Peyote en Real de 14 y surrealismo en Xilitla (fin del viaje)

23 de enero de 2013

Salí temprano y bien abrigado de mi habitación con la mochila cargada de agua, paltas, panes, y un plástico por si llovía (eso me pasa por mirar muchos documentales donde una vez al año llueve torrencialmente en el desierto). Fui hasta la casa de Marciano, que así se llama mi nuevo amigo huichol. Él me había invitado a buscar peyote al desierto. Cuando llegué me estaba esperando con Vanesa, su hija de 13 años. Salimos los tres a caminar entre los cerros. Hacía bastante frío (Real de Catorce está alto y es seco). Salimos a las 8 y media de la mañana y una hora después estábamos entre las montañas escuchando a los coyotes. En el camino charlamos mucho.

―Mi padre tuvo 28 hijos ―me contó en un momento Marciano.
―28 son muchos.
―Sí… los tuvo con cinco mujeres.
―Debés tener muchos sobrinos.
―Nunca los conté.
―Me imagino.
―Y mi abuelo también tuvo varios hijos, entre 15 y 20… también con cinco mujeres ―agregó Marciano sumando parientes en una forma exponencial.
―Si todos los hijos de tu abuelo fueron tan prolíficos como tu padre eso da unos 500 nietos para el viejo ―le dije después de hacer un poco de esfuerzo mental con los números.
―Somos muchos De La Cruz ―me dijo Vanesa sonriendo, y yo me quedé pensando que a ese ritmo ella sería uno de los diez mil bisnietos.

El sol se iba levantando y ya no hacía frío. Estábamos alto y solo nos superaban unos cuatro o cinco cerros que se veían muy iluminados, secos y con pendientes suaves. Todo estaba cerca del amarillo, incluidos los arbustos. Ya no se escuchaban los coyotes.

―¿Y ustedes cuantos son? ―les pregunté, sintiendo que los números se llevaban bien con los climas secos.
―Con Yolanda, mi mujer, tuvimos cuatro hijos. Vanesa es la mayor. Después vienen Perla de 10 y Sebastián de 8. Ellos querían venir hoy, pero no pueden, son muy chicos, se iban a cansar
―Falta uno.
―Silau… tiene un año.
―Qué nombre raro Silau.
―Significa “sonaja”.
―Tiene nombre huichol…
―Porque cambió la ley…También tiene nombre en español… para que lo entiendan… Se llama Ángel.
―¿Le tienen que poner un nombre en español para que lo entiendan?
―La gente está muy loca.
―Como si hubieran comido demasiado peyote.
―Demasiado poco… ―nos reímos― Pero también todos tenemos otro nombre en huichol.
―¿Cuál es el tuyo?
―Yausalí.
―¿Significa algo?
―Me faltan algunas palabras para explicarlo, pero es el momento de cosechar el maíz o cuando se caen las hojas.

Ya no subíamos, caminábamos entre valles y corría un poco de viento.

―Dos niñas y dos niños
―Después de Vanesa y de Perla yo quería tener un hijo varón. Los más ancianos me dijeron que haga una flecha y la hice. Así nació Sebastián y luego llego Silau.

En un momento llegamos a la base del Cerro Quemado y empezamos a rodearlo por la izquierda porque todavía no íbamos a subir.

―Ese es el cerro Quemado, el lugar más sagrado de los huicholes. Hasta ahí llegan desde muy lejos los peregrinos, para rezar. Dicen que de aquí salió el sol por primera vez. Hay algunas palabras que no tienen traducción. Del sol nacieron los cuatro dioses: el maíz, el ciervo, el águila y el peyote.

Seguimos caminando los tres y pasamos junto al sendero que subía a la cumbre.

―Aquí cobra Mundo…
―¿Cómo que “cobra mundo”?
―Sí, Mundo… un amigo mío, se llama así… cobra entrada a los turistas que quieren subir.
―Ah.

Empezamos a descender por la ladera de un cerro que está frente al Quemado. Algunas conversaciones me las perdía porque entre Marciano y su hija hablaban en huichol (o wixárica, como se dice en su idioma, que en realidad se pronuncia algo así como wirrárica, o al menos así lo escuchaba yo).

―¿Y a vos por qué te pusieron Marciano?
―Mi madre me lo puso sin saber lo que significaba… Ahora se saben muchas cosas, pero en los 70 y los 80 la gente no estaba tan informada
―Marciano es un buen nombre.
―Gracias.

