Territorio indígena

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Nos apiñamos más de veinte en la caja del camión. Vane iba sentada sobre una bolsa de contenido desconocido pero blando. El sol de la selva atravesaba la lona del Unimog.

–¡Apaguen la calefacción! –grité a modo de broma para ganarme la amistad de los locales

(Una versión más actualizada de esta historia está publicada en la revista Otro Mapa y puede leerse: acá)

Sonaron las risas esperadas. Los indígenas suelen divertirse con nosotros y a costa de nosotros, aunque alguno siempre desconfía. Y sobre todo, ahí en la provincia del Chapare en TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure), desconfían de los desconocidos que puedan venir a meter las narices en las plantaciones de coca. El enorme parque queda entre los estados bolivianos de Cochabamba y El Beni y es el lugar donde se planta la coca chapareña, que se destina a los narcos prácticamente en su totalidad. Existen dos variedades de coca en Bolivia: la paceña (Erythroxylum coca var. coca) adaptada a la selva de montaña, y la chapareña (Erythroxylum coca var. ipadu) adaptada a las zonas más tropicales. A diferencia de la coca paceña que se cultiva en Las Yungas, la chapareña casi no se comercializa para pijchar (coquear, mascar, bolear, acullicar, chacchar). Dicen que es debido al sabor, pero yo me inclino más a pensar que es debido a que la paceña tiene mayor concentración de cocaína, un promedio de 0.63% contra un 0.25%. La chapareña es menos agraciada para adormecer el cachete, pero sirve perfectamente para extraer el alcaloide.

Durante cuatro horas cruzamos la selva en el camión, sosteniéndonos de los caños, transpirando mucho, sacudiéndonos sobre los bancos de madera. Especialmente nos sacudíamos al vadear los ríos. El Unimog se metía en el agua marrón e iba a los saltos sobre un invisible suelo de piedras. Estamos en época de lluvias y solo los Unimog son capaces de atravesar los ríos profundos.

En el viaje hicimos amistad con una colona que regresaba a sus campos de coca y que, de paso, traía unos cuantos bidones de gasolina, también para comerciar con los narcos, que cada tanto suben por los ríos con unos pocos dólares. También hicimos amistad con Ángel, un aborigen de la etnia moxeño trinitaria que volvía a su comunidad, San José. Ahí mismo nos dirigíamos nosotros. Yo había descubierto San José en una extraña excursión en 2013. Y si bien conocía un par de personas de ahí, siempre es bueno llegar con un local.

Los pasajeros fueron bajando en diferentes comunidades de colonos. Son indígenas de origen quechua o aymara, pero los llaman colonos porque no son de ahí, han bajado del altiplano para venir a plantar coca al Chapare, colonizando las tierras de los indígenas de la selva.

Cuando el camión apagó el motor, solo quedábamos nosotros y Ángel. Estábamos en la comunidad de Ichoa, ahí acaba el camino. Los tres seguimos a pie, bajo el fresco de la selva.

Caminamos durante una hora y media hasta llegar al río Moleto. San José se encuentra justo del otro lado. Es una comunidad de unas treinta o cuarenta chozas de madera. En el río tuvimos que esperar que un cayuco nos cruzara. Ahí los cayucos están hechos en una sola pieza, ahuecando y tallando el tronco de un gran árbol.

Una vez más estábamos fuera del mapa. El GPS no marcaba nada, excepto las coordenadas (16°25’41″S 65°54’11″W). Se supone que por esa zona del Chapare pasa la frontera entre el estado de Cochabamba y El Beni. Pero es un lugar tan inexplorado que las autoridades bolivianas aún no han definido ese límite.

Ángel nos mandó a buscar al corregidor Silvio (en algunas comunidades los llaman cacique y en otras corregidor). Yo ya lo conocía, era la única persona que recordaba de esa comunidad. Cuando lo encontramos lo noté muy cambiado, más gordo, bastante más avejentado y con la mirada fría. Casi no lo reconocía. Él tampoco me reconoció. O no quiso reconocerme. Me pareció extraño, no vienen muchos extranjeros por ahí, Le explicamos nuestra situación y le pedimos permiso para acampar. El cacique se quedó callado, ladeó su cabeza y miró hacia el cielo. Entendimos que no quería que nos quedáramos.

En una hora se haría de noche.

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