco paraguayo fui a dedo hasta Asunción. Me llevó Ray Riquelme y fuimos coqueando, escuchando The Cure y charlando todo el viaje. Me contó muchas cosas de su vida y de su mujer. Las historias incluían masones y morfina.

Pasé demasiado rápido por Paraguay porque quería llegar al casamiento de mi primo en Buenos Aires. En Asunción estuve dos noches, caminando por los barrios. En el hostel conocí a una holandesa, Jolisa, y con ella seguí hasta Ciudad del Este.

Asunción Asumir Ascender (Medium)
¿Asunción viene de asumir o de ascender?

Llegamos de noche. Primero pensé en caminar hasta la aduana, pero después reflexioné y me dio la sensación de que la triple frontera no era un buen lugar para pasear a una ultra rubia a esas horas. Entonces caminamos por tres o cuatro cuadras oscuras hasta un policía con ithaca. Me pareció que usaba el arma de bastón.

—Buenas noches —dije.
—Buenas noches —me contestó el del bastón de hierro, sonriendo y con un aliento a alcohol que me hizo dar un paso atrás.
—Disculpe… una pregunta…
—Diga…

Noté que su sonrisa iba en aumento. Su mirada me pasaba cerca y terminaba más atrás, en alguna parte perteneciente a Jolisa.

—¿Qué nos podemos tomar hasta la frontera?
—Ahí noma’ pasa un colectivo pal centro… al chofer le preguntan dónde bajar.
—Gracias —dije, imitando un poco su cara y levantando el pulgar.

Era sábado a la noche. El chofer había puesto cumbia. El colectivo, medio vacío, adornado con flecos y luces de colores, parecía una bailanta móvil. Fue un paseo agradable y lleno de miradas.

Por suerte intuí dónde bajar, porque el conductor iba muy colgado y no nos avisó. Bajamos en una avenida ancha y junto a una especie de feria cerrada y mal iluminada. Apenas cargamos las mochilas se nos acercó un joven moreno, de rulitos y bien afeitado.

—¿Van para Foz? —preguntó en un portugués un poco contaminado de español.
—Sí, pero conocemos, gracias…

El tipo siguió caminando a mi lado y me miraba de reojo.

—Voy con ustedes.
—Está bien, gracias, ya conocemos el camino —dije yo, mintiendo para esquivarlo.
—¿Pero puedo ir con ustedes?… El camino es muy feo.
—Ah… sí.
—Gracias.
—¿Dices que esta parte es peligrosa?
—Nunca pasé a esta hora por acá… no está muy lindo.
—Ah…
—¿De dónde eres?
—De Argentina… Ella de Holanda… ¿y tú?
—De Paraguay.
—¿Y por qué estamos hablando portugués?
—Porque vivo en São Paulo.
—Ah… —dije yo como si fuera una buena razón.
—¿Andan viajando?
—Si, un poco… ¿tú?
—Vine a una pelea.
—¿Una pelea?
—De box… Me invitaron a pelear por el título nacional que está vacante… 66-70 kilos.
—Qué bueno…
—Sí, tengo que entrenar duro.
—Pero sigo sin entender por qué estamos hablando en portugués.
—Podemos hablar en español —me dijo en español.

Y así fuimos, durante unos cuatrocientos metros más o menos, la holandesa rubiecita de ojos celestes y yo protegiendo al posible nuevo campeón nacional paraguayo de peso superwélter.

—Yo doblo acá… ¿Cómo es tu nombre?
—Julián, ¿y el tuyo?
—Javier… Suerte en el puente, Julián.
—Gracias… suerte en la pelea.

Dormimos en un hostal de Foz de Iguazú y al otro día vimos las cataratas.

Cataratas del Iguazu (Medium)
Y un arcoiris que salía de un bolso.

Me despedí de Jolisa que se volvía para Holanda, crucé a Argentina y en Puerto Iguazú, más precisamente en las cataratas del lado argentino, conocí a tres francesas: Camille, Pauline y Carine. Con ellas seguí para Posadas y visitamos Encarnación. Como queríamos viajar a Buenos Aires barato, estuvimos averiguando bastante. Fuimos de tugurio en tugurio como buscando drogas, preguntando por cosas como Chuchi o el cordobés, hasta que dimos con Luis Córdoba, que organiza tours de compras a la salada y que nos vendió pasajes de ida por 300 pesos.Y acá estoy otra vez en Buenos aires.

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Aiquile y Samaipata (Bolivia), y Filadelfia (Paraguay)

8 de agosto

Fuimos a Cochabamba y Ramiro se volvió para Argentina. Después con Mario pasamos por Aiquile donde él se compró un charango.

compra de charango en Comunpamapa (Medium)
Imagen totalmente explícita.
DSC03643 (Large) (Medium)
La hija nos explicó como se tocaba.

Unos días después fuimos a Samaipata y, como la entrada a las ruinas nos pareció que tenía precio para gringo, nos colamos saltando algunos alambres de púa.

tractor con cara (Medium)
Lo logramos a pesar del transformer que cuidaba el camino.
el fuerte de Samaipata (Medium)
Los indios se la pasaban limando.

Después fuimos al Parque Nacional Amboró, averiguando por nuestra cuenta. No había nadie. Tampoco vimos a los osos andinos que dicen que andan por ahí. Acampamos en el bosque de los helechos gigantes.

Bosque de los helechos gigantes de Samaipata (Medium)
Acá es dónde tengo que repetir el chiste de «lo importante es helecho».

Al día siguiente caminamos por un sendero en la selva, que habíamos visto en un mapa. Lo tuvimos que reabrir a machete; se notaba que hacía tiempo que nadie pasaba y ya estaba bastante cerrado y difícil de seguir. Fuimos adivinando un poco y siguiendo viejas marcas de machetazos. Cuando perdíamos el rastro, Mario se desviaba a la izquierda y yo a la derecha, apartando plantas hasta que alguno reencontraba la picada y pegaba un grito. Fuimos dejando señales para volver por el mismo lugar si era necesario. Pero no, después de dos horas logramos dar toda la vuelta.

Al día siguiente continuamos a Santa Cruz de la Sierra. De ahí Mario se volvió a Argentina y yo seguí hacia Paraguay. Fue un viaje duro, con calor y tragando polvo. En el control de aduana paraguayo volaba muchísima tierra. Estábamos en el medio del chaco. Eso solamente lo sabía por los mapas, porque a nuestro alrededor no se veía nada, solo polvo. Cuando pusieron nuestras mochilas en el suelo, trajeron un perro para olfatearlas. De tanta tierra que volaba, yo apenas podía ver al policía que me interrogaba, y casi nada al perro, que vaya a saber que cosa lejana estaría oliendo en esa tormenta de polvo. Al policía tampoco lo podía escuchar bien. Lo que más escuchaba era el ruido del viento en mis orejas y el crujir de la tierra en mis dientes.

Más tarde en el bus, pedí que me bajen en el cruce a Filadelfia, y tuve que hacer a dedo los quince kilómetros que me faltaban por la ruta de entrada.

Había leído que el chaco paraguayo ocupa la mitad de todo el país y que Filadelfia es una colonia menonita y prácticamente el único pueblo en toda la región. Ahí vi que la mayoría de los pobladores son rubios de ojos celestes. En general, los rubios hablan un alemán raro y los morenos un español raro. Yo tenía curiosidad por conocer estos menonitas, después de haber visto a los de Belice; pero en este caso me pareció que no tenían nada que ver. Después una señora enorme y rubia, que cuidaba un museo, me explicó. Me contó que ella también conoció a los menonitas de Belice y que son dos ramas diferentes que se separaron desde el principio: los que se fueron abriendo al mundo y los que se fueron cerrando. Ella se reía de sus pares de Belice, que seguían viajando en carros tirados a caballo (acá en Filadelfia lo más común son las camionetas 4×4 blancas con vidrios polarizados).

Filadelfia, Paraguay
¿El rombo significará rotonda en alemán?

Entonces estuve ahí paseando por lugares que de a ratos me parecían Europa y de a ratos no. Y por calles anchísimas, llenas de sol y con sus mazanas de 400 por 200 metros. «Ahí, a cuatro cuadras» me dijeron en un momento y tuve que caminar un kilómetro y medio sin que me hayan faltado a la verdad.

banco atado
Estatua que simboliza la relación entre Sudamérica y Europa, un palo borracho encadenado a un banco europeo.
como ir a Filadelfia, Paraguay

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Río Ichoa (Territorio Indígena Isiboro-Secure, TIPNIS, Bolivia)

26 de julio de 2013

Básicamente teníamos tres opciones: volver por nuestros pasos para encontrar la senda a Carmen, investigar más el arroyo a ver si daba a San Antonio, o seguir río abajo por el Moleto para ver si encontrábamos San Antonio por ahí o llegábamos al Ichoa. Desde el Ichoa podíamos subir hasta Carmen o bajar hasta alguna otra comunidad, pero era probable que ese camino fuera larguísimo. De todos modos, elegimos seguir bajando porque era la única opción que estábamos seguros que daba a algún lado. Pero no, cuando estábamos saliendo, unos niños aparecieron por el arroyito y, a los gritos de costa a costa, les preguntamos por la comunidad más cercana. Nos dijeron que era San Antonio y que era por el arroyo.

