2 de diciembre
Volví al Rainbow y volví al barro. Me puse mi pantalón destruido y caminé 10 o 20 minutos por la manteca marrón. En el círculo central reconocí a Nico de espaldas, haciendo malabares entre los hippies que estaban cantando “Cole’oko mama cole’oko” [ http://www.youtube.com/watch?v=Z6SeDm8vu5A ] y después «Somos los guerreros del arcoíris!». Me acerqué por atrás y me puse una máscara que compré en Chichicastenango. Era como la cruza de un pasamontañas con un gorrito andino. O una careta de lucha libre mexicana, pero tejida por una abuelita. Cuando me vio, me sonreía con mucha interrogación en su cara. Le dije “Nico!” detrás de mi máscara y me reconoció enseguida. Nos abrazamos y nos reímos. También, al toque, lo reconocí a Roger que venía caminando a la distancia. Después de 5 meses y 5 países nos reencontramos los tres.
Me quedé varios días en el campamento. Me sentía un poco más conectado que la vez anterior. Uno de los días fuimos en expedición hasta un pueblito cercano con un guía local. Caminamos con los hippies un buen rato por las montañas; entre la selva y los pastizales. Salimos a un camino y cuando empezó a haber casas, la gente empezó a salir y a mirarnos como en un zoológico. Yo disfrutaba mucho del paseo y del contraste tribal. Cuando llegamos al pueblo, nos instalamos en un playón y los hippies empezaron a hacer malabares, a cantar y a tocar instrumentos. La gente se fue acercando formando una especie de círculo incompleto a una distancia más que prudencial. Los hippes estuvieron un buen rato haciendo cosas de circo, entreteniendo sobre todo a los niños. Yo en un momento me relajé y me acosté en el pasto y me cayó una clava en el medio de la frente.
También habían preparado una obra de teatro y cuando estaba por empezar, el negro, que es uno de los del rainbow y que tiene más alma de punky que de hippie, empezó a hacerse el loco golpeando un palo contra el piso y arreando a la gente como ovejas para formar un círculo más cerrado alrededor de la obra. Funcionó.
Lo que no funcionó muy bien fue la obra. Trataba sobre los cuatro elementos, que supongo que son agua, fuego, aire y tierra; pero no entendí bien. Era sobre unas semillas que alguien le daba a una especie de hada o algo así y que no lograba que germinen y el hada las iba llevando con diferentes gnomos o no sé qué eran; y cada uno le recomendaba algo diferente. Unos le recomendaban que ponga las semillas en la tierra; otros, que les ponga agua; otros, que les dé el sol (que supongo que representaba el fuego, pero que no sé qué tiene que ver con la germinación, tal vez por el calor). Lo del aire no me acuerdo. Cada elemento abarcaba toda una parte de la obra con música representativa y bailes. Finalmente terminaba, según entendí, con que las semillas para germinar necesitaban AMOR. Y ahí sí que germinaban. Yo, personalmente, no comprendí del todo la obra porque estaba prestando más atención a la gente local que a los actores. Y la gente local no entendió mucho tampoco, porque la mayoría no hablaba español. Uno del pueblo se había puesto como traductor, pero le resultó una tarea bastante difícil por tener que andar interrumpiendo y gritando por encima de la música, y porque había cosas difíciles de traducir como «hada» o «chacras» o cosas así, que el tipo trataba de explicar con esfuerzo y de una forma aproximada. Además, a mitad de la obra, un pibe sacó un paño con artesanías para vender y la mayoría de la gente abandonó el espectáculo para ver los «collarcitos de colores». Me dio la sensación de que muchos creían que estaban regalando algo. Yo también me fui un rato en la mitad. Me fui a comprar una cerveza en una tiendita que había a un par de cuadras. Ahí encontré a varios del Rainbow recuperándose un poco de la abstinencia (en el campamento está prohibido el alcohol).
