Bolivia es mi país preferido, un país donde muchas cosas funcionan mejor cuando funcionan al revés.
Lo relevante de estos días es que, por un conflicto entre pueblos originarios, hace seis meses que solo se puede visitar la parte sur de la Isla del Sol. Y es la parte norte la que me resulta más interesante ya que ahí está la Chincana, unas ruinas en forma de laberinto sobre una bahía de aguas cristalinas, unas lindas ruinas incaicas sin contaminación visual: sin alambrados, sin carteles, sin nada a la vista que no sean las montañas y el lago.
La Isla del Sol es la más grande del Titicaca y, según la tradición oral originaria, ahí fue donde nació la civilización incaica. La leyenda dice que el dios Inti hizo emerger del lago a una pareja de hermanos: Manco Capac y Mama Ocllo. Los hermanos se convirtieron en marido y mujer y viajaron hacia el norte en busca de un lugar fértil para iniciar la dinastía de los incas. Los hermanos/esposos podían darse cuenta de la fertilidad de los terrenos introduciendo una barra de oro en el suelo. Así eligieron el lugar más apropiado y fundaron la ciudad de Cusco. (La mayoría de los antropólogos ubican la vida de Manco Cápac y Mama Ocllo entre los años 1100 y 1200 d. C.)
Luego de pasar unos días en La Paz visitando amistades, viajamos hacia el lago Titicaca, hacia la isla. Partimos en barco desde Copacabana junto a varios turistas con los que haríamos la visita obligada. Así funciona el negocio del turismo: hay lugares donde hay que ir. Y muchísimas veces es simplemente un título o subtítulo correcto lo que marca la obligatoriedad. “El camino del Inca”, “La ruta del adobe”, “El punto tripartito”, “El lago navegable más alto del mundo”, “La Isla del Sol”, “La Isla de la Luna”, etiquetas turísticas infalibles. Creo que poca gente iría a la isla de la luna si no fuera porque la llaman “de la luna” y está al lado de la “del sol”. Pero lo importante es que la gente paga, se saca fotos, las sube a las redes sociales y todos quedamos contentos.
Cuando el barco llegó a la isla la mayoría de los pasajeros se fueron detrás de un guía, dos o tres viajeros económicos quedaron boyando por el puerto a la espera del barco de vuelta y nosotros, junto con una pareja de franceses, comenzamos a subir centenares de peldaños incaicos que fueron llevándonos a las partes más altas de la isla, cerca de los 4000 metros sobre el nivel del mar.
Subir nuestras mochilas de veinte kilos hasta esas alturas nos dejó sin aliento y con náuseas. Pero recuperamos el aire y las náuseas desaparecieron después de un rato de estar tirados en la cama del Hostal Puerta del Sol, uno barato y con muy buenas vistas.
Tranqui.
El conflicto entre las comunidades de la isla ya lleva seis meses. Las comunidades son tres. En la parte sur está Yumani. Ellos son los más beneficiados por la situación (o los menos perjudicados) ya que, por ahora, es el único lugar a donde pueden ir los turistas y sus dólares. Lo paradójico es que, aparentemente, la gente de Yumani no tuvo nada que ver con el conflicto. Luego en el norte se encuentra Challapampa, una pequeña y humilde comunidad cercana a las agradables ruinas de Chinkana. Y finalmente, el centro de la isla pertenece a la comunidad Challa. Ahí, como no hay ruinas, es donde menos van los turistas. Pero como queda de paso entre los otros dos sectores atractivos, ya hace años que han decidido apostarse en el camino y cobrar por pasar por sus tierras. Comenzaron pidiendo cinco pesos bolivianos por cabeza y en los últimos tiempos ya iban por los quince. Para resumir el conflicto: la comunidad de Challa decidió aumentar sus ingresos construyendo un hotelito en ciertas tierras de su pertenencia ubicadas solo a trescientos metros de las ruinas de Chincana, algo que yo lo consideraría una aberración estética y que los comunarios de Challapampa consideraron una aberración espiritual y decidieron destruirlo antes de que sea inaugurado. Entonces, como respuesta, la comunidad de Challa decidió bloquear el camino a los turistas (por tierra y por agua) indefinidamente.
Como alguna vez me ha comentado Edmundo Paz Soldán: en la mayor parte de este planeta, cuando existe un conflicto se discute y, si no hay solución, luego se toman medidas de fuerza; pero en Bolivia primero se toman medidas de fuerza para luego comenzar a dialogar. En cierta forma me parece lógico, aunque ahí van sus seis meses de diálogos.
Más tranqui.
