5 de diciembre
Eugenia está muy loca; hace cinco días que no duerme y cada vez sus excentricidades se vuelven más y más surrealistas y ya está asustando a los hippies. Grita, se disfraza, te salta encima y siempre tiene un plan diferente que te lo cuenta con ojos muy expresivos. Normalmente sé por dónde anda, porque cada tanto escucho un grito sostenido y nasal que atraviesa un par de kilómetros en la selva. Es el ruido que emite después de terminar unos masajes que suele hacer a quién tenga la valentía de recibirlos. Son muy buenos: su mente delirante parece que le permite trasmitir el flash a través de sus masajes, que te hace con todo el cuerpo y que supongo que se los inventa en el momento. Usa presiones, roces y ruidos que terminan haciendo un masaje psicodélico. Además, de su locura salieron potentes bailes africanos y las pinturas de cara que hizo para la fiesta de luna llena, que parecían visiones de peyote.
Un día, alguien dijo: —¡hagamos tortillas! —¡Ahó! —respondió otro. (‘Ahó!’ es una expresión indígena norteamericana que significa algo parecido a: ‘Eso!’ o ‘Claro que sí!’; y que se usa mucho en el Rainbow. Tiene más o menos el mismo significado que ‘Amén’). Yo me puse a colaborar con las tortillas y como ninguno de nosotros sabía mucho del tema, nos pusimos a gritar: —¡Tortillera conection! —(Acá, cuando la gente necesita algo u ofrece algo, grita ese ‘algo’ seguido de la palabra “conection”. Por ejemplo: —¡algas coneeeeection! —o —¡marihuana coneeeeection! —y normalmente se entiende si es pedido u ofrecimiento por el contexto. Por ejemplo: si es algas, siempre es ofrecimiento; y si es marihuana, siempre es pedido. Además, cada tanto, la gente agradece todas esas cosas materiales e inmateriales que compartimos (o que nos ofrece la Pachamama), con una canción que dice, por ejemplo para las algas: —♫ Gracias por las aaaalgas… gracias por las aaaalagas. Nos guuustan, nos aaaman, nos daaan felicidaaaad —o para el amor: —♫ Gracias por el amooooor… gracias por el amooooor. Nos guuuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaad —y la gran mayoría se suele enganchar, y cantan todos juntos). En fin, después de que gritamos ¡tortillera conection! se acercó un pibe y nos enseñó a hacer tortillas amasándolas con bolsitas de plástico. Funcionaba muy bien y yo me puse a cantar: —♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaaaastico. Nos guuuusta, nos aaaama, nos da felicidaaaad —pero lo interrumpí porque no se enganchó nadie. Evidentemente, no todas las cosas que nos son útiles son dignas de nuestra devoción. El plástico parece que no, a pesar de que justo estaba lloviendo un poco y estábamos bajo un techo de plástico, y que las carpas son de plástico, etc. En realidad, sí que se enganchó alguien a cantar; se enganchó un chileno que me cae muy bien y que se cagaba de la risa.
Más tarde cayó Eugenia a ayudarnos y se dio más o menos el siguiente diálogo:
—¡Qué feo, con bolsitas de plástico!
—♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaastico…—me puse a cantar como por reflejo y fue mi única intervención.
—♫ Pero contamiiiiiina… y es muy feeeo… —también se puso a cantar ella.
—♫ Pero nos es muy uuuuutil… en nuestro campameeeeento… —se sumó el chileno.
—♫ Pero deberiiiiamos… usar cosas naturaaaales.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ Pero viene de la tieeeerra… de hecho viene de adentro de la tieeeeeerra —dijo el chileno que ya se debería creer Martín Fierro con ese toque filosófico que le imprimió a esa especie de payada sin guitarra.
—♫ Yo lo hago con las maaaanos… y no dependo del plaaaastico —se puso más pragmática.
—♫ Entonces sácate la bombaaaaacha… porque tiene plaaastico.
Ella, que solo tenía un vestidito rústico y una bombacha de lycra se emocionó:
—♫ Me hiciste ver la luuuuz… tampoco necesito esto —y se sacó la bombacha.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ A muchas le hice ver la luuuuuuz… cuando les dije que se saquen la bombaaaacha —dijo el chileno y todo terminó en risas y un pedido nuestro a Eugenia de que no se arranque los botones de plástico del vestidito.
Se fue contenta.
Más tarde, mientras seguíamos con las infinitas tortillas para trescientas personas, me quedé pensando en lo de “gracias por le plástico”. Todos los días que estuve en el campamento llovió y la lucha contra la lluvia es un poco permanente. Algunos proponen dejar de cantar “Cole’oko mama cole’oko” porque es un canto para que llueva; varios creen que no para de llover porque cantamos eso. Realmente, el barro que hay por todas partes parece que ya tiene fastidiado a la mayoría; siempre hay que estar agregando un plástico en algún lado para mantenernos relativamente secos en los peores momentos. De pronto se me ocurrió cantar: —♫ Gracias por la lluuuuvia… gracias por la lluuuuvia… nos guuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaaad —y ese sí que tuvo éxito y lo cantaron todos; estoy aprendiendo.