Entonces fuimos por ahí, pero tampoco fue tan fácil, la comunidad no estaba pegada al arroyo.

buscando San Antonio (Medium)
Buscando San Antonio.

 

sendero (Medium)
Seguimos buscando San Antonio

Aunque buscando y siguiendo huellas, la encontramos.

San Antonio TIPNIS (Medium)
Encontramos San Antonio.

San Antonio era más dispersa que San José: entramos de a poco, pasando por delante de algunas chozas, subiendo y bajando lomas y atravesando arbustos. Todos nos miraban con curiosidad y sobre todo los niños, que algunos bajaron sus arcos y flechas para mirarnos embobados.

niños con arcos y flechas (Medium)
Otros no los bajaron.

Encontramos a Agustín, que nos dijo dónde acampar y nos buscó alguien que nos pudiera cocinar. Nuestro cocinero iba a ser Leo Dan. Sí, se llamaba así y parecía un pibe inteligente. Por la noche, cuando ya habíamos entrado en confiaza, Leo Dan nos contó que, a diferencia de San José, ahí no hablaban moxeño sino yuracaré. Le pregunté por las hojas de coca y me dijo que los originarios no tienen permitido plantarla, pero plantan muy poquito a escondidas. Ahí entendí por qué el día anterior Silvio me pedía coca en lugar de ofrecerme. Si sabía, hubiera traído más. También me contó que él participó de la consulta por la construcción de la carretera y que tuvo que caminar doce horas por la selva, subiendo el Isiboro, para llegar a una de las comunidades más lejanas. Le pregunté por lo «bueno y lo malo» de la carretera y me dijo que «el progreso y el avasallamiento», respectivamente.

choza del TIPNIS (Medium)
Nene dudando entre el progreso y el avasallamiento.

A la mañana siguiente estuvimos tomando chicha con tres o cuatro de la comunidad. Cuando les pregunté cómo la hacían, me dijeron que cocinaban yuca durante horas y luego la dejaban fermentar un día y medio. A eso tenía gusto, a jugo de mandioca medio podrido.

Después preguntamos si alguien nos podía hacer de guía y conseguimos que nos acompañe un tipo llamado Claudio y sus pequeños hijos, Ismael y Michael, que vinieron con sus arcos y flechas de juguete y sus rifles de verdad.

niño con arma (Medium)
Algo teníamos que comer.

 

niño idígenas yuracaré pescando con arco y flecha en el río Moleto del TIPNIS (Medium)
Y los medios justifican el fin.

Fuimos caminando hasta el río Ichoa. Ellos llevaron en una canoa nuestras mochilas.

niño yuracare apuntandome con una flecha en el río Moleto (Medium)
Todos estábamos apuntados a la excursión: yo lo apuntaba con la cámara y él me apuntaba con la flecha.

 

indios yuracare en canoa (Medium)
Mejor lo apunto de lejos.

En el camino vimos huellas de coatíes, pecaríes, tapires, ciervos, felinos y cosas así.

huellas de coati (Medium)
Aliens, por ejemplo.

Ni bien llegamos al Ichoa, Mario pescó un dorado y yo uno que le dicen doradillo (creo que es un pirapitá). Eso fue lo que cenamos, asados en una parrilla de cañas que construyó Claudio.

pesca con mosca en el Ichoa TIPNIS (Medium)
«Por si las moscas», «En boca cerrada no entran moscas» y «El pez por la boca muere»: ahora entiendo todos los refranes.

Acampamos en la Peña, otro paredón de roca junto al río.

fly fishing en el Isiboro-Secure (Medium)
Por ahí.

Esa noche hubo más peces, entre ellos un gran surubí que Claudio lo hizo charqui. Ismael y Michael me enseñaron a hacer pelea de grillos topo. Los capturaron en sus cuevas con palitos y paciencia. Después cavaron un pozo del tamaño de un puño y los metieron. Los grillos intentaban escapar, pero resbalaban hacia el centro y, de tanto chocarse, se enojaban y se despedazaban, y los chicos iban sacando los cadáveres y los knockout técnicos. Cuando quedó uno solo entero, pregunté ahora que pasaba. Me dijeron que no era problema, que traían más. Y desaparecieron en la oscuridad buscando nuevos luchadores.

A la mañana siguiente, en un momento Claudio y sus pequeños hijos salieron corriendo con los rifles, detrás del rastro de un jabalí, pero volvieron sin nada.
Ese día regresamos lentamente hasta la comunidad, y a la noche nos despedimos de todos y caminamos unas dos horas por un sendero oscuro en la selva hasta el pueblito de Ichoa. Para volver a Isinuta había un solo unimog por día y salía a las dos de la mañana.

Al partir, el camión dio unas vueltas por la comunidad, tocando bocina como para despertar a todos los que quisieran viajar, y a todos en general, y así nos fuimos, recolectando gente en el camino, en las comunidades oscuras, a puros bocinazos.

Fue una tortura. Llegamos a ser más de treinta en la parte de atrás y hacía frío. Solo encontré dos posiciones para estar parado, haciendo fuerza contra los caños en el vaivén del camión, durante cuatro horas.

El cielo estaba tan brillante que me pareció que la estrella Sirio cambiaba de colores: blanco, rojo y azul. Después Mario me dijo que le pareció lo mismo, que podía ser por el antimalárico (a veces, la mefloquina es medio alucinógena). Pero yo no estaba tomando mefloquina.

 

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Río Moleto (TIPNIS, Bolivia)

25 de julio de 2013

Al despertarme mi mano estaba un poco mejor.

picadura de avispa (Medium)
¿Avispa o botox?

Desayunamos solo unas galletas y un café, levantamos campamento y salimos a caminar bajando el río Moleto con un mapita que nos dibujó Silvio para ir hasta Carmen, una comunidad sobre el río Ichoa.

rio Moleto (Medium)
Temprano

Todavía no habíamos hecho cien metros cuando se acercó un originario.

—Buen día.
—Buen día… ¿pescando?
—Intentamos.
—¿Para dónde van?
—A Carmen.
—Vayan para San Antonio, mejor.
—¿Qué es San Antonio?
—Una comunidad.
—No había escuchado hablar de San Antonio.
—Es más tranquilo… mi hermano está a cargo de la comunidad… se llama Agustín.
—¿Y dónde queda San Antonio?
—Todo recto.
—Bueno, tal vez vayamos… ¿Cómo es su nombre?
—Paulino.

Paulino desapareció por el mismo agujero de selva que había aparecido y nosotros seguimos camino río abajo.

Fuimos tranqui, muy tranqui bajo el sol, intentando pescar en cada curva del río.

río Moleto 2 (Medium)
Tranqui.

Íbamos tan tranquilos que, cuando quisimos acordarnos, ya era bien entrada la tarde y era evidente que nos habíamos pasado de la senda a Carmen. Pero igual seguimos bajando.

No habíamos comido casi nada en todo el día. Yo había evitado el hambre a puro mascar coca, pero ya me estaba quedando sin fuerzas. Y en un momento que el río pegaba una curva contra un gran paredón de piedra rojiza invadida de selva, decidimos que estábamos perdidos.

Al costado del paredón, en la desembocadura de un arroyito, vimos que había un cayuco. Eso debía significar que por el arroyo alguien había caminado. Tal vez condujera a San Antonio, o simplemente a unos chacos, o algo así. Entonces Ramiro decidió que iba a investigar porque estaba casi seguro de que debía conducir a San Antonio. Yo seguí un poco bajando el Moleto y Mario se quedó con las mochilas.

arroyo (Medium)
Por ahí se fue Ramiro.

Al rato volvimos los dos sin noticias.

 

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Dos o tres años (TIPNIS)

24 de julio a la noche

Para entrar a las profundidades del Territorio Indígena Isiboro Secure, habíamos hecho cuatro horas en camión y la picada final en moto. Después cruzamos el río a pie y ahor a se nos hacía de noche en una comunidad indígena, donde nos recibió un originario que se presentó como el cacique corregidor Silvio, y que nos dijo que no teníamos permiso para estar en el territorio indígena. Ya casi no había luz; la cara del cacique empezaba a hacerse invisible. La situación era rara, pero yo no veía muchas más opciones que dormir ahí, o por ahí cerca.

Entonces seguimos insistiendo y al final el cacique aflojó, y hasta parecía contento.

—Pueden poner su camping ahí —dijo señalando hacia una extensión de pasto que parecía ser el centro de la comunidad.

Alrededor había casas de paja, que apenas se distinguían bajo los árboles, porque ya era casi de noche.