Yo me quedé pensando en el nombre: Marciano Yausalí de la Cruz. Traducido significaría algo así como: “Habitante de Marte del otoño terrestre del instrumento de tortura y muerte del hijo del Dios de los católicos”.

El sendero se convirtió gradualmente en un camino de cornisa entre la montaña y un buen precipicio. Marciano solía ir adelante, yo en el medio y Vanesa detrás. En un momento dudé si el camino no era un poco peligroso para dejar desatendida a una niña de 13 años. Miré para atrás y vi que Vanesa se movía con confianza. Y también pensé: bueno, estamos yendo a buscar peyote.

―¿A qué edad probaste por primera vez peyote, Vanesa? ―le dije mientras la esperaba.
―A los 3 o 4 años… Sebastián a los dos años… se lo tuvieron que mezclar con naranja porque no le gustaba.
―Me imagino.
―Pero de todos modos se las ingeniaba para separarlo ―me dijo sonriente.
―¿Y recordás qué sentías la primera vez que comiste?
―No, no recuerdo nada ―me respondió también sonriente.

Qué pregunta más estúpida que le hice, pensé. Mis recuerdos de los 3 o 4 años son como en sueños.

Vanesa bajando al desierto (Medium)
Bajando al desierto.

Pasamos por una pequeña vertiente y seguimos un trecho por el río casi seco, como por un desfiladero.

―En las ceremonias que duran varios días, solo se come a la noche, durante el resto del día se toma agua o se come peyote… Si tienes hambre, comes peyote ―me contaba Marciano mientras descendíamos por las rocas.
―Suena bien.
―… los rezos suenan bien… Este camino baja directamente al desierto. Ahí haremos los rezos.
―Tenés que enseñarme a rezar en wixárica.
―El idioma no importa… Tú puedes pedir lo que quieras en el idioma que quieras…

Llegamos al desierto cerca del mediodía. Caminamos por una pendiente suave que iba bajando entre arbustos secos y bromelias espinosas. El desierto era una planicie muy extensa. A lo lejos se veían casitas y en el fondo más montañas. Marciano le explicaba a su hija hacia dónde quedaban unos pueblos. O al menos eso entendí por un momento que hablaron en español.

Julian de Almeida
Vinimos de las montañas.

Hacía calor y Vanesa tenía hambre.

―¿Comemos aquí, papá?
―No, primero el peyote, luego comes, así te agarra fuerte.

Caminamos por el desierto como dos horas, cada uno por su lado buscando los cactus.

Real de Catorce desert
Buscamos.

En un momento nos juntamos.

―Parece que no somos chamanes, parece que hoy no vamos a encontrar ―me dijo.

Estábamos en una parte del desierto que él nunca había ido. Fuimos porque otro huichol le dijo que ahí había peyotes y él quería conocer. Yo estaba feliz de la caminata que estaba haciendo, pero en el fondo tenía ganas de encontrar aunque sea un poquito del cactus para no sentir que me iba con las manos vacías.

A eso de las dos de la tarde cruzamos un río seco y Marciano encontró dos peyotes (uno mediano y uno pequeño). Estaban entre unos arbustos, al ras de la tierra y cubiertos de polvo. Me costaba entender cómo fue que los vió. Después cortó los botones dejando las raíces para que vuelvan a crecer. Nos sentamos en la tierra y se puso a limpiar los cactus enseñándome cómo se hacía. El sol estaba bien alto y ahora corría una brisa fresca y seca.

Lophophora williamsii
Limpio.

Cuando terminó, separó tres porciones dejando la más grande para él, la mediana para mí y la más pequeña para Vanesa. Ahí sacó de su morral el cuero de una cabeza de venado con los cuernos y todo, y Vanesa se apartó unos metros. Su padre se le acercó y empezó a hacer unos rezos en huichol moviendo la cabeza del animal por el cuerpo de ella y hacia los cuatro puntos cardinales. Al final terminó poniéndole el peyote en la boca.

(Padre)

 

Después tocó mi turno. La cabeza de venado apuntó a los cuatro vientos y luego fue subiendo por mi pierna derecha con pausas al ritmo de los versos. Después subió por el lado derecho del cuerpo y finalmente, el cuero con cuernos rodeó mi cabeza, siempre volviendo al lado derecho. Me sentía en el centro de algo. Desde mí hacia afuera había dos huicholes, mucho desierto y al final las montañas. Me hubiera gustado saber qué significaban todas esas palabras.

