24 de julio a la noche
Para entrar a las profundidades del Territorio Indígena Isiboro Secure, habíamos hecho cuatro horas en camión y la picada final en moto. Después cruzamos el río a pie y ahor a se nos hacía de noche en una comunidad indígena, donde nos recibió un originario que se presentó como el cacique corregidor Silvio, y que nos dijo que no teníamos permiso para estar en el territorio indígena. Ya casi no había luz; la cara del cacique empezaba a hacerse invisible. La situación era rara, pero yo no veía muchas más opciones que dormir ahí, o por ahí cerca.
Entonces seguimos insistiendo y al final el cacique aflojó, y hasta parecía contento.
—Pueden poner su camping ahí —dijo señalando hacia una extensión de pasto que parecía ser el centro de la comunidad.
Alrededor había casas de paja, que apenas se distinguían bajo los árboles, porque ya era casi de noche.
—¿Cree que alguien nos pueda hacer algo de comer?
—No, aquí no hay nada.
—Pero digo, una familia que tal vez quiera cocinarnos y nosotros les pagamos la comida.
—Ah… sí, alguien les podrá cocinar.
—Bueno, después le pedimos a alguien.
—Han traído su bolo, ¿no?… más tarde nos convidan —dijo, pero no entendí si nos pedía coca o nos ofrecía.
Mientras hablábamos se acercó otro tipo y nos saludó a todos. Cuando me apretó la mano, yo pegué un pequeño quejido, porque en el camión me había picado una avispa y ahora tenía media mano hinchada y me dolía. Le causó mucha gracia mi mano y lo de haberme hecho doler sin querer.
Después ellos desaparecieron en la oscuridad y nosotros armamos las carpas.
Cuando terminamos, Mario y yo salimos a dar una vuelta y a preguntar quién nos podía hacer algo de comer. Como no había luz en la comunidad, al hacerse de noche todo se puso oscuro y silencioso. Habíamos llevado para cocinar pero nos parecía mejor estar con ellos y entonces nos acercamos con las linternas hasta una casa donde vimos que la familia estaba reunida alrededor de un fuego. Saludamos, nos presentamos y preguntamos si nos podían cocinar algo.
—No podemos.
—Nosotros les pagaríamos la comida.
Hablaron entre ellos en un idioma raro y nos volvieron a mirar.
—No tenemos comida… Más bien, si ustedes nos traen algo, nosotros podemos cocinarlo.
En ese momento yo no llegué a entender que no tenían absolutamente nada de comida y, como me pareció raro llevarles nuestras latas, seguimos probando con otras familias. Probamos por dos o tres casas más sin éxito, hasta que llegamos a la del cacique, donde también hablaron entre ellos en su idioma, que no se parecía en nada al quechua o al aymara, ni a nada que yo recordara haber escuchado antes. Luego el cacique dijo que las mujeres nos iban a cocinar y, al rato, una señora y una chica se pusieron a pelar verduras sobre un cuenco, en cuclillas junto al fuego.
Pasamos un buen momento con la familia, charlando, iluminados por el fuego, mientras esperábamos que se hiciera la comida. Entonces nos enteramos de muchas cosas, como que el río que habíamos cruzado no era el Ichoa sino un afluente llamado Moleto y que la comunidad se llama San José de la Angosta porque se lo puso el tipo que me hizo doler cuando me apretó la mano. Es su santo favorito, me dijeron. Lo de «Angosta» es porque el río ahí antes era angosto, pero ya no; parece que acá los ríos cambian de forma y hasta de lugar frecuentemente. Así es que el río puede alejarse de la comunidad o pasarlos por encima. También nos contaron que hablan moxeño trinitario y que no tienen horarios y que pescan y trabajan sus chacos para comer, y también que a veces trabajan en los chacos de los colonos, que con eso ganan dinero para comprar algunas cosas que no producen, como cebolla y tomate (parece ser que los colonos son los que bajaron del altiplano, los que hablan quechua o aymara y que han ido ocupando sus tierras). Me dijeron que ellos no tienen sus terrenos delimitados: cada familia hace sus chacos donde quiere. También me contaron que sus padres antes no hablaban español y que no conocían el dinero y que por eso siempre los habían estafado, les habían hecho vender las tierras por nada.
Les pregunté por el conflicto de la ruta (yo recordaba que hace dos años hubo movilizaciones hasta La Paz, en protesta porque el gobierno empezó a construir una carretera desde Villa Tunari hasta San Ignacio de Moxos, que iba a pasar por el medio del TIPNIS, para conectar la zona de Cochabamba con el Beni y el Amazonas; pensaba que el proyecto estaba suspendido, pero habíamos visto que, cerca de Villa Tunari, las máquinas parecían estar trabajando). Entonces me dijeron que ya arreglaron, que se hizo una consulta en todas las comunidades y que la mayoría votó a favor de la carretera. El gobierno, a cambio de la buena predisposición, les va a dar planes de vivienda. Me dijeron que quieren vivir en casas de material, que no están acostumbrados a vivir en casas de material pero que quieren. En un año ya van a estar las primeras viviendas.
Esa noche en la carpa, tardé un poco en dormirme pensando en lo que se va a convertir ese lugar con la carretera dentro de dos o tres años. Supongo que pasará de ser un grupo de chozas de paja en la selva y junto a un río verde, a ser un pueblito pegado a un tramo de ruta, bordeado de algunos puestos multirubro con mercadería en pilas apoyadas sobre el suelo y con toldos de lona azul y paredes pintadas con publicidad de telefonía celular.
También traté de imaginar qué pesarían sobre el tema de la carretera los más viejos de la comunidad, esos que los padres no le enseñaron nada sobre el dinero.
Intentaré venir a visitarlos dentro de dos o tres años.
(Cuando me acosté, mi mano estaba totalmente hinchada, parecía una empanada, los nudillos estaban para adentro y la hinchazón llegaba hasta el brazo)
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6 Comments
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Lindo Juli, me encanta todo lo que escribís, las circunstancias del viaje y la descripción que hacés de esos pueblos, sus costumbres, sus hábitos… Así que no tienen horarios… un mundo ideal para mí…¿Parecería que la moda de cuantificar la existencia es una tontería occidental, no? Averiguá todo lo que puedas de sus cosmovisiones y su lenguaje, ahora me andan interesando esas cosas, te sigo leyendo amigo-viajero.
Abrazo; Vicky Francisco.
Gracias Vicky!
Algunas comunidades hablan moxeño (mojeño) y otras hablan yuracaré. De moxeño quedan solo 3000 hablantes y de yuracaré menos y están amenazadas de extinción.
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pueblos_originarios_de_Bolivia.png
por suerte leí primero el relato donde tu mano ya estaba mejorando.
por lo demás coincido con Vicky
mucho gusto Vicky
ei! hay que leer al derecho! Voy a tener que hacer el libro para que se entienda 🙂
Obvio que vas a tener que publicar todo esto en un libro en algún momento… es muy bueno!
Mucho gusto también Besonias Almeida.
Saludos a todos, Vicky.
🙂