—¿Cree que alguien nos pueda hacer algo de comer?
—No, aquí no hay nada.
—Pero digo, una familia que tal vez quiera cocinarnos y nosotros les pagamos la comida.
—Ah… sí, alguien les podrá cocinar.
—Bueno, después le pedimos a alguien.
—Han traído su bolo, ¿no?… más tarde nos convidan —dijo, pero no entendí si nos pedía coca o nos ofrecía.

Mientras hablábamos se acercó otro tipo y nos saludó a todos. Cuando me apretó la mano, yo pegué un pequeño quejido, porque en el camión me había picado una avispa y ahora tenía media mano hinchada y me dolía. Le causó mucha gracia mi mano y lo de haberme hecho doler sin querer.

Después ellos desaparecieron en la oscuridad y nosotros armamos las carpas.

Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure (Medium)
Hogar.

Cuando terminamos, Mario y yo salimos a dar una vuelta y a preguntar quién nos podía hacer algo de comer. Como no había luz en la comunidad, al hacerse de noche todo se puso oscuro y silencioso. Habíamos llevado para cocinar pero nos parecía mejor estar con ellos y entonces nos acercamos con las linternas hasta una casa donde vimos que la familia estaba reunida alrededor de un fuego. Saludamos, nos presentamos y preguntamos si nos podían cocinar algo.

—No podemos.
—Nosotros les pagaríamos la comida.

Hablaron entre ellos en un idioma raro y nos volvieron a mirar.

—No tenemos comida… Más bien, si ustedes nos traen algo, nosotros podemos cocinarlo.

En ese momento yo no llegué a entender que no tenían absolutamente nada de comida y, como me pareció raro llevarles nuestras latas, seguimos probando con otras familias. Probamos por dos o tres casas más sin éxito, hasta que llegamos a la del cacique, donde también hablaron entre ellos en su idioma, que no se parecía en nada al quechua o al aymara, ni a nada que yo recordara haber escuchado antes. Luego el cacique dijo que las mujeres nos iban a cocinar y, al rato, una señora y una chica se pusieron a pelar verduras sobre un cuenco, en cuclillas junto al fuego.

Pasamos un buen momento con la familia, charlando, iluminados por el fuego, mientras esperábamos que se hiciera la comida. Entonces nos enteramos de muchas cosas, como que el río que habíamos cruzado no era el Ichoa sino un afluente llamado Moleto y que la comunidad se llama San José de la Angosta porque se lo puso el tipo que me hizo doler cuando me apretó la mano. Es su santo favorito, me dijeron. Lo de «Angosta» es porque el río ahí antes era angosto, pero ya no; parece que acá los ríos cambian de forma y hasta de lugar frecuentemente. Así es que el río puede alejarse de la comunidad o pasarlos por encima. También nos contaron que hablan moxeño trinitario y que no tienen horarios y que pescan y trabajan sus chacos para comer, y también que a veces trabajan en los chacos de los colonos, que con eso ganan dinero para comprar algunas cosas que no producen, como cebolla y tomate (parece ser que los colonos son los que bajaron del altiplano, los que hablan quechua o aymara y que han ido ocupando sus tierras). Me dijeron que ellos no tienen sus terrenos delimitados: cada familia hace sus chacos donde quiere. También me contaron que sus padres antes no hablaban español y que no conocían el dinero y que por eso siempre los habían estafado, les habían hecho vender las tierras por nada.

Les pregunté por el conflicto de la ruta (yo recordaba que hace dos años hubo movilizaciones hasta La Paz, en protesta porque el gobierno empezó a construir una carretera desde Villa Tunari hasta San Ignacio de Moxos, que iba a pasar por el medio del TIPNIS, para conectar la zona de Cochabamba con el Beni y el Amazonas; pensaba que el proyecto estaba suspendido, pero habíamos visto que, cerca de Villa Tunari, las máquinas parecían estar trabajando). Entonces me dijeron que ya arreglaron, que se hizo una consulta en todas las comunidades y que la mayoría votó a favor de la carretera. El gobierno, a cambio de la buena predisposición, les va a dar planes de vivienda. Me dijeron que quieren vivir en casas de material, que no están acostumbrados a vivir en casas de material pero que quieren. En un año ya van a estar las primeras viviendas.

Esa noche en la carpa, tardé un poco en dormirme pensando en lo que se va a convertir ese lugar con la carretera dentro de dos o tres años. Supongo que pasará de ser un grupo de chozas de paja en la selva y junto a un río verde, a ser un pueblito pegado a un tramo de ruta, bordeado de algunos puestos multirubro con mercadería en pilas apoyadas sobre el suelo y con toldos de lona azul y paredes pintadas con publicidad de telefonía celular.

También traté de imaginar qué pesarían sobre el tema de la carretera los más viejos de la comunidad, esos que los padres no le enseñaron nada sobre el dinero.

Intentaré venir a visitarlos dentro de dos o tres años.

(Cuando me acosté, mi mano estaba totalmente hinchada, parecía una empanada, los nudillos estaban para adentro y la hinchazón llegaba hasta el brazo)

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Hojas de coca (Cochabamba, Villa Tunari, Eterazama, Isinuta, Isiboro, Ichoa y San José de la Angosta)

24 de julio de 2013

En el río Isiboro habíamos acampado en un chaco de coca abierto en el medio de la selva, alejado de la picada. Se accedía cruzando un arroyito y pasando entre las plantas.

cultivo ilegal de coca (Medium)
Cultivo de coca.

 

campamento cocalero (Medium)
El techo venía bien.

Al día siguiente, como ya conté, volvimos en canoa. No seguimos hacia arriba porque, según Rosendo, ya estábamos cerca de una comunidad de originarios. Andrés se los había cruzado cerca de Isiboro y le habían preguntado si teníamos «orden». Si intentábamos subir sin orden de la Alcaldía íbamos a perder todas nuestras cosas. Andrés les preguntó quién nos las iba a quitar y los originarios respondieron que ellos. Ya estábamos avisados.

bajando el Isiboro (Medium)
Volviendo.

La noche siguiente acampamos río abajo en el Jordán, después de la confluencia del Isiboro con el Isinuta y el Bolivar. Ahí la zona ya era más chaco que montaña. A la noche vimos pasar botecitos a motor y Mauricio nos dijo que llevaban cosas para las cocinas de cocaína. Mucho más abajo tampoco convenía ir porque ya varios nos habían dicho que era zona de narcos.

La siguiente noche fue de vuelta en Villa Tunari. Leonardo y Andrés se levantaron bien temprano para volver a Argentina. Nos despedimos de ellos y con Mario seguimos viaje hacia Cochabamba para encontrarnos con otro amigo,  Ramiro. Pero no salió bien. Nos desentendimos y, mientras nosotros viajábamos hacia Cochabamba, él hacía el camino contrario. Entonces dormimos en Cocha y a la mañana siguiente, antes de volver para Villa Tunari, aprovechamos para ir a cortar unos San Pedros que yo había visto el año pasado desde el teleférico.

Trichocereus pachanoi (Medium)
Directo a la corteza prefrontal.

En el camino de vuelta a Tunari se largó a llover y cuando llegamos hacía un frío increíble. Dos días atrás estábamos más o menos a treinta grados y ahora estábamos abrigándonos con todo lo que teníamos y largando vapor por la boca. Después fueron tres días de lluvia finita y sin ver el sol (en la supuesta temporada seca). Tres días fríos y húmedos como un invierno porteño pero en la selva.

Una de las noches fuimos a pescar con Marco, un local que conocimos en una ferretería. No pescamos mucho, pero caminamos bastante en la oscuridad junto al río.

—Marco, ¿qué es ese resplandor que se ve a lo lejos?
—Los militares… para reducir coca.
—¿Qué es «reducir coca»? —dije después de pensar un rato.
—Solo se puede un cato por familia.
—Ah… ¿Un cato?
—Cuarenta metros por cuarenta metros.

Con Ramiro y Mario decidimos volver al TIPNIS (Territorio indígena y parque nacional Isiboro-Secure) para intentar llegar más adentro, pero esta vez buscando el permiso de la Alcaldía. Primero fuimos en coche hasta Eterazama y nos enteramos que ni ahí ni en Isinuta había Alcaldía. Entonces Ramiro volvió a Villa Tunari a tramitar el permiso. Como iba a tardar como tres horas en ir y volver, tuve tiempo para conocer un poco ese pueblo polvoriento y para afilar el machete en la ferretería.

—No vienen muchos extranjeros por acá, ¿no? —le pregunté a la ferretera.
—No, casi ninguno.
—Pero vi muchos cartelitos de compra de dólares.
—Sí, hay bastantes.
—¿Y de dónde vienen los dólares, entonces?

La ferretera hizo una pausa y sonrió mirando hacia un costado.