En el tercer día de nuestra estadía en la isla nos enteramos de que el conflicto comenzaba a diluirse. Se desgastaba principalmente porque los pobladores de Challa estaban cansándose de hacer guardia en el camino, al rayo del sol y sin ninguna paga. Entonces alguien de Yumani nos había informado que ese día no habría nadie en el sendero. Decidimos ir.
Vane iba disfrazada de oveja para integrarse a la fauna local.Funcionó.
El primer campesino que nos cruzamos en la zona de Challa nos dijo que nos mantengamos en las playas, que seguir por las montañas era peligroso. Prometimos ser precavidos.
También una campesina que no nos dijo nada.
El segundo campesino nos recomendó, en el mismo sentido, que de la playa volvamos directo a Yumani, que si seguíamos por las montañas íbamos a encontrarnos con barricadas donde nos desnudarían y nos azotarían con rebenques. Prometimos no seguir por las montañas, pero en cuanto lo perdimos de vista, continuamos. Suponíamos que el castigo no podía llegar tan sorpresivamente inflexible.
Dudada si disfrazarme de rebelde palestino para infundir temor.O de cristiano masoca y ofrecer la otra mejilla.
La caminata hasta Chincana duró unas tres o cuatro horas y en todo el trayecto no volvimos a cruzarnos más campesinos. Las ruinas fueron un premio. El lugar es realmente muy agradable si uno no mira los restos del hotelito.
Acá el hotel no se ve, pero también estaba en ruinas.
Luego, cerca del sitio arqueológico, nos cruzamos con pobladores de Challapampa. Nos dijeron que éramos bienvenidos, que ellos eran pacíficos y que querían tener visitantes. Nos pidieron que les avisemos al resto de los turistas que podían acercarse sin ningún problema. Entonces prometimos decirles que fueran.
En el camino de vuelta encontramos un cactus San Pedro de la zona, un Trichocereus cuscoensis, casi había olvidado que venía a buscar eso. Nos llevamos un pedazo para probarlo.
Trichocereus cuscoensis
Luego nos encontramos con un habitante más de Challa. El tipo estaba enfurecido y, si bien no nos azotó, pude imaginar los rebenques en su mirada rabiosa. Prometimos decirles a los demás turistas que no podían venir.
Luego abandonamos la isla y el lago y viajamos hacia Sorata. Queríamos ir ahí por dos razones. Una porque me habían dicho que era un pueblo notablemente agradable y la otra porque, teniendo en cuenta la geografía, nos daba la impresión de que podríamos llegar a encontrar algún tipo de Trichocereus en esa zona. Y sí, ahí vimos muchos cactus que parecen ser Trichocereus peruvianus.
Ya llevamos varios días en Sorata y hemos decidido seguir hacia el noreste, hacia la selva. Iremos caminando por las montañas buscando un camino que usaban los incas para traer el oro de las tierras bajas bolivianas.
(Info útil: Antes de ir a la Isla del Sol pasamos por La Paz donde nos alojamos en el Hostal Canoa a una cuadra del mercado de las brujas. Lo menciono porque es muy recomendable, de los más económicos probablemente sea el mejor, sobre todo por la terraza cubierta con mesas de pool y ping-pong y con inmejorables vistas.)
Tengo pocos recuerdos del barco de Copacabana a Isla del Sol, pero sí me viene a la memoria lo que vino después, haber subido las montañas ni bien llegamos, cargando nuestras mochilas pesadas por unos cuantos cientos de escalones de piedra que trepaban la ladera empinada. Al llegar a la parte más alta quedamos sorprendidos con la bahía que ahora podíamos ver al otro lado, unos trescientos metros de playa de agua cristalina, sin olas, rodeada de montañas en semicírculo, como un gran anfiteatro. Ahora puedo imaginarme a mí mismo imitando la curva de la bahía con los labios.
(:
Bajamos hasta la arena y acampamos en cualquier lado, donde quisimos, con la puerta de la carpa apuntando hacia el agua.
Titicaca
No recuerdo bien qué fue lo que cenamos esa noche, pero sé que al día siguiente hicimos una comida de hongos que habíamos recolectado. Deben haber sido hongos bastante tóxicos (Psilocybe cubensis, por ejemplo) porque quedamos con los sentidos notablemente alterados.
Así
Primero sentí nauseas, después temblores y finalmente frío. Me abrigué y empecé a filosofar en voz baja. Varias veces durante la tarde creí entender la verdad del universo. Y estuve discutiendo un buen rato sobre la velocidad del tiempo (conmigo mismo).
