Último día del Choro Trek, Bolivia

Primero la nieve se había convertido en selva y ahora la selva se convertía en pajonales. La última bajada del último día fue por una ladera de arbustos espinosos, siguiendo una senda polvorienta bajo un sol que castigaba.

Puente de Apacheta Chucura-2 (Large)

El camino de nuestro mapa de juguete terminó en un caserío del cual se suponía que tendríamos movilidad hacia Coroico. Pero ahí lo único que se movían eran algunas gallinas, y un poco las ramas de los árboles. Alguien, en una de las casas, nos informó que desde ahí no había transporte hacia Coroico ni hacia ningún lado. Entonces seguimos caminando río abajo, un poco descreídos, hasta una quebrada que tuvimos que cruzar haciendo equilibrio entre dos troncos, y donde sospechamos que era verdad que no había transporte público.

Lo siguiente fue avanzar por un camino de tierra entre terrenos que ya casi no tenían vegetación, y cruzando cada tanto algún precario obrador y algunas imponentes máquinas excavadoras. Esas extensiones de tierra y piedras revueltas por momentos me parecieron canteras y por momentos los basamentos de un kilométrico aeropuerto que recién estuvieran empezando a construir y fueran a terminar dentro de un par de décadas.

Se hacía de noche. Pisábamos con mucho cansancio esos terrenos desolados.

Con poca luz llegamos a un camino que sí parecía transitado, por el que hicimos algunos kilómetros más en penumbras. Pasó un camión cargado de obreros, hicimos dedo y nos llevó. Llegamos ya de noche a las puertas de Coroico.

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Puente colgante del Choro Trek, Bolivia.

Lo que me sorprendió fue que todo el enojo que tenía con Mariano se convirtió en alegría al verlo entrar a la carpa. No sé si fue por la culpa o por la incertidumbre de cómo iba a terminar el conflicto, pero la idea de que mi amigo estuviera en algún lugar de la selva sin saber dónde habíamos acampado nosotros me intranquilizaba. Y eso fue lo que me sorprendió: ver a Mariano entrar a la carpa y que mi enojo quedara atrás instantáneamente.

No tengo idea de cómo logró encontrarnos, pero recuerdo que nos contó que se refugió en una parte espesa de la selva, donde llovía menos. Ahí fue que empezó a escuchar ruidos. No aguantó mucho y salió a mojarse y a buscarnos.

Al día siguiente caminamos a buen ritmo. La senda seguía en bajada pero no era tan abrupta y hasta había algunas subidas que agradecíamos porque, a pesar de que nos hicieron usar más los músculos, se aliviaba la tortura en las rodillas.

En algún momento pasamos por un puente colgante muy endeble hecho con troncos y sogas. Como Pablo se había retrasado un poco (tal vez fabricando alguna cerbatana) nos sentamos a esperarlo y a descansar. Entonces, apoyado en una piedra y mirando al cielo, me pareció escuchar un murmullo de fondo.

–Se escucha como agua, ¿no?
–Parece.
–Ahora cuando llegue Pablo nos fijamos.

Pablo llegó sin ninguna presa ni ninguna cerbatana y cruzó sin problemas el puente.

Entonces decidimos avanzar desviándonos del camino, hacia la derecha, entre la selva, apartando las ramas, siguiendo ese murmullo que parecía agua.

Era agua. Era una alucinante cascada.

Tercer día en el Choro Trek

A la mañana siguiente Mariano salió como una locomotora (como siempre) y decidí que tenía razón, estábamos muy colgados, estaba bueno ir disfrutando tranquilos pero ya era hora de avanzar más rápido, no podíamos quedarnos tantos días, se iba a acabar la comida. Pero tampoco duró mucho el buen ritmo, las rodillas dolían; habían sido tres días en bajada y no recuerdo qué zapatillas estaba usando pero probablemente algunas no mucho más gruesas que unas Converse; por momentos deseábamos que el camino subiera un poco y que aflojara la tortura en las rodillas. Sobre el final del día tuvimos problemas en encontrar lugar donde acampar; el camino era angosto, inclinado, con montaña a la izquierda y precipicio a la derecha. Y esta vez el conflicto mayor no fue entre Andrés y Pablo, sino entre Mariano y yo. Ni siquiera recuerdo por qué discutimos (cualquier pavada probablemente) pero sí recuerdo que Mariano se fastidió, aceleró el paso y desapareció hacia adelante. Yo no pude o no quise seguirlo.

Finalmente, el único lugar plano que encontramos para acampar fue sobre una tumba que encontramos al costado del camino.