—Será del narcotráfico —dijo tranquila.
—Ah, eso suena lógico —dije yo, sonriendo como un tonto.

este es mi pollo (Medium)
«Mirá, hijo, eso es un gringo»

Ramiro llegó cuando se hacía de noche y decidimos dormir ahí.
A la mañana siguiente fuimos a Isinuta, la última población antes del parque. Ahí tuvimos lo que Mario consideró como un «encuentro del tercer tipo». Al final del pueblo vimos a unas siete figuras de color verde y de estatura baja. En un momento se nos acercó uno y en su camisa pudimos leer «Guardaparques».

—Buena día —dijo el guardaparques.
—Buen día… Los estábamos buscando —dije yo.
—¿A dónde se dirigen?
—Queremos dar unas vueltas por el TIPNIS
—¿Tienen permiso?

—Sí.

—Ah…  —dijo el de verde y se le notó que pensaba un poco— Mejor deberían hablar con Nemensio Yuco Parada.

Entonces lo acompañamos hasta el grupo del resto de los guardaparques, que nos esperaban mirándonos. Cuando llegamos descargamos las mochilas sobre el camino de tierra y nos dimos las manos entre todos. Yo pensé en sacarme el bolo de coca para hablar más apropiadamente, pero vi que los siete uniformados también tenían sus cachetes inflados y así fue que charlamos con sordina.
Ahí la conversación fue larga. Nos enteramos que el permiso que teníamos no era el que nos estaban requiriendo: necesitábamos un permiso de la SERNAP que se saca en Cochabamba (y parece que es caro). También nos avisaron que, hacía unos días, seis argentinos habían intentado entrar pero los originarios los mandaron de vuelta (éramos nosotros, claro).

Finalmente, uno de los guardaparques, después de pensar un rato, dijo que entonces debíamos hablar con Nemensio Yuco Parada.

—Está bien —dijimos algo así nosotros después de escuchar al segundo tipo que nos mandaba con Nemesio, y entonces empezamos a levantar las mochilas, dispuestos a enfrentar nuestro «encuentro del tercer tipo».
—¿Dónde se encuentra Nemesio? —preguntó Mario con la mochila sobre una pierna.
—Es él —dijo otro, señalando al único guardaparque que todavía no había abierto la boca.

Ahí suspendimos el ascenso de las mochilas, que volvieron a caer sobre el polvo, y creo que todos volvimos a discutir lo que ya se había dicho. Finalmente Nemesio dijo que nos dejaban entrar y que vayamos a las comunidades indígenas de San José de la Angosta, Carmen y 3 de Mayo, que les mostremos el permiso que teníamos y que dijéramos que habíamos hablado con él, pero que no sabía hasta dónde nos iban a dejar pasar los indios, y que corríamos riesgo de que nos confisquen las mochilas. También nos dio los nombres de los comunarios de cada lugar.

Esperamos hasta el mediodía para que se llene el Unimog y partimos. Al salir éramos veinte pasajeros parados en la caja del camión, con un par de cholas sentadas sobre sacos de algo. Iban a ser cuatro horas por la selva vadeando varios ríos.

unimog (Medium)
La toma de aire está a la altura del parabrisas para vadear los ríos en temporada de lluvias.

—Más adelante hay una tranca y no están dejando pasar a nadie —nos dijo uno antes de bajarse en una comunidad de dos o tres casitas.

Pasadas un par de horas, ya solo quedábamos nosotros tres en el camión.

—¿A dónde van ustedes? —preguntó de pronto el chofer cuando quedamos solos.
—Hasta el final… a Ichoa —dije como si supiera a que me refería.

El chofer sonrió y seguimos camino cortando ríos entre lomas, selva y pastizales. Las montañas más altas siempre quedaban a la izquierda.

camino a Ichoa (Medium)
Cuatro horas.

—¡Ahí esta la tranca! —dijo Mario y se agachó.

Yo me agaché también y Ramiro ya estaba sentado: el Unimog pasó sin que nadie lo detenga.

Cuando se apagó el motor ya estábamos en la comunidad de Ichoa pero, según entendimos, lejos del río Ichoa, que era a donde queríamos ir. Preguntamos por San José de la Angosta y nos indicaron una dirección y nos dijeron que eran unos treinta minutos caminado. Y, sorprendentemente, había mototaxis. Fuimos en moto porque el sol ya estaba cayendo y queríamos llegar de día. Y así ahora nos tocó ir en dos ruedas, vadeando riachos por la selva.

Sin mojarnos los pies.

Nos dejaron donde terminaba el camino, en un río que supusimos que era el Ichoa.

—¿Dónde es San José?
—Del otro lado —dijeron los de las motos y se fueron.

El río parecía sacado de un documental sobre algún lugar escondido en el continente africano. El sol ya estaba detrás de los árboles. Nos sacamos las botas y cruzamos lentamente, sin poder ver demasiado las piedras, que lastimaban los dedos bajo el agua.

cruzando el río Moleto (Medium)
Mojándonos los pies.

En la comunidad nos recibió el cacique corregidor Silvio y nos dijo que sin orden de la SERNAP no podíamos estar.

como ir a Ichoa (Medium)
La línea punteada de arriba es un límite departamental aún no definido.

 

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Bolivia y Paraguay 2013

19 de julio de 2013

Me fui a Bolivia con Andrés, Leonardo y Mario. Nos fuimos en el coche de Leonardo. Pero antes, uno o dos meses antes, pesqué unas chanchitas (Australoheros facetus) y unos sietecolores (Gymnogeophagus meridionalis). Eran los únicos cíclidos autóctonos que podía conseguir en Buenos Aires: nuestro contacto boliviano es acuarista y me había preguntado si le podía llevar algún cíclido argentino.

Los pesqué con Andrés, los cuidé, los desparasité, los alimenté y, un día antes de salir, los puse en una bolsa con poca agua e inflada al máximo con oxígeno para que aguanten. Envolví la bolsa en papel de diario para que vayan a oscuras, durmiendo, y todo dentro de una bolsa estanca por si se pinchaba la primera.

En Argentina dormimos en Santiago del Estero y en Salta. La primera noche en Bolivia paramos en Villamontes, no muy lejos de la frontera, y la segunda en Portechuelo, unos kilómetros pasando Santa Cruz.

Circulacion obligatoria (Medium)
Obligaciones.

En cada parada controlé los peces para ver si estaban bien y para chequear el ritmo de respiración. Si se les empezaba a acabar el oxígeno, iba a tener que abrir la bolsa y hacerle cambios de agua de forma periódica. Pero no fue así. Los peces aguantaron seis días sin problemas; solo debían estar un poco hambrientos.

En Villa Tunari acampamos en el Hostal Mirador, que es muy recomendable, tiene de todo: habitaciones (desde 47 bs. por persona), camping, piscina, cocina, un gran jardín selvático, un orquidiario, mesas de pool, ping-pong, metegol y vistas increíbles al río y las montañas, por lejos las mejores del pueblo. Si dicen que van de parte de «Parte de existencia» o de Julián y Vanesa, les hacen descuento.

Luego nos encontramos con Mauricio y Maira, nuestros contactos bolivianos. Con ellos seguimos unos cincuenta kilómetros por camino empedrado hasta San Gabriel. Ahí dormimos en la casa de Don Benito, un amigo de Mauricio.

A al día siguiente dejamos los peces en una palangana, con un poquito de arroz para que coman y bien tapados para protegerlos de los patos que andaban por ahí, y nos fuimos a Isinuta, donde el camino empedrado termina en el agua. Después compramos un machete y subimos a una camioneta adaptada con ruedas grandes para vadear los cursos de agua. Nos dejaron en el río Isiboro. Yo lo crucé nadando y fui a hablar con la gente del pequeño pueblo que había del otro lado, un caserío que llaman con el mismo nombre del río. Fui para intentar conseguir una canoa pero no logré nada, no se mostraron muy amigos.

Después cruzó Mauricio y Maira y todo fue más fácil. Ellos conocían a Rosendo, un tipo que vive ahí y que su hija había sido alumna de Mauricio. Rosendo aceptó hacer de guía y con él caminamos por la selva durante algunas horas, siguiendo el río. En un momento, Mario se dio cuenta de que había perdido un borseguí que llevaba colgado y se volvió a buscarlo. Nosotros repartimos el peso de su mochila y seguimos. Pero un rato después, Mario nos alcanzó sin haber encontrado su borsego.

Acampamos en una plantación de coca, un chaco escondido en el medio de la selva y fuimos a pescar. El río parecía sacado de la película La Playa. Era un cañón con paredes llenas de vegetación. El agua era verde cristalina, con playas de arena blanca o de piedras.

rio Isiboro (Medium)
Río Isiboro.
isiboro (Medium)
DiCaprio flashando el verde.

Esa noche comimos sábalos y bogas que cocinamos envueltos en hojas de plátanos.

sabalos y bogas receta (Medium)
Cena.

Rosendo se fue esa noche y volvió a buscarnos a la mañana siguiente, remontando un cayuco por el río.

Julián de Almeida (Medium)
Bajando.

Como no cabíamos todos en la canoa, fuimos turnándonos y caminando por el agua (y por las playas cuando se podía).

pescando con mosca en el rio Isiboro (Medium)
Lentamente.

