Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala (III)

5 de diciembre

Eugenia está muy loca; hace cinco días que no duerme y cada vez sus excentricidades se vuelven más y más surrealistas y ya está asustando a los hippies. Grita, se disfraza, te salta encima y siempre tiene un plan diferente que te lo cuenta con ojos muy expresivos. Normalmente sé por dónde anda, porque cada tanto escucho un grito sostenido y nasal que atraviesa un par de kilómetros en la selva. Es el ruido que emite después de terminar unos masajes que suele hacer a quién tenga la valentía de recibirlos. Son muy buenos: su mente delirante parece que le permite trasmitir el flash a través de sus masajes, que te hace con todo el cuerpo y que supongo que se los inventa en el momento. Usa presiones, roces y ruidos que terminan haciendo un masaje psicodélico. Además, de su locura salieron potentes bailes africanos y las pinturas de cara que hizo para la fiesta de luna llena, que parecían visiones de peyote.

Un día, alguien dijo: —¡hagamos tortillas! —¡Ahó! —respondió otro. (‘Ahó!’ es una expresión indígena norteamericana que significa algo parecido a: ‘Eso!’ o ‘Claro que sí!’; y que se usa mucho en el Rainbow. Tiene más o menos el mismo significado que ‘Amén’). Yo me puse a colaborar con las tortillas y como ninguno de nosotros sabía mucho del tema, nos pusimos a gritar: —¡Tortillera conection! —(Acá, cuando la gente necesita algo u ofrece algo, grita ese ‘algo’ seguido de la palabra “conection”. Por ejemplo: —¡algas coneeeeection! —o —¡marihuana coneeeeection! —y normalmente se entiende si es pedido u ofrecimiento por el contexto. Por ejemplo: si es algas, siempre es ofrecimiento; y si es marihuana, siempre es pedido. Además, cada tanto, la gente agradece todas esas cosas materiales e inmateriales que compartimos (o que nos ofrece la Pachamama), con una canción que dice, por ejemplo para las algas: —♫ Gracias por las aaaalgas… gracias por las aaaalagas. Nos guuustan, nos aaaman, nos daaan felicidaaaad —o para el amor: —♫ Gracias por el amooooor… gracias por el amooooor. Nos guuuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaad —y la gran mayoría se suele enganchar, y cantan todos juntos). En fin, después de que gritamos ¡tortillera conection! se acercó un pibe y nos enseñó a hacer tortillas amasándolas con bolsitas de plástico. Funcionaba muy bien y yo me puse a cantar: —♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaaaastico. Nos guuuusta, nos aaaama, nos da felicidaaaad —pero lo interrumpí porque no se enganchó nadie. Evidentemente, no todas las cosas que nos son útiles son dignas de nuestra devoción. El plástico parece que no, a pesar de que justo estaba lloviendo un poco y estábamos bajo un techo de plástico, y que las carpas son de plástico, etc. En realidad, sí que se enganchó alguien a cantar; se enganchó un chileno que me cae muy bien y que se cagaba de la risa.

Más tarde cayó Eugenia a ayudarnos y se dio más o menos el siguiente diálogo:

—¡Qué feo, con bolsitas de plástico!
—♫ Gracias por el plaaaastico… gracias por el plaaastico…—me puse a cantar como por reflejo y fue mi única intervención.
—♫ Pero contamiiiiiina… y es muy feeeo… —también se puso a cantar ella.
—♫ Pero nos es muy uuuuutil… en nuestro campameeeeento… —se sumó el chileno.
—♫ Pero deberiiiiamos… usar cosas naturaaaales.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ Pero viene de la tieeeerra… de hecho viene de adentro de la tieeeeeerra —dijo el chileno que ya se debería creer Martín Fierro con ese toque filosófico que le imprimió a esa especie de payada sin guitarra.
—♫ Yo lo hago con las maaaanos… y no dependo del plaaaastico —se puso más pragmática.
—♫ Entonces sácate la bombaaaaacha… porque tiene plaaastico.

