24 de octubre
Estuve un día en Estelí y arranqué hacia Honduras. Primero pasé por Ocotal. Mientras estaba esperando un bus a la frontera en una estación sombría, se me acercó una chica. Era bien morena y estaba vestida con una camisa anudada por encima del ombligo, jeans azul oscuro y botas. Me empezó a hablar no sé de qué, algo del turismo. Cuando supo que yo era de Argentina me dijo que ella era fan de Gabriel Corrado. Hasta le había escrito una poesía; me la recitó y después le pedí que me la escriba en un papelito:
“Cuando estaba pequeña lloraba por un helado
Ahora que estoy grande lloro por Gabriel Corrado
Que es un bello enamorado
Cada vez que pienso en Gabriel Corrado
Se ilumina todo el día
Tengo fe en Dios, conocerlo
En Argentina algún día“
Me despedí de ella y me fui en un bus destartalado hacia la frontera. Me pidieron el certificado de la vacuna de la fiebre amarilla por primera vez en mi vida. Me resultó raro que fuera en ese paso tan pequeño. Después me tomé un school bus hasta un pueblito llamado El Paraíso. Luego una combi hasta Danlí, donde pensaba dormir, pero me deprimió y me fui a Tegucigalpa, según dicen, la capital más violenta del mundo.
Llegué de noche. Así como Managua es una capital sin centro, Tegucigalpa es una capital sin terminal de buses. La combi me dejó por ahí, en algún lugar en las afueras de la ciudad. Estaba oscuro y había un solo taxi que me quería cobrar bastante más de lo que había pagado por la combi (buen truco). Salí a caminar un poco, sin muchas ganas de conocer la noche de los suburbios de la capital más violenta del mundo y enseguida encontré un tipo que me confirmó que a esa hora ya no había buses urbanos. Pasó un taxi, lo paré y me llevó al centro por el 10% de lo que me quería cobrar el primero.
Me alojé en el Hotel Boston. Estuve dos días en Tegucigalpa. No hice nada en especial pero me gustó.
Después, pasé por un tranquilo pueblito llamado Gracias donde no me preocupe de nada. Fue fundado antes que Buenos Aires, pero se quedó en el tiempo. A solo una cuadra de la plaza central ya hay una calle de tierra. Pasé una noche ahí y me fui a Copán Ruinas. En Copán estuve como cuatro o cinco días. A un kilómetro del pueblo están las ruinas de una antigua ciudad Maya. La entrada costaba 15 dólares y decidí que me iba a colar. No fue fácil; tuve que trepar un alambrado muy alto entre la selva. Todo el tiempo mientras daba vueltas intentando colarme, mis pensamientos saltaban entre encontrar la mejor forma de hacerlo y calcular que tan pendejada era lo que estaba haciendo. Al final, el esfuerzo tuvo una recompensa extra que fue ver un ciervo. Yo iba sin hacer ruido y me lo encontré. Se me quedó mirando de costado, después me mostró su culo paradito y se fue caminando entre el bosque. Escuché que había otro cerca, pero no lo vi. Las ruinas están buenas.