4 de noviembre
En Cobán enseguida encontramos hippies del Rainbow que habían ido al pueblo a comprar cosas. Nos llamaron e hicimos amistades rápidamente. Eran todos gringos, salvo por una mexicana. Más tarde integramos a otro recién llegado. Un canadiense rubio de rastas que venía en patas. Después, cada uno hizo las cosas que tenía que hacer por el pueblo y como ya era medio tarde para ir al campamento, la mexicana propuso quedarnos a dormir ahí y pedirles alojamiento a los bomberos. Éramos siete y nos instalamos en el patio del cuartel. Yo sentía que la situación estaba un poco complicada con la dormida. Solo teníamos dos hamacas y una carpa para dos. No daban las cuentas. Además, se estaba poniendo fría la noche. Me fui a dar unas vueltas por el patio a ver qué veía y encontré una camioneta llena de ropa donada formando un colchón para unas cuatro o cinco personas. Eso venía muy bien. Yo, de todos modos, armé la hamaca entre dos columnas. Para dormir, me puse toda la ropa que tenía, me tapé con una manta que había comprado en el mercado de pulgas, me cagué de frío y me picaron las pulgas.
A la mañana siguiente, fuimos a dedo hasta el Rainbow Gathering que quedaba a unos 20 km al norte de Cobán en un valle que está muy bueno. Fuimos en la parte de atrás de una camioneta, cantando y tocando la guitarra entre rastas y plumas al viento. Cuando nos bajamos, tuvimos que caminar unos 10 minutos por el barro. A mitad de camino, aparecieron dos pibes de unos veinte y pico y una mujer de cincuenta y pico que nos dieron la bienvenida, nos dijeron que nos amaban y nos abrazaron largamente. Estaban todos embarrados y con una onda bien tribal.
Apenas llegué al campamento, busqué a Roger que no lo veía desde Colombia, lo encontré y nos dimos un gran abrazo; casi tan largo como el que me dieron todos los que me crucé en el camino.
Después de charlar un rato con Roger, empecé a mirar un poco a la gente. Vi que muchos estaban vestidos a lo hippie, otros un poco como indios y había varios en pelotas. Estos últimos no me abrazaron. Eran como las 12 y los cocineros ya estaban terminando el desayuno. De pronto, vi que uno de los que estaba desnudo se rascaba la punta del pene casi encima de la gran olla con toda la comida. Cuando supe que era uruguayo pensé que el detalle había sido una broma muy sutil y extraña. Pero no creo.
La comida estaba lista pero faltaba mucho para comer. Todavía había que ir hasta el círculo principal, donde se come y donde está el fuego sagrado que mantienen encendido durante todo el encuentro, que dura un mes. Mientras iba llegando la gente, nos fuimos dando de la mano, formando un gran círculo. De pronto, empezaron a cantar. Las canciones tenían algo de canciones de iglesia y algo de canciones de scouts. Sonaron frases como:
“Cada paso que doy es un paso sagrado, cada paso que doy es un paso sanador” o
“Esto es círculo, esto es familia, esto es celebración” o
“Buen día, comienza con alegría, el sol a brillar, pajaritos a cantar” o
“Que me abran los ojos, que me crezcan alas, quiero estar presente cuando llegue Dios” o
“Kumbayaaaaaaa”
y cosas así. De algunas canciones hicieron la versión en inglés y en castellano, una seguida de la otra. A veces también en portugués. Había gente de todo el mundo. Hasta japoneses. Los cantos estaban acompañados de diferentes abrazos y besos que fueron girando hacia ambos lados del círculo; tipo la ola mexicana en los estadios, pero mucho más lento. La verdad es que no me molestaba besar la mano del rubio que tenía a mi izquierda que parecía una niña, pero debo confesar que me daba un poco de asco besar la mano peluda de Roger que estaba a mi derecha.
Justo frente a mí, del otro lado del círculo, había una chica hindú bastante llamativa y rara, con un velo que le cubría los hombros y los pechos. De pronto, se me ocurrió una broma que quería compartir con Roger. Le dije que no se asuste, pero que estaba decidido a iniciar una ola de abrazo hacia él. Estábamos todos sin soltarnos las manos y pensaba pasar mi brazo sobre su cabeza, un poco como la vueltita de la cumbia sin soltarse. Si el abrazo se propagaba, cuando llegara a la hindú, le iba a dejar como mínimo un pecho al aire. No era más que una broma; ya había varias en tetas.
Mi abrazo tuvo mucho éxito. Empezó como algo simple, pero luego, varios participantes le fueron agregando algo: una apoyadita, un besito en la nuca, una cariñosa y prolongada inclinación de cabeza sobre el hombro, etc. También iba en aumento la intensidad y duración del abrazo. Tuvo tanto éxito que se hizo muy lento y cuando iba por un cuarto de círculo ya había llegado el Ommm final. Después me fui dando cuenta que no se hacen muchas bromas en el Rainbow. Me dio la sensación de que tal vez fuera porque muchos chistes pueden ofender directa o indirectamente a la Pachamama. En general, en un campamento estándar, la gente ríe mucho. Acá no, pero en cambio sonríen mucho. Están como todo el tiempo sonriendo.