Con los shuar (segunda parte)

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Después de que Pascual Ayumpúm me apuntara en el pecho con su lanza tomé conciencia de que, una vez más, habíamos llegado lejos. Estábamos en las profundidades de la selva ecuatoriana, lejos de los caminos, lejos de los celulares, junto a los que siempre han vivido ahí, los shuar, los notablemente amables reductores de cabezas.

(Primera parte de la historia ➮ acá)

Habíamos llegado a Tsunki sin aviso y desde que bajamos de la canoa nos habían recibido con un calor humano sorprendente. Nos quedamos diez días en la comunidad. En ese tiempo hicimos y aprendimos muchas cosas:

Caminamos por la selva donde Pascual nos enseñó varias plantas útiles como: frutipán, aguacate de monte (o cacao blanco o kushinkiap, que es un fruto más bien dulce y de sabor muy particular), sacha barbasco (que también se usa para pescar como el timiu pero en lugar de matar los peces solo los atonta por un rato, me parece que era Serjania piscetorum), algunas palmeras para fabricar dardos envenenados, una liana de la que sacamos agua para beber, una ruda para la gastritis, lengua de venado que no recuerdo para qué era, sangre de drago para cicatrizar las heridas y unas cuantas más.

Theobroma bicolor
Theobroma bicolor

Al final de una de las caminatas por la selva visitamos una cascada sagrada a la que debimos entrar en silencio para no molestar a los espíritus. Primero aspiramos tabaco líquido, que era simplemente estrujar hojas de tabaco en la palma de la mano y aspirar, luego Pascual cantó en shuar y ahí ya pudimos sumergirnos y nadar entre los peces.

Otro día en la comunidad asistimos a la fiesta de la chonta (Bactris gasipaes), una palmera que es especialmente venerada por ellos, usan la madera, el palmito y los frutos. Con los frutos se hace chicha y la consideran la más rica de todas. Fue una gran suerte estar en esos días ya que la fiesta de la chonta es la celebración más importante del pueblo shuar. En la fiesta, como corresponde, nos pintaron la cara con achote (Bixia orellana) en forma de serpiente y de jaguar. Luego los niños bailaron y clavaron lanzas contra el suelo y todos tomamos chicha de chonta.

Todos los días preparan chicha, normalmente la de yuca. Un día vimos cómo la hacían. Nunca había visto la preparación tradicional, la que se hace masticando y escupiendo. Por la tarde, dentro de la choza, Tania y Jhomara hirvieron varios kilos de yuca en una gran olla. Luego quitaron el agua y machacaron la yuca hasta hacerla puré. Después fueron tomando con los dedos las partes más fibrosas para llevárselas a la boca. Luego de un masticado a conciencia (solamente las mujeres tienen permitido hacer este paso) la yuca quedaba casi líquida y volvía en largos chorros a la olla. Así estuvieron un buen rato mientras charlábamos. El paso final es dejar fermentar la pasta durante varias horas. Cuantas más horas pasen más alcohólica se pone la bebida. Paradójicamente esta me resulta la forma más higiénica de producir la chicha. La definición de fermentación no difiere mucho de la de putrefacción y, puestos a elegir, prefiero tomar un líquido fermentado por bacterias que ya están en nuestras bocas y para las cuales nuestro sistema inmune ya tiene armas para combatirlas, que un líquido colonizado por bacterias y levaduras más sometidas al azar del medioambiente.

Otro día dimos clases de inglés a los niños a pedido de Julio, el profesor. Él no es de Tsunki sino de una aldea cercana y, si bien puede enseñarles muchas cosas a los chicos sobre el castellano y el shuar, nos contó que su inglés es muy básico y que, como está obligado a enseñarles, hace esfuerzos pero no sabe si los está ayudando mucho.

Como para saber en qué nivel estaban, les preguntamos a los niños cómo se dice “Hello!” y todos al unísono contestaron contentos “¡Elio!”.

Nos divertimos mucho en las clases, que más que clases fueron puros juegos. Vane estaba en el aula de los más chiquitos, unos quince alumnos de entre cinco y doce años. Yo estaba en otra con los seis adolescentes.

Habíamos planeado varias clases, pero no pudo ser porque ese día murió uno de los ancianos del lugar y la comunidad estuvo de luto toda la semana.

No fuimos invitados a las ceremonias de entierro y despedida que ocurrieron en algún lugar apartado de la comunidad. Nosotros, por las dudas, no preguntamos nada. Solo vimos a la gente ir y venir varias veces durante un par de días. Por lo poco que nos cuentan, entendemos que es una mezcla de costumbres tradicionales y cristianas.

El duelo también hizo que Rosana desista de participar de la ceremonia de natem (ayahuasca, Banisteriopsis caapi) que nos tenían preparado para el último día. La preparaba Pascual y la íbamos a tomar con ella, pero prefirió no hacerlo para no dejarse ganar por la tristeza reciente. Nos dijo que, de todos modos, lo haría unos días después, con toda la comunidad, cuando pasara el duelo, como se acostumbra, para alejar la muerte. También nos contaron que después de los duelos suelen tomar infusiones de hojas de ayahuasca para vomitar y liberar todas las penas.

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