Grutas de Lanquín, Guatemala

8 de diciembre

Paola y Lucio se fueron temprano por la mañana porque querían llegar a Flores ese mismo día. Yo le había pedido a Nico que nos quedemos un poco y que me acompañe a las grutas de Lanquín. Hacía como tres semanas que había decidido volver a meterme ahí y sabía que el único que me iba a acompañar a ese lugar era Nico (el otro era Roger, pero ya estaba en camino hacia México). Era un poco peligroso explorar la gruta solo; además de ser un enrosque para la cabeza. Era ahora o nunca.

Estuvimos haciendo dedo un buen rato y finalmente nos llevaron a Lanquín por unos pesos. Fuimos hasta la cueva, pagamos el ticket en una caseta de madera destartalada, anotamos nuestros nombres en un cuaderno sucio y entramos. Nuestra indumentaria era profesional: Nico tenía una camisa floreada, bermudas y ojotas. Yo tenía una musculosa gris, pantalón de vestir negro con rayitas blancas y zapatillas chatas negras. Nico tenía una linternita de un dólar y medio, y yo, una linterna de cabeza rota que la ataba con un pedazo de ropa elástica que había sacado de un pantalón corto comprado de segunda mano en Bolivia.

Pasamos toda la parte iluminada sin más problema que el de resbalarnos varias veces, pero eso era inevitable, el piso era una manteca. Fuimos subiendo y bajando por unos doscientos metros de habitaciones enormes apenas iluminadas con foquitos amarillentos que colgaban de un cable. Cuando terminamos la parte del paseo, quedaba la oscuridad (a lo que veníamos). Encontré con facilidad el abismo, pero tardé bastante en encontrar la entrada lateral. Pensé: si ya me pierdo en el principio, esto va a ser complicado. Dimos vueltas alrededor de varias rocas gigantescas en una situación bastante oscura (todavía los ojos no se nos habían acostumbrado del todo a tan poca luz) y finalmente, encontramos la entrada y pasamos a una habitación no muy alta, donde teníamos que ir esquivando las estalactitas y las estalagmitas. Le dije a Nico: es por acá. Y Nico me dijo: no, no puede ser por ahí, eso es un agujero en el piso. Le dije: parece que no te acordaras que en Brasil te hice meter en un hueco en la montaña que solo se podía pasar a la fuerza como una lombriz metiéndose en la tierra. Es verdad, me dijo y se metió por el hueco atravesado de estalactitas. Pasamos a una habitación en la que teníamos que ir agachados y sorteando columnas verrugosas y húmedas, y salimos por una ventana a la parte lateral del abismo. Es por acá, dije y Nico ya empezaba a sonreír mientras bajábamos hasta una cornisa que separaba el abismo de la barranca de caca de murciélagos.

grutas de Lanquin
«…Creo que era por este hueco…»

 

Ahora tenía un poquito más de luz que la vez anterior y pude ver que había un lugar que parecía que se podía bajar por el abismo. Nico quiso empezar a bajar y le dije: no, primero vayamos para allá, que quiero ver a dónde va el túnel que vi la vez pasada, después volvemos. Me dijo: me parece muy bien; y nos deslizamos por la pendiente que daba a la caca de murciélago. Atravesamos la montaña de caca clavando los pies y las manos para no caer al agujero que se veía en el fondo. Se caminaba (o gateaba) muy bien. La caca de murciélago parecía como tierra buena comprada en un vivero (estaba ultra procesada por unas cucarachas que viven de eso; es decir que en realidad era caca de cucarachas). Entramos en el túnel agachados y avanzamos hasta donde había llegado yo. Nico me preguntó: ¿entonces, me decís que vos llegaste hasta acá solo y con una linternita de celular? Sí, le dije, y nos reímos. Avanzamos más y salimos a una habitación donde había pequeñas lagunitas de agua escalonadas. Le dije a Nico: esperá, pongámosle nombres a los lugares para orientarnos mejor que acá no da para perderse. Le pareció perfecto y ahora ese lugar se llamaba Lagunitas. Los anteriores, claro, se llamaban Caca de murciélago y Abismo. La idea estuvo buena porque además de ser útil para la memoria, más adelante nos sirvió para referirnos a los lugares mientras tomábamos decisiones del camino.

