Semuc Champey, Guatemala

7 de diciembre

Una de las últimas imágenes que me llevo del Rainbow es a Eugenia vestida únicamente con algo que le cubría el torso desde debajo de los pechos hasta la cintura. Es decir, que no le cubría nada. Primero pensé que era algo simbólico, pero después me di cuenta que era funcional: esa cosa tipo faja sostenía las alitas. Tenía unas alas hechas de hojas de ambay. También, se había puesto una peluca plateada y estaba dando una especie de sermón chapoteando en un balde con barro.

Después de despedirme de Roger, que estaba terminando de armar su bici para su intrépido viaje a México, me fui del campamento con Nico, acompañados de un flaquísimo gringo llamado Lucio, una ultra hippie española llamada Paola y Wiki, el perro de Paola. Nos fuimos a dedo. Primero nos llevó un camión frigorífico hasta Cobán. Cuando nos bajamos, el conductor y un acompañante nos pidieron sacarse una foto con nosotros. En Cobán hicimos dedo hasta Carchaca. Ahí nos tomamos una combi hasta Pajal. Como la combi estaba llenísima; Nico, Lucio, Paola y Wiki fueron en el techo. No sabía que el techo de una combi podía alojar a tres adultos y un perro. Iba a los pedos y yo cada tanto miraba por la ventanilla a ver si perdía un amigo. En un momento, el conductor los hizo bajar porque íbamos a pasar por un puesto policial; después volvieron al techo.

Nos llevaron hasta una nada llamada Pajal, donde también había un puesto policial. Acá parece que no importaba que los policías los vieran en el techo. Debe haber policías malos y policías buenos, y estos eran de alguno de esos dos bandos. Yo bajé primero y alcancé a ver que uno de los uniformados, desde una camioneta, les sacaba una foto a mis amigos que coronaban de rastas la combi y ya empezaban a bajar y a hacer un pasamano con el perro. Interpreté que esa foto era meramente turística y me acerqué a charlar. No me acuerdo de que hablamos, pero finalmente me dijo que en un rato iban a Lanquín y que nos podían alcanzar. Después, no sé qué problema tuvieron que no podían irse y nos llevaron un trecho hasta pasarnos a otra camioneta policial que había venido en nuestra búsqueda. Entre un vehículo y el otro nos pidieron sacarnos una foto con ellos y extrañamente nos pareció normal y nos la sacamos sonriendo. También les prestamos nuestras cámaras para quedarnos con una copia. Me pareció ver al fotógrafo dudando un poco, pero las sacó igual.

policía sacando foto
Digan hippie…

 

hippies y policías
Flash.

 

Mis amigos hippies y el perro viajaron en la caja y yo me metí con los ratis a charlar un rato. Hablando de tonterías, me dijeron que ellos habían sido los que apresaron a Colibrí (no dijeron ‘apresamos’, dijeron ‘cocinamos’). Primero no les creí, dado que estábamos un poco lejos de Cobán, pero después me dieron datos muy precisos que me hicieron dudar. Al final, no sé como terminamos hablando del Che Guevara. Me dijeron que no sabían mucho lo que había hecho, pero que fue una persona que estaba a favor de los más humildes.

policias hippies
Ellos también estaban a favor de los más humildes, parece.

 

Pasamos una noche en Lanquín y, conectándome a internet después de mucho tiempo, vi que Gustavo me había mandado bastante trabajo y que teníamos que responder a las críticas en pocos días. A la mañana siguiente nos fuimos a Semuc Champey y me propuse trabajar cada día, de 6 de la tarde a 10 de la noche. Yo ya había estado ahí y sabía que eran las únicas horas que había electricidad para mi computadora que no tiene ni batería.

Al segundo día practiqué mi deporte: me volví a colar al parque (ahora haciendo de guía de los hippies). Esta vez, en mitad de la selva, pasamos sin hacer ruido por las espaldas de uno de seguridad como en un video juego. En realidad yo ni lo vi.

