Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala (II)

2 de diciembre

Volví al Rainbow y volví al barro. Me puse mi pantalón destruido y caminé 10 o 20 minutos por la manteca marrón. En el círculo central reconocí a Nico de espaldas, haciendo malabares entre los hippies que estaban cantando “Cole’oko mama cole’oko” [ http://www.youtube.com/watch?v=Z6SeDm8vu5A ] y después «Somos los guerreros del arcoíris!». Me acerqué por atrás y me puse una máscara que compré en Chichicastenango. Era como la cruza de un pasamontañas con un gorrito andino. O una careta de lucha libre mexicana, pero tejida por una abuelita. Cuando me vio, me sonreía con mucha interrogación en su cara. Le dije “Nico!” detrás de mi máscara y me reconoció enseguida. Nos abrazamos y nos reímos. También, al toque, lo reconocí a Roger que venía caminando a la distancia. Después de 5 meses y 5 países nos reencontramos los tres.

terrorista arcoiris
Terrorista del arcoíris.

 

 

Me quedé varios días en el campamento. Me sentía un poco más conectado que la vez anterior. Uno de los días fuimos en expedición hasta un pueblito cercano con un guía local. Caminamos con los hippies un buen rato por las montañas; entre la selva y los pastizales. Salimos a un camino y cuando empezó a haber casas, la gente empezó a salir y a mirarnos como en un zoológico. Yo disfrutaba mucho del paseo y del contraste tribal. Cuando llegamos al pueblo, nos instalamos en un playón y los hippies empezaron a hacer malabares, a cantar y a tocar instrumentos. La gente se fue acercando formando una especie de círculo incompleto a una distancia más que prudencial. Los hippes estuvieron un buen rato haciendo cosas de circo, entreteniendo sobre todo a los niños. Yo en un momento me relajé y me acosté en el pasto y me cayó una clava en el medio de la frente.

civilización
Enemigos de las burbujas arcoíris.

 

También habían preparado una obra de teatro y cuando estaba por empezar, el negro, que es uno de los del rainbow y que tiene más alma de punky que de hippie, empezó a hacerse el loco golpeando un palo contra el piso y arreando a la gente como ovejas para formar un círculo más cerrado alrededor de la obra. Funcionó.

el arco maya mativo
Esta rubia fue mucho más aglutinadora que el negro.

 

Lo que no funcionó muy bien fue la obra. Trataba sobre los cuatro elementos, que supongo que son agua, fuego, aire y tierra; pero no entendí bien. Era sobre unas semillas que alguien le daba a una especie de hada o algo así y que no lograba que germinen y el hada las iba llevando con diferentes gnomos o no sé qué eran; y cada uno le recomendaba algo diferente. Unos le recomendaban que ponga las semillas en la tierra; otros, que les ponga agua; otros, que les dé el sol (que supongo que representaba el fuego, pero que no sé qué tiene que ver con la germinación, tal vez por el calor). Lo del aire no me acuerdo. Cada elemento abarcaba toda una parte de la obra con música representativa y bailes. Finalmente terminaba, según entendí, con que las semillas para germinar necesitaban AMOR. Y ahí sí que germinaban. Yo, personalmente, no comprendí del todo la obra porque estaba prestando más atención a la gente local que a los actores. Y la gente local no entendió mucho tampoco, porque la mayoría no hablaba español. Uno del pueblo se había puesto como traductor, pero le resultó una tarea bastante difícil por tener que andar interrumpiendo y gritando por encima de la música, y porque había cosas difíciles de traducir como «hada» o «chacras» o cosas así, que el tipo trataba de explicar con esfuerzo y de una forma aproximada. Además, a mitad de la obra, un pibe sacó un paño con artesanías para vender y la mayoría de la gente abandonó el espectáculo para ver los «collarcitos de colores». Me dio la sensación de que muchos creían que estaban regalando algo. Yo también me fui un rato en la mitad. Me fui a comprar una cerveza en una tiendita que había a un par de cuadras. Ahí encontré a varios del Rainbow recuperándose un poco de la abstinencia (en el campamento está prohibido el alcohol).

Después de la obra, empezó a hacerse de noche y también empezó un pequeño conflicto que casualmente me tocó estar cerca cuando comenzó. Un local vino a hablar con el negro y le explicó que cuando él había estado gritando y golpeando un palo contra el piso, una nena se asustó mucho y ahora necesitaban un mechón de su pelo para quemarlo cerca de la nariz de la niña. El negro le dijo que él no le daba su pelo a nadie. Yo interpreté la respuesta como algo salido de su espíritu punky, pero me equivocaba. El tipo empezó a implorar un poco y a explicar que ellos tenían esa costumbre. Si un niño se asusta y no le queman pelo del asustador delante de su nariz, puede enfermar y morir. El negro se siguió negando, ahora con palabras un poco agresivas. Ya había varios locales que se habían acercado y estaban a la expectativa. Yo me metí y le dije bueno, no pasa nada, le cortamos un poco de pelo a otro hippie y listo. El local me dijo que sí, pero me pareció que ponía cara de no es lo mismo pero algo es algo. Entonces me puse a pedirles un poco de pelo a los hippies que también se habían acercado a ver la situación. Ninguno, absolutamente ninguno quiso darle un poco de pelo. Yo empecé a no entender nada. Habíamos venido con la idea de compartir todo lo que tengamos para dar, y ahora no había ni un mechón de pelo. Como realmente no entendía nada, empecé a preguntarles a todos, con sinceridad, por qué no querían entregar un mechón de pelo. Y para mi gran sorpresa, todos y por separado argumentaron que los indios podían hacer magia negra con el pelo. Yo primero pensé que era joda. A algunos les pregunté si de verdad creían que estos tipos podían hacerles algo a ellos a través de un mechón de pelo y la respuesta fue un rotundo sí. Algunos hasta argumentaron que había mucha magia negra por la zona. A otros les pregunté por qué pensaban que estos tipos nos iban a querer hacer magia negra si nosotros habíamos venido con la mejor onda del mundo y que lo que el local estaba diciendo sonaba a una costumbre muy verosímil. Más o menos me dijeron que «nunca se sabe». Yo me volví al tipo y le pregunté si un mechón de mi pelo le servía (mi única motivación era no dejar a los locales tan ofendidos). Me dijo que sí, pero me puso mucha cara de no estar convencido. Yo lo entendía: mi pelo era muy cortito, lacio y limpio. Era como si se cortara él mismo un poco de su propio pelo. Me corté un mechón con una tijera que él mismo tenía, se lo di, lo guardó en el bolsillo y me lo agradeció mucho, pero igual se quedó con cara de pollito mojado. El conflicto no terminaba. Había aceptado mi pelo de pura buena onda, pero no estaba nada convencido de que funcionara. La gran mayoría de la gente no estaba al tanto del problema porque los malabares seguían, pero el grupo del conflicto se había agrandado y ya había como unos quince locales con sus argumentos y sus caras de más o menos angustiados. Supuse que veían la inminente enfermedad de la niña y su posible muerte. Ya era de noche y yo la cara de los locales solo las podía diferenciar por su grado de angustia o enojo. Pensé que justo el negro, un par de días antes, había estado cortándose la barba en el círculo sagrado del campamento y los pelos había quedado tirados por ahí y yo podía juntarlos y traerlos al día siguiente, pero me di cuenta que a mí también ya me estaba fallando el cráneo. Se me ocurrió ir a Eugenia a pedirle un mechón, que sabía que me lo iba a dar (Eugenia es un capítulo aparte). Me lo dio sin preguntar y se lo di al local que también lo guardó en el bolsillo y pareció tranquilizarse. Al rato supongo que otra vez empezó a dudar de la eficacia de los pelos ajenos al asustador y volvió a insistir con los pelos del negro. El negro les dijo cosas como que eran unos ignorantes. Que él en el camino había visto una cantidad de basura tirada, propio de gente sin educación y que eran devotos de la iglesia católica que era la peor caca de este planeta. El tipo le dijo que nosotros decíamos que veníamos a traer paz y amor pero que dejábamos la mierda. Más tarde lo insultó de una forma exageradamente sutil: me preguntó a mí de que país era y le dije que de Argentina. Me dijo: muy buenos jugadores de futbol por ahí. Después le preguntó al negro y le contestó Uruguay. Ahí no hay buenos jugadores, dijo el local. Todo terminó inconcluso más o menos por ese momento. Nos fuimos en banda caminando por la oscuridad. Fue una mala tarde. El negro me cae muy bien, pero había estado muy garca.