En la habitación de las lagunitas fuimos pisando los bordes para no meter los pies en el agua y pasamos por un estrechamiento y una curva que daban a otra habitación que la llamamos Diente Largo, por una estalactita que había ahí. Estalactitas y estalagmitas había hacia cualquier lugar que miráramos y en todas las habitaciones pero esta estaba al final de la habitación en una gran ventana en forma de boca y era como un colmillo largo y puntiagudo que estaba en el centro y llegaba casi al piso. Esquivamos el colmillo y pasamos a un lugar que llamamos trampolín, porque en el suelo había una formación que parecía un trampolín o una rampa para esquí. Después pasamos a un lugar que llamamos columna porque una estalactita y una estalagmita se habían juntado formando una gruesa columna. Después una habitación que llamamos Dientes de tiburón porque era una situación parecida al diente largo pero ahora era una boca con muchas estalactitas cortas y afiladas que parecían justamente dientes de un tiburón. Después pasamos a un lugar que llamamos Ballena. Supongo que influenciados por los lugares anteriores ahora nos sentíamos en la panza de una ballena. Parece una tontería lo que estoy diciendo, pero nos daba mucho relajo saber que para volver, simplemente teníamos que hacer: Ballena, Dientes de tiburón, Columna, Trampolín, Diente largo, Lagunitas, Caca, Abismo, Habitación baja, y Habitación de entrada. Al menos, yo repetía la lista mentalmente y me hacía sentir bien. Había otros lugares para meterse, pero estaba claro que si queríamos volver, de Trampolín había que pasar a Diente largo; y si no era así, había que volver a Trampolín hasta encontrar el diente largo.

En la panza de la Ballena se escuchaba que corría agua como si estuviéramos en el cuento de pinocho. Avanzando un poco, salimos a una pendiente rocosa que fuimos bajando lentamente y que llegaba hasta un laguito subterráneo que desagotaba por una mini cascadita a otra lagunita y terminaba formando un pequeño río que se iba metiendo en una cueva en la piedra (no se veía por donde llegaba el agua —probablemente por el fondo—). Nos quedamos maravillados mirando el lugar. Yo había tenido esperanzas de encontrar un pedazo de río subterraneo. El río Lanquín emerge de la gruta a unos metros de donde habíamos entrado. La gruta es de piedra caliza y se forma porque la piedra se va disolviendo lentamente en el agua. Por lo visto, ahí donde llegamos era una parte de la gruta en formación. Pensamos en meternos y avanzar un poco por el río que entraba en la piedra, pero el lugar era muy chico y parecía que se cerraba rápido.

Después de cansarnos los ojos en el río subterráneo, y de hacer juegos de luces con las linternas y el agua, apagamos las luces un rato para quedar en la oscuridad total escuchando la corriente y las gotitas que sonaban muy fuertes en el silencio de esa profundidad. Después volvimos a subir la pendiente y buscamos huecos por donde meternos para seguir hacia adelante. Nos metimos en algunos, pero no parecían dar a ningún lado y regresamos un poco por el mismo camino buscando otros lugares. Fuimos cada uno por diferentes rincones buscando algún pasaje y en un momento, Nico me gritó: eh, estoy en trampolín y creo que encontré algo. Fui hasta ahí y escalamos unas rocas que daban a un pasillo. Del pasillo se salía a una habitación grande como una iglesia. Ahí encaramos hacia la izquierda donde había como un anfiteatro con techo abovedado. Yo bajé y no encontré hacia dónde seguir. Como no tenía salida lo llamamos pozo ciego, aunque parecía tener un túnel en lo alto, pero no se podía llegar hasta ahí. Agarramos hacia el otro lado y fuimos bajando entre las rocas hasta llegar a un lago subterráneo mucho más grande que el anterior. No lo podíamos creer. Nos quedamos mirando y decidimos meternos. Apoyamos las linternas en unas rocas apuntando hacia el lago y buscamos un lugar para bajar que se pueda volver a subir. Yo bajé por un lugar y Nico por otro. El lago era grande; nuestras linternas truchas no llegaban a iluminar el otro lado (parecía profundo, también). Nadé un rato bastante maravillado y volví a buscar la linterna para ver como era el resto del lago. Me la puse en la cabeza y nadé —con la cabeza afuera, claro—. Del lado de enfrente y a la izquierda estaba la entrada de agua. Al revés que en el laguito anterior, en este se veía la entrada del agua pero no la salida. Avancé un poco nadando a contracorriente y un poco agarrándome de las rocas, y me subí a una plataforma. La plataforma se trasformaba en un corredor un poco en diagonal que se metía en la roca con el pequeño río en un costado. Era un tajo amplio en la piedra que iba formando una cueva junto al río. Lo seguí un poco y volví porque no daba avanzar mucho; ahora estaba solo y en pelotas, y chorreando agua con una linterna en la cabeza. Volví a meterme en el lago y me dejé llevar un poco por la corriente de la entrada de agua. Estuvimos un rato más nadando y comentando lo bueno que estaba el lugar, y salimos porque nos estaba dando un poco de frío.