Después de la obra, empezó a hacerse de noche y también empezó un pequeño conflicto que casualmente me tocó estar cerca cuando comenzó. Un local vino a hablar con el negro y le explicó que cuando él había estado gritando y golpeando un palo contra el piso, una nena se asustó mucho y ahora necesitaban un mechón de su pelo para quemarlo cerca de la nariz de la niña. El negro le dijo que él no le daba su pelo a nadie. Yo interpreté la respuesta como algo salido de su espíritu punky, pero me equivocaba. El tipo empezó a implorar un poco y a explicar que ellos tenían esa costumbre. Si un niño se asusta y no le queman pelo del asustador delante de su nariz, puede enfermar y morir. El negro se siguió negando, ahora con palabras un poco agresivas. Ya había varios locales que se habían acercado y estaban a la expectativa. Yo me metí y le dije bueno, no pasa nada, le cortamos un poco de pelo a otro hippie y listo. El local me dijo que sí, pero me pareció que ponía cara de no es lo mismo pero algo es algo. Entonces me puse a pedirles un poco de pelo a los hippies que también se habían acercado a ver la situación. Ninguno, absolutamente ninguno quiso darle un poco de pelo. Yo empecé a no entender nada. Habíamos venido con la idea de compartir todo lo que tengamos para dar, y ahora no había ni un mechón de pelo. Como realmente no entendía nada, empecé a preguntarles a todos, con sinceridad, por qué no querían entregar un mechón de pelo. Y para mi gran sorpresa, todos y por separado argumentaron que los indios podían hacer magia negra con el pelo. Yo primero pensé que era joda. A algunos les pregunté si de verdad creían que estos tipos podían hacerles algo a ellos a través de un mechón de pelo y la respuesta fue un rotundo sí. Algunos hasta argumentaron que había mucha magia negra por la zona. A otros les pregunté por qué pensaban que estos tipos nos iban a querer hacer magia negra si nosotros habíamos venido con la mejor onda del mundo y que lo que el local estaba diciendo sonaba a una costumbre muy verosímil. Más o menos me dijeron que «nunca se sabe». Yo me volví al tipo y le pregunté si un mechón de mi pelo le servía (mi única motivación era no dejar a los locales tan ofendidos). Me dijo que sí, pero me puso mucha cara de no estar convencido. Yo lo entendía: mi pelo era muy cortito, lacio y limpio. Era como si se cortara él mismo un poco de su propio pelo. Me corté un mechón con una tijera que él mismo tenía, se lo di, lo guardó en el bolsillo y me lo agradeció mucho, pero igual se quedó con cara de pollito mojado. El conflicto no terminaba. Había aceptado mi pelo de pura buena onda, pero no estaba nada convencido de que funcionara. La gran mayoría de la gente no estaba al tanto del problema porque los malabares seguían, pero el grupo del conflicto se había agrandado y ya había como unos quince locales con sus argumentos y sus caras de más o menos angustiados. Supuse que veían la inminente enfermedad de la niña y su posible muerte. Ya era de noche y yo la cara de los locales solo las podía diferenciar por su grado de angustia o enojo. Pensé que justo el negro, un par de días antes, había estado cortándose la barba en el círculo sagrado del campamento y los pelos había quedado tirados por ahí y yo podía juntarlos y traerlos al día siguiente, pero me di cuenta que a mí también ya me estaba fallando el cráneo. Se me ocurrió ir a Eugenia a pedirle un mechón, que sabía que me lo iba a dar (Eugenia es un capítulo aparte). Me lo dio sin preguntar y se lo di al local que también lo guardó en el bolsillo y pareció tranquilizarse. Al rato supongo que otra vez empezó a dudar de la eficacia de los pelos ajenos al asustador y volvió a insistir con los pelos del negro. El negro les dijo cosas como que eran unos ignorantes. Que él en el camino había visto una cantidad de basura tirada, propio de gente sin educación y que eran devotos de la iglesia católica que era la peor caca de este planeta. El tipo le dijo que nosotros decíamos que veníamos a traer paz y amor pero que dejábamos la mierda. Más tarde lo insultó de una forma exageradamente sutil: me preguntó a mí de que país era y le dije que de Argentina. Me dijo: muy buenos jugadores de futbol por ahí. Después le preguntó al negro y le contestó Uruguay. Ahí no hay buenos jugadores, dijo el local. Todo terminó inconcluso más o menos por ese momento. Nos fuimos en banda caminando por la oscuridad. Fue una mala tarde. El negro me cae muy bien, pero había estado muy garca.
En el camino pasamos por la iglesia del pueblo que era muy simple y muy antigua y el Negro, que además de alma de punky tiene grandes capacidades de liderazgo, se metió en la iglesia y varios lo acompañaron. Adentro solo había gente rezando. Fue hasta el altar, agarró una biblia y el micrófono y se puso a recitar partes con acentos rarísimos. Otros que lo habían seguido se morían de la risa. Uno se puso a tocar una batería que también había por ahí, otro una marimba y un tercero tocaba su propia flauta hippie. La secuencia era fantástica. Afuera estaba oscuro, adentro estaba muy iluminado y sonaba una música del demonio. El negro tenía puesto un sombrero de pirata y su barba era casi la de Morgan. Sus ojos saltones resaltaban en su piel oscura. Los ruidos bíblicos se escuchaban muy fuertes con el micrófono. Los locales medio sonreían con la mitad de la cara y con el ceño fruncido.
Me fui y caminé con un grupito por senderos oscuros como dos horas hasta el campamento.
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4 Comments
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jajajaj
No si son mas arcaicas las supersticiones de los locales o la de los hippies pero al menos los locales no hacen malabares.
Eh! me vas a hacer pelear con los hippies. Te cambio el comentario:
No sé si son más milenarios los conocimientos de los locales o los de los hippies, pero al menos los hippies no tienen que hacer malabares con el sueldo.
He leido tu historia desde el ppio, es muy divertida, m han encantado las fotos… Pero el tema del negro en la iglesia es denigrante!!! Negro irrespetuoso!!!
Gracias!
El negro es buena gente y un amigo, solo tuvo un día punky