El peyote no era rico, pero con esfuerzo y poniendo caras raras se podía masticar y tragar. Después, Marciano dijo que probablemente habría muchos por ahí y que cuando encontremos unos cinco juntos, iba a bendecir las ofrendas que había traído.

Seguimos caminando y Vanesa encontró uno grande, también totalmente camuflado. Luego yo encontré otro muy por casualidad, casi totalmente enterrado y sentí que les pude haber pasado por al lado a miles sin darme cuenta. Marciano encontró otros tres. Dos eran muy chiquitos.

―Estos pequeños se los voy a llevar a Sebastián y a Perla.
―¿Silau no come peyote?
―No, aún no aprendió a comer.
―Es verdad, todavía debe tomar la teta.
―Sí, y un poco de papilla.
―bueno, el año que viene ya podrá comer peyote con naranja.
―Sí, el próximo año sí.

Muy cerca de los tres que encontró Marciano, Vanesa encontró otros dos y decidieron que ese era el lugar para bendecir las ofrendas. Las ofrendas eran artesanías y la cabeza del venado. Uno de los peyotes lo dejamos sin cortar como parte de lo ofrecido a los dioses. Después de la bendición nos pusimos a comer los sánguches de palta.

Lophophora williamsii (1)
El desierto.

Seguimos caminando y buscando. La cuenta final dio: 2 peyotes encontrados por mí, 4 por Vanesa y 28 por Marciano. 34 peyotes era un número grande y las proporciones daban un poco de risa. Yo solamente me quería llevar un par y arranqué uno de raíz para plantarlo en casa. Me quedé pensando dónde era mi casa.

Me miré las manos y estaban muertas: pálidas, azuladas y con las líneas casi negras. Miré a los alrededores y vi que estábamos como en un mar de bromelias de color verde potente.

El resto de los peyotes Marciano se los iba a llevar a su suegra que vive en la zona huichol de Jalisco, con el resto de su familia. Ella se los había encargado y también había sido ella la que le había dado la cabeza de venado para el ritual y para dejarla como ofrenda donde encontráramos los peyotes.

En un momento vimos que apareció algo como un jinete a contraluz, por encima de una loma; y nos alejamos. Me pareció raro porque estábamos en el medio de la nada.

―¿Papá, se pueden montar las vacas?
―Ni que estuviéramos en un rodeo ―respondió Marciano.
―Porque eso que apareció era un niño montado en una vaca.
―No, eso no era un niño montado en una vaca ―dijo Marciano sonriendo.
―Sí que era.

Los dos sonreían. Yo solo había visto una figura negra sobre un cielo casi blanco (si es que vi algo).

Finalmente dejamos las ofrendas en un lugar escondido y empezamos el camino hacia el cerro Quemado.

ofrendas
Plantas.

Al llegar a la base comimos más peyote. Subimos por atrás, por donde suben los peregrinos. El camino estaba muy poco marcado. Al principio subía lentamente y luego con mucha pendiente. Era medio tarde: el sol estaba un poco más bajo de lo que hubiéramos deseado. Íbamos subiendo mucho y se empezaron a ver nuevas montañas, el desierto muy abajo y la lluvia a lo lejos.

―¿No se supone que en el desierto no llueve?
―Sí, eso es lo que se supone.

 

cerro quemado
«Subiendo»

En un momento íbamos bien separados. Otra vez Marciano iba adelante, yo en el medio y Vanesa más lejos. La subida era dura. Y las plantas se ponían cada vez más raras. Pensé: pobre Vanesa, la estamos dejando atrás, y me senté en una roca a esperarla. Los arbustos altos me tapaban parte del paisaje pero para un lado se veía la quebrada por la que habíamos bajado y para el otro lado, una ladera del quemado que daba a otra parte del desierto. Corría un poco de viento fresco. Empecé a escuchar la respiración agitada de Vanesa y el ruido del palo con el que se ayudaba a caminar. Pasaron varios minutos y yo seguía escuchando su respiración y el palito. Chequeé que no fuera mi respiración y no, no lo era; la escuchaba por todos lados. Un tiempo después, apareció a lo lejos, pero yo ya no escuchaba su respiración y ella no tenía ningún palito.

La lluvia se veía espectacular en el desierto y también se veía en el cielo casi arriba de nosotros. Pensé: debemos estar en el borde de la lluvia. Marciano me estaba esperando.

―¿No será que nos estamos mojando y no nos damos cuenta?
―Puede ser ―me dijo sonriente.

erizo
Podemos preguntarle al erizo.

