Las Delicias del tiempo

Conocí a la hija del Tuno a principios de 1998. En aquel momento yo no sabía que era la hija del Tuno. Ni siquiera sabía quién era el Tuno, él había muerto poco más de un año antes, en noviembre de 1996. Él fue un famoso chamán del norte peruano y Julia, una hija que siguió su tradición.

En un estético y agradable documental de 1978 el antropólogo Douglas Sharon inmortalizó al Tuno:

 

https://www.youtube.com/watch?v=NVS7oSxuBts

 

Ahora, veinte años después, me reencontré con Julia por esas cosas raras del destino. Ocurrió porque le conté a Carlo Brescia que la primera vez que probé San Pedro fue en Las Delicias y luego él me dijo que entonces debió haber sido con Julia Calderón Ávila. Y que, si bien no la conocía personalmente, creía que todavía vivía por ahí. Así fue que decidimos ir a buscarla.

Las Delicias queda en la costa, a unos diez kilómetros al sur de Trujillo. Es un pueblo de casas bajas y colores desaturados, un trozo de suburbio convertido en balneario, un balneario que está fuera de temporada todo el año. Fue fácil encontrar a Julia, en los pueblos pequeños todo el mundo se conoce. Nos recibieron muy bien, con curiosidad, con alegría, con recuerdos borrosos, como si alguien llegara sorpresivamente un día a tu casa y te dijera: vengo a buscarte, yo te conocí hace veinte años y eso cambió, de alguna forma significativa, el rumbo de mi vida.

Esa noche nos alojamos en el antiguo hogar familiar, ahora en desuso, un caserón de dos plantas a punto de ser demolido.

 

 

La primera noche, caminando por habitaciones vacías y despintadas, encontré las fotos familiares del legendario Eduardo Calderón Palomino, el Tuno, sobre un armario. Fotos viejas, algunas desteñidas, sobre todo las polaroid. Fotos del chamán y sus mesadas, de ceremonias en Perú, ceremonias en Alemania, rodajas de San Pedro, círculos de piedras, casas de adobe junto al mar, espadas, velas, caracoles, perfumes, cuises, antropólogos y cosas así.

 

 

Al día siguiente olvidé decirle a Julia que las había visto. Espero que no hayan demolido la casa con las fotos dentro.

No solo fue la añoranza lo que me llevó de nuevo a Las Delicias, también fue la curiosidad. En aquel entonces, en el 98, Julia y su hermano Paco me habían hablado de unos peces alucinógenos. Aquella vez quise probarlos pero estábamos justo en la época de la corriente de El Niño y, por alguna razón ecológica que desconozco, no aparecían en las redes de pesca. Nunca más volví a escuchar sobre esos peces, ni he encontrado ninguna información bibliográfica al respecto. Y ahora, veinte años después, le pregunto a Julia sobre los peces locos.

–Los chalacos… Los borrachos –me dice.
–Eso, los borrachos –contesté, creyendo recordar algo.

Entonces ella me contó que nunca hubo un uso chamánico de los “borrachos”, que simplemente la gente los comía porque comían todo lo que salía en la pesca. Y que al comerlos de forma habitual dejaban de tener efecto, las visiones desaparecían.

 

La magia de Julia hizo que me creciera una cabellera con adornos navideños.

 

Tres días después, por pura casualidad, siguiendo nuestro camino hacia el norte logramos identificar a la especie en un museo de Huanchaco. El nombre científico es Scartichthys gigas.

 

La cara del pescado no se ve, pero la chica la está imitando.

 

Esta vez tampoco pude probarlos. Mis dos visitas a la costa norte del Perú coincidieron con el final de las últimas dos corrientes de El Niño y no hay borrachos en las redes.

Ahora seguiremos hacia Túcume. Ahí vive otro famoso chamán, el maestro Orlando Vera. Queremos hacer una ceremonia con él.

 

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Micha blanca

Estábamos a punto de lograr nuestro objetivo. Habíamos llegado al norte de Perú, habíamos conseguido los San Pedros y habíamos encontrado a una chamana para que los preparara. Ahora ella nos traía una olla con rodajas de cactus flotando en un líquido caliente.