Al llegar de vuelta al poblado, nos quedamos esperando un transporte y, mientras esperábamos, Mario se fue por la picada un rato, a buscar su borsego. Lo encontró. Después llegó un Unimog que nos devolvió a Isinuta.

Cuando llegamos a San Gabriel, los peces que yo le había traído a Mauricio habían servido para baldear el patio.

Peyote en Real de 14 y surrealismo en Xilitla (fin del viaje)

23 de enero de 2013

Salí temprano y bien abrigado de mi habitación con la mochila cargada de agua, paltas, panes, y un plástico por si llovía (eso me pasa por mirar muchos documentales donde una vez al año llueve torrencialmente en el desierto). Fui hasta la casa de Marciano, que así se llama mi nuevo amigo huichol. Él me había invitado a buscar peyote al desierto. Cuando llegué me estaba esperando con Vanesa, su hija de 13 años. Salimos los tres a caminar entre los cerros. Hacía bastante frío (Real de Catorce está alto y es seco). Salimos a las 8 y media de la mañana y una hora después estábamos entre las montañas escuchando a los coyotes. En el camino charlamos mucho.

―Mi padre tuvo 28 hijos ―me contó en un momento Marciano.
―28 son muchos.
―Sí… los tuvo con cinco mujeres.
―Debés tener muchos sobrinos.
―Nunca los conté.
―Me imagino.
―Y mi abuelo también tuvo varios hijos, entre 15 y 20… también con cinco mujeres ―agregó Marciano sumando parientes en una forma exponencial.
―Si todos los hijos de tu abuelo fueron tan prolíficos como tu padre eso da unos 500 nietos para el viejo ―le dije después de hacer un poco de esfuerzo mental con los números.
―Somos muchos De La Cruz ―me dijo Vanesa sonriendo, y yo me quedé pensando que a ese ritmo ella sería uno de los diez mil bisnietos.

El sol se iba levantando y ya no hacía frío. Estábamos alto y solo nos superaban unos cuatro o cinco cerros que se veían muy iluminados, secos y con pendientes suaves. Todo estaba cerca del amarillo, incluidos los arbustos. Ya no se escuchaban los coyotes.

―¿Y ustedes cuantos son? ―les pregunté, sintiendo que los números se llevaban bien con los climas secos.
―Con Yolanda, mi mujer, tuvimos cuatro hijos. Vanesa es la mayor. Después vienen Perla de 10 y Sebastián de 8. Ellos querían venir hoy, pero no pueden, son muy chicos, se iban a cansar
―Falta uno.
―Silau… tiene un año.
―Qué nombre raro Silau.
―Significa “sonaja”.
―Tiene nombre huichol…
―Porque cambió la ley…También tiene nombre en español… para que lo entiendan… Se llama Ángel.
―¿Le tienen que poner un nombre en español para que lo entiendan?
―La gente está muy loca.
―Como si hubieran comido demasiado peyote.
―Demasiado poco… ―nos reímos― Pero también todos tenemos otro nombre en huichol.
―¿Cuál es el tuyo?
―Yausalí.
―¿Significa algo?
―Me faltan algunas palabras para explicarlo, pero es el momento de cosechar el maíz o cuando se caen las hojas.

Ya no subíamos, caminábamos entre valles y corría un poco de viento.

―Dos niñas y dos niños
―Después de Vanesa y de Perla yo quería tener un hijo varón. Los más ancianos me dijeron que haga una flecha y la hice. Así nació Sebastián y luego llego Silau.

En un momento llegamos a la base del Cerro Quemado y empezamos a rodearlo por la izquierda porque todavía no íbamos a subir.

―Ese es el cerro Quemado, el lugar más sagrado de los huicholes. Hasta ahí llegan desde muy lejos los peregrinos, para rezar. Dicen que de aquí salió el sol por primera vez. Hay algunas palabras que no tienen traducción. Del sol nacieron los cuatro dioses: el maíz, el ciervo, el águila y el peyote.

Seguimos caminando los tres y pasamos junto al sendero que subía a la cumbre.

―Aquí cobra Mundo…
―¿Cómo que “cobra mundo”?
―Sí, Mundo… un amigo mío, se llama así… cobra entrada a los turistas que quieren subir.
―Ah.

Empezamos a descender por la ladera de un cerro que está frente al Quemado. Algunas conversaciones me las perdía porque entre Marciano y su hija hablaban en huichol (o wixárica, como se dice en su idioma, que en realidad se pronuncia algo así como wirrárica, o al menos así lo escuchaba yo).

―¿Y a vos por qué te pusieron Marciano?
―Mi madre me lo puso sin saber lo que significaba… Ahora se saben muchas cosas, pero en los 70 y los 80 la gente no estaba tan informada
―Marciano es un buen nombre.
―Gracias.

Yo me quedé pensando en el nombre: Marciano Yausalí de la Cruz. Traducido significaría algo así como: “Habitante de Marte del otoño terrestre del instrumento de tortura y muerte del hijo del Dios de los católicos”.

El sendero se convirtió gradualmente en un camino de cornisa entre la montaña y un buen precipicio. Marciano solía ir adelante, yo en el medio y Vanesa detrás. En un momento dudé si el camino no era un poco peligroso para dejar desatendida a una niña de 13 años. Miré para atrás y vi que Vanesa se movía con confianza. Y también pensé: bueno, estamos yendo a buscar peyote.

―¿A qué edad probaste por primera vez peyote, Vanesa? ―le dije mientras la esperaba.
―A los 3 o 4 años… Sebastián a los dos años… se lo tuvieron que mezclar con naranja porque no le gustaba.
―Me imagino.
―Pero de todos modos se las ingeniaba para separarlo ―me dijo sonriente.
―¿Y recordás qué sentías la primera vez que comiste?
―No, no recuerdo nada ―me respondió también sonriente.

Qué pregunta más estúpida que le hice, pensé. Mis recuerdos de los 3 o 4 años son como en sueños.

Vanesa bajando al desierto (Medium)
Bajando al desierto.

Pasamos por una pequeña vertiente y seguimos un trecho por el río casi seco, como por un desfiladero.

―En las ceremonias que duran varios días, solo se come a la noche, durante el resto del día se toma agua o se come peyote… Si tienes hambre, comes peyote ―me contaba Marciano mientras descendíamos por las rocas.
―Suena bien.
―… los rezos suenan bien… Este camino baja directamente al desierto. Ahí haremos los rezos.
―Tenés que enseñarme a rezar en wixárica.
―El idioma no importa… Tú puedes pedir lo que quieras en el idioma que quieras…

Llegamos al desierto cerca del mediodía. Caminamos por una pendiente suave que iba bajando entre arbustos secos y bromelias espinosas. El desierto era una planicie muy extensa. A lo lejos se veían casitas y en el fondo más montañas. Marciano le explicaba a su hija hacia dónde quedaban unos pueblos. O al menos eso entendí por un momento que hablaron en español.

Julian de Almeida
Vinimos de las montañas.

Hacía calor y Vanesa tenía hambre.

―¿Comemos aquí, papá?
―No, primero el peyote, luego comes, así te agarra fuerte.

Caminamos por el desierto como dos horas, cada uno por su lado buscando los cactus.

Real de Catorce desert
Buscamos.

En un momento nos juntamos.

―Parece que no somos chamanes, parece que hoy no vamos a encontrar ―me dijo.

Estábamos en una parte del desierto que él nunca había ido. Fuimos porque otro huichol le dijo que ahí había peyotes y él quería conocer. Yo estaba feliz de la caminata que estaba haciendo, pero en el fondo tenía ganas de encontrar aunque sea un poquito del cactus para no sentir que me iba con las manos vacías.

A eso de las dos de la tarde cruzamos un río seco y Marciano encontró dos peyotes (uno mediano y uno pequeño). Estaban entre unos arbustos, al ras de la tierra y cubiertos de polvo. Me costaba entender cómo fue que los vió. Después cortó los botones dejando las raíces para que vuelvan a crecer. Nos sentamos en la tierra y se puso a limpiar los cactus enseñándome cómo se hacía. El sol estaba bien alto y ahora corría una brisa fresca y seca.

Lophophora williamsii
Limpio.

Cuando terminó, separó tres porciones dejando la más grande para él, la mediana para mí y la más pequeña para Vanesa. Ahí sacó de su morral el cuero de una cabeza de venado con los cuernos y todo, y Vanesa se apartó unos metros. Su padre se le acercó y empezó a hacer unos rezos en huichol moviendo la cabeza del animal por el cuerpo de ella y hacia los cuatro puntos cardinales. Al final terminó poniéndole el peyote en la boca.

(Padre)

 

Después tocó mi turno. La cabeza de venado apuntó a los cuatro vientos y luego fue subiendo por mi pierna derecha con pausas al ritmo de los versos. Después subió por el lado derecho del cuerpo y finalmente, el cuero con cuernos rodeó mi cabeza, siempre volviendo al lado derecho. Me sentía en el centro de algo. Desde mí hacia afuera había dos huicholes, mucho desierto y al final las montañas. Me hubiera gustado saber qué significaban todas esas palabras.