Se hizo de noche, entramos en la carpa y se largó a llover. Me quedé un rato pensando en el cadáver del indio que estaba abajo de nosotros, y en Mariano, en algún lugar oscuro, bajo la lluvia.

acampando en un cementerio indio
Seguíamos siendo cuatro

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Seguimos caminando hacia Coroico, Bolivia.

Durante la mañana seguimos bajando por el valle neblinoso. Nos cruzamos con las primeras personas: pastores con sus cabras y sus bultos. Lo difícil del día fue calentar el agua de los fideos con ramitas húmedas; sin árboles y entre las nubes no es fácil hacer fuego.
Cruzando el río
No recuerdo qué intentaba hacer Mariano, tal vez atrapar una cabra para no comer fideos solos.

Fue todo el día en bajada y del frío de las cumbres pasamos al calor de los valles boscosos. En algún momento encontramos una mina abandonada, en la cual no nos adentramos demasiado, no por precaución sino porque llegamos hasta un derrumbe.

mina de El Choro
No recuerdo qué intentaba hacer Mariano, tal vez atrapar un murciélago para no comer los fideos solos.

Con cada metro que descendíamos aumentaba el calor, la vegetación, el dolor en mis rodillas y el hambre.

Cerbatana
No recuerdo qué intentaba hacer Pablo, tal vez una cerbatana para cazar algo y no comer los fideos solos.
planta venenosa
No recuerdo que intentaba hacer Pablo, tal vez encontrar alguna planta venenosa para los dardos y no comer los fideos solos.

Seguíamos bajando, el sendero era de cornisa; cuando nos venció la debilidad nos costó encontrar un lugar para armar la carpa. La armamos sobre el camino. A la mañana siguiente nos sentíamos mucho mejor.

El Choro Trek
No parece un mal lugar para acampar.

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La cumbre – Apacheta Chucura, Bolivia

En una oscura oficina de un segundo o tercer piso de algún edificio de La Paz, conseguimos un mapa (muy básico) para caminar hasta Coroico por las montañas.

Compramos arroz, fideos, galletas y algunas verduras y viajamos desde el barrio de Villa Fátima hasta La Cumbre en la caja de un camión de pasajeros.

De Villa Fatima a La Cumbre
Seguía sin poder tirar de la cadena

Cuando bajamos nos abrigamos con todo lo que teníamos: caminábamos entre parches de nieve.

Según lo que entendimos con el mapa, teníamos que ir hacia el noroeste. Era cuesta arriba. Subimos a la velocidad que pudimos con las  mochilas pesadas. Lento, parando, con la sangre latiendo en los oídos. Nos desabrigamos todo lo que nos habíamos abrigado.

Apacheta Chucura
Pablo reflexionando a 5000 metros de altura

Después sería todo en bajada, hacia el noreste en un principio. Las primeras horas estuvimos dentro de una nube; primero entre crestas áridas, después sin nieve y con pastos cortos y oscuros, algunas pequeñas flores salvajes, todo entre la neblina. También aparecieron basamentos de ruinas incaicas, apachetas, tambos, corrales de piedra, arroyos helados. Íbamos pisando el empedrado de un antiguo camino preincaico.

Chucura
Siempre nubes

El camino era fantasmal, daba un poco de miedo y un poco de ganas de ir al baño; aunque yo las ganas las traía hacía días y seguía sin poder liberarlas.

gente haciendo caca en las ruinas incaicas
Mariano no tenía ese problema

Sobre el final del día, el cansancio y el hambre empezaron a afectar la sensatez de nuestros jóvenes cerebros. Básicamente: Pablo quiso parar y acampar (el lugar estaba muy bueno y ya era hora de pensar en la comida), Mariano quería seguir (a Mariano lo conozco desde chico y siempre quiere seguir, es un constante autodesafío), y Andrés y yo intentábamos terciar en el conflicto. Pablo se iba rezagando y haciendo amagues de parar y Mariano se adelantaba y caminaba firme como una mula. A mí básicamente me daba lo mismo, solo prefería que no hubiera conflicto, pero Andrés tomó una posición más activa y se puso a conversar con Pablo. Creo que nos faltaba glucosa en la sangre porque, sin demasiados argumentos, el conflicto pasó de Mariano y Pablo a Andrés y Pablo.

–Sé que después me cagás a trompadas, pero yo te meto una piña igual –llegó a decir Andrés en su particular estado donde pierde la capacidad de actuar convenientemente.

Pablo puso cara de póker.

Un poco funcionó: finalmente a Mariano le pareció que el lugar era mejor para acampar que para boxear.

El Choro Trek
Creo que Pablo tenía razón

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