Subíamos tan empinados que en ningún momento podíamos ver la cumbre. Hacia arriba veíamos poco más que roca, arbustos y el cielo todo nublado. El camino se estaba haciendo mucho más largo de lo que imaginábamos. Estaba oscureciendo y se estaba poniendo frío. En un momento, un burro, que parecía perdido en el medio de una gran montaña vacía que estaba enfrente, rebuznó varias veces y su eco se escuchó en otro cerro. Parecía la bocina de un tren. Pensé en un tren muy viejo y recordé a mis abuelos, no sé por qué. El ruido del viento en mis orejas parecían murmullos. Podrían ser las palabras de mis abuelos. Eso pensé.

Finalmente empezó a gotear y yo saqué mi plástico transparente para lluvias del desierto. Lo alcancé otra vez a Marciano y esperamos a Vanesa. Nos cubrimos los tres con el plástico y seguimos subiendo. En un momento se nos rompió y quedó un pedazo chico para mí y uno grande para ellos. La cosa se ponía complicada. Estaba oscureciendo, se estaba poniendo frío y lloviznaba. Si la lluvia se ponía fuerte nos íbamos a tener que quedar ahí hasta que pare y subir quién sabe cuándo. Las noches ahí tienen temperaturas bajo cero.

Seguimos caminando, tratando de no mojarnos. Cuando pudimos ver la cumbre, Marciano dijo ahí está el águila. Estaba un poco oscuro, nublado y seguía lloviznando. Estábamos caminando entre unos arbustos con un poco de forma de palmera y otro poco de forma de personas. Había un águila volando alto sobre el círculo ceremonial, que era por donde teníamos que pasar para empezar a bajar por el otro lado de la montaña. Me sorprendió ver un águila a esa hora y con lluvia.

mescalina
Elevados.

Un rato después casi no llovía, solo unas gotas. Cuando llegamos al círculo de piedras había un viento fuerte y frío que venía del otro lado de la montaña. Ya casi era de noche y a pesar de la urgencia entramos en forma espiral en los círculos concéntricos. Cuando llegamos al centro, Marciano se puso a rezar en huichol y yo me puse a vestirme con todo lo que tenía, incluido mi chaleco de plumas de color rosado. Tenía frío y sed. Qué raro es tener frío y sed.

Empezamos a bajar y el viento complicaba la cosa. Se estaba poniendo muy oscuro y había empezado a lloviznar otra vez. Me puse el plástico por delante porque el viento venía de frente. Eso hacía que me moje los pies y la cabeza, y se me helaban las manos al sostener el plástico. En un momento me di cuenta que casi no sentía las orejas de lo congeladas que estaban. Me saqué el cuello de polar que tenía puesto y lo convertí en gorrito. Me dije bueno, basta de mariconear, hay que hacerse macho. Y me abotoné el chaleco rosa de plumas hasta arriba y me puse a caminar a paso firme. Se volvieron a escuchar los coyotes.

Cuando paró de lloviznar ya era totalmente de noche. Yo empecé a ver cactus por todos lados, pero hechos de líneas finitas de colores. Paró la lluvia, paró el viento, estábamos más abajo y no hacía frío. Nos pusimos a charlar más animados. Les conté lo de la respiración y el palito. Entonces Vanesa me contó su parte.

―Más o menos por ese momento escuché las risas de ustedes atrás mío, abajo ―dijo ella― pero no recordaba haberlos pasado… Después los vi más arriba y me dio miedo y me apuré todo lo que pude.
―¿Y tiraste tu bastón?
―Porque se convirtió en serpiente.

Caminábamos hablando casi sin vernos. Si había alguna luna estaba muy detrás de las nubes. Aunque veía poco e imaginaba mucho, sentía que íbamos por unos valles que conocía de hacía tiempo.

―¿Creés que llovió porque yo arranqué un peyote de raíz? ―Le pregunté a Marciano un poco en joda.
―Pero no llovió mucho.
―Tal vez porque cortamos otros 33 peyotes de la forma correcta― le dije en broma― además vos viste 28 y yo 2: debe haber por lo menos 26 peyotes que pasé de largo y ni siquiera los cortamos ―dije y nos reímos

En un momento nos cruzamos unos caballos petisos en la oscuridad, que no sé qué andarían haciendo de noche, lejos de cualquier casa. Yo dije (otra vez en broma) que podíamos usarlos para volver y me acerqué a uno. Era muy manso. Lo acaricié y después intenté montarlo a pelo y se dejaba. Me dije: basta de hacer tonterías que todavía falta bastante trecho. Y seguimos caminando.