En el camino pasamos por la iglesia del pueblo que era muy simple y muy antigua y el Negro, que además de alma de punky tiene grandes capacidades de liderazgo, se metió en la iglesia y varios lo acompañaron. Adentro solo había gente rezando. Fue hasta el altar, agarró una biblia y el micrófono y se puso a recitar partes con acentos rarísimos. Otros que lo habían seguido se morían de la risa. Uno se puso a tocar una batería que también había por ahí, otro una marimba y un tercero tocaba su propia flauta hippie. La secuencia era fantástica. Afuera estaba oscuro, adentro estaba muy iluminado y sonaba una música del demonio. El negro tenía puesto un sombrero de pirata y su barba era casi la de Morgan. Sus ojos saltones resaltaban en su piel oscura. Los ruidos bíblicos se escuchaban muy fuertes con el micrófono. Los locales medio sonreían con la mitad de la cara y con el ceño fruncido.

misa profana
¡Al abordaje!

 

Me fui y caminé con un grupito por senderos oscuros como dos horas hasta el campamento.

 

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Chichicastenango, Guatemala

27 de noviembre

En Chichicastenango me hospedé en un hostal barato donde la terraza y mi ventana daban al cementerio. Las tumbas y mi cuarto estaban a la misma altura, pero separadas por unos 100 metros y por un valle. Desde mi ventana se podía ver casi todo el cementerio, que era totalmente multicolor: cada bóveda y cada tumba estaba pintada de un color diferente.

 

muerte
Otro tipo de Rainbow Gathering.

 

Bajé una cuadra, subí por una escalera de piedra y me puse a pasear entre el arcoíris de casitas de muertos. Las tumbas eran solo cruces de colores sobre montículos de tierra con pinocha esparcida arriba. Estaban una al lado de la otra y no daban espacio ni para caminar. Cada dos por tres me encontraba parado arriba de alguien.

Sobre la parte más alta vi a dos indios y una india en una ceremonia maya. También estaban vestidos de muchos colores, pero colores chiquitos, como si hubieran hecho picadillo al cementerio en sus ropas. Estaban recitando rezos alrededor de un fuego hecho de huevos y limones. Me quedé sorprendido de que los huevos y los limones pudieran arder así. Se los frotaban por el cuerpo y los iban agregando cada tanto formando círculos. Los tipos recitaban acompasados pero cada uno decía algo diferente. No sé lo que decían porque hablaban en algún idioma maya (supongo que era q’eqchi’). Cuando se acabaron los huevos y los limones, siguieron con velas blancas y negras que las iban apoyando acostadas en el fuego. La ceremonia era muy larga y me fui mucho antes de que terminen con todas las velas que tenían.

 

ceremonia-maya
Humo, huevos, cruces y cantos indígenas.

 

Saliendo del cementerio me crucé con unas doscientas personas que venían detrás de un cajón. Todos me miraban. Tal vez me parecía al difunto.

Ese mismo día por la noche, desde mi ventana vi fuego entre las bóvedas y me acerqué una vez más al cementerio. Apreté el paso entre las calles oscuras y después entre las bóvedas que ahora casi no tenían color. Cuando llegué estaba terminando una ceremonia nocturna.

Al día siguiente era justo el día groso del mercado. La gente de las comunidades llegaba y los puestos terminaron ocupando todo el centro. También crecían en altura como cuatro metros, anudando palos con sogas y toldos.

 

Chichicastenango
El mercado crecía en ancho y en alto, pero también en diagonal

 

De Chichicastenango me fui a Nebaj en un chicken bus. Dormí ahí y al día siguiente me fui para Cobán en tres combis, yendo de comunidad en comunidad. Quería volver al Rainbow para encontrarme con Roger y Nico.

 

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Cuidad de Guatemala, Antigua, Patzún y San Pedro la Laguna

25 de noviembre

En la Pensión Meza hay muchos personajes. Todos están medio locos excepto Willy que está totalmente loco:

– Willy: Un gringo de unos sesenta y pico de años que usa siempre pantalones cortos, remera sin mangas, chaleco de polar, gorro de lana; y siempre está gritando unos “cuaaack” nasales que parecen hechos por un pato de metal.

– Robert: Un negro garífuna de Livingston. Con rastas, gordo, dientes de oro y muy sereno. Me pareció muy inteligente. Cuando lo conocí, estaba tranquilo, leyendo una biblia con cubierta de cuero, bajo una sombrilla en el patio de la pensión. Yo me había quedado sin libro para leer en El Salvador y me había llevado una biblia que encontré en el hostal y la estaba hojeando cada tanto. Nos pusimos a charlar, y de todas las pavadas que hablamos, la que más me gustó fue su extraña confesión: «Yo soy creyente por obligación: no hay ningún negro ateo, así como no hay ningún negro torero» me dijo riéndose a gusto con su sonrisa de oro.