El peyote no era rico, pero con esfuerzo y poniendo caras raras se podía masticar y tragar. Después, Marciano dijo que probablemente habría muchos por ahí y que cuando encontremos unos cinco juntos, iba a bendecir las ofrendas que había traído.

Seguimos caminando y Vanesa encontró uno grande, también totalmente camuflado. Luego yo encontré otro muy por casualidad, casi totalmente enterrado y sentí que les pude haber pasado por al lado a miles sin darme cuenta. Marciano encontró otros tres. Dos eran muy chiquitos.

―Estos pequeños se los voy a llevar a Sebastián y a Perla.
―¿Silau no come peyote?
―No, aún no aprendió a comer.
―Es verdad, todavía debe tomar la teta.
―Sí, y un poco de papilla.
―bueno, el año que viene ya podrá comer peyote con naranja.
―Sí, el próximo año sí.

Muy cerca de los tres que encontró Marciano, Vanesa encontró otros dos y decidieron que ese era el lugar para bendecir las ofrendas. Las ofrendas eran artesanías y la cabeza del venado. Uno de los peyotes lo dejamos sin cortar como parte de lo ofrecido a los dioses. Después de la bendición nos pusimos a comer los sánguches de palta.

Lophophora williamsii (1)
El desierto.

Seguimos caminando y buscando. La cuenta final dio: 2 peyotes encontrados por mí, 4 por Vanesa y 28 por Marciano. 34 peyotes era un número grande y las proporciones daban un poco de risa. Yo solamente me quería llevar un par y arranqué uno de raíz para plantarlo en casa. Me quedé pensando dónde era mi casa.

Me miré las manos y estaban muertas: pálidas, azuladas y con las líneas casi negras. Miré a los alrededores y vi que estábamos como en un mar de bromelias de color verde potente.

El resto de los peyotes Marciano se los iba a llevar a su suegra que vive en la zona huichol de Jalisco, con el resto de su familia. Ella se los había encargado y también había sido ella la que le había dado la cabeza de venado para el ritual y para dejarla como ofrenda donde encontráramos los peyotes.

En un momento vimos que apareció algo como un jinete a contraluz, por encima de una loma; y nos alejamos. Me pareció raro porque estábamos en el medio de la nada.

―¿Papá, se pueden montar las vacas?
―Ni que estuviéramos en un rodeo ―respondió Marciano.
―Porque eso que apareció era un niño montado en una vaca.
―No, eso no era un niño montado en una vaca ―dijo Marciano sonriendo.
―Sí que era.

Los dos sonreían. Yo solo había visto una figura negra sobre un cielo casi blanco (si es que vi algo).

Finalmente dejamos las ofrendas en un lugar escondido y empezamos el camino hacia el cerro Quemado.

ofrendas
Plantas.

Al llegar a la base comimos más peyote. Subimos por atrás, por donde suben los peregrinos. El camino estaba muy poco marcado. Al principio subía lentamente y luego con mucha pendiente. Era medio tarde: el sol estaba un poco más bajo de lo que hubiéramos deseado. Íbamos subiendo mucho y se empezaron a ver nuevas montañas, el desierto muy abajo y la lluvia a lo lejos.

―¿No se supone que en el desierto no llueve?
―Sí, eso es lo que se supone.

 

cerro quemado
«Subiendo»

En un momento íbamos bien separados. Otra vez Marciano iba adelante, yo en el medio y Vanesa más lejos. La subida era dura. Y las plantas se ponían cada vez más raras. Pensé: pobre Vanesa, la estamos dejando atrás, y me senté en una roca a esperarla. Los arbustos altos me tapaban parte del paisaje pero para un lado se veía la quebrada por la que habíamos bajado y para el otro lado, una ladera del quemado que daba a otra parte del desierto. Corría un poco de viento fresco. Empecé a escuchar la respiración agitada de Vanesa y el ruido del palo con el que se ayudaba a caminar. Pasaron varios minutos y yo seguía escuchando su respiración y el palito. Chequeé que no fuera mi respiración y no, no lo era; la escuchaba por todos lados. Un tiempo después, apareció a lo lejos, pero yo ya no escuchaba su respiración y ella no tenía ningún palito.

La lluvia se veía espectacular en el desierto y también se veía en el cielo casi arriba de nosotros. Pensé: debemos estar en el borde de la lluvia. Marciano me estaba esperando.

―¿No será que nos estamos mojando y no nos damos cuenta?
―Puede ser ―me dijo sonriente.

erizo
Podemos preguntarle al erizo.

Subíamos tan empinados que en ningún momento podíamos ver la cumbre. Hacia arriba veíamos poco más que roca, arbustos y el cielo todo nublado. El camino se estaba haciendo mucho más largo de lo que imaginábamos. Estaba oscureciendo y se estaba poniendo frío. En un momento, un burro, que parecía perdido en el medio de una gran montaña vacía que estaba enfrente, rebuznó varias veces y su eco se escuchó en otro cerro. Parecía la bocina de un tren. Pensé en un tren muy viejo y recordé a mis abuelos, no sé por qué. El ruido del viento en mis orejas parecían murmullos. Podrían ser las palabras de mis abuelos. Eso pensé.

Finalmente empezó a gotear y yo saqué mi plástico transparente para lluvias del desierto. Lo alcancé otra vez a Marciano y esperamos a Vanesa. Nos cubrimos los tres con el plástico y seguimos subiendo. En un momento se nos rompió y quedó un pedazo chico para mí y uno grande para ellos. La cosa se ponía complicada. Estaba oscureciendo, se estaba poniendo frío y lloviznaba. Si la lluvia se ponía fuerte nos íbamos a tener que quedar ahí hasta que pare y subir quién sabe cuándo. Las noches ahí tienen temperaturas bajo cero.

Seguimos caminando, tratando de no mojarnos. Cuando pudimos ver la cumbre, Marciano dijo ahí está el águila. Estaba un poco oscuro, nublado y seguía lloviznando. Estábamos caminando entre unos arbustos con un poco de forma de palmera y otro poco de forma de personas. Había un águila volando alto sobre el círculo ceremonial, que era por donde teníamos que pasar para empezar a bajar por el otro lado de la montaña. Me sorprendió ver un águila a esa hora y con lluvia.

mescalina
Elevados.

Un rato después casi no llovía, solo unas gotas. Cuando llegamos al círculo de piedras había un viento fuerte y frío que venía del otro lado de la montaña. Ya casi era de noche y a pesar de la urgencia entramos en forma espiral en los círculos concéntricos. Cuando llegamos al centro, Marciano se puso a rezar en huichol y yo me puse a vestirme con todo lo que tenía, incluido mi chaleco de plumas de color rosado. Tenía frío y sed. Qué raro es tener frío y sed.

Empezamos a bajar y el viento complicaba la cosa. Se estaba poniendo muy oscuro y había empezado a lloviznar otra vez. Me puse el plástico por delante porque el viento venía de frente. Eso hacía que me moje los pies y la cabeza, y se me helaban las manos al sostener el plástico. En un momento me di cuenta que casi no sentía las orejas de lo congeladas que estaban. Me saqué el cuello de polar que tenía puesto y lo convertí en gorrito. Me dije bueno, basta de mariconear, hay que hacerse macho. Y me abotoné el chaleco rosa de plumas hasta arriba y me puse a caminar a paso firme. Se volvieron a escuchar los coyotes.

Cuando paró de lloviznar ya era totalmente de noche. Yo empecé a ver cactus por todos lados, pero hechos de líneas finitas de colores. Paró la lluvia, paró el viento, estábamos más abajo y no hacía frío. Nos pusimos a charlar más animados. Les conté lo de la respiración y el palito. Entonces Vanesa me contó su parte.

―Más o menos por ese momento escuché las risas de ustedes atrás mío, abajo ―dijo ella― pero no recordaba haberlos pasado… Después los vi más arriba y me dio miedo y me apuré todo lo que pude.
―¿Y tiraste tu bastón?
―Porque se convirtió en serpiente.

Caminábamos hablando casi sin vernos. Si había alguna luna estaba muy detrás de las nubes. Aunque veía poco e imaginaba mucho, sentía que íbamos por unos valles que conocía de hacía tiempo.

―¿Creés que llovió porque yo arranqué un peyote de raíz? ―Le pregunté a Marciano un poco en joda.
―Pero no llovió mucho.
―Tal vez porque cortamos otros 33 peyotes de la forma correcta― le dije en broma― además vos viste 28 y yo 2: debe haber por lo menos 26 peyotes que pasé de largo y ni siquiera los cortamos ―dije y nos reímos

En un momento nos cruzamos unos caballos petisos en la oscuridad, que no sé qué andarían haciendo de noche, lejos de cualquier casa. Yo dije (otra vez en broma) que podíamos usarlos para volver y me acerqué a uno. Era muy manso. Lo acaricié y después intenté montarlo a pelo y se dejaba. Me dije: basta de hacer tonterías que todavía falta bastante trecho. Y seguimos caminando.