Ella, que solo tenía un vestidito rústico y una bombacha de lycra se emocionó:

—♫ Me hiciste ver la luuuuz… tampoco necesito esto —y se sacó la bombacha.
—¡Ahó! —dijo alguien.
—♫ A muchas le hice ver la luuuuuuz… cuando les dije que se saquen la bombaaaacha —dijo el chileno y todo terminó en risas y un pedido nuestro a Eugenia de que no se arranque los botones de plástico del vestidito.

Se fue contenta.

Más tarde, mientras seguíamos con las infinitas tortillas para trescientas personas, me quedé pensando en lo de “gracias por le plástico”. Todos los días que estuve en el campamento llovió y la lucha contra la lluvia es un poco permanente. Algunos proponen dejar de cantar “Cole’oko mama cole’oko” porque es un canto para que llueva; varios creen que no para de llover porque cantamos eso. Realmente, el barro que hay por todas partes parece que ya tiene fastidiado a la mayoría; siempre hay que estar agregando un plástico en algún lado para mantenernos relativamente secos en los peores momentos. De pronto se me ocurrió cantar: —♫ Gracias por la lluuuuvia… gracias por la lluuuuvia… nos guuusta, nos aaaama, nos daaa felicidaaaaad —y ese sí que tuvo éxito y lo cantaron todos; estoy aprendiendo.

 

hippies en el barro
¡Gracias por el baaaarro! ♫

 

Algo sorprendente es que exista un campamento de cientos de personas (en algunas ocasiones miles) sin ningún organizador general. En el Rainbow todo el mundo hace lo que quiere y organiza cosas a voluntad. Aunque hay unas tres reglas básicas: NO alcohol, NO drogas y NO carne. Lo de no carne se extiende a no leche y no huevo. Además, siempre hay que hacer una olla de comida cruda para los ‘crudívoros’ (hay algunos que han decidido solo comer cosas crudas por el resto de sus vidas). Por otro lado, la avena no se puede servir cruda porque varios dicen que con el agua fermenta y no sé qué. A todo esto hay que sumarle que el presupuesto es acotado porque todo se compra con lo que la gente pone en un sombrero que pasan después de comer. El promedio da más o menos 40 centavos de dólar por persona por comida. A pesar de todo, cada tanto, suele haber muy buenos platos; que devoro con mucho interés, ya que solo hacemos dos viandas al día y llegan después de largos cantos y cariños. Un día le pregunté a uno: —¿Vos sos vegetariano? —y me dijo: —No, también como hormigas.

El tema de ‘no drogas’ tampoco es simple. Aparentemente es ‘no a las drogas sintéticas’; el resto abundan. Y una discusión que surge cada tanto es sobre el LSD: hay LSD a pesar de que es sintético. Algunos opinan que no debería haber. El mejor argumento que escuché a favor de que no se prohíba el LSD fue el de un brasileño que dijo que hay Rainbow porque hay LSD. —¡Ahó! —dijo alguien.

No solo la lluvia diaria pone a prueba la capacidad de los hippies para estar siempre de buena onda: algo peor son los robos. Desaparecen cosas de las carpas cada dos por tres (principalmente dinero). Varios les echan la culpa a algunos campesinos que pasan cada tanto por el campamento. Otros creen que es gente del Rainbow. Una cosa es seguro: a un tipo del campamento lo agarró la policía en la ciudad comprando con una tarjeta de crédito de otro del Rainbow y lo metieron preso. Después, los hippies tuvieron una discusión sobre una propuesta de pagar la excarcelación entre todos, pero quedó en la nada; probablemente por la falta de voluntad de los que ya habían sido robados. El tipo se hace llamar Colibrí. Y salió. Unas semanas después de entrar, fue una mujer mayorcita del Rainbow a comprar ácido fólico y a sacar al tipo de la cárcel porque quiere tener un hijo y ahora lo están encargando en la carpa. Cuando volvió Colibrí, se volvieron a intensificar los robos; pero es raro porque se intensificaron de una manera exagerada. Están robando a cuatro manos y no parece que pudiera hacerlo ese tipo solo, en los pocos momentos que lo dejan salir de la carpa. Y la cosa se puso violenta (o no tanto; violenta para el mundo hippie): un grupo (al que me sumé) se internó en el bosque a buscarlo y exigirle que devuelva lo robado (que por cierto debe ser mucha plata). El tipo, que tiene 30 años menos que su nueva novia, se empezó a escudar detrás de ella. Estaba claro que mentía. Dijo que todo era un mal entendido, que ya había estado preso en otra ocasión y que también era un mal entendido. En la discusión surgió el dato de que había dado diferentes nombres y ya nadie sabía cómo se llamaba realmente. Pero negaba todo. Un hippie veterano que había sufrido un gran robo, le dijo que si no le devolvía las cosas, le rompía la cara. Otras hippies saltaron y dijeron “noooo, no, así no” y el hippie veterano reculó cambiando la cara de odio por una sonrisa semiforzada y con vergüenza, como si lo hubieran agarrado robando a él. Finalmente se juntó más gente que salió de entre los árboles al escuchar los gritos, y después de un rato largo de situaciones tensas, me di cuenta que el verdadero problema para la mayoría no era Colibrí sino que se estaba rompiendo la paz y la buena onda. Entonces también me di cuenta que Colibrí había ganado la partida: los hippies preferían que se vaya con el botín antes que empeorar los tonos elevados de voz. No sé como terminó la cosa porque ese día yo me fui. Seguro que lo dejaron ir, no tenían ninguna otra opción.