En un momento llegamos a una bifurcación.

―Capaz que es mejor que tomemos el camino largo… el de los caballos ―propuse yo― porque el que baja directo va a ser difícil seguirlo en la oscuridad.
―Me parece bien ―dijo Marciano― de todos modos hace rato que estás guiando tú.

Era un poco verdad. El camino de subida al Quemado también lo había elegido yo. No sé por qué entonces me puse a pensar en el águila.

Sobre el final del sendero ya no hacía frío ni llovía y yo empecé a notar que mis manos y mis tobillos estaban llenos de espinas.

Llegamos a la casa a las siete y media después de haber caminado 11 horas seguidas. Yolanda nos estaba esperando con un guiso de lentejas.

―Papi… ¿le trajiste peyote a Perla para que se porte bien? ―preguntó Sebastián.
―Sí, traje.

Silau gateaba y me miraba con papilla en los cachetes.

Comimos en familia.


16 de marzo de 2013 

Pasé casi un mes en Real de Catorce. Un día quieto, un día de semana, a la hora de la siesta, llegó una rubia holandesa al hotel. Le dije si quería ir al pueblo fantasma y me dijo que yes. Fuimos hablando pavadas todo el camino. En las ruinas dimos unas vueltas y le mostré la entrada a las minas. Sorprendentemente no solo quiso entrar y caminar varias decenas de metros dentro de la montaña, sino que también quiso pasar por el hueco estrecho del fondo del túnel largo. Gateamos, nos ensuciamos y acabamos en la parte que se bifurcaba hacia arriba y hacia abajo donde no se podía seguir.

Marleen
Gateando.

Como vi que le gustaba lo de las minas, al día siguiente la llevé a la que quedaba del otro lado del pueblo; a la que yo había entrado pero que no había llegado al final. Acompañado es más fácil y estuvimos como dos horas en la oscuridad. Recorrimos todo lo que se podía acceder sin escalar. Eran cinco brazos y pasamos varios derrumbes. Salimos de la mina con los ojos achinados, como se sale de las minas.

Otro día me fui solo al desierto. Me fui por el camino de Las Carretas. Tardé dos horas en llegar. Ahí caminé tres horas entre los cactus y me costó otras tres volver caminando cuesta arriba.

Hubo unos cuantos días que me tuve que internar en la habitación a trabajar con la computadora. En un momento salí a dar unas vueltas para despejarme y entré a la Capilla de la Virgen de Guadalupe, que es una iglesia que está casi abandonada y que solo una vez la había visto abierta. Entré por segunda vez y adentro solo había una mexicana que me llamó la atención porque miraba el altar con las gafas de sol puestas. Le mostré un angelito de cerámica hecho pedazos que había bajo unos murales descascarados y nos pusimos a charlar sobre cacas de palomas. Se llamaba Paola y me cayó muy bien. Se quedó dos días por el pueblo y arreglamos para ir el fin de semana siguiente a la selva de la Huasteca.

Jesus hecho bolsa
Ruega por nosotros pecadores.

En esos días volví a ir al desierto solo. También caminé ocho horas, pero esta vez regresé por las montañas. La vez anterior no había querido volver entre los cerros porque pensé que a mitad de camino se ponía complicado: me iba a perder un poco e iba a terminar yendo por huellas de cabras. Y así fue. Fue duro caminar tres horas subiendo la montaña entre arbustos espinosos y pasando muchas quebraditas. En cada quebradita intentaba ganar altura subiendo por las piedras, pero finalmente tuve que bajar al río seco y trepar las rocas grandes a lo bestia, rogando que no hubiera nada impasable hasta la naciente. El sol me iba pegando todo el tiempo en la espalda y llegué a la parte más alta con el último trago de agua. Ahí solo quedaba bajar.

Un día, finalmente, me despedí de Marciano y su familia y me fui a dedo hasta San Luis Potosí. Ahí me esperaba Paola y nos fuimos a Xilitla. Al día siguiente fuimos al jardín de Edward James. Caminamos bastante entre las esculturas surrealistas semi abandonadas entre la selva.

Xilitla
Surrealismo en la selva.

 

que le cueste
Y realismo.

 

Edward James
Es hora de ir volviendo.

Paola se volvió a San Luis y yo me fui para el D.F. Había dudado mucho como continuar mi viaje. No sabía si seguir para Estados Unidos o empezar a bajar. Finalmente me decidí por sacarme un pasaje de avión para Barcelona (que sería el primer avión del viaje) y otro pasaje a Buenos Aires. De un día para otro, mentalmente ya estaba de vuelta.