Como la mayoría de las veces que vuelvo a un lugar, en el parque encontré cosas nuevas muy buenas. Encontramos una especie de cueva debajo de una de las pozas escalonadas, que se entraba por el agua, con unos 20 centímetros de aire que permitían entrar flotando y respirando con la cabeza hacia arriba. Ya adentro había más espacio donde me podía mover entre las rocas oscuras, con la mitad del cuerpo en el agua de fondo turquesa. Avancé unos tres o cuatro metros, me sumergí y volví a salir a otra cueva donde el aire ya no tenía conexión con el exterior y olía raro. Me volví a sumergir y salí a unos 15 metros de donde había entrado. Fui a buscar a Nico, volvimos y nos metimos los dos; hicimos el mismo recorrido, pero avanzando una cueva más. Esta cueva era mucho más chica y no daba para quedarse mucho, porque entre ambos nos íbamos a acabar el oxigeno en poco tiempo. Me volví a sumergir y a buscar otra cueva. No era fácil; desde abajo del agua no se entiende muy bien donde hay aire. La cosa era mirar hacia arriba y ver superficies que parecieran chatas y plateadas, pero sin máscara se veía todo fuera de foco y era difícil distinguirlo de algunas rocas. Encontré un lugar, pero metí los dedos y apenas me cabía la mano. Traté de respirar ahí y me pareció muy complicado hacerlo solo metiendo los labios y con los ojos cerrados. Pegué unas brazadas largas y salí al exterior. Me quedé un rato flotando y como Nico no salía me preocupé un poco. Me sumergí otra vez y lo vi pataleando en el fondo lo más tranquilo. Cuando salió, le pregunté dónde había respirado y sí, había estado respirando en ese huequito. Y nos reímos, claro. Deberíamos madurar un poco.

poza semuc
Ahí abajo de las cascadítas estaba la entrada a la cueva.

 

Completando el tour de Semuc, fuimos a saltar del puente de 12 metros. Nico flasheó que era demasiado alto y yo aproveché que ya lo había hecho y haciéndome el canchero me tiré despreocupadamente como entrando a la cocina. Después Nico y Paola se tiraron felices.

roca que sonríe
Me tiré tranquilo porque las rocas me sonreían.

 

El segundo día a la noche, mientras estaba trabajando en la computadora, se acercó un empleado del hostal a espiarme y me dijo que le muestre la música que estaba haciendo. Le dije que no era música, que era mi trabajo y que era el registro de la actividad de unas neuronas. Me preguntó si era verdad que pensábamos con las neuronas. Le dije que sí y me quedé un poco pensando que estaba descomponiendo las oscilaciones de grupos neuronales en diferentes frecuencias y viendo cómo se combinaban con disparos rítmicos de neuronas individuales y pensé que sí, que no solo visualmente se parece a música. Después de mirarme un rato, el empleado me dijo que eso a él no se le daba bien. Le dije: ¿qué, la computación? Y me dijo: no, lo de pensar. Le pregunté qué cosa se le daba bien y me dijo que hablar. 

Semuc Champey y Ciudad de Guatemala

15 de noviembre

Cuando salimos de la cueva, era de noche y en Lanquín ya no había transporte a Semuc Champey. Mientras dábamos vueltas por el pueblo pensando cómo mierda íbamos a volver, vimos un camión que salía hacia el lado de Semuc y lo corrimos. Lo alcanzamos casi sin aliento. Aceptó llevarnos, pero solo nos podía dejar en la cumbre, a mitad de camino. Entramos a oscuras en la parte de atrás. El techo era de lona y las puertas eran unas rejas que se cerraban con un pasador. Adentro había una montaña de tierra y nos sentamos por ahí, donde pudimos. En un momento mi mano se apoyó en algo más blando; quería saber qué era, pero estaba todo oscuro. Me olí la mano y olía a carne.

El camión nos dejó en la cumbre, a mitad de camino, donde había dos casitas y unos tipos en la puerta. Todavía nos faltaban 4 o 5 kilómetros, pero eran en bajada: pensamos en caminar. Los de las casitas nos dijeron que el camino era peligroso. Debatimos un rato entre los tres y decidimos no creerles, pero por las dudas íbamos a caminar con las linternas apagadas y sin hablar en voz alta. No era tan grave: estaba claro que nadie nos estaba esperando entre la selva.