– Conrad: Según me contó, cuando él tenía 9 años su familia se mudó a Estados Unidos, y tiempo después, pudo estar legal por un convenio por la guerra civil en Guatemala. Cuando él ya tenía 50 y pico, después de pasar toda su vida en Estados Unidos, llegó la paz a Guatemala, se acabó el convenio y pasó a ser un ilegal. Tuvo que cambiar su trabajo de maestro bilingüe por el de albañil. Finalmente, lo metieron preso tres meses y lo deportaron. Llegó a Guatemala sin familia y sin plata. Volvió a cruzar como ilegal por México, lo metieron preso otros tres meses y lo volvieron a deportar. De nuevo volvió a entrar: esta vez cruzando por el desierto junto a un salvadoreño que se ahogo pasando un río, llevándose al fondo la comida de ambos. Conrad caminó dos días y dos noches por el desierto comiendo cactus. Salió del desierto y lo metieron un año en prisión federal y lo volvieron a deportar. Ahora tiene que esperar un año más para volver a entrar ilegalmente sin tener un exceso de problemas. Vive de vender libros de inglés por la calle y apenas junta el dinero para pagar la pensión. También está pensando en la posibilidad de irse a Sudamérica que dice que ahí lo van a tratar mejor que en Guatemala. Me preguntó cómo hice para cruzar el Darién y le hablé de las opciones que yo conocía.

– Andrea: Un italiano de unos 50 y pico que se parece mucho al psicoanalista de Twin Peaks. De hecho, se la pasa hablando de psicoanálisis (casi siempre borracho).

– Freddys: Es guatemalteco y vivió 10 años en la pensión. Ahora no, pero vuelve cada tanto para tomar cerveza con la gente. Me dio una paliza terrible en el ping-pong y me contó que la habitación en la que estoy no fue en la que estuvo el Che. Dice que estuvo en la 9 pero que se vino abajo y ahora decoraron la 21.

Después de 10 días en Guate, me fui a Antigua otra vez y subí al volcán Pacaya, que está en actividad. Anduve caminando por un paisaje lunar.

atardecer
Desde la luna el sol se veía rarísimo.

 

Ahí, conocí a Diana y a Aixa, dos españolas que están en Guatemala de voluntariado. Me invitaron a su casa en Patzún, un pueblito no muy lejos del Lago de Atitlán.

voluntariado
No todos los trabajos en Patzún eran voluntarios.

 

Pasé unos días con ellas y me fui para el lago. Me tomé una camioneta comunal a Godinez, una combi a Panajachel y una lancha a San Pedro La Laguna. Me pareció muy buena la entrada al pueblo en lancha, que era a través de una especie de techo de paja que llegaba hasta el agua. Me alojé en la mejor ganga de todo mi viaje: habitación grande, cama doble, baño privado y wifi; todo por 3 dólares. El wifi lo necesitaba porque me llegaron nuevas críticas del paper y me tenía que poner a trabajar.

Al día siguiente, en un descanso del trabajo, me fui caminando hasta el pueblo de al lado que se llama San Juan La Laguna y ahí me di cuenta que el lago estaba desbordado. Las casas, que originalmente estaban en la costa y tenían dos pisos, ahora estaban deshabitadas y tenían un solo piso por encima del agua. También se veían techos que parecían flotando. Lo que en San Pedro había interpretado como una linda entrada a la ciudad en lancha a través de algo que parecía un techo de paja que llegaba hasta el agua, era efectivamente un techo de paja que llegaba hasta el agua.

vistas
Tenía buenas vistas.

 

Ahí en San Juan, encontré unos niños que estaban jugando a tirar un CD viejo desde el muelle para después sumergirse y buscarlo entre las plantas y las ruinas subacuáticas. Había mucho sol y el fondo se veía muy verde. Les expliqué a los niños que eso no eran algas sino plantas subacuáticas, les conté un par de trucos para aguantar más la respiración y me sumé al juego un buen rato, hasta que terminé con los dedos arrugados.

levitacion
De paso, también les enseñé a levitar.

 

La hijita del dueño del hostal en San Pedro se llamaba Argentina. El tipo le puso ese nombre porque había sido fanático de Maradona y del futbol argentino. Cada tanto, mientras trabajaba en la computadora, me distraía un grito del estilo: “¡Cuidado, Argentina!” o “¡No te alejes, Argentina!” y cosas menos simbólicas como “ponete un abrigo, Argentina”.

Me fui de San Pedro. Me tomé un chicken bus hasta El Encuentro y una combi hasta Chichicastenango.

 

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Semuc Champey y Ciudad de Guatemala

15 de noviembre

Cuando salimos de la cueva, era de noche y en Lanquín ya no había transporte a Semuc Champey. Mientras dábamos vueltas por el pueblo pensando cómo mierda íbamos a volver, vimos un camión que salía hacia el lado de Semuc y lo corrimos. Lo alcanzamos casi sin aliento. Aceptó llevarnos, pero solo nos podía dejar en la cumbre, a mitad de camino. Entramos a oscuras en la parte de atrás. El techo era de lona y las puertas eran unas rejas que se cerraban con un pasador. Adentro había una montaña de tierra y nos sentamos por ahí, donde pudimos. En un momento mi mano se apoyó en algo más blando; quería saber qué era, pero estaba todo oscuro. Me olí la mano y olía a carne.

El camión nos dejó en la cumbre, a mitad de camino, donde había dos casitas y unos tipos en la puerta. Todavía nos faltaban 4 o 5 kilómetros, pero eran en bajada: pensamos en caminar. Los de las casitas nos dijeron que el camino era peligroso. Debatimos un rato entre los tres y decidimos no creerles, pero por las dudas íbamos a caminar con las linternas apagadas y sin hablar en voz alta. No era tan grave: estaba claro que nadie nos estaba esperando entre la selva.

Caminamos un rato y pasó una camioneta. Le hicimos dedo y frenó. Nos dijo que tengamos cuidado al subir atrás porque llevaba gente. Estaban todos tapados por un plástico. Tommy y yo subimos lo más bien. Karlien pisó una cabeza y pidió disculpas. En el camino, charlamos un poco con los tipos que estaban bajo el plástico, pero nunca los vimos. La camioneta nos dejó en la puerta del hotel.

La Ola Verde
Cuando se tiró Tommy, vi que se formó una ola verde y pensé en Flavia Palmiero.

A la mañana siguiente, fuimos a saltar al río desde el puente que estaba frente al hostal. Eran 12 metros. Como la última vez había tragado mucha agua, esta vez intenté taparme la nariz. Fue peor. La mano me hizo como embudo y tragué como un litro de río. Qué difícil que es toser a dos metros de profundidad. Al salir, mientras iba nadando, pensé: «ya sé lo que tengo que hacer, mejor no miro al agua en el momento del impacto». Claro, funcionó.