En Barcelona estuve un mes visitando viejas amistades y embebiéndome de la particular cultura catalana una vez más.

dulce de orto negro
Gusto afrancesado.

Finalmente llegue a Buenos Aires sin saber muy bien qué hacer. Y eso fue todo: nueve meses en Latinoamérica y uno en Barcelona.


Y… el trabajo que fui haciendo en el camino finalmente se publicó… acá

 

➮ Siguiente viaje 

 

El LIBRO

 

Real de 14, México

21 de enero de 2013 

Justo después de hablar con Marciano recibí un mail de un amigo que trabaja en la revista THC contándome que estaban preparando un especial de cactus y mezcalina y me preguntaba si quería participar con una nota. Le dije que por esas cosas del destino yo estaba justo en Real de Catorce y acababa de arreglar con un Huichol para ir a comer peyote al desierto. Le dije que si quería podía hacerle una nota al chaman y contar la experiencia. Quedamos en hablar y arreglar los detalles.

El viernes conocí a Robert, que era el otro inquilino del hostal. Es de Tennessee, tiene 45 años y enseguida me cayó bien. Quedamos para ir al pueblo fantasma: él ya había estado varias veces y me iba a mostrar el camino. Fuimos charlando mientras subíamos por la montaña. Me contó que coleccionaba coches viejos con caja de cambios manual, tenía unos 20 en los alrededores de su casa. Me preguntó si en Argentina había muchos Ford Falcon. Me preguntó si en el bus que vine era uno con caja manual o automática. Me contó que había escrito algunos libros. Me contó que sacaba fotos con cámaras analógicas. Me preguntó cómo se llamaban en Argentina esos árboles que hay en Real de 14. Le dije que se llaman anacahuitas o aguaribays. Se lo dije frunciendo el seño y pensando que no era nada esperable que yo supiera el nombre de esos árboles. Él me dijo que acá lo llaman pirulo. Yo le dije que era un árbol sudamericano pero que en esta zona se había asilvestrado, y algo se me empezó a aclarar en la cabeza. Le pregunté si recordaba muchos números de teléfono y me dijo que entre 500 y 1000. Le dije que yo recordaba solo dos o tres. Charlamos un rato más entendiéndonos mejor y en mi cabeza lo apodé Robert Ironía. Tenía los ojos muy claros y la mirada muy fija.

En el pueblo fantasma no había nadie y caminamos entre las ruinas y los cactus. Detrás de unas paredes encontré un hueco que parecía la entrada a una mina. Lo llamé a Robert y me dijo que él había venido muchas veces por ahí y nunca lo había visto. Entramos y el camino se bifurcaba. A la izquierda bajaba un poco abruptamente. Seguimos para la derecha y a los 20 metros se bifurcaba otra vez. Ahora a la derecha daba a otra salida y seguimos para la izquierda. La cosa se ponía muy oscura y Robert no quiso continuar. Yo me fui iluminando con el celular y seguí bastante. A unos 100 metros de la entrada había un derrumbe y solo se podía seguir por un hueco en un costado. Me metí un poco gateando y vi que subía. Regresé y decidí volver en otro momento con linterna.

Paredes fantasma
Paredes fantasmas.

Y volví al día siguiente. Entré por el hueco del fondo iluminándome con una linternita. Subí algunos metros y salí a un pasillo que avanzaba otros metros más y se bifurcaba pero para arriba y para abajo. No podía seguir sin soga o escalera y volví.

el tunel se estrechaba
Sin mochila se pasaba más fácil.

Esos días empecé a darme cuenta que en los alrededores del pueblo hay varias entradas de antiguas minas. El domingo entré a una y en los primeros pasos no veía casi nada con las pupilas todavía pequeñas. De pronto pisé algo que me hizo pensar en el guardabarros de un Citroën. Me acerqué y lo iluminé. Era un caballo muerto y ahí se terminaba la pequeña mina. Lo curioso es que no había olor. Estaba muy seco, como momificado por el aire del desierto. Al salir, en el camino encontré a dos niños y les pregunté si habían visto al caballo muerto de la mina. Me dijeron que no y les pregunté si lo querían ver. Me acompañaron pero cuando se puso oscuro les agarró miedo y salimos. Claro, ¿a quién se le ocurre meter a dos niños en una mina oscura a ver un caballo muerto?

This is the end
My only friend, the end.