Caminamos un rato y pasó una camioneta. Le hicimos dedo y frenó. Nos dijo que tengamos cuidado al subir atrás porque llevaba gente. Estaban todos tapados por un plástico. Tommy y yo subimos lo más bien. Karlien pisó una cabeza y pidió disculpas. En el camino, charlamos un poco con los tipos que estaban bajo el plástico, pero nunca los vimos. La camioneta nos dejó en la puerta del hotel.

La Ola Verde
Cuando se tiró Tommy, vi que se formó una ola verde y pensé en Flavia Palmiero.

A la mañana siguiente, fuimos a saltar al río desde el puente que estaba frente al hostal. Eran 12 metros. Como la última vez había tragado mucha agua, esta vez intenté taparme la nariz. Fue peor. La mano me hizo como embudo y tragué como un litro de río. Qué difícil que es toser a dos metros de profundidad. Al salir, mientras iba nadando, pensé: «ya sé lo que tengo que hacer, mejor no miro al agua en el momento del impacto». Claro, funcionó.

Después fuimos a Lanquín a dedo y en el trayecto hicimos amistades con unos jubilados franceses que nos terminaron llevando a Cobán en camioneta de lujo. En Cobán nos despedimos de Tommy que se iba para el Rainbow y seguí viaje con Karlien hacia Ciudad de Guatemala (parece que tengo cierta afición a viajar con belgas).

En la ciudad nos encontramos con un amigo guatemalteco de Karlien y nos fuimos a la casa de otra amiga de ella (española) pensando en quedarnos a dormir ahí. Su amiga no estaba, pero Karlien tenía las llaves. Entramos y nos quedamos los tres tomando un vino en la terraza. Cuando llegó la española, se cabreó con Karlien y me echó —ni llegué a verla, nunca subió a la terraza—. El guatemalteco me dijo que conocía un buen lugar para mí y salimos a caminar los tres por la noche de la ciudad con el vino a cuestas. Caminamos bastante y entramos en la Pensión Meza despertando al encargado. El guatemalteco le dijo que me lleve a la habitación del Che. La habitación era pequeña y estaba adornada con fotos y dibujos del Che Guevara. Parece que se había alojado ahí en 1953. Quién sabe, tal vez es verdad.

Esa noche, me enteré que había habido un terremoto en Guatemala en toda la parte sur, en uno de los pocos días que yo me había ido a la parte norte. Parece que fue largo, duró 54 segundos y destruyó bastantes casas; sobre todo en Quetzaltenango. Yo justo me había ido con los hippies, y ahí, mientras la mayoría de los noticieros del mundo comentaba el terremoto de Guatemala, nosotros ni nos enteramos. Con Karlien y el guatemalteco nos quedamos charlando en el patio de la posada hasta que se acabó el vino. Me despedí de ellos esperando volver a verlos y me fui a dormir pensando en el paso del Che por ahí.

detergente
Todo mal con la española, pero todo bien en La Pensión Meza, hasta el detergente me sonreía.

Al día siguiente, fui a la Embajada de España y tuve que volver un par de días después porque el Cónsul y su secretaria estaban de viaje. Cuando volví me dieron cita para dentro de otro par de días más. Finalmente me atendió el Cónsul y atestiguó que yo firmaba un papel delante de él. Lo firmé en una enorme mesa de madera lustrada y con la lujosa pluma del cónsul. Después firmó él y me dijo que conocía mi caso porque ya había firmado otro de esos papeles. Nos dimos la mano y me deseó mucha suerte. Ese papel lo tuve que enviar con otros a España para cobrar el pasaje de Air Madrid que yo tenía cuando la empresa quebró en el 2006. De pronto sentí que todo era rídiculo. Tantos trámites y un consul —que seguramente siempre viaja en primera— me había deseado «mucha suerte» para cobrar un vuelo económico que perdí hace seis años. No sé qué es, pero algo de todo esto es ridículo.