te rompo la cara
¡Te voy a romper la cara!… digo… ¡Amor y paz, hermano!

 

 

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Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala (II)

2 de diciembre

Volví al Rainbow y volví al barro. Me puse mi pantalón destruido y caminé 10 o 20 minutos por la manteca marrón. En el círculo central reconocí a Nico de espaldas, haciendo malabares entre los hippies que estaban cantando “Cole’oko mama cole’oko” [ http://www.youtube.com/watch?v=Z6SeDm8vu5A ] y después «Somos los guerreros del arcoíris!». Me acerqué por atrás y me puse una máscara que compré en Chichicastenango. Era como la cruza de un pasamontañas con un gorrito andino. O una careta de lucha libre mexicana, pero tejida por una abuelita. Cuando me vio, me sonreía con mucha interrogación en su cara. Le dije “Nico!” detrás de mi máscara y me reconoció enseguida. Nos abrazamos y nos reímos. También, al toque, lo reconocí a Roger que venía caminando a la distancia. Después de 5 meses y 5 países nos reencontramos los tres.

terrorista arcoiris
Terrorista del arcoíris.

 

 

Me quedé varios días en el campamento. Me sentía un poco más conectado que la vez anterior. Uno de los días fuimos en expedición hasta un pueblito cercano con un guía local. Caminamos con los hippies un buen rato por las montañas; entre la selva y los pastizales. Salimos a un camino y cuando empezó a haber casas, la gente empezó a salir y a mirarnos como en un zoológico. Yo disfrutaba mucho del paseo y del contraste tribal. Cuando llegamos al pueblo, nos instalamos en un playón y los hippies empezaron a hacer malabares, a cantar y a tocar instrumentos. La gente se fue acercando formando una especie de círculo incompleto a una distancia más que prudencial. Los hippes estuvieron un buen rato haciendo cosas de circo, entreteniendo sobre todo a los niños. Yo en un momento me relajé y me acosté en el pasto y me cayó una clava en el medio de la frente.

civilización
Enemigos de las burbujas arcoíris.

 

También habían preparado una obra de teatro y cuando estaba por empezar, el negro, que es uno de los del rainbow y que tiene más alma de punky que de hippie, empezó a hacerse el loco golpeando un palo contra el piso y arreando a la gente como ovejas para formar un círculo más cerrado alrededor de la obra. Funcionó.

el arco maya mativo
Esta rubia fue mucho más aglutinadora que el negro.