En un momento llegamos a una bifurcación.

―Capaz que es mejor que tomemos el camino largo… el de los caballos ―propuse yo― porque el que baja directo va a ser difícil seguirlo en la oscuridad.
―Me parece bien ―dijo Marciano― de todos modos hace rato que estás guiando tú.

Era un poco verdad. El camino de subida al Quemado también lo había elegido yo. No sé por qué entonces me puse a pensar en el águila.

Sobre el final del sendero ya no hacía frío ni llovía y yo empecé a notar que mis manos y mis tobillos estaban llenos de espinas.

Llegamos a la casa a las siete y media después de haber caminado 11 horas seguidas. Yolanda nos estaba esperando con un guiso de lentejas.

―Papi… ¿le trajiste peyote a Perla para que se porte bien? ―preguntó Sebastián.
―Sí, traje.

Silau gateaba y me miraba con papilla en los cachetes.

Comimos en familia.


16 de marzo de 2013 

Pasé casi un mes en Real de Catorce. Un día quieto, un día de semana, a la hora de la siesta, llegó una rubia holandesa al hotel. Le dije si quería ir al pueblo fantasma y me dijo que yes. Fuimos hablando pavadas todo el camino. En las ruinas dimos unas vueltas y le mostré la entrada a las minas. Sorprendentemente no solo quiso entrar y caminar varias decenas de metros dentro de la montaña, sino que también quiso pasar por el hueco estrecho del fondo del túnel largo. Gateamos, nos ensuciamos y acabamos en la parte que se bifurcaba hacia arriba y hacia abajo donde no se podía seguir.

Marleen
Gateando.

Como vi que le gustaba lo de las minas, al día siguiente la llevé a la que quedaba del otro lado del pueblo; a la que yo había entrado pero que no había llegado al final. Acompañado es más fácil y estuvimos como dos horas en la oscuridad. Recorrimos todo lo que se podía acceder sin escalar. Eran cinco brazos y pasamos varios derrumbes. Salimos de la mina con los ojos achinados, como se sale de las minas.

Otro día me fui solo al desierto. Me fui por el camino de Las Carretas. Tardé dos horas en llegar. Ahí caminé tres horas entre los cactus y me costó otras tres volver caminando cuesta arriba.

Hubo unos cuantos días que me tuve que internar en la habitación a trabajar con la computadora. En un momento salí a dar unas vueltas para despejarme y entré a la Capilla de la Virgen de Guadalupe, que es una iglesia que está casi abandonada y que solo una vez la había visto abierta. Entré por segunda vez y adentro solo había una mexicana que me llamó la atención porque miraba el altar con las gafas de sol puestas. Le mostré un angelito de cerámica hecho pedazos que había bajo unos murales descascarados y nos pusimos a charlar sobre cacas de palomas. Se llamaba Paola y me cayó muy bien. Se quedó dos días por el pueblo y arreglamos para ir el fin de semana siguiente a la selva de la Huasteca.

Jesus hecho bolsa
Ruega por nosotros pecadores.

En esos días volví a ir al desierto solo. También caminé ocho horas, pero esta vez regresé por las montañas. La vez anterior no había querido volver entre los cerros porque pensé que a mitad de camino se ponía complicado: me iba a perder un poco e iba a terminar yendo por huellas de cabras. Y así fue. Fue duro caminar tres horas subiendo la montaña entre arbustos espinosos y pasando muchas quebraditas. En cada quebradita intentaba ganar altura subiendo por las piedras, pero finalmente tuve que bajar al río seco y trepar las rocas grandes a lo bestia, rogando que no hubiera nada impasable hasta la naciente. El sol me iba pegando todo el tiempo en la espalda y llegué a la parte más alta con el último trago de agua. Ahí solo quedaba bajar.

Un día, finalmente, me despedí de Marciano y su familia y me fui a dedo hasta San Luis Potosí. Ahí me esperaba Paola y nos fuimos a Xilitla. Al día siguiente fuimos al jardín de Edward James. Caminamos bastante entre las esculturas surrealistas semi abandonadas entre la selva.

Xilitla
Surrealismo en la selva.

 

que le cueste
Y realismo.

 

Edward James
Es hora de ir volviendo.

Paola se volvió a San Luis y yo me fui para el D.F. Había dudado mucho como continuar mi viaje. No sabía si seguir para Estados Unidos o empezar a bajar. Finalmente me decidí por sacarme un pasaje de avión para Barcelona (que sería el primer avión del viaje) y otro pasaje a Buenos Aires. De un día para otro, mentalmente ya estaba de vuelta.

En Barcelona estuve un mes visitando viejas amistades y embebiéndome de la particular cultura catalana una vez más.

dulce de orto negro
Gusto afrancesado.

Finalmente llegue a Buenos Aires sin saber muy bien qué hacer. Y eso fue todo: nueve meses en Latinoamérica y uno en Barcelona.


Y… el trabajo que fui haciendo en el camino finalmente se publicó… acá

 

➮ Siguiente viaje 

 

El LIBRO

 

Real de 14, México

21 de enero de 2013 

Justo después de hablar con Marciano recibí un mail de un amigo que trabaja en la revista THC contándome que estaban preparando un especial de cactus y mezcalina y me preguntaba si quería participar con una nota. Le dije que por esas cosas del destino yo estaba justo en Real de Catorce y acababa de arreglar con un Huichol para ir a comer peyote al desierto. Le dije que si quería podía hacerle una nota al chaman y contar la experiencia. Quedamos en hablar y arreglar los detalles.

El viernes conocí a Robert, que era el otro inquilino del hostal. Es de Tennessee, tiene 45 años y enseguida me cayó bien. Quedamos para ir al pueblo fantasma: él ya había estado varias veces y me iba a mostrar el camino. Fuimos charlando mientras subíamos por la montaña. Me contó que coleccionaba coches viejos con caja de cambios manual, tenía unos 20 en los alrededores de su casa. Me preguntó si en Argentina había muchos Ford Falcon. Me preguntó si en el bus que vine era uno con caja manual o automática. Me contó que había escrito algunos libros. Me contó que sacaba fotos con cámaras analógicas. Me preguntó cómo se llamaban en Argentina esos árboles que hay en Real de 14. Le dije que se llaman anacahuitas o aguaribays. Se lo dije frunciendo el seño y pensando que no era nada esperable que yo supiera el nombre de esos árboles. Él me dijo que acá lo llaman pirulo. Yo le dije que era un árbol sudamericano pero que en esta zona se había asilvestrado, y algo se me empezó a aclarar en la cabeza. Le pregunté si recordaba muchos números de teléfono y me dijo que entre 500 y 1000. Le dije que yo recordaba solo dos o tres. Charlamos un rato más entendiéndonos mejor y en mi cabeza lo apodé Robert Ironía. Tenía los ojos muy claros y la mirada muy fija.

En el pueblo fantasma no había nadie y caminamos entre las ruinas y los cactus. Detrás de unas paredes encontré un hueco que parecía la entrada a una mina. Lo llamé a Robert y me dijo que él había venido muchas veces por ahí y nunca lo había visto. Entramos y el camino se bifurcaba. A la izquierda bajaba un poco abruptamente. Seguimos para la derecha y a los 20 metros se bifurcaba otra vez. Ahora a la derecha daba a otra salida y seguimos para la izquierda. La cosa se ponía muy oscura y Robert no quiso continuar. Yo me fui iluminando con el celular y seguí bastante. A unos 100 metros de la entrada había un derrumbe y solo se podía seguir por un hueco en un costado. Me metí un poco gateando y vi que subía. Regresé y decidí volver en otro momento con linterna.

Paredes fantasma
Paredes fantasmas.

Y volví al día siguiente. Entré por el hueco del fondo iluminándome con una linternita. Subí algunos metros y salí a un pasillo que avanzaba otros metros más y se bifurcaba pero para arriba y para abajo. No podía seguir sin soga o escalera y volví.

el tunel se estrechaba
Sin mochila se pasaba más fácil.

Esos días empecé a darme cuenta que en los alrededores del pueblo hay varias entradas de antiguas minas. El domingo entré a una y en los primeros pasos no veía casi nada con las pupilas todavía pequeñas. De pronto pisé algo que me hizo pensar en el guardabarros de un Citroën. Me acerqué y lo iluminé. Era un caballo muerto y ahí se terminaba la pequeña mina. Lo curioso es que no había olor. Estaba muy seco, como momificado por el aire del desierto. Al salir, en el camino encontré a dos niños y les pregunté si habían visto al caballo muerto de la mina. Me dijeron que no y les pregunté si lo querían ver. Me acompañaron pero cuando se puso oscuro les agarró miedo y salimos. Claro, ¿a quién se le ocurre meter a dos niños en una mina oscura a ver un caballo muerto?

