Trekking Isla Grande – Días 17 a 19

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Teníamos por delante el camino más difícil, el sendero entre las pequeñas playas de Caxadaço y Santo Antonio. Desde que empezamos la caminata venimos pensando en este tramo. Porque es un camino que no figura en ningún mapa, porque nos alertaron de que es fácil perderse, porque nos dijeron que los que lo hicieron fueron atando cintitas en los árboles para marcar el trayecto y porque sabemos que hubo casos de gente que murió al perderse en la isla. Pero no nos preocupa tanto: tenemos comida, agua, carpa y GPS. Tal vez lo más intrépido de la situación sea que nadie sabe que estamos acá y, si ocurre algún accidente, nadie vendrá a rescatarnos.

Día 17. Aunque salimos de la carpa poco después del amanecer y lo más sensato hubiera sido comenzar la caminata bien temprano, Vane me pidió que pasáramos medio día en Caxadaço. Eso hicimos porque esa pequeña bahía es muy agradable: agua turquesa rodeada de rocas enormes y de selva.

Después del almuerzo, machete en mano, empezamos a trepar la montaña por lo que suponíamos que era la senda a Santo Antonio. Por momentos parecía que íbamos bien encaminados y por momentos no. A veces creíamos claramente que avanzábamos por una trilha y a veces simplemente parecía que trepábamos por esos rastros que dejan los desagües naturales de las lluvias. Nos tranquilizaba el hecho de que, cada tanto, encontrábamos una rama macheteada o marcada con una cinta plástica ya reseca y desteñida por el tiempo.

Pero en algún momento nos dimos cuenta de que estábamos un poco perdidos, avanzábamos haciéndonos camino entre ramas y ya solo nos guiábamos por escasos cortes que aparecían esporádicamente sobre los troncos y que parecían estar hechos hace años. Probablemente estuviéramos siguiendo los rastros de alguien tan perdido como nosotros. Acabábamos de salir y ya habíamos extraviado el camino, la travesía iba a durar más de lo que pensábamos. Y Vane se atrasaba aún más, porque sus frondosos rulos se enganchaban en todas las enredaderas.

Pensamos en volver por nuestros pasos, pero íbamos subiendo y bajando el morro con las mochilas pesadas y las gotas de transpiración cayendo por la frente, volver era muy desmoralizante.

Decidimos que, mientras no tuviéramos que gatear bajo las ramas, íbamos a seguir avanzando. Funcionó. Resultó que el que se había perdido antes que nosotros aparentemente pudo reencontrar el camino, porque sus rastros nos devolvieron a la senda. Y ahora sí no había duda que íbamos por una trilha. Aunque no muy ancha porque, finalmente, Vane tuvo que hacerse un par de rodetes a lo Princesa Leia para no quedar colgando de las ramas cada cuatro pasos. Todavía debe haber parte de la selva entre sus rulos.

Luego, todo lo que habíamos subido lo descendimos hasta llegar a un arroyo. Entonces me fijé la hora y las coordenadas en el GPS. Había transcurrido una hora y solo avanzamos 480 metros. Entendimos que, sí queríamos llegar a Santo Antonio ese mismo día, teníamos que apurarnos y, aun así, probablemente llegaríamos con el sol bastante bajo, algo incómodo para encontrar lugar donde acampar. Entonces decidimos quedarnos ahí mismo y volver a arrancar al día siguiente. Porque, además, el lugar estaba muy bien. Teníamos bastante leña, agua potable y salida al mar para intentar pescar algo.

Entonces bajamos un poco por el arroyo hasta encontrar un buen espacio para acampar.

No pesqué nada, solo se me enredó la tanza entre las rocas, pero pasamos uno de los mejores días de la vuelta a la isla en ese lugar tan salvaje.

Cuando se hace camping libre no hay mucho para hacer una vez que cae la noche. El fuego, la comida y lavarse las manos y la cara en el río. Después nuestras risas dentro de la carpa oscura, bajo la selva oscura, entre las montañas oscuras. Porque Vane siempre me hace reír. Estamos lejos de todos y nadie sabe que estamos acá. Eso está muy bien. Eso y los ruidos de la selva.

Día 18. Nos despertamos al amanecer, desayunamos y armamos las mochilas.

Entonces volvimos a la senda y seguimos avanzando.

Después de un par de horas de caminata, llegamos a la conclusión de que el sendero, a pesar de tener algún que otro tramo un poco complicado, no es tan difícil.

Y es de los más agradables de la isla, el más salvaje.

Spilotes pullatus

Al llegar a la pequeña playa de Santo Antonio decidimos pasar el resto de la tarde ahí.

El objetivo final era Lopes Mendes, que es considerada una de las diez playas más lindas del mundo, pero preferíamos llegar bien tarde, porque no está permitido acampar y sí que suele ir bastante gente a esa playa, llegan cruzando la montaña por el otro lado, por un camino relativamente sencillo que viene desde la bahía de Pouso. Por eso pensábamos armar la carpa cuando ya no hubiera nadie en la playa.

Antes de dejar Santo Antonio tuve que meterme con el agua hasta la cintura durante unos cien metros subiendo el arroyo que hay ahí, para llegar a las piedras donde la cosa se pone más potable. Porque, según veíamos en el mapa, esa era la única fuente de agua que teníamos en muchos kilómetros a la redonda.

Para llegar a Lopes Mendes tuvimos que volver a subir y bajar los morros. Llegamos de noche, iluminando el sendero con las linternas.

A esa hora no hay absolutamente nada más que una larga playa de arena muy fina y muy blanca que chilla bajo las botas.

Acampamos por ahí, sobre las hojas crujientes de los almendros malabares (Terminalia catappa).

Día 19. Desarmamos la carpa muy temprano, desayunamos y pasamos el resto de la mañana metiéndonos en el agua turquesa. Teníamos una enorme y solitaria bahía para nosotros solos. Eso estuvo muy bien.

Luego, una caminata larga subiendo y bajando morros hasta llegar a Abraão, donde completamos la vuelta entera a la isla en diecinueve días.

Lo próximo será Buenos Aires.

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