Uno de esos días en la capital, me compré una linternita de cabeza con el único objetivo de volver a la cueva de Lanquín. Voy a ir al Rainbow otra vez, seguro que lo encuentro a Nico y seguro que me acompaña a la gruta. Roger no creo, está muy metido en su proyecto de ir en bici a México. Nico es el belga que conocí en Brasil con Roger y que viajamos hasta Venezuela. Después de cinco meses, probablemente nos reencontremos los tres en Guatemala.

 

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El LIBRO

 

Rainbow Gathering, Semuc Champey y Lanquín, Guatemala

7 de noviembre

Armé la hamaca a oscuras y dormí muy bien. A la mañana siguiente recorrí un poco el valle conociendo a la gente. Algunos estaban haciendo yoga, otros preparaban la comida, otros cantaban, y esas cosas. En un momento, escuché que cantaron: “Get up, stand up: stand up for your rights!…”. Algunos lo cantaban sentados y otros acostados.

En un momento, estaba en el campamento de la cocina e iba a meterme por un caminito entre la selva (no sé para qué) cuando vi que en el paso estaba la misma mujer embarrada de cincuenta y pico que nos dio la bienvenida, pero esta vez, estaba parada inmóvil como a mitad de un paso y con una mano en una nalga levantando un poco la pollera. Parecía que alguien, con un control remoto, le había puesto pausa en mitad de una caminata mientras se rascaba el culo. Me quedé mirando un segundo, intentando entender lo que estaba pasando, hasta que vi que un chorrito amarillo marcó una bisectriz entre sus piernas. Me fui por otro camino.

Me adapté al ritmo de no hacer mucho y realmente no me acuerdo qué hice ese día. Me rasque bastante. Literalmente. Estaba muy picado por las pulgas que me acompañaban desde los bomberos. Ya había pensado en la posibilidad de pegarme pulgas en el campamento hippie, pero no había pensado en la posibilidad de llevárselas yo a ellos.

Al atardecer, fui a ver la cascada del campamento y era muy buena. Parecía de película. Estaba entre selva y montaña, formando una laguna.

Salchichaj
Turquesa 1.

 

Al tercer día, me fui del campamento porque tenía que ir a la capital a hacer unos trámites a la embajada y antes quería pasar por Semuc Champey. En Cobán aproveché para comprar anti pulgas.

Pasé por Lanquín y me hospedé en Semuc Champey. Semuc es un parque nacional donde un río que va entre montañas se sumerge entre las piedras y vuelve a salir 300 metros después. Y sobre este puente natural, se forman unas pozas turquesas. El lugar es prácticamente solo el parque y unos hostales entre la selva. Dormí en una cabaña sobre una pendiente. La habitación solo tenía tres paredes. La cuarta estaba abierta a la copa de los árboles y a un río celeste.

El Portal
Turquesa 2.

 

Por la mañana, una chica belga me dijo si quería ir con ella y tres más a visitar el parque, pero que querían ir sin guía. Le dije que por supuesto.

Éramos la belga, un sueco, dos rubias no sé de dónde y yo. Apenas salimos del hostal, el sueco dijo que se había olvidado de traer dinero, y que mejor por qué no intentábamos colarnos. Yo les dije que creía que sabía por dónde porque ya había estado averiguando con los empleados del hostal. La belga dijo que le parecía perfecto y las dos rubias dijeron que mejor nos encontrábamos adentro.

El grupo se redujo a tres. Bordeamos el río, saltamos unos míseros alambres de púa y ya estábamos adentro. Caminamos sigilosamente por la selva, sin saber con qué nos íbamos a encontrar.

guerrilleros
Turquesa 3.

 

Después de andar un rato, salimos a un sendero y enseguida a una poza cristalina de fondo celeste. Karlien y Tommy (que así se llamaban mis nuevos compañeros) quisieron seguir un poco más, pero yo me desnudé y me tiré al agua argumentando que quería meterme antes de que nos agarren los de seguridad.

poza
Turquesa 4.

 

Después anduvimos por todo el parque flashando muy bien el lugar.

semuc champey
Turquesa 5.

 

Por la tarde, empezamos a caminar hacia Lanquín y terminamos yendo a dedo en el techo de un camión. El camino era para 4×4. Íbamos subiendo y bajando y nos bamboleábamos entre la selva como en una montaña rusa. Esquivábamos las ramas agachándonos como en un video juego.