En el pueblo ya me conocen. Probablemente por mi chaleco de plumas de un color entre rojo y rosa. En otras circunstancias no usaría un chaleco rosa, pero acá a la noche hace muchísimo frío. Desde Bolivia que no andaba por un lugar realmente frío y no tengo abrigo. Me compré el chaleco en un negocio de segunda mano en Guatemala; me lo compré para usarlo de almohada. Acá en Real de 14, además de hacer mucho frío a la noche, no hay ningún lugar donde comprar ropa. El chaleco de plumas es muy abrigado y me salvó; pero claro, quedo un poco raro entre los machotes del pueblo que suelen usar sombrero y bigotes.

El lunes entré a comer a un pequeño restaurante que lo atiende una viejita y me pedí cinco gorditas y un refresco. Las otras dos mesas del lugar estaban ocupadas por una familia festejando un cumpleaños. En un momento el cumpleañero, un tipo de unos cuarenta y pico, me invitó a comer con ellos la comida especial que la viejita les había preparado. Era una sopa roja con maíz y pollo. Había lechuga y limón como opcional para agregarle. Y sí, ¿por qué no agregarle lechuga y limón a la sopa? La gente estaba un poco borracha y muy alegre. El cumpleañero me miró sonriente y, con sus pómulos achinándole los ojos, me dijo que cumplía 15. Yo le dije que estaba muy mal conservado y nos reímos exageradamente de ese intento de chiste. Después de que comimos bastante, trajeron una tarta con velas y cantaron las mañanitas. Me ofrecieron un pedazo y les dije que no porque estaba a dieta. La que parecía la abuela de todos me dijo “¡¿tu a dieta?!” y se mataba de la risa. Al final acepté y me fui muy agradecido y con la panza bien llena.

Más tarde salí a caminar y encontré la entrada a otra mina. Entré bastante con la linternita, pasé por encima de un derrumbe, llegué a una bifurcación con otro derrumbe y agarré para la izquierda. Avancé unos 20 o 30 metros y había otra bifurcación. No había forma de elegir: los dos caminos eran túneles oscuros en la roca, los dos del mismo tamaño. Volví a elegir la izquierda. Me sentía en una película de Indiana Jones. Finalmente regresé sin llegar a terminar ese pasillo. No me estaba haciendo tanta gracia estar solo tan adentro en la montaña con esas bifurcaciones y esos derrumbes. Cuando salí ya casi era de noche.

Eleccion
Difícil elección.

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

De Tulúm a Real de Catorce, Mexico

17 de enero de 2013

Welcome to Mexico
Bienvenido a México.

Crucé a México. Pasé por Chetumal y me fui a Playa del Carmen, pero me pareció muy superficial y regresé un poco hasta Tulum.

Playa del Carmen
Playa del Karma.

Ahí me quedé diez días relajándome en las playas blancas con aguas turquesa.

Tulum
Turquesa.

No recuerdo haber hecho nada especial excepto un día de deporte de “colado de ruinas”, que entré a las de Tulum caminando por la playa, entre las rocas. También me compré una cámara de fotos, por dos mangos, en una casa de empeño. Todo el viaje sacando fotos con un celular y me vengo a comprar una cámara sobre el final, está bien. Después conocí una argentina que me cayó bien y nos fuimos un día a Palenque, dos días a San Cristobal de las Casas y un día a Oaxaca. De ahí, ella se iba para Guatemala y yo seguí hacia el DF.

Pollera
Polleras caídas.

 

pollera levantada (1 de 1)
Y polleras levantadas.

 

pijas (1 de 1)
Todo en el subconsciente.

 

yes
¡Yes!

En la capital me alojé en un hostal de muchos pisos y muchas habitaciones, pero vacío; parecía un hospital recién abandonado. Me dieron una habitación para cinco personas que solo la ocupaba yo. Estuve seis días en el DF, caminando por los barrios. También hice deporte: me colé al templo mayor, incluido el museo. En ambos entré por la salida.

se solicita lavatrastes
La oferta laboral en el DF no era divertida.

 

tortillera con experiencia
O sí.

 

bandera mexicana
Sí.

 

maniqui alienigena
Claro.