Después fuimos a Lanquín a dedo y en el trayecto hicimos amistades con unos jubilados franceses que nos terminaron llevando a Cobán en camioneta de lujo. En Cobán nos despedimos de Tommy que se iba para el Rainbow y seguí viaje con Karlien hacia Ciudad de Guatemala (parece que tengo cierta afición a viajar con belgas).

En la ciudad nos encontramos con un amigo guatemalteco de Karlien y nos fuimos a la casa de otra amiga de ella (española) pensando en quedarnos a dormir ahí. Su amiga no estaba, pero Karlien tenía las llaves. Entramos y nos quedamos los tres tomando un vino en la terraza. Cuando llegó la española, se cabreó con Karlien y me echó —ni llegué a verla, nunca subió a la terraza—. El guatemalteco me dijo que conocía un buen lugar para mí y salimos a caminar los tres por la noche de la ciudad con el vino a cuestas. Caminamos bastante y entramos en la Pensión Meza despertando al encargado. El guatemalteco le dijo que me lleve a la habitación del Che. La habitación era pequeña y estaba adornada con fotos y dibujos del Che Guevara. Parece que se había alojado ahí en 1953. Quién sabe, tal vez es verdad.

Esa noche, me enteré que había habido un terremoto en Guatemala en toda la parte sur, en uno de los pocos días que yo me había ido a la parte norte. Parece que fue largo, duró 54 segundos y destruyó bastantes casas; sobre todo en Quetzaltenango. Yo justo me había ido con los hippies, y ahí, mientras la mayoría de los noticieros del mundo comentaba el terremoto de Guatemala, nosotros ni nos enteramos. Con Karlien y el guatemalteco nos quedamos charlando en el patio de la posada hasta que se acabó el vino. Me despedí de ellos esperando volver a verlos y me fui a dormir pensando en el paso del Che por ahí.

detergente
Todo mal con la española, pero todo bien en La Pensión Meza, hasta el detergente me sonreía.

Al día siguiente, fui a la Embajada de España y tuve que volver un par de días después porque el Cónsul y su secretaria estaban de viaje. Cuando volví me dieron cita para dentro de otro par de días más. Finalmente me atendió el Cónsul y atestiguó que yo firmaba un papel delante de él. Lo firmé en una enorme mesa de madera lustrada y con la lujosa pluma del cónsul. Después firmó él y me dijo que conocía mi caso porque ya había firmado otro de esos papeles. Nos dimos la mano y me deseó mucha suerte. Ese papel lo tuve que enviar con otros a España para cobrar el pasaje de Air Madrid que yo tenía cuando la empresa quebró en el 2006. De pronto sentí que todo era rídiculo. Tantos trámites y un consul —que seguramente siempre viaja en primera— me había deseado «mucha suerte» para cobrar un vuelo económico que perdí hace seis años. No sé qué es, pero algo de todo esto es ridículo.

Uno de esos días en la capital, me compré una linternita de cabeza con el único objetivo de volver a la cueva de Lanquín. Voy a ir al Rainbow otra vez, seguro que lo encuentro a Nico y seguro que me acompaña a la gruta. Roger no creo, está muy metido en su proyecto de ir en bici a México. Nico es el belga que conocí en Brasil con Roger y que viajamos hasta Venezuela. Después de cinco meses, probablemente nos reencontremos los tres en Guatemala.

 

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Rainbow Gathering, Semuc Champey y Lanquín, Guatemala

7 de noviembre

Armé la hamaca a oscuras y dormí muy bien. A la mañana siguiente recorrí un poco el valle conociendo a la gente. Algunos estaban haciendo yoga, otros preparaban la comida, otros cantaban, y esas cosas. En un momento, escuché que cantaron: “Get up, stand up: stand up for your rights!…”. Algunos lo cantaban sentados y otros acostados.

En un momento, estaba en el campamento de la cocina e iba a meterme por un caminito entre la selva (no sé para qué) cuando vi que en el paso estaba la misma mujer embarrada de cincuenta y pico que nos dio la bienvenida, pero esta vez, estaba parada inmóvil como a mitad de un paso y con una mano en una nalga levantando un poco la pollera. Parecía que alguien, con un control remoto, le había puesto pausa en mitad de una caminata mientras se rascaba el culo. Me quedé mirando un segundo, intentando entender lo que estaba pasando, hasta que vi que un chorrito amarillo marcó una bisectriz entre sus piernas. Me fui por otro camino.

Me adapté al ritmo de no hacer mucho y realmente no me acuerdo qué hice ese día. Me rasque bastante. Literalmente. Estaba muy picado por las pulgas que me acompañaban desde los bomberos. Ya había pensado en la posibilidad de pegarme pulgas en el campamento hippie, pero no había pensado en la posibilidad de llevárselas yo a ellos.

Al atardecer, fui a ver la cascada del campamento y era muy buena. Parecía de película. Estaba entre selva y montaña, formando una laguna.

Salchichaj
Turquesa 1.

 

Al tercer día, me fui del campamento porque tenía que ir a la capital a hacer unos trámites a la embajada y antes quería pasar por Semuc Champey. En Cobán aproveché para comprar anti pulgas.

Pasé por Lanquín y me hospedé en Semuc Champey. Semuc es un parque nacional donde un río que va entre montañas se sumerge entre las piedras y vuelve a salir 300 metros después. Y sobre este puente natural, se forman unas pozas turquesas. El lugar es prácticamente solo el parque y unos hostales entre la selva. Dormí en una cabaña sobre una pendiente. La habitación solo tenía tres paredes. La cuarta estaba abierta a la copa de los árboles y a un río celeste.

El Portal
Turquesa 2.

 

Por la mañana, una chica belga me dijo si quería ir con ella y tres más a visitar el parque, pero que querían ir sin guía. Le dije que por supuesto.

Éramos la belga, un sueco, dos rubias no sé de dónde y yo. Apenas salimos del hostal, el sueco dijo que se había olvidado de traer dinero, y que mejor por qué no intentábamos colarnos. Yo les dije que creía que sabía por dónde porque ya había estado averiguando con los empleados del hostal. La belga dijo que le parecía perfecto y las dos rubias dijeron que mejor nos encontrábamos adentro.

El grupo se redujo a tres. Bordeamos el río, saltamos unos míseros alambres de púa y ya estábamos adentro. Caminamos sigilosamente por la selva, sin saber con qué nos íbamos a encontrar.

guerrilleros
Turquesa 3.

 

Después de andar un rato, salimos a un sendero y enseguida a una poza cristalina de fondo celeste. Karlien y Tommy (que así se llamaban mis nuevos compañeros) quisieron seguir un poco más, pero yo me desnudé y me tiré al agua argumentando que quería meterme antes de que nos agarren los de seguridad.

poza
Turquesa 4.