 

Lo que no funcionó muy bien fue la obra. Trataba sobre los cuatro elementos, que supongo que son agua, fuego, aire y tierra; pero no entendí bien. Era sobre unas semillas que alguien le daba a una especie de hada o algo así y que no lograba que germinen y el hada las iba llevando con diferentes gnomos o no sé qué eran; y cada uno le recomendaba algo diferente. Unos le recomendaban que ponga las semillas en la tierra; otros, que les ponga agua; otros, que les dé el sol (que supongo que representaba el fuego, pero que no sé qué tiene que ver con la germinación, tal vez por el calor). Lo del aire no me acuerdo. Cada elemento abarcaba toda una parte de la obra con música representativa y bailes. Finalmente terminaba, según entendí, con que las semillas para germinar necesitaban AMOR. Y ahí sí que germinaban. Yo, personalmente, no comprendí del todo la obra porque estaba prestando más atención a la gente local que a los actores. Y la gente local no entendió mucho tampoco, porque la mayoría no hablaba español. Uno del pueblo se había puesto como traductor, pero le resultó una tarea bastante difícil por tener que andar interrumpiendo y gritando por encima de la música, y porque había cosas difíciles de traducir como «hada» o «chacras» o cosas así, que el tipo trataba de explicar con esfuerzo y de una forma aproximada. Además, a mitad de la obra, un pibe sacó un paño con artesanías para vender y la mayoría de la gente abandonó el espectáculo para ver los «collarcitos de colores». Me dio la sensación de que muchos creían que estaban regalando algo. Yo también me fui un rato en la mitad. Me fui a comprar una cerveza en una tiendita que había a un par de cuadras. Ahí encontré a varios del Rainbow recuperándose un poco de la abstinencia (en el campamento está prohibido el alcohol).

Después de la obra, empezó a hacerse de noche y también empezó un pequeño conflicto que casualmente me tocó estar cerca cuando comenzó. Un local vino a hablar con el negro y le explicó que cuando él había estado gritando y golpeando un palo contra el piso, una nena se asustó mucho y ahora necesitaban un mechón de su pelo para quemarlo cerca de la nariz de la niña. El negro le dijo que él no le daba su pelo a nadie. Yo interpreté la respuesta como algo salido de su espíritu punky, pero me equivocaba. El tipo empezó a implorar un poco y a explicar que ellos tenían esa costumbre. Si un niño se asusta y no le queman pelo del asustador delante de su nariz, puede enfermar y morir. El negro se siguió negando, ahora con palabras un poco agresivas. Ya había varios locales que se habían acercado y estaban a la expectativa. Yo me metí y le dije bueno, no pasa nada, le cortamos un poco de pelo a otro hippie y listo. El local me dijo que sí, pero me pareció que ponía cara de no es lo mismo pero algo es algo. Entonces me puse a pedirles un poco de pelo a los hippies que también se habían acercado a ver la situación. Ninguno, absolutamente ninguno quiso darle un poco de pelo. Yo empecé a no entender nada. Habíamos venido con la idea de compartir todo lo que tengamos para dar, y ahora no había ni un mechón de pelo. Como realmente no entendía nada, empecé a preguntarles a todos, con sinceridad, por qué no querían entregar un mechón de pelo. Y para mi gran sorpresa, todos y por separado argumentaron que los indios podían hacer magia negra con el pelo. Yo primero pensé que era joda. A algunos les pregunté si de verdad creían que estos tipos podían hacerles algo a ellos a través de un mechón de pelo y la respuesta fue un rotundo sí. Algunos hasta argumentaron que había mucha magia negra por la zona. A otros les pregunté por qué pensaban que estos tipos nos iban a querer hacer magia negra si nosotros habíamos venido con la mejor onda del mundo y que lo que el local estaba diciendo sonaba a una costumbre muy verosímil. Más o menos me dijeron que «nunca se sabe». Yo me volví al tipo y le pregunté si un mechón de mi pelo le servía (mi única motivación era no dejar a los locales tan ofendidos). Me dijo que sí, pero me puso mucha cara de no estar convencido. Yo lo entendía: mi pelo era muy cortito, lacio y limpio. Era como si se cortara él mismo un poco de su propio pelo. Me corté un mechón con una tijera que él mismo tenía, se lo di, lo guardó en el bolsillo y me lo agradeció mucho, pero igual se quedó con cara de pollito mojado. El conflicto no terminaba. Había aceptado mi pelo de pura buena onda, pero no estaba nada convencido de que funcionara. La gran mayoría de la gente no estaba al tanto del problema porque los malabares seguían, pero el grupo del conflicto se había agrandado y ya había como unos quince locales con sus argumentos y sus caras de más o menos angustiados. Supuse que veían la inminente enfermedad de la niña y su posible muerte. Ya era de noche y yo la cara de los locales solo las podía diferenciar por su grado de angustia o enojo. Pensé que justo el negro, un par de días antes, había estado cortándose la barba en el círculo sagrado del campamento y los pelos había quedado tirados por ahí y yo podía juntarlos y traerlos al día siguiente, pero me di cuenta que a mí también ya me estaba fallando el cráneo. Se me ocurrió ir a Eugenia a pedirle un mechón, que sabía que me lo iba a dar (Eugenia es un capítulo aparte). Me lo dio sin preguntar y se lo di al local que también lo guardó en el bolsillo y pareció tranquilizarse. Al rato supongo que otra vez empezó a dudar de la eficacia de los pelos ajenos al asustador y volvió a insistir con los pelos del negro. El negro les dijo cosas como que eran unos ignorantes. Que él en el camino había visto una cantidad de basura tirada, propio de gente sin educación y que eran devotos de la iglesia católica que era la peor caca de este planeta. El tipo le dijo que nosotros decíamos que veníamos a traer paz y amor pero que dejábamos la mierda. Más tarde lo insultó de una forma exageradamente sutil: me preguntó a mí de que país era y le dije que de Argentina. Me dijo: muy buenos jugadores de futbol por ahí. Después le preguntó al negro y le contestó Uruguay. Ahí no hay buenos jugadores, dijo el local. Todo terminó inconcluso más o menos por ese momento. Nos fuimos en banda caminando por la oscuridad. Fue una mala tarde. El negro me cae muy bien, pero había estado muy garca.