Volvimos a Trampolín (Nico pasó por otro lado deslizándose por una especie de tobogán y salió al mismo lugar). Después fuimos volviendo un poco haciendo: Diente largo, Lagunitas y Caca de murciélago, y ahí Nico decidió que iba a bajar al pozo oscuro que estaba al fondo de la caca. Bajamos tanteando que sea fácil volver a escalar por la esponjosa caca y finalmente el pozo no era tan misterioso como en nuestra imaginación, solo daba a una pequeña cueva.

Volvimos a subir y fuimos hacia el Abismo y empezamos a bajarlo. También era menos profundo que en nuestra imaginación. Ya no merecía el título de abismo. Lo que lo hacía parecer más profundo era que el piso estaba tapizado de caca y la caca de murciélago es oscura y daba la sensación de que el pozo no tenía fondo. Ahí abajo encontramos un hueco atravesado de estalactitas que seguía bajando y nos metimos. Yo me sentía que estaba muy profundo, pero no me daba cuenta profundo en relación a qué. Bajamos y salimos a una pequeña cuevita donde corría otra parte del río (apenas entrábamos agachados). Ahí el agua corría con más fuerza y formaba espuma. Me imaginé a la gruta como un gran colador del río.

Salimos y me metí en otro pozo pequeño. Los pasos eran muy angostos y terminaba en un charco de agua con un cangrejo de patas muy largas. Salí y nos fuimos hacia un costado que se habría una gran galería. Yo intenté sacar fotos con mi celular, pero no salía nada. Me hubiera gustado tener una buena cámara para fotografiar todos esos lugares. La galería estaba atravesada de techo a piso por algo que parecía un árbol petrificado y le quedó ese nombre. Y ahí sí: ese lugar daba a un verdadero abismo. Ahora se podía ver el fondo que era claro y estaba lejos. También había un poco de agua ahí abajo. Tal vez se podía avanzar por un lateral, pero era medio colgando por unas estalagmitas y parecía muy peligroso. Nos quedamos mirando el lugar un buen rato y volvimos.

Empezamos a volver haciendo: Tronco petrificado, Falso abismo, Terraza, Cueva baja, y Cueva de la entrada. Ahí estábamos casi donde habíamos empezado y encaré hacia otro lado pensando: bueno, todo esto fue hacia la izquierda, ahora veamos hacia la derecha. El túnel daba a un pasillo estrecho y cada vez se estrechaba más. Se veía una entrada, pero había que pasar casi taladrando la roca y estábamos cansados; hacía tres horas que estábamos en la gruta. Justo en ese momento escuchamos unos gritos. Estábamos cerca de la parte iluminada y salimos. Eran los tipos de la entrada que se habían metido a buscarnos por segunda vez —según nos dijeron—. Nos vieron salir llenos de barro, con nuestra indumentaria lastimosa y les dijimos que la cueva era increíble. Uno de los hombres lo miró a Nico y le dijo: “¡Y descalzo!”. “Si, estaba muy resbaloso”, dijo Nico, que no sé en qué momento se había sacado las ojotas.