En Lanquín, Tommy compró velas y fuimos a una gruta a unos dos kilómetros del pueblo. La cueva era muy grande. Estaba iluminada por simples lamparitas de filamento durante unos 500 metros más o menos. Subimos y bajamos rocas entre estalactitas y estalagmitas. Nos habían dicho que la gruta todavía no había sido explorada en su totalidad y había lugares que nadie sabía dónde terminaban. Las luces se acababan de pronto en unos espacios altos con estalactitas enormes. Algunas se unían estalactita y estalagmita, y debían tener como dos o tres metros de ancho. Tommy prendió una vela, yo prendí la linterna de un celular, y seguimos por la oscuridad escalando un poco por unas rocas. El camino terminaba en una especie de gran ventana que bajaba a un abismo oscuro y redondo que parecía que estuviéramos mirando por el techo de una iglesia. Solo se podía bajar unos metros por las rocas y no veíamos el fondo. Karlien, un poco sonriendo, dijo que eso en Bélgica era imposible. Allá, los caminos turísticos no terminan en un abismo oscuro sin ningún tipo de protección. Yo seguí escalando sobre la parte derecha de la gran ventana pero vi que no se podía seguir. Después, bajé un poco y me fui más a la derecha rodeando una roca gigante. Volví a subir y encontré la entrada a una habitación mediana de unos dos metros de altura. Karlien y Tommy me seguían un poco más atrás. En la habitación, encontré un agujero sobre la izquierda que seguía hacia abajo y otros que seguían para adelante. Entré por el de abajo. Había que pasar agachado y entre las estalactitas. Caminé casi en cuatro patas por unos 4 o 5 metros y terminé saliendo al mismo abismo que habíamos visto antes pero sobre el costado y unos metros más abajo. Bajé un poco, agarrándome de unas estalactitas, hasta una especie de plataforma que estaba en el lado opuesto a la gran ventana del principio. Yo, cada tanto, les gritaba a Karlien y a Tommy para que me siguieran, pero ahora los escuchaba más a través de la gran ventana que del lugar por donde pasé. Después, bajé hacia el lado opuesto al abismo metiéndome más en la cueva. Bajé por unas rocas en pendiente, tratando de calcular bien si podía volver a subir. Toda la cueva era muy resbalosa y la verdad es que veía muy poco. Tenía el celular en la boca y su mísera lucecita apenas iluminaba más allá de los vapores de mi transpiración. El camino seguía por una especie de cornisa de caca de murciélago (supongo que era caca de muerciélago, había muchos murciélagos). A la derecha no veía bien lo que había. A la izquierda, la caca parecía desparramarse hacia un pozo sin fondo. La caca de murciélago parecía muy caminable. Debería estar muy procesada por los bichos porque era como un humus apenas húmedo. Hundía la mano y la sacaba casi limpia. La cornisa terminaba en un túnel que había que pasar agachado y se veía que seguía y seguía. Ahí decidí que tenía que volver. No daba para seguir solo. Ya tenía caca de murciélago en la boca. Mientras mordía el celular, se me acumulaba saliva y lo tenía que agarrar con mis manos sucias para sacarlo de la boca y tragar. Además ya empezaba a dudar de recordar bien el camino de vuelta. Con esa oscuridad, todos los agujeros parecían iguales.

Cuando volví, Karlien y Tommy estaban en la luz esperándome. Ya habían desistido de seguirme, casi no escuchaban mi voz y no sabían de dónde venía. Les conté más o menos dónde estuve y Karlien me dijo que no estaba segura de que fuera la misma persona la que entró y la que salió de la cueva.

Lanquin
Muy poco turquesa.

 

Salimos y nos quedamos en la puerta de la cueva tomando un vino que había llevado Tommy. Prendimos una vela que hacía un montón de sombras en la pared y nos quedamos viendo los miles de murciélagos que salían en su hora pico y que nos pasaban muy cerca. Ya era prácticamente de noche. Unos metros más abajo nacía violentamente el río Lanquín directamente de alguna parte de la cueva.

 

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