En el camino pasamos por la iglesia del pueblo que era muy simple y muy antigua y el Negro, que además de alma de punky tiene grandes capacidades de liderazgo, se metió en la iglesia y varios lo acompañaron. Adentro solo había gente rezando. Fue hasta el altar, agarró una biblia y el micrófono y se puso a recitar partes con acentos rarísimos. Otros que lo habían seguido se morían de la risa. Uno se puso a tocar una batería que también había por ahí, otro una marimba y un tercero tocaba su propia flauta hippie. La secuencia era fantástica. Afuera estaba oscuro, adentro estaba muy iluminado y sonaba una música del demonio. El negro tenía puesto un sombrero de pirata y su barba era casi la de Morgan. Sus ojos saltones resaltaban en su piel oscura. Los ruidos bíblicos se escuchaban muy fuertes con el micrófono. Los locales medio sonreían con la mitad de la cara y con el ceño fruncido.

misa profana
¡Al abordaje!

 

Me fui y caminé con un grupito por senderos oscuros como dos horas hasta el campamento.

 

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Rainbow Gathering, Cobán, Guatemala

4 de noviembre

En Cobán enseguida encontramos hippies del Rainbow que habían ido al pueblo a comprar cosas. Nos llamaron e hicimos amistades rápidamente. Eran todos gringos, salvo por una mexicana. Más tarde integramos a otro recién llegado. Un canadiense rubio de rastas que venía en patas. Después, cada uno hizo las cosas que tenía que hacer por el pueblo y como ya era medio tarde para ir al campamento, la mexicana propuso quedarnos a dormir ahí y pedirles alojamiento a los bomberos. Éramos siete y nos instalamos en el patio del cuartel. Yo sentía que la situación estaba un poco complicada con la dormida. Solo teníamos dos hamacas y una carpa para dos. No daban las cuentas. Además, se estaba poniendo fría la noche. Me fui a dar unas vueltas por el patio a ver qué veía y encontré una camioneta llena de ropa donada formando un colchón para unas cuatro o cinco personas. Eso venía muy bien. Yo, de todos modos, armé la hamaca entre dos columnas. Para dormir, me puse toda la ropa que tenía, me tapé con una manta que había comprado en el mercado de pulgas, me cagué de frío y me picaron las pulgas.

psiquiatrico
Así y en patas, podíamos haber pedido dormir en las ambulancias rumbo a un psiquiátrico.