This is the end
My only friend, the end.

En el pueblo ya me conocen. Probablemente por mi chaleco de plumas de un color entre rojo y rosa. En otras circunstancias no usaría un chaleco rosa, pero acá a la noche hace muchísimo frío. Desde Bolivia que no andaba por un lugar realmente frío y no tengo abrigo. Me compré el chaleco en un negocio de segunda mano en Guatemala; me lo compré para usarlo de almohada. Acá en Real de 14, además de hacer mucho frío a la noche, no hay ningún lugar donde comprar ropa. El chaleco de plumas es muy abrigado y me salvó; pero claro, quedo un poco raro entre los machotes del pueblo que suelen usar sombrero y bigotes.

El lunes entré a comer a un pequeño restaurante que lo atiende una viejita y me pedí cinco gorditas y un refresco. Las otras dos mesas del lugar estaban ocupadas por una familia festejando un cumpleaños. En un momento el cumpleañero, un tipo de unos cuarenta y pico, me invitó a comer con ellos la comida especial que la viejita les había preparado. Era una sopa roja con maíz y pollo. Había lechuga y limón como opcional para agregarle. Y sí, ¿por qué no agregarle lechuga y limón a la sopa? La gente estaba un poco borracha y muy alegre. El cumpleañero me miró sonriente y, con sus pómulos achinándole los ojos, me dijo que cumplía 15. Yo le dije que estaba muy mal conservado y nos reímos exageradamente de ese intento de chiste. Después de que comimos bastante, trajeron una tarta con velas y cantaron las mañanitas. Me ofrecieron un pedazo y les dije que no porque estaba a dieta. La que parecía la abuela de todos me dijo “¡¿tu a dieta?!” y se mataba de la risa. Al final acepté y me fui muy agradecido y con la panza bien llena.

Más tarde salí a caminar y encontré la entrada a otra mina. Entré bastante con la linternita, pasé por encima de un derrumbe, llegué a una bifurcación con otro derrumbe y agarré para la izquierda. Avancé unos 20 o 30 metros y había otra bifurcación. No había forma de elegir: los dos caminos eran túneles oscuros en la roca, los dos del mismo tamaño. Volví a elegir la izquierda. Me sentía en una película de Indiana Jones. Finalmente regresé sin llegar a terminar ese pasillo. No me estaba haciendo tanta gracia estar solo tan adentro en la montaña con esas bifurcaciones y esos derrumbes. Cuando salí ya casi era de noche.

Eleccion
Difícil elección.

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

De Tulúm a Real de Catorce, Mexico

17 de enero de 2013

Welcome to Mexico
Bienvenido a México.

Crucé a México. Pasé por Chetumal y me fui a Playa del Carmen, pero me pareció muy superficial y regresé un poco hasta Tulum.

Playa del Carmen
Playa del Karma.

Ahí me quedé diez días relajándome en las playas blancas con aguas turquesa.

Tulum
Turquesa.

No recuerdo haber hecho nada especial excepto un día de deporte de “colado de ruinas”, que entré a las de Tulum caminando por la playa, entre las rocas. También me compré una cámara de fotos, por dos mangos, en una casa de empeño. Todo el viaje sacando fotos con un celular y me vengo a comprar una cámara sobre el final, está bien. Después conocí una argentina que me cayó bien y nos fuimos un día a Palenque, dos días a San Cristobal de las Casas y un día a Oaxaca. De ahí, ella se iba para Guatemala y yo seguí hacia el DF.

Pollera
Polleras caídas.

 

pollera levantada (1 de 1)
Y polleras levantadas.

 

pijas (1 de 1)
Todo en el subconsciente.

 

yes
¡Yes!

En la capital me alojé en un hostal de muchos pisos y muchas habitaciones, pero vacío; parecía un hospital recién abandonado. Me dieron una habitación para cinco personas que solo la ocupaba yo. Estuve seis días en el DF, caminando por los barrios. También hice deporte: me colé al templo mayor, incluido el museo. En ambos entré por la salida.

se solicita lavatrastes
La oferta laboral en el DF no era divertida.

 

tortillera con experiencia
O sí.

 

bandera mexicana
Sí.

 

maniqui alienigena
Claro.

Del DF me fui a San Luis Potosí en el norte de México. En San Luís estuve una noche en la casa de una couchsurfer y me fui a Matehuala. Ahí me tomé un bus hacia Real de 14. Ese camino lo hice casi todo durmiendo. La zona era desértica y la ruta estaba medio poceada. El bus tenía un televisor con unos dibujitos animados que no se escuchaban bien, un poco por el volumen que estaba bajo y otro poco por el traqueteo del camino. Tampoco se veía mucho la imagen porque el sol entraba fuerte por algunas ventanillas que no tenían la cortina cerrada y la luz hacía reflejo en la pantalla. Me dormí enseguida. En un momento me desperté y estábamos pasando por un lugar que parecía un pueblo fantasma. Eran como paredes de piedra con ventanas de madera reseca que habían resistido caerse. Me volví a dormir y me desperté cuando el bus paró a la sombra de una montaña, frente a la entrada de un túnel. El hueco era muy angosto y el bus no cabía. Los dos o tres pasajeros que viajábamos teníamos que bajar para subirnos a un pequeño bus destartalado. Un tipo en la entrada le dio una bandera a nuestro chofer y arrancamos. El túnel era una rústica excavación en la roca, de dos o tres kilómetros, iluminado con algunas luces amarillentas. Adentro me pareció ver un santuario con una virgen. Uno de los pasajeros me dijo que ese túnel se llama Ogario y que es más o menos lo único que comunica a Real de 14 con el resto del mundo.

Salimos a la luz y el chofer le entregó la bandera a otro tipo, supongo que para cederle el turno a alguien que quiera hacer el camino inverso. El túnel daba directamente al pueblo, sin ninguna transición. Me calcé la mochila y me fui a dar unas vueltas. Era un pueblito colonial, ubicado un poco en diagonal entre las montañas; con casas de piedra y una iglesia en el centro. Era jueves y había muy poca gente en la calle. (Me habían contado que Real de 14 fue un pueblo minero que en algún momento tuvo 40 mil habitantes, y que en el siglo pasado llegó a estar prácticamente abandonado. Ahora ha vuelto a crecer: tiene un poco más de mil personas).

Me hospedé en el hostal “Real de Álamos”. El nombre me pareció raro, no había visto ningún álamo en ese pueblo seco; apenas unos aguaribays retorcidos y algunos cactus. Pero el hostal estaba bueno. Tenía un patio central rodeado de habitaciones. Lo atendía una familia muy simpática y parece que solo estábamos alojados un gringo y yo.

Caminando por las callecitas de piedra me crucé a un tipo de sombrero y bigotes largos que me ofreció alquilarme un caballo. Le pregunté si había indios huicholes en la zona. Me dijo que en el pueblo solo había uno, que se llamaba Marciano y que lo podía encontrar en la plaza vendiendo artesanías indígenas. (Yo sabía que Real de 14 quedaba cerca del Cerro Quemado, que es el lugar más sagrado para los indios Huicholes. Había leído que eran los que más cultura tradicional tienen del peyote, el cactus alucinógeno. Los huicholes en realidad no son de esa zona, pero parece que desde hace varios siglos peregrinan hasta acá para buscar peyote y para hacer sus ceremonias en el Cerro Quemado. Vienen caminando cientos de kilómetros por el desierto, desde Nayarit, Durango, Jalisco y Zacatecas).

Efectivamente encontré a Marciano en la plaza y me puse a charlar con él. Enseguida me cayó muy bien. Era un tipo joven que hablaba con una tranquilidad sorprendente. Estaba vestido con ropa huichol, pero con una campera de jean por encima de la camisa blanca con bordados de colores. El pantalón era ancho y también de tela blanca. Tenía sandalias de cuero y sombrero con colgantitos triangulares. Charlamos un buen rato de tonterías, y de peyote, claro. Le conté que un amigo había estado ahí hacía catorce años, había juntado un peyote en el desierto, lo había llevado a Buenos Aires y me lo había regalado. Todavía lo tengo y hasta le pude sacar unos hijitos. Él me contó algunas cosas del pueblo, de la minería y de Jalisco, de dónde es su familia. Al final me dijo que tenía pensado ir en esos días al desierto a buscar peyote y a dejar unas ofrendas y me preguntó si lo quería acompañar. Me dijo que él me enseñaba dónde crece el peyote y yo le enseñaba a plantarlo y a reproducirlo. Me pareció buenísimo, quedamos para el martes.

A la noche en mi cuarto me acordé de las descripciones del pueblo que había hecho mi amigo hace 14 años y sentí que estaban muy acertadas. Me quedé pensando en el nombre: Real de 14. Catorce eran los años que habían pasado desde que yo lo escuché nombrar, y de “real” no parecía tener demasiado ese ex pueblo fantasma al que se llega por un agujero en la montaña.

Real de catorce
Ex fantasmas. 
 
 
mapaI

 

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