No fue tan inmediata la vuelta de Andrés. Cuando se dice que Bolivia es un país que te atrapa, muchas veces es en forma literal. Un día después de despedirnos, mi primo y sus ansias de compartir felicidad con su novia se encontraban en un piquete en Challapata, en la ruta entre Oruro y Uyuni. Dos días después también.
Según nos contó, los piqueteros parecían bastante decididos en su emprendimiento. Habían bloqueado la ruta utilizando ataúdes con ventanita en la tapa. La ventana era para ver a los muertos, por si alguien tenía alguna duda del estilo de las de Mirtha. Además, como en Bolivia la dinamita se vende en puestos callejeros, para hacer ruido usaban los violentos cartuchos como si fuera pirotecnia. Las explosiones levantaron el polvo del desierto como en una película de Rambo.
El reclamo en Challapata venía de parte de los indígenas Qaqachacas y era muy simple de entender: pedían al estado que les provea de armas.
El argumento era que sus enemigos ancestrales, los Laimes, habían conseguido las suyas y los habían tiroteado. Los ataúdes con ventanitas claramente constituían parte de la argumentación.
Si bien el reclamo y el argumento eran simples, la solución no lo parecía. A nadie se le ocurría pensar que el gobierno les fuera a entregar armas a los Qaqachacas para que tiroteen a los Laimes y fin del conflicto.
Lo que recuerda mi primo es que, durante la noche, espontáneamente se fueron agrupando los argentinos de los distintos buses estacionados en caravana. Y claro, se discutió sobre derechos y obligaciones (incluso por teléfono con la embajada argentina) hasta llegar a la conclusión de que lo mejor era alquilar entre todos uno de los buses parados y volver a La Paz para hablar en persona con el embajador. Después de largos negociados, un chofer aceptó llevar a la treintena de argentinos a La Paz y nadie reflexionó mucho sobre los derechos y obligaciones de la treintena de bolivianos que habían llegado en ese bus y que quedaron a pata, disfrutando del clima extremo del altiplano.
Ya en La Paz, el embajador argentino, al cual probablemente no le hiciera gracia la palabra ataúd, ordenó contratar otro bus y sacar de Bolivia al numeroso grupo de argentinos con sus derechos y obligaciones por el camino de Santa Cruz, un camino largo y con varios bloqueos de rutas, pero bloqueos naturales, porque estaban en estación de lluvia, bloqueos sin ataúdes y que no solían durar más de doce horas hasta que bajara el río en cuestión.
Tardaron algo más de una semana en salir de Bolivia.