 

Después anduvimos por todo el parque flashando muy bien el lugar.

semuc champey
Turquesa 5.

 

Por la tarde, empezamos a caminar hacia Lanquín y terminamos yendo a dedo en el techo de un camión. El camino era para 4×4. Íbamos subiendo y bajando y nos bamboleábamos entre la selva como en una montaña rusa. Esquivábamos las ramas agachándonos como en un video juego.

En Lanquín, Tommy compró velas y fuimos a una gruta a unos dos kilómetros del pueblo. La cueva era muy grande. Estaba iluminada por simples lamparitas de filamento durante unos 500 metros más o menos. Subimos y bajamos rocas entre estalactitas y estalagmitas. Nos habían dicho que la gruta todavía no había sido explorada en su totalidad y había lugares que nadie sabía dónde terminaban. Las luces se acababan de pronto en unos espacios altos con estalactitas enormes. Algunas se unían estalactita y estalagmita, y debían tener como dos o tres metros de ancho. Tommy prendió una vela, yo prendí la linterna de un celular, y seguimos por la oscuridad escalando un poco por unas rocas. El camino terminaba en una especie de gran ventana que bajaba a un abismo oscuro y redondo que parecía que estuviéramos mirando por el techo de una iglesia. Solo se podía bajar unos metros por las rocas y no veíamos el fondo. Karlien, un poco sonriendo, dijo que eso en Bélgica era imposible. Allá, los caminos turísticos no terminan en un abismo oscuro sin ningún tipo de protección. Yo seguí escalando sobre la parte derecha de la gran ventana pero vi que no se podía seguir. Después, bajé un poco y me fui más a la derecha rodeando una roca gigante. Volví a subir y encontré la entrada a una habitación mediana de unos dos metros de altura. Karlien y Tommy me seguían un poco más atrás. En la habitación, encontré un agujero sobre la izquierda que seguía hacia abajo y otros que seguían para adelante. Entré por el de abajo. Había que pasar agachado y entre las estalactitas. Caminé casi en cuatro patas por unos 4 o 5 metros y terminé saliendo al mismo abismo que habíamos visto antes pero sobre el costado y unos metros más abajo. Bajé un poco, agarrándome de unas estalactitas, hasta una especie de plataforma que estaba en el lado opuesto a la gran ventana del principio. Yo, cada tanto, les gritaba a Karlien y a Tommy para que me siguieran, pero ahora los escuchaba más a través de la gran ventana que del lugar por donde pasé. Después, bajé hacia el lado opuesto al abismo metiéndome más en la cueva. Bajé por unas rocas en pendiente, tratando de calcular bien si podía volver a subir. Toda la cueva era muy resbalosa y la verdad es que veía muy poco. Tenía el celular en la boca y su mísera lucecita apenas iluminaba más allá de los vapores de mi transpiración. El camino seguía por una especie de cornisa de caca de murciélago (supongo que era caca de muerciélago, había muchos murciélagos). A la derecha no veía bien lo que había. A la izquierda, la caca parecía desparramarse hacia un pozo sin fondo. La caca de murciélago parecía muy caminable. Debería estar muy procesada por los bichos porque era como un humus apenas húmedo. Hundía la mano y la sacaba casi limpia. La cornisa terminaba en un túnel que había que pasar agachado y se veía que seguía y seguía. Ahí decidí que tenía que volver. No daba para seguir solo. Ya tenía caca de murciélago en la boca. Mientras mordía el celular, se me acumulaba saliva y lo tenía que agarrar con mis manos sucias para sacarlo de la boca y tragar. Además ya empezaba a dudar de recordar bien el camino de vuelta. Con esa oscuridad, todos los agujeros parecían iguales.

Cuando volví, Karlien y Tommy estaban en la luz esperándome. Ya habían desistido de seguirme, casi no escuchaban mi voz y no sabían de dónde venía. Les conté más o menos dónde estuve y Karlien me dijo que no estaba segura de que fuera la misma persona la que entró y la que salió de la cueva.

Lanquin
Muy poco turquesa.

 

Salimos y nos quedamos en la puerta de la cueva tomando un vino que había llevado Tommy. Prendimos una vela que hacía un montón de sombras en la pared y nos quedamos viendo los miles de murciélagos que salían en su hora pico y que nos pasaban muy cerca. Ya era prácticamente de noche. Unos metros más abajo nacía violentamente el río Lanquín directamente de alguna parte de la cueva.

 

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Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala

4 de noviembre

En Cobán enseguida encontramos hippies del Rainbow que habían ido al pueblo a comprar cosas. Nos llamaron e hicimos amistades rápidamente. Eran todos gringos, salvo por una mexicana. Más tarde integramos a otro recién llegado. Un canadiense rubio de rastas que venía en patas. Después, cada uno hizo las cosas que tenía que hacer por el pueblo y como ya era medio tarde para ir al campamento, la mexicana propuso quedarnos a dormir ahí y pedirles alojamiento a los bomberos. Éramos siete y nos instalamos en el patio del cuartel. Yo sentía que la situación estaba un poco complicada con la dormida. Solo teníamos dos hamacas y una carpa para dos. No daban las cuentas. Además, se estaba poniendo fría la noche. Me fui a dar unas vueltas por el patio a ver qué veía y encontré una camioneta llena de ropa donada formando un colchón para unas cuatro o cinco personas. Eso venía muy bien. Yo, de todos modos, armé la hamaca entre dos columnas. Para dormir, me puse toda la ropa que tenía, me tapé con una manta que había comprado en el mercado de pulgas, me cagué de frío y me picaron las pulgas.

psiquiatrico
Así y en patas, podíamos haber pedido dormir en las ambulancias rumbo a un psiquiátrico.

 

A la mañana siguiente, fuimos a dedo hasta el Rainbow Gathering que quedaba a unos 20 km al norte de Cobán en un valle que está muy bueno. Fuimos en la parte de atrás de una camioneta, cantando y tocando la guitarra entre rastas y plumas al viento. Cuando nos bajamos, tuvimos que caminar unos 10 minutos por el barro. A mitad de camino, aparecieron dos pibes de unos veinte y pico y una mujer de cincuenta y pico que nos dieron la bienvenida, nos dijeron que nos amaban y nos abrazaron largamente. Estaban todos embarrados y con una onda bien tribal.

Apenas llegué al campamento, busqué a Roger que no lo veía desde Colombia, lo encontré y nos dimos un gran abrazo; casi tan largo como el que me dieron todos los que me crucé en el camino.

Después de charlar un rato con Roger, empecé a mirar un poco a la gente. Vi que muchos estaban vestidos a lo hippie, otros un poco como indios y había varios en pelotas. Estos últimos no me abrazaron. Eran como las 12 y los cocineros ya estaban terminando el desayuno. De pronto, vi que uno de los que estaba desnudo se rascaba la punta del pene casi encima de la gran olla con toda la comida. Cuando supe que era uruguayo pensé que el detalle había sido una broma muy sutil y extraña. Pero no creo.

alimento balanceado
Alimento balanceado.