Algo sorprendente es que exista un campamento de cientos de personas (en algunas ocasiones miles) sin ningún organizador general. En el Rainbow todo el mundo hace lo que quiere y organiza cosas a voluntad. Aunque hay unas tres reglas básicas: NO alcohol, NO drogas y NO carne. Lo de no carne se extiende a no leche y no huevo. Además, siempre hay que hacer una olla de comida cruda para los ‘crudívoros’ (hay algunos que han decidido solo comer cosas crudas por el resto de sus vidas). Por otro lado, la avena no se puede servir cruda porque varios dicen que con el agua fermenta y no sé qué. A todo esto hay que sumarle que el presupuesto es acotado porque todo se compra con lo que la gente pone en un sombrero que pasan después de comer. El promedio da más o menos 40 centavos de dólar por persona por comida. A pesar de todo, cada tanto, suele haber muy buenos platos; que devoro con mucho interés, ya que solo hacemos dos viandas al día y llegan después de largos cantos y cariños. Un día le pregunté a uno: —¿Vos sos vegetariano? —y me dijo: —No, también como hormigas.
El tema de ‘no drogas’ tampoco es simple. Aparentemente es ‘no a las drogas sintéticas’; el resto abundan. Y una discusión que surge cada tanto es sobre el LSD: hay LSD a pesar de que es sintético. Algunos opinan que no debería haber. El mejor argumento que escuché a favor de que no se prohíba el LSD fue el de un brasileño que dijo que hay Rainbow porque hay LSD. —¡Ahó! —dijo alguien.
No solo la lluvia diaria pone a prueba la capacidad de los hippies para estar siempre de buena onda: algo peor son los robos. Desaparecen cosas de las carpas cada dos por tres (principalmente dinero). Varios les echan la culpa a algunos campesinos que pasan cada tanto por el campamento. Otros creen que es gente del Rainbow. Una cosa es seguro: a un tipo del campamento lo agarró la policía en la ciudad comprando con una tarjeta de crédito de otro del Rainbow y lo metieron preso. Después, los hippies tuvieron una discusión sobre una propuesta de pagar la excarcelación entre todos, pero quedó en la nada; probablemente por la falta de voluntad de los que ya habían sido robados. El tipo se hace llamar Colibrí. Y salió. Unas semanas después de entrar, fue una mujer mayorcita del Rainbow a comprar ácido fólico y a sacar al tipo de la cárcel porque quiere tener un hijo y ahora lo están encargando en la carpa. Cuando volvió Colibrí, se volvieron a intensificar los robos; pero es raro porque se intensificaron de una manera exagerada. Están robando a cuatro manos y no parece que pudiera hacerlo ese tipo solo, en los pocos momentos que lo dejan salir de la carpa. Y la cosa se puso violenta (o no tanto; violenta para el mundo hippie): un grupo (al que me sumé) se internó en el bosque a buscarlo y exigirle que devuelva lo robado (que por cierto debe ser mucha plata). El tipo, que tiene 30 años menos que su nueva novia, se empezó a escudar detrás de ella. Estaba claro que mentía. Dijo que todo era un mal entendido, que ya había estado preso en otra ocasión y que también era un mal entendido. En la discusión surgió el dato de que había dado diferentes nombres y ya nadie sabía cómo se llamaba realmente. Pero negaba todo. Un hippie veterano que había sufrido un gran robo, le dijo que si no le devolvía las cosas, le rompía la cara. Otras hippies saltaron y dijeron “noooo, no, así no” y el hippie veterano reculó cambiando la cara de odio por una sonrisa semiforzada y con vergüenza, como si lo hubieran agarrado robando a él. Finalmente se juntó más gente que salió de entre los árboles al escuchar los gritos, y después de un rato largo de situaciones tensas, me di cuenta que el verdadero problema para la mayoría no era Colibrí sino que se estaba rompiendo la paz y la buena onda. Entonces también me di cuenta que Colibrí había ganado la partida: los hippies preferían que se vaya con el botín antes que empeorar los tonos elevados de voz. No sé como terminó la cosa porque ese día yo me fui. Seguro que lo dejaron ir, no tenían ninguna otra opción.
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4 Comments
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XD
y no me hagas decir más que no quiero ofender a los mongolos de los jipis
ays!
ey! se empeñan en hacrerme pelear con lo hippies! D:
Amor y Paz, hermana! 🙂
Esos hippiess!!!!!!…. Estan buenos solo para su rainbow (ojala bien alejaditos)… En "paz y amor" en medio de sus propias mentiras, pantano y suciedad!!!…. Espero q no les ofenda esta realidad…
MARIA R
Todo bien con los hippies, me han dado buenas cosas