En algún momento mi diálogo interno fluyó hacia la mitología inca, en particular la parte en que explica que los inicios de la civilización incaica fueron precisamente ahí, en la Isla del Sol, el lugar desde el cual salieron Manco Cápac y Mama Ocllo a fundar la ciudad de Cuzco. Entonces se me hizo reveladora la frase “Todo comenzó, algún tiempo atrás en la Isla del Sol”. Me quedé helado. Estuve tarareándola enfermizamente un buen rato, sintiendo que era un mantra y que todo su significado entraba en mi cuerpo. El verso que venía a continuación me inquietaba: “se cruzaron nuestros caminos por casualidad, en la isla del Sol”. Como todavía no nos habíamos cruzado con nadie, imaginé que el encuentro era inminente, y al no haber senderos a la vista, supuse que esos caminos llegaban desde otras dimensiones. Me asusté.
La parte de “la herida abierta” y lo de “muero por vos” tampoco eran muy tranquilizadoras. ¡El símbolo!
Tener tres piernas también me preocupaba
Mariano, por el contrario, decidió que hacía demasiado calor y que esa temperatura no era la adecuada para filosofar y sí para estar en malla tomando sol sin preocuparse demasiado por la velocidad del tiempo, los símbolos o las dimensiones paralelas.
(Puede que hiciera frío, puede que hiciera calor, puede que Pablo también estuviera filosofando para adentro)
–Julián, vení… mirá… hay un sapo en el fondo del lago –gritó Pablo con el agua hasta las axilas.
Me saqué la campera, entré en el lago y fui acercándome a Pablo hasta que el agua helada me llegó al cuello.
–¿Dónde?
–Ahí… mirá… ¿Ves eso que se parece a una piedra?
Después de tres segundos de observar la piedra, con indignación volví mi mirada hacia Pablo por unos segundos más y regresé tiritando hacia la playa, prometiéndome no volver a hacerle caso durante esa tarde.
Parece que las ovejas eran reales
En realidad fui un poco injusto con mi juicio hacia Pablo: un tiempo después me enteré de la existencia de un sapo que vive en el lago Titicaca (Telmatobius culeus); solo está ahí y se lo considera una especie rara y amenazada de extinción. Por otro lado, tampoco es que yo estuviera en ese momento en condiciones de distinguir un sapo de una piedra.
Aún así tal vez hubo algo de acertado en la decisión de no seguir a Pablo porque, no muchos minutos después de ese episodio, pude divisar a mi intrépido amigo sobre unos altos y escarpados peñascos, que ahora los recuerdo bastante peligrosos.
Pablo
Después Pablo se encargó de contarnos que desde allá arriba se podía ver el fondo del lago con algas fluorescentes que se movían sinusoidalmente alrededor del sapo.
En algún momento Mariano rectificó su decisión de no filosofar para adentro y me pidió un cuaderno. Estuvo varias horas escribiendo, aunque sin dejar de tomar sol. Yo me preocupé por quedarme sin hojas, y un poco por la salud de la espalda de Mariano que parecía prendida fuego. Me abrigué más.
(Conservo ese cuaderno pero parece escrito en algún idioma extraño)
Aunque, a decir verdad, fue Andrés el que más raro estuvo. En algún momento pidió prestado mi walkman de última generación, uno al que no hacía falta darle vuelta el cassette, sino que reproducía los dos lados en loop, sin más trámites que escuchar un chasquido entre vuelta y vuelta. La cinta que estaba puesta en ese momento era una que había llevado Pablo, con Vox Dei de un lado y el unplugged de MTV de Spinetta del otro. Andrés se puso los auriculares, se metió en la carpa, luego desapareció dentro de su bolsa de dormir y ahí estuvo varias horas escuchando, quién sabe cuántas veces, los discos de Vox Dei y Spinetta, uno atrás del otro resonando dentro de su cráneo.
Las pocas interrupciones que tuvo fueron cuando alguno de nosotros se acercaba para ver si estaba bien; a las cuales él respondía con una carcajada demoníaca, para luego inmediatamente volver a desaparecer dentro de la bolsa.
Al día siguiente los cuatro nos sentimos un poco apaleados, pero Andrés, además de eso, nos reveló una frase que extrajo como resumen de toda su experiencia del día anterior y que no repitió más de dos veces pero que la recuerdo muy bien:
“La felicidad solo es real cuando es compartida”
Sí, unos cuantos años antes del estreno de la película Into the Wild, Andrés, palabras más, palabras menos, y tan intoxicado como Christopher McCandless, llegó a esa misma conclusión que cada tanto vuelvo a ver enfatizada en las redes sociales.
Solo que Andrés no murió, y en cambio decidió actuar en consecuencia. No escribió la frase en ningún lado, no la volvió a repetir; pero sí armó su mochila y decidió volver ese mismo día a Buenos Aires, a compartir su felicidad con la persona que en ese momento él consideró que era la indicada, su novia.