 

A la mañana siguiente, fuimos a dedo hasta el Rainbow Gathering que quedaba a unos 20 km al norte de Cobán en un valle que está muy bueno. Fuimos en la parte de atrás de una camioneta, cantando y tocando la guitarra entre rastas y plumas al viento. Cuando nos bajamos, tuvimos que caminar unos 10 minutos por el barro. A mitad de camino, aparecieron dos pibes de unos veinte y pico y una mujer de cincuenta y pico que nos dieron la bienvenida, nos dijeron que nos amaban y nos abrazaron largamente. Estaban todos embarrados y con una onda bien tribal.

Apenas llegué al campamento, busqué a Roger que no lo veía desde Colombia, lo encontré y nos dimos un gran abrazo; casi tan largo como el que me dieron todos los que me crucé en el camino.

Después de charlar un rato con Roger, empecé a mirar un poco a la gente. Vi que muchos estaban vestidos a lo hippie, otros un poco como indios y había varios en pelotas. Estos últimos no me abrazaron. Eran como las 12 y los cocineros ya estaban terminando el desayuno. De pronto, vi que uno de los que estaba desnudo se rascaba la punta del pene casi encima de la gran olla con toda la comida. Cuando supe que era uruguayo pensé que el detalle había sido una broma muy sutil y extraña. Pero no creo.

alimento balanceado
Alimento balanceado.

 

La comida estaba lista pero faltaba mucho para comer. Todavía había que ir hasta el círculo principal, donde se come y donde está el fuego sagrado que mantienen encendido durante todo el encuentro, que dura un mes. Mientras iba llegando la gente, nos fuimos dando de la mano, formando un gran círculo. De pronto, empezaron a cantar. Las canciones tenían algo de canciones de iglesia y algo de canciones de scouts. Sonaron frases como:

“Cada paso que doy es un paso sagrado, cada paso que doy es un paso sanador” o

“Esto es círculo, esto es familia, esto es celebración” o

“Buen día, comienza con alegría, el sol a brillar, pajaritos a cantar” o

“Que me abran los ojos, que me crezcan alas, quiero estar presente cuando llegue Dios” o

“Kumbayaaaaaaa”

y cosas así. De algunas canciones hicieron la versión en inglés y en castellano, una seguida de la otra. A veces también en portugués. Había gente de todo el mundo. Hasta japoneses. Los cantos estaban acompañados de diferentes abrazos y besos que fueron girando hacia ambos lados del círculo; tipo la ola mexicana en los estadios, pero mucho más lento. La verdad es que no me molestaba besar la mano del rubio que tenía a mi izquierda que parecía una niña, pero debo confesar que me daba un poco de asco besar la mano peluda de Roger que estaba a mi derecha.

Justo frente a mí, del otro lado del círculo, había una chica hindú bastante llamativa y rara, con un velo que le cubría los hombros y los pechos. De pronto, se me ocurrió una broma que quería compartir con Roger. Le dije que no se asuste, pero que estaba decidido a iniciar una ola de abrazo hacia él. Estábamos todos sin soltarnos las manos y pensaba pasar mi brazo sobre su cabeza, un poco como la vueltita de la cumbia sin soltarse. Si el abrazo se propagaba, cuando llegara a la hindú, le iba a dejar como mínimo un pecho al aire. No era más que una broma; ya había varias en tetas.

Mi abrazo tuvo mucho éxito. Empezó como algo simple, pero luego, varios participantes le fueron agregando algo: una apoyadita, un besito en la nuca, una cariñosa y prolongada inclinación de cabeza sobre el hombro, etc. También iba en aumento la intensidad y duración del abrazo. Tuvo tanto éxito que se hizo muy lento y cuando iba por un cuarto de círculo ya había llegado el Ommm final. Después me fui dando cuenta que no se hacen muchas bromas en el Rainbow. Me dio la sensación de que tal vez fuera porque muchos chistes pueden ofender directa o indirectamente a la Pachamama. En general, en un campamento estándar, la gente ríe mucho. Acá no, pero en cambio sonríen mucho. Están como todo el tiempo sonriendo.

 

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