 

La comida estaba lista pero faltaba mucho para comer. Todavía había que ir hasta el círculo principal, donde se come y donde está el fuego sagrado que mantienen encendido durante todo el encuentro, que dura un mes. Mientras iba llegando la gente, nos fuimos dando de la mano, formando un gran círculo. De pronto, empezaron a cantar. Las canciones tenían algo de canciones de iglesia y algo de canciones de scouts. Sonaron frases como:

“Cada paso que doy es un paso sagrado, cada paso que doy es un paso sanador” o

“Esto es círculo, esto es familia, esto es celebración” o

“Buen día, comienza con alegría, el sol a brillar, pajaritos a cantar” o

“Que me abran los ojos, que me crezcan alas, quiero estar presente cuando llegue Dios” o

“Kumbayaaaaaaa”

y cosas así. De algunas canciones hicieron la versión en inglés y en castellano, una seguida de la otra. A veces también en portugués. Había gente de todo el mundo. Hasta japoneses. Los cantos estaban acompañados de diferentes abrazos y besos que fueron girando hacia ambos lados del círculo; tipo la ola mexicana en los estadios, pero mucho más lento. La verdad es que no me molestaba besar la mano del rubio que tenía a mi izquierda que parecía una niña, pero debo confesar que me daba un poco de asco besar la mano peluda de Roger que estaba a mi derecha.

Justo frente a mí, del otro lado del círculo, había una chica hindú bastante llamativa y rara, con un velo que le cubría los hombros y los pechos. De pronto, se me ocurrió una broma que quería compartir con Roger. Le dije que no se asuste, pero que estaba decidido a iniciar una ola de abrazo hacia él. Estábamos todos sin soltarnos las manos y pensaba pasar mi brazo sobre su cabeza, un poco como la vueltita de la cumbia sin soltarse. Si el abrazo se propagaba, cuando llegara a la hindú, le iba a dejar como mínimo un pecho al aire. No era más que una broma; ya había varias en tetas.

Mi abrazo tuvo mucho éxito. Empezó como algo simple, pero luego, varios participantes le fueron agregando algo: una apoyadita, un besito en la nuca, una cariñosa y prolongada inclinación de cabeza sobre el hombro, etc. También iba en aumento la intensidad y duración del abrazo. Tuvo tanto éxito que se hizo muy lento y cuando iba por un cuarto de círculo ya había llegado el Ommm final. Después me fui dando cuenta que no se hacen muchas bromas en el Rainbow. Me dio la sensación de que tal vez fuera porque muchos chistes pueden ofender directa o indirectamente a la Pachamama. En general, en un campamento estándar, la gente ríe mucho. Acá no, pero en cambio sonríen mucho. Están como todo el tiempo sonriendo.

 

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Chiquimulilla y Antigua, Guatemala

3 de noviembre

El día que llegamos al hostal solo quedaban tres camas y como éramos cuatro le dije al dueño que yo podía dormir en hamaca. Se copó y me cobró menos. Al final, me quedé todos los días en la hamaca. Un día, mientras estaba cosiendo agujeros del mosquitero, vino una chica a charlar un rato porque se había enterado que yo iba a ir al Rainbow Gathering y ella quería ir también. El Rainbow es un encuentro internacional de hippies. Decidimos ir juntos.

Al día siguiente era mi cumpleaños, brindamos varios en el hostal y le preparé a la gente un San Pedro que había encontrado por ahí. A la mañana siguiente, me despedí de Tom, Annika y Pascal y seguí viaje con Jessy. Ella es norteamericana, de 19 años, de rastas rubias, sonrisa casi permanente y ojos celestes que parecen hechos por un exagerado en el Photoshop.

Salimos a hacer dedo o esperar buses coloridos. Yo me sentía un poco extraño. Tenía como la sensación de que todo era simbólico (por decirlo de alguna manera). Era mi cumpleaños. Normalmente uno pasa su cumpleaños entre amigos. Yo estaba pasando mi cumpleaños en mitad de la ruta con una desconocida que tenía 4 años más que mi mochila. En un momento, me quedé pensando que ese día iba a haber luna llena. Definitivamente me sentía raro. Dudé si la noche anterior había tomado San Pedro, pero no, ni lo había probado. El sol no ayudaba. Estábamos a la sombra, pero rebotaba fuerte en el asfalto. Finalmente, tuvimos que tomar cuatro chicken bus para llegar a la frontera con Guatemala. Después de cruzar se hizo oscuro y solo teníamos una última buseta, llegaba hasta Chiquimulilla.

mochilera en la frontera
Conflicto internacional en la frontera.

 

En Chiquimulilla me pareció que había demasiada vida nocturna para ser un miércoles. Nos instalamos en un hotel y salimos a buscar un lugar para comer algo sin carne, porque Jessy es vegetariana, como la mayoría de los que van al Rainbow. No encontramos ningún lugar para comer algo vegetariano. Al final compramos pan, palta, tomate, mayonesa y cervezas y comimos en la habitación.

A la mañana siguiente me desperté, vi los envases vacíos y me di cuenta que ya no era mi cumpleaños y que ahora era el día de los muertos. Cuando salimos a la calle había muchos puestos con flores. Ahí entendí por qué había tanta movida el día anterior. Ahora era día de los muertos y era feriado.

Desayunamos y nos tomamos un chicken bus hasta Escuintla y otro hasta Antigua Guatemala. En el camino pasamos por un cementerio lleno de flores y gente visitando a sus difuntos. También había muchos niños remontando barriletes sobre las tumbas altas o sobre las bóvedas bajas.

En Antigua alquilamos una habitación. Jessy se quedó durmiendo la siesta y yo salí a dar unas vueltas. Fui al cementerio. En este, había pocos niños remontando barriletes, pero estaba el presidente del país. Había ido a visitar a su madre. Algunas personas se acercaban a saludarlo pero no habría más de cincuenta a su alrededor, contando unos diez o veinte de seguridad.

barriletes en el cementerio
Día de los muertos.

