El chofer, Vane y yo vamos en un auto sin patente. Es un Toyota Ipsum que no tiene placa, ni adelante y atrás. Pero tiene una en la guantera que, aunque no es exactamente la de nuestro auto modelo 94 sino de una caminoneta del 90, será una opción para mostrar a la policía si llegara a pararnos.
Yo voy en el asiento del acompañante, Vane atrás. Nos dirigimos hacia el sudeste entre charcos y pastizales por un camino de tierra que es transitable solo en temporada seca. Llevamos un par de horas atravesando terrenos privados: la inmensa estancia de los Nogales, terratenientes bolivianos que viven en Estados Unidos y que solo llegan a sus campos en avioneta. El chofer frena al entrar en un bosque, apaga el motor y abre la puerta. Tengo el cinturón de seguridad puesto, es la primera vez que lo uso en Bolivia. El chofer baja del auto, tira su bolo de coca al piso y camina hacia atrás.
Pasan un par de minutos en el que los mosquitos van invadiendo el coche. Cuando el chofer regresa de hacer pis, se mete otro gran bolo de coca y bicarbonato en el cachete y vuelve a arrancar el Ipsum.
–Supongo que un auto sin placa no puede tener seguro contra terceros.
–No –contesta el chofer sonriendo y si sacar la vista del camino.
–¿Y qué pasa si atropellamos a alguien?
–Hay que pagar.
–¿A la familia?
–Y a la policía… Si mato a alguien tendría que pagar entre 7.000 y 10.000 pesos a la familia y unos 1.500 o 2.000 a la policía… ellos te dan un papel con la lista de infracciones.
–¿Y si la familia no quiere la plata?
–Es raro. Más bien te lo agradecen.
–Y el que no paga va preso.
–La policía te molesta hasta que pagues.
–¿Y si atropellás a alguien de una familia con mucho dinero?
–Ahí sí que puedes ir a la cárcel.
Desde hace un tiempo vengo pensando en el tema de legalidad y costumbres en Bolivia. Más exactamente desde hace unos meses en Puerto Villarroel. Estábamos esperando un barco cuando nos enteramos de que no zarparíamos porque el capitán había quedado demorado en la oficina de policía de Cochabamba y ahora le tocaba explicar cómo acababa de ahogarse uno de sus pasajeros.
En aquel momento estábamos con nuestros amigos bolivianos Liliana y Edmundo y supