Ya partimos de Manaos remontando el Río Negro, vamos hacia Venezuela. Intentaremos entrar por la selva. Queremos llegar a las muy aisladas aldeas de la etnia yanomami en el extrañísimo y remoto brazo Casiquiare entre las nacientes de las cuencas del Amazonas y del Orinoco. Será la tercera vez en mi vida que pretenda llegar a las tierras de los yanomamis. Las veces anteriores intenté ir accediendo por Venezuela desde Puerto Ayacucho. La primera fue en 1999 y me faltó tiempo (o mucho dinero), la segunda en 2012 y me faltó dinero (o mucho tiempo). Esta vez lo probaremos desde Brasil y espero que tengamos suerte (o mucha paciencia).
Primero viajamos durante cuatro días en el barco Lady Luiza rumbo a São Gabriel da Cachoeira. Ahí debíamos sellar la salida del pasaporte y tramitar permisos para seguir por tierra indígena. El viaje fue notablemente agradable. El Río Negro es el afluente más caudaloso del Amazonas y también el curso de aguas negras mais grande do mundo. Un río oscuro y cristalino al mismo tiempo, como si viajáramos flotando sobre té. Las orillas son de selva mechadas con playas de arenas blancas. El borde entre el agua y la arena se ve rojizo por los taninos y fenoles procedentes de la infinidad de plantas que se descomponen en las vertientes. La limpidez del agua se debe a que la cuenca se encuentra en terrenos sin montañas jóvenes, sin glaciares en sus nacientes, tierras antiguas donde el tiempo ha lavado la mayor parte de los sedimentos.
Fue el mejor barco hasta ahora. La comida era abundante y variada. Almorzábamos tanto que llegábamos sin el más mínimo hambre a la cena, para volver a embucharnos como gansos de foie gras. La cubierta principal de hamacas sorprendentemente tenía aire acondicionado, un lujo inesperado para lo que normalmente se entiende por viajar en hamaca. Era un barco evangélico, no se vendía alcohol y hasta hubo misa. Y la calidad se reflejaba en el precio: 380 reales.
São Gabriel da Cachoeira es una población emplazada a unos treinta kilómetros por debajo de la desembocadura del río Vaupés en el extremo noroeste de Brasil. A esa altura ya se pueden ver algunas montañas que emergen aisladas entre la selva. El pueblo tiene 20 mil habitantes y el municipio unos 40 mil, donde el 85% son originarios. Es el municipio más indígena del país. Además del portugués, las lenguas oficiales también son el tucano, el ñe’engatú (un primo lejano del guaraní) y el kurripako. Cuando las aguas del Río Negro están bajas casi no hay forma de que llegue mercadería desde Manaos y eso era lo que había ocurrido justo antes de que llegáramos. Nosotros fuimos con la crecida, el día en que se reestableció el abastecimiento. La pequeña ciudad llevaba una semana sin huevos ni cerveza. La escasez de huevos no había generado demasiados problemas, pero la falta de cerveza produjo una situación tan tensa que estuvo a punto de hacer caer al gobierno local.
Habíamos pensado pasar pocos días en São Gabriel pero la estadía fue extendiéndose. Primero porque el trámite de los permisos de la FOIRN y la FUNAI para entrar en tierras indígenas duraron dos semanas (que finalmente no eran necesarios, ya que nadie iba a pedirnos nada viajando por el río) y luego porque conseguir un barco que nos llevara más al norte costó esas dos semanas y otras dos más.
Los primeros quince días lo pasamos en la casa de Alysson, único hospedador de couchsurfing de la ciudad, un biólogo muy buena onda con el que recorrimos la selva y los igarapés rojizos de los alrededores. En lo de Alysson además conocimos a Boban, un serbio también muy buena onda, que se alojaba en su casa, el couch más largo que hemos visto hasta ahora, hacía seis meses que vivía ahí. Caminamos por la selva, compartimos un San Pedro y rapé, nos reímos bastante.
El resto de los días quisimos tomarnos unas vacaciones dentro del viaje y nos alojamos en el desvencijado Hotel Walpés con vistas a las sorprendentes playas blancas del rojizo Río Negro y también al puñado de ebrios que suelen quedar desmayados especialmente en esa zona, aunque no particularmente en un lugar determinado: notamos que los borrachos locales, aprovechando lo económica que es la cachaça por ahí (un dólar el medio litro) terminan quedando inconscientes en lugares variables de la vía pública, habitualmente con el cuerpo contorsionado sobre algún escalón, reflejando el momento determinante en que la lucidez es superada por el desnivel del terreno.
(Hay más fotos en el Instagram de Vane)
La pasamos muy bien en São Gabriel, lo único que nos preocupaba un poco era que la prolongada estadía mermaba nuestras reservas de doxiciclina, de la cual no quisimos prescindir en estos días en una ciudad que, con solo 20 mil habitantes, tiene 13 mil casos de malaria por año. Pudimos conseguir algunas pastillas más en el hospital, pero nada en las farmacias que siguen un poco desabastecidas por los últimos días de aguas bajas.
La primera opción de trasporte río arriba había sido un barco militar que prometió llevarnos gratuitamente hasta Cucuí, ya muy cerca de la frontera. Alguna vez se construyó una carretera interna para llegar hasta ahí, pero hace unos años la crecida de un río arrastró uno de los puentes, luego el arreglo se atrasó y ahora la vía está impasable y un poco engullida por la selva. Hoy en día solo se va por río, el mismo Río Negro que además conecta una enorme cantidad de comunidades originarias, según podemos ver en los excelentes mapas que con seguimos en ISA (Instituto Socio Ambiental). Pero el barco militar se atrasó un día, luego dos, luego tres y un sábado nos dijeron que no saldrían ni ese día ni el domingo, que tal vez el lunes. Cuando fuimos el lunes muy temprano ya habían salido el domingo y no habría otro barco militar hasta dentro de uno o dos meses. Probablemente alguien en la cadena de mando no quiso llevarnos.
La segunda opción fue una canoa techada de una familia tucano que tardaría varios días en llegar a Cucuí. Una mañana lluviosa no nos entendimos del todo y también partieron sin nosotros. Tal vez así haya sido mejor porque no daba la sensación de que entrara más gente en esa canoa. La tercera opción fue otra canoa con techo al mando de Rafael (venezolano) y Norberto (colombiano) que podría llevarnos hasta San Felipe, ya en Colombia, frente a Venezuela, siempre y cuando lograran vender un motor fuera de borda para comprar combustible. Cosa que nunca ocurrió.
Finalmente, luego de extenuantes jornadas yendo y viniendo bajo el sol por largas calles de tierra amazónica, conseguimos un agradable y crepitante navío de madera, el barco del Bamba, para continuar rumbo a la recóndita frontera con Colombia y Venezuela.
Lleva mercadería pero también tiene espacio para algunas hamacas. Cobra 250 reales hasta San Felipe e incluye la comida de los tres días de viaje que hay por delante.