Parece que unos turistas se habían metido como una hora después que nosotros y cuando salieron, los tipos de la entrada les preguntaron si nos habían visto. Les dijeron que no, que en la cueva no había nadie y entonces se metieron a buscarnos, pero no pasaron de las luces porque ellos nunca se habían metido más allá de las luces. Estuvieron gritándonos, pero claro, ahí tan adentro no se escuchaba nada.

Salimos y nos sacamos todo el barro del cuerpo en el río Lanquín. Después nos pusimos a hacer dedo hacia Cobán y a charlar un rato recordando la gruta y sonriendo bastante.

 

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El LIBRO

 

Rainbow Gathering, Semuc Champey y Lanquín, Guatemala

7 de noviembre

Armé la hamaca a oscuras y dormí muy bien. A la mañana siguiente recorrí un poco el valle conociendo a la gente. Algunos estaban haciendo yoga, otros preparaban la comida, otros cantaban, y esas cosas. En un momento, escuché que cantaron: “Get up, stand up: stand up for your rights!…”. Algunos lo cantaban sentados y otros acostados.

En un momento, estaba en el campamento de la cocina e iba a meterme por un caminito entre la selva (no sé para qué) cuando vi que en el paso estaba la misma mujer embarrada de cincuenta y pico que nos dio la bienvenida, pero esta vez, estaba parada inmóvil como a mitad de un paso y con una mano en una nalga levantando un poco la pollera. Parecía que alguien, con un control remoto, le había puesto pausa en mitad de una caminata mientras se rascaba el culo. Me quedé mirando un segundo, intentando entender lo que estaba pasando, hasta que vi que un chorrito amarillo marcó una bisectriz entre sus piernas. Me fui por otro camino.

Me adapté al ritmo de no hacer mucho y realmente no me acuerdo qué hice ese día. Me rasque bastante. Literalmente. Estaba muy picado por las pulgas que me acompañaban desde los bomberos. Ya había pensado en la posibilidad de pegarme pulgas en el campamento hippie, pero no había pensado en la posibilidad de llevárselas yo a ellos.

Al atardecer, fui a ver la cascada del campamento y era muy buena. Parecía de película. Estaba entre selva y montaña, formando una laguna.

Salchichaj
Turquesa 1.

 

Al tercer día, me fui del campamento porque tenía que ir a la capital a hacer unos trámites a la embajada y antes quería pasar por Semuc Champey. En Cobán aproveché para comprar anti pulgas.

Pasé por Lanquín y me hospedé en Semuc Champey. Semuc es un parque nacional donde un río que va entre montañas se sumerge entre las piedras y vuelve a salir 300 metros después. Y sobre este puente natural, se forman unas pozas turquesas. El lugar es prácticamente solo el parque y unos hostales entre la selva. Dormí en una cabaña sobre una pendiente. La habitación solo tenía tres paredes. La cuarta estaba abierta a la copa de los árboles y a un río celeste.

El Portal
Turquesa 2.

 

Por la mañana, una chica belga me dijo si quería ir con ella y tres más a visitar el parque, pero que querían ir sin guía. Le dije que por supuesto.

Éramos la belga, un sueco, dos rubias no sé de dónde y yo. Apenas salimos del hostal, el sueco dijo que se había olvidado de traer dinero, y que mejor por qué no intentábamos colarnos. Yo les dije que creía que sabía por dónde porque ya había estado averiguando con los empleados del hostal. La belga dijo que le parecía perfecto y las dos rubias dijeron que mejor nos encontrábamos adentro.

El grupo se redujo a tres. Bordeamos el río, saltamos unos míseros alambres de púa y ya estábamos adentro. Caminamos sigilosamente por la selva, sin saber con qué nos íbamos a encontrar.

guerrilleros
Turquesa 3.

 

Después de andar un rato, salimos a un sendero y enseguida a una poza cristalina de fondo celeste. Karlien y Tommy (que así se llamaban mis nuevos compañeros) quisieron seguir un poco más, pero yo me desnudé y me tiré al agua argumentando que quería meterme antes de que nos agarren los de seguridad.

poza
Turquesa 4.

 

Después anduvimos por todo el parque flashando muy bien el lugar.

semuc champey
Turquesa 5.