 

Al día siguiente nos tomamos un bus a Ciudad de Guatemala y después una combi a Cobán. Por apurados subimos a una muy llena y el viaje era incomodísimo. Yo iba sentado en un almohadoncito dándole la espalda a los asientos de adelante. Saliendo de la ciudad, la ruta estaba llena e íbamos avanzando a una velocidad tranquila. Yo iba mirando un poco de costado para no marearme mirando hacia atrás, y de pronto, veo que un tipo nos apunta con un arma desde otro coche. Nuestro conductor frenó un poco y el otro nos cruzó por adelante. Después, el nuestro aceleró, lo arrinconó a penas, sacó un arma de la guantera y se puso a apuntar desde la ventanilla, mientras maniobraba para dejarlo atrás. La mayoría de los pasajeros ni se estaba dando cuenta de lo que pasaba. Le agarré la cabeza a Jessy y se la bajé hasta mis rodillas y me agaché también. Ella interpretó el gesto como un cariño y después de unos segundos quiso levantarse, pero yo no la soltaba. Ella hacía fuerza para subir y yo hacía fuerza hacia abajo mientras pensaba como explicar en inglés la situación. Finalmente le dije algo de una secuencia con armas y se quedó tranquilita hasta que pareció que todo había terminado. Pasado el susto, le pregunté al cobrador qué había sido eso y me dijo que quisieron asaltarnos, pero que no había ningún problema porque nuestro conductor también tenía arma.

seguridad
Hasta el cinturón de seguridad se sentía seguro con tantas armas.

 

mapa

 

El Zonte y El Tunco, El Salvador

28 de octubre


Pensaba quedarme un día más en Copán Ruinas, pero un belga que estaba en el hostal iba para El Salvador y como yo quería ir para allá y los belgas siempre son buena onda, lo acompañé. Nos tomamos un bus hasta Santa Rosa y otro hasta San Salvador. La idea era llegar temprano para ir directo a las playas. Cuando llegamos a San Salvador fuimos a tomarnos otro bus.

Íbamos a El Tunco, pero nadie nos avisó la parada y terminamos en El Zonte. Ahí conocimos a Annika (finlandesa) y a Pascal (canadiense). Era una playa de surfers y para mi sorpresa, lo único que había para hacer ahí era surfear cosa que yo nunca había hecho en mi vida. Y bueno, vamos a surfear, le dije a Tom, que así se llama el belga.

Fuimos a alquilar tablas con Tom y Pascal y, como no tenían tablas grandes para principiantes, me dieron una mediana. Le pregunté al tipo que nos las alquilaba por qué la mía tenía dos aletas y las demás tres y me dijo que con dos era menos estable pero que te daba más versatilidad al girar. ¡Perfecto! Era lo que necesitaba. No sea que en mi primer día de surf me vaya a aburrir yendo todo derecho. Cuando llegamos a la playa había unas olas que daban miedo. Eran unas bestias que hasta sin tabla había que tomar coraje para enfrentarlas. Empecé a dudar un poco de lo que estaba haciendo.

No hubo forma, luchar contra las olas era una salvajada. En cinco minutos estaba sacudido y agotadísimo y sin ninguna esperanza de cruzar la rompiente. Finalmente una ola me dio la tabla contra la cabeza y salí totalmente derrotado, cansado y dolorido. Después, mientras estaba en la arena sentado meditando en rompientes de olas y rompientes de frentes, vi que Annika estaba con su instructor que le enseñaba a pararse barrenando en la espuma de las olas ya rotas. Evidentemente era lo que tenía que hacer. Fui, agarré una buena espuma, barrené, me paré, tambaleé y caí: triunfo total. Me quedé practicando toda la mañana parándome sobre la tabla como un poliomielítico. Al final, parecía más fácil de lo que pensaba.

A la tarde me dije, nada de arruga barrena, y me fui a cruzar la rompiente. Enseguida entré en un lavarropas. Una cosa que me sale bien es aguantar la respiración. Y ahí estaba, dando vueltas en una ola inmensa, tranquilo, con oxígeno para rato. Cada tanto, unos tirones me hacían recordar que había una tabla atada a mi tobillo girando en algún lado. En un momento sentí el piso y pude saber donde era arriba y donde abajo. Salí a respirar poco antes de que otra ola me invitara una segunda vuelta. Así, por momentos girando y por momentos nadando como un calamar con un parásito adherido a un tentáculo, terminé pasando la rompiente. Y ahora estaba allá, del otro lado de la violencia, pero no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. El problema de esas olas no solo era su tamaño, sino que no eran para surfear, aparentemente. Eran esas que un segundo después de que se forman, ya rompen y lo hace toda la ola al mismo tiempo. Era un pasaje directo de nuevo al lavarropas que desde ese ángulo se veía todavía más duro. Y ahí estaba yo, elevándome con las olas y viendo como rompían con furia ahí abajo, dos metros más adelante. No sabía cómo volver. Desde arriba de la ola parecía muy fuerte la caída. Me acerqué y reculé cobardemente varias veces. Al final, fue fácil: una ola extraña rompió mucho antes y me fui barrenando en una gran espuma. Para ese momento me dolían todos los músculos. Intenté volver a pararme, pero ya ni tenía fuerza en los brazos para separarme de la tabla. Al día siguiente nos fuimos los cuatro a El Tunco. Annika, Tom y Pascal se fueron a surfear y yo me quedé en el hostal disfrutando de mis dolores musculares.

Un día después fuimos a unas cascadas. Estaban cerca de un pueblito perdido en la montaña, donde termina un camino. Había unos pozos para saltar relativamente altos y me pregunté por qué estaba haciendo eso. Es algo que me pregunto cada vez que voy a saltar de algún lado. Pero esta vez pensé que esa pregunta no tiene respuesta en muchas otras situaciones diferentes y en esta particularmente era pura cobardía y me dije: hagamos una cosa (ya asumiendo que mi cerebro era otra persona), primero te tirás y después te preguntás por qué lo hiciste. Después de tirarme me tiré en otros lados más y finalmente quise hacerme la pregunta pero me pareció aburridísima.

 

Tamanique
Saltar o no saltar, esa no es la cuestión.

 

Cuando estábamos en el pueblo, esperando el bus de vuelta, se nos acercó un tipo muy borracho y muy pesado que me terminó cayendo bien. Había combatido en la guerra civil. Le pregunté que en qué bando y me dijo que en la derecha, según se enteró mucho después. Tenía una esquirla en la mano. Me dijo que era francotirador. En el pueblo había música fuerte y cada tanto el borracho se ponía a bailar. Yo me puse a bailar un poco también, para reírnos un rato. Le pregunté si había matado a alguien y me dijo noooooo. Le dije: ¿Cómo? ¿Eras muy malo con la puntería, no le pegaste a nadie? Me dijo: no sé, yo disparaba en la selva puf puf puf puf puf, no sé qué pasaría ahí abajo —estaba muy borracho y apenas se le entendían los balbuceos—. Habló de mucha pobreza y de que le daban de comer.