Barco con ojos cerrados (Large)

–Le agregué micha blanca.
–¿Qué es?
–Una planta de aquí.

Mucho tiempo después me enteré de que “micha blanca” es el nombre local del floripondio (Brugmansia sp), una planta alucinógena que es, al mismo tiempo, similar y opuesta al San Pedro (Echinopsis pachanoi). Similar en la clasificación más amplia: el conjunto de todas las plantas que distorsionan los sentidos. Y opuesta en su relación con la conciencia: con el San Pedro todo parece ser más brillante o más sonoro o con más textura, incluso los pensamientos se sienten claros y reveladores, en cambio con el floripondio los sentidos pasan a un segundo plano y la percepción se nos arma con nuestros delirios internos; la conciencia parece quedar detrás de un vidrio empañado. Si el San pedro es un despertar, el floripondio es un sueño.

Y entonces tomamos el líquido amargo y contradictorio sin saber muy bien adónde íbamos.

–¿Puedo llevar un poco para mi marido?
–Claro.
–Es que está mal del hígado.

Cuando la chamana salió con su taza para el marido, nosotros hundimos las nuestras en el líquido espeso, entre las rodajas de San Pedro y las hojas grisáceas. Micha blanca. Yo recién empezaba a conocer los nombres de todas esas plantas.

Entonces.

Se hizo de noche (Large)

Se hizo de noche.

Pablo me habló de rayos verdes.

Me encontré solo en la playa, mirando un barco en el horizonte, con ojos verdes.

Los cangrejos también miraban al barco.

Estuve angustiado, dando pasos con dificultad, sin saber bien a qué altura estaba el piso.

Caminé entre la costa nocturna y la villa que había traído el mar revuelto.

Me encontré boca abajo en la playa, entre cuatro encapuchados y con un arma enfriándome la nuca.

Vi colores en la arena.

Me pareció que los encapuchados no eran cuatro sino tres.

Uno de los encapuchados buscó en mi bolsillo y extrajo dos dólares y una goma para atar el pelo.

Me pareció que los encapuchados eran cinco.

Se fueron caminando por la costa y miré sus espaldas hasta que desaparecieron en la oscuridad.

Me sentí bien, como despabilado por un baldazo de agua.

Me encontré en una calle de tierra sin poder distinguir el ancho del largo, y sobre todo sin saber hacia dónde debía ir.

Me sentí angustiado una vez más.

Reconocí lugares sin poder ubicarme.

Me di cuenta de que también me habían robado las llaves de la habitación.

Encontré el camino de vuelta a la posada por una calle sin luces, atravesada por ladridos de perros.

Le dije a Pablo que me habían robado las llaves de la habitación y Pablo miraba el cielo.

Entré a otra habitación.

Le pregunté a Pablo si las realidades eran dos o varias, y Pablo miraba el cielo.

Apagué la luz y las paredes se combaron hacia adentro.

Prendí la luz, las paredes volvieron a su lugar y en la más cercana había una araña grande.

Apagué la luz y Pablo me preguntó si sabía que había una araña muy cerca mío y le respondí que sí, que era mi amiga.

Sentí unas patas peludas caminando sobre mi mano y pegué un grito.

Prendí la luz y la araña no estaba en ningún lado.

Apagué la luz, las paredes se combaron hacia dentro y no podía dejar de pensar en las ocho patas peludas.

Prendí la luz, las paredes volvieron a su lugar y la araña estaba en el suelo.

Pisé fuerte y no me animé a levantar el pie, no estaba totalmente seguro de que hubiera muerto (la araña).

Arrastré con fuerza mi pie contra el áspero cemento convirtiendo al bicho en una delgadísima mancha de un color oscuro casi uniforme.

Vi muchas hormigas coloradas recorrer la mancha con olor a araña.

Me pareció imposible la velocidad de las patas de esas muy minúsculas y muy veloces hormigas.

En algún momento me dormí.

Fue una noche difícil.

Sobre todo para la araña.

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