Panamá City, Las Tablas, Boquete y Bocas del Toro, Panamá

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23 de septiembre

En Panamá City nos encontramos con las amigas de Claudia: Sophia y Babsi. Ahora viajo con tres mujeres y una niña, todas austríacas. Me estoy enloqueciendo de escuchar alemán.

 

Panama-City
Panamá \ City

 

Pasamos por Las Tablas y Boquete y llegamos a Bocas del Toro cerca de la frontera con Costa Rica. Nos alojamos con Jim, un couchsurfer que contactó Claudia. Es un norteamericano que vive en una casona de madera en la isla Solarte. La casa está sobre una montañita frente al mar y entre la selva.

 

Solarte
Gracias, Jim.

 

El primer día, Jim nos llevó con su lancha hasta una playa con buenas olas en isla Bastimentos. Ahí, jugué un buen rato a guerra de arena con Martina. ¡Gané!

 

padre
Apoyando moralmente a la derrotada.

 

Al día siguiente, salimos a caminar por la selva. Cuando volvíamos, yo me había quedado con ganas de más y me alejé un poco. Me perdí, me perdí de verdad. Hace días que no tengo mi brújula y sin brújula es muy fácil perderse en la selva (con brújula también). Anduve caminando por dónde podía, subiendo y bajando pendientes y metiéndome en pantanos con el barro hasta las rodillas. Estaba nublado y ni siquiera podía mantener una dirección guiándome por el sol. Traté de mirar de qué lado estaban los líquenes en los troncos de los árboles, pero en estas latitudes eso no funciona. Transpiré muchísimo. Vi varias ranitas rojas que, según Jim, en el mercado negro cuestan 400 dólares. No me servían de mucho. En la mochila tenía agua, repelente, linterna, encendedor y varias cosas útiles para andar perdido, pero las cambiaba todas por una brújula. Al final, caminé mucho por un pantano y sorprendentemente llegué a dónde había terminado nuestra ruta con Jim. Habíamos llegado hasta ahí porque el camino se hacía intransitable (yo llegué por la parte intransitable). Cuando logré volver a la casa, estaban todos preparando el almuerzo lo más tranquilos. Yo estaba exhausto y todo embarrado. Estrujé mi remera y calló como medio litro de transpiración.

 

Oophaga pumilio
Oophaga pumilio. Rana flecha roja y azul.

 

Otro día fuimos a una gruta. Jim nos llevó hasta un manglar donde nos esperaba un indio con el que ya habíamos acordado el día anterior. Subimos a su canoa todos en fila y no cabía nadie más. El indio nos llevó como veinte minutos, remando muy lentamente por un arroyo angosto y abovedado entre manglares. Toda la primera parte era una gran extensión de raíces aéreas, que se sumergían en el agua, y el arroyo era solo la ausencia de raíces. Cuando llegamos, nos metimos en la gruta con un guía de la zona. La gruta era en realidad un arroyito que corría por dentro de la montaña. Es decir, que nos íbamos metiendo casi siempre por el agua. Claudia le puso a Martina sus alitas salvavidas. En los cien primeros metros había muchos murciélagos. Íbamos iluminados con linternas en la cabeza. Nos movíamos con dificultad, entre las rocas, en la oscuridad, con el agua hasta la cintura y ayudando a Martina casi todo el tiempo. Me resultaba muy raro ver una niña con alitas naranja en una cueva oscura, inundada y con murciélagos. Martina resaltaba tanto que yo casi me sentía parte de la cueva. Después de caminar bastante entre el agua, las rocas, las estalactitas y las estalagmitas, llegamos a un lugar donde había un agujero en el techo y entraban algunos rayos de sol, haciendo dibujos movedizos en el agua. El guía nos dijo que con los turista solo llegaba hasta ahí. Le pregunté hasta donde iba la cueva, entonces. Me dijo que no se sabía; que una vez él y su hermano entraron a las 7 de la mañana y salieron a las 6 de la tarde y no llegaron al final. Le pedimos si podíamos seguir un poco más y aceptó. En seguida nos dimos cuenta por qué llegaba hasta ahí con los turistas. A pocos metros había unas piedras chatas, que bajaban del techo y llegaban casi hasta el agua. Dejaban el espacio justo para que quepa la cabeza. El resto del cuerpo tenía que ir sumergido. Después de eso seguimos bastante tiempo y el guía intentó convencernos de volver un par de veces. Había un lugar que se caminaba por una cornisa con el agua hasta la cintura y el que se resbalaba caía a una parte bastante profunda y tenía que ir nadando. A Martina la mandé directamente a nadar, eran las partes más fáciles para ella: iba flotando con sus alitas como si fuera un patito mutante de las cavernas. En un momento llegamos a un punto que invitaba a regresar. El techo se acercaba al agua hasta dejar unos diez o quice centímetros de aire y en el pozo no se hacía pié. Había que ir nadando, aguantando la respiración, sumergidos hasta la nariz. Solo los ojos y la linterna quedaban entre el agua y el techo de piedra. En realidad, se podía respirar llevando la boca hacia el techo; pero no hacía falta, era un par de metros y se hacía perfectamente sin respirar. Solo lo cruzamos Martina y yo. Cuando estuve del otro lado, miré un poco las paredes y la oscuridad que continuaba y volvimos porque las chicas no querían pasar por el tema de no hacer pié. Regresamos todos con un poco de frío. Hacía una hora y media que estábamos adentro. Me volví pensando que si alguien quiere intentar llegar al final, tendría que ir con un traje de neopreno, además de comida y bolsa de dormir metidos en algo impermeable, para pasarlos por ahí abajo.

 

Quebrada-Sal
Yo, pensando en que nadie sabe dónde termina esto.

 

Ese mismo día, en nuestro hogar de la selva apareció una serpiente. Jim la agarró y lo mordió. Yo me quedé pensando en qué posibilidades teníamos de quedarnos con la casa, una vez que Jim estuviera muerto. Pero resultó ser una Boa constrictor imperator, esas serpientes que terminan midiendo 2,5 metros, y hasta entonces no son demasiado peligrosas.

 

Boa constrictor imperator
Para reconocer a una serpiente hay que agarrarla de la cola. Si se da vuelta y te muerde, es peligrosa.

 

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