Estuve otros dos o tres días más practicando surf y finalmente me pude subir a algunas olas de las grandes. De esas de allá a lo lejos, mucho después de la rompiente y que en realidad no rompen sino que se van como desmoronando de un lado al otro. Tampoco era fácil. Arrancaban en cualquier lugar y había muchos surfistas y yo no conocía las reglas. Tuve que bajarme de más de una, cuando vi que ya estaba ocupada. Además eran muy grandes y daban un poco de vértigo y me caía al toque y de nuevo a bracear agotadoramente. Encima, el fondo era de piedra y no daba mucha gracia. Prefería divertirme en las olas de la costa que eran menos cansadoras y además me copiaba de las instrucciones que le daban los morenos profesores locales mientras les daban empujoncitos a las tambaleantes turistas blancuzcas (tanto de día como de noche).

 

rocas
Fondo de piedras, ideal para principiantes.

 

El Zonte

 

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Tegucigalpa, Gracias y Copán Ruinas, Honduras

24 de octubre

Estuve un día en Estelí y arranqué hacia Honduras. Primero pasé por Ocotal. Mientras estaba esperando un bus a la frontera en una estación sombría, se me acercó una chica. Era bien morena y estaba vestida con una camisa anudada por encima del ombligo, jeans azul oscuro y botas. Me empezó a hablar no sé de qué, algo del turismo. Cuando supo que yo era de Argentina me dijo que ella era fan de Gabriel Corrado. Hasta le había escrito una poesía; me la recitó y después le pedí que me la escriba en un papelito:

“Cuando estaba pequeña lloraba por un helado

Ahora que estoy grande lloro por Gabriel Corrado

Que es un bello enamorado

Cada vez que pienso en Gabriel Corrado

Se ilumina todo el día

Tengo fe en Dios, conocerlo

En Argentina algún día“

Me despedí de ella y me fui en un bus destartalado hacia la frontera. Me pidieron el certificado de la vacuna de la fiebre amarilla por primera vez en mi vida. Me resultó raro que fuera en ese paso tan pequeño. Después me tomé un school bus hasta un pueblito llamado El Paraíso. Luego una combi hasta Danlí, donde pensaba dormir, pero me deprimió y me fui a Tegucigalpa, según dicen, la capital más violenta del mundo.

Llegué de noche. Así como Managua es una capital sin centro, Tegucigalpa es una capital sin terminal de buses. La combi me dejó por ahí, en algún lugar en las afueras de la ciudad. Estaba oscuro y había un solo taxi que me quería cobrar bastante más de lo que había pagado por la combi (buen truco). Salí a caminar un poco, sin muchas ganas de conocer la noche de los suburbios de la capital más violenta del mundo y enseguida encontré un tipo que me confirmó que a esa hora ya no había buses urbanos. Pasó un taxi, lo paré y me llevó al centro por el 10% de lo que me quería cobrar el primero.

Me alojé en el Hotel Boston. Estuve dos días en Tegucigalpa. No hice nada en especial pero me gustó.

Tegucigalpa
Ya me habían avisado que en Tegucigalpa hay muchos chorros: te salen de cualquier lado.

 

Después, pasé por un tranquilo pueblito llamado Gracias donde no me preocupe de nada. Fue fundado antes que Buenos Aires, pero se quedó en el tiempo. A solo una cuadra de la plaza central ya hay una calle de tierra. Pasé una noche ahí y me fui a Copán Ruinas. En Copán estuve como cuatro o cinco días. A un kilómetro del pueblo están las ruinas de una antigua ciudad Maya. La entrada costaba 15 dólares y decidí que me iba a colar. No fue fácil; tuve que trepar un alambrado muy alto entre la selva. Todo el tiempo mientras daba vueltas intentando colarme, mis pensamientos saltaban entre encontrar la mejor forma de hacerlo y calcular que tan pendejada era lo que estaba haciendo. Al final, el esfuerzo tuvo una recompensa extra que fue ver un ciervo. Yo iba sin hacer ruido y me lo encontré. Se me quedó mirando de costado, después me mostró su culo paradito y se fue caminando entre el bosque. Escuché que había otro cerca, pero no lo vi. Las ruinas están buenas.

Copan Ruinas
¡Sí que era alto el alambrado!

 

Estelí - Copán Ruinas

 

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Bluefields, Managua y León, Nicaragua

17 de octubre

Llegamos a Bluefields y nos fuimos rápido.

Dios es amor
De nuestra tercera pasada por Bluefields solo me llevo este mensaje.

 

Tomamos una lancha a Rama y después un bus a Managua. Llegaba a las 12 de la noche y le preguntamos si podíamos quedarnos a dormir en el bus hasta que amaneciera. Nos dijeron que sí. Cuando llegó a la terminal, bajaron casi todos y seguimos ruta hasta una especie de taller/estacionamiento de buses al aire libre. Había otros cuatro pasajeros que también se quedaban: una chica, un tipo y una pareja. Yo no me pude dormir porque se pusieron a martillar algo en el motor. Después pararon los martilleos y dormité. Sophia, Claudia y Martina estaban desparramadas en los asientos.

tiroteo
A la mañana parecía que alguien las había ametrallado.

 

Cuando amaneció, nos quisimos tomar un colectivo al centro, pero aparentemente Managua no tiene centro. Me pareció raro. Había visto unos pocos pueblitos sin centro, pero nunca una capital. Terminamos en un shopping llamado Metro Centro, que por lo menos incluía la palabra “Centro” en el nombre.

todo bien
Todo bien con Managua. Hasta el baño del Metro Centro nos sonreía.

 

Estuvimos dos días ahí y nos fuimos a León. En la terminal nos tomamos un triciclo taxi. No me gustaba la idea de que alguien nos llevara pedaleando, pero todos insistían (sobre todo el que iba a pedalear). Viajamos los cuatro con las tres mochilas en ese mini triciclo hasta el centro.

carabana
Tardamos con el triciclo porque había embotellamiento.

 

Conocimos León Viejo, unos hervideros y un pequeño río termal que normalmente solo van los locales. Por la zona de los hervideros, había un niño vendiendo restos arqueológicos. Eran bastante buenos para ser partes y estaba claro que eran originales. Hasta había una vasija entera. Le dije al niño, un poco en joda, que eso era ilegal, que no podía comprarle nada y que si la policía me veía con restos arqueológicos me iba a llevar preso. Me dijo que no, que la policía ya sabe. Le pregunté de donde los sacaba. Parece que salen cuando pasan el arado. Me dijo que si quería me podía llevar al lugar.

melenas de león
Melenas de León.

 

Después de mucho viajar con las austríacas, me despedí de ellas con bastante pena. Habíamos pasado muchos buenos momentos juntos. Ahora ellas iban a empezar a bajar hasta Ecuador y yo seguía para arriba.

austriacas
Chau, chicas, así se quedan en mi memoria y las dejo en buena compañía; espero volver a verlas.

 

Me fui a Estelí.

Bluefields-Estelí

 

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