 

Por la tarde, empezamos a caminar hacia Lanquín y terminamos yendo a dedo en el techo de un camión. El camino era para 4×4. Íbamos subiendo y bajando y nos bamboleábamos entre la selva como en una montaña rusa. Esquivábamos las ramas agachándonos como en un video juego.

En Lanquín, Tommy compró velas y fuimos a una gruta a unos dos kilómetros del pueblo. La cueva era muy grande. Estaba iluminada por simples lamparitas de filamento durante unos 500 metros más o menos. Subimos y bajamos rocas entre estalactitas y estalagmitas. Nos habían dicho que la gruta todavía no había sido explorada en su totalidad y había lugares que nadie sabía dónde terminaban. Las luces se acababan de pronto en unos espacios altos con estalactitas enormes. Algunas se unían estalactita y estalagmita, y debían tener como dos o tres metros de ancho. Tommy prendió una vela, yo prendí la linterna de un celular, y seguimos por la oscuridad escalando un poco por unas rocas. El camino terminaba en una especie de gran ventana que bajaba a un abismo oscuro y redondo que parecía que estuviéramos mirando por el techo de una iglesia. Solo se podía bajar unos metros por las rocas y no veíamos el fondo. Karlien, un poco sonriendo, dijo que eso en Bélgica era imposible. Allá, los caminos turísticos no terminan en un abismo oscuro sin ningún tipo de protección. Yo seguí escalando sobre la parte derecha de la gran ventana pero vi que no se podía seguir. Después, bajé un poco y me fui más a la derecha rodeando una roca gigante. Volví a subir y encontré la entrada a una habitación mediana de unos dos metros de altura. Karlien y Tommy me seguían un poco más atrás. En la habitación, encontré un agujero sobre la izquierda que seguía hacia abajo y otros que seguían para adelante. Entré por el de abajo. Había que pasar agachado y entre las estalactitas. Caminé casi en cuatro patas por unos 4 o 5 metros y terminé saliendo al mismo abismo que habíamos visto antes pero sobre el costado y unos metros más abajo. Bajé un poco, agarrándome de unas estalactitas, hasta una especie de plataforma que estaba en el lado opuesto a la gran ventana del principio. Yo, cada tanto, les gritaba a Karlien y a Tommy para que me siguieran, pero ahora los escuchaba más a través de la gran ventana que del lugar por donde pasé. Después, bajé hacia el lado opuesto al abismo metiéndome más en la cueva. Bajé por unas rocas en pendiente, tratando de calcular bien si podía volver a subir. Toda la cueva era muy resbalosa y la verdad es que veía muy poco. Tenía el celular en la boca y su mísera lucecita apenas iluminaba más allá de los vapores de mi transpiración. El camino seguía por una especie de cornisa de caca de murciélago (supongo que era caca de muerciélago, había muchos murciélagos). A la derecha no veía bien lo que había. A la izquierda, la caca parecía desparramarse hacia un pozo sin fondo. La caca de murciélago parecía muy caminable. Debería estar muy procesada por los bichos porque era como un humus apenas húmedo. Hundía la mano y la sacaba casi limpia. La cornisa terminaba en un túnel que había que pasar agachado y se veía que seguía y seguía. Ahí decidí que tenía que volver. No daba para seguir solo. Ya tenía caca de murciélago en la boca. Mientras mordía el celular, se me acumulaba saliva y lo tenía que agarrar con mis manos sucias para sacarlo de la boca y tragar. Además ya empezaba a dudar de recordar bien el camino de vuelta. Con esa oscuridad, todos los agujeros parecían iguales.

Cuando volví, Karlien y Tommy estaban en la luz esperándome. Ya habían desistido de seguirme, casi no escuchaban mi voz y no sabían de dónde venía. Les conté más o menos dónde estuve y Karlien me dijo que no estaba segura de que fuera la misma persona la que entró y la que salió de la cueva.

Lanquin
Muy poco turquesa.

 

Salimos y nos quedamos en la puerta de la cueva tomando un vino que había llevado Tommy. Prendimos una vela que hacía un montón de sombras en la pared y nos quedamos viendo los miles de murciélagos que salían en su hora pico y que nos pasaban muy cerca. Ya era prácticamente de noche. Unos metros más abajo nacía violentamente el río Lanquín directamente de alguna parte de la cueva.

 

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