Del DF me fui a San Luis Potosí en el norte de México. En San Luís estuve una noche en la casa de una couchsurfer y me fui a Matehuala. Ahí me tomé un bus hacia Real de 14. Ese camino lo hice casi todo durmiendo. La zona era desértica y la ruta estaba medio poceada. El bus tenía un televisor con unos dibujitos animados que no se escuchaban bien, un poco por el volumen que estaba bajo y otro poco por el traqueteo del camino. Tampoco se veía mucho la imagen porque el sol entraba fuerte por algunas ventanillas que no tenían la cortina cerrada y la luz hacía reflejo en la pantalla. Me dormí enseguida. En un momento me desperté y estábamos pasando por un lugar que parecía un pueblo fantasma. Eran como paredes de piedra con ventanas de madera reseca que habían resistido caerse. Me volví a dormir y me desperté cuando el bus paró a la sombra de una montaña, frente a la entrada de un túnel. El hueco era muy angosto y el bus no cabía. Los dos o tres pasajeros que viajábamos teníamos que bajar para subirnos a un pequeño bus destartalado. Un tipo en la entrada le dio una bandera a nuestro chofer y arrancamos. El túnel era una rústica excavación en la roca, de dos o tres kilómetros, iluminado con algunas luces amarillentas. Adentro me pareció ver un santuario con una virgen. Uno de los pasajeros me dijo que ese túnel se llama Ogario y que es más o menos lo único que comunica a Real de 14 con el resto del mundo.

Salimos a la luz y el chofer le entregó la bandera a otro tipo, supongo que para cederle el turno a alguien que quiera hacer el camino inverso. El túnel daba directamente al pueblo, sin ninguna transición. Me calcé la mochila y me fui a dar unas vueltas. Era un pueblito colonial, ubicado un poco en diagonal entre las montañas; con casas de piedra y una iglesia en el centro. Era jueves y había muy poca gente en la calle. (Me habían contado que Real de 14 fue un pueblo minero que en algún momento tuvo 40 mil habitantes, y que en el siglo pasado llegó a estar prácticamente abandonado. Ahora ha vuelto a crecer: tiene un poco más de mil personas).

Me hospedé en el hostal “Real de Álamos”. El nombre me pareció raro, no había visto ningún álamo en ese pueblo seco; apenas unos aguaribays retorcidos y algunos cactus. Pero el hostal estaba bueno. Tenía un patio central rodeado de habitaciones. Lo atendía una familia muy simpática y parece que solo estábamos alojados un gringo y yo.

Caminando por las callecitas de piedra me crucé a un tipo de sombrero y bigotes largos que me ofreció alquilarme un caballo. Le pregunté si había indios huicholes en la zona. Me dijo que en el pueblo solo había uno, que se llamaba Marciano y que lo podía encontrar en la plaza vendiendo artesanías indígenas. (Yo sabía que Real de 14 quedaba cerca del Cerro Quemado, que es el lugar más sagrado para los indios Huicholes. Había leído que eran los que más cultura tradicional tienen del peyote, el cactus alucinógeno. Los huicholes en realidad no son de esa zona, pero parece que desde hace varios siglos peregrinan hasta acá para buscar peyote y para hacer sus ceremonias en el Cerro Quemado. Vienen caminando cientos de kilómetros por el desierto, desde Nayarit, Durango, Jalisco y Zacatecas).

Efectivamente encontré a Marciano en la plaza y me puse a charlar con él. Enseguida me cayó muy bien. Era un tipo joven que hablaba con una tranquilidad sorprendente. Estaba vestido con ropa huichol, pero con una campera de jean por encima de la camisa blanca con bordados de colores. El pantalón era ancho y también de tela blanca. Tenía sandalias de cuero y sombrero con colgantitos triangulares. Charlamos un buen rato de tonterías, y de peyote, claro. Le conté que un amigo había estado ahí hacía catorce años, había juntado un peyote en el desierto, lo había llevado a Buenos Aires y me lo había regalado. Todavía lo tengo y hasta le pude sacar unos hijitos. Él me contó algunas cosas del pueblo, de la minería y de Jalisco, de dónde es su familia. Al final me dijo que tenía pensado ir en esos días al desierto a buscar peyote y a dejar unas ofrendas y me preguntó si lo quería acompañar. Me dijo que él me enseñaba dónde crece el peyote y yo le enseñaba a plantarlo y a reproducirlo. Me pareció buenísimo, quedamos para el martes.

A la noche en mi cuarto me acordé de las descripciones del pueblo que había hecho mi amigo hace 14 años y sentí que estaban muy acertadas. Me quedé pensando en el nombre: Real de 14. Catorce eran los años que habían pasado desde que yo lo escuché nombrar, y de “real” no parecía tener demasiado ese ex pueblo fantasma al que se llega por un agujero en la montaña.

Real de catorce
Ex fantasmas. 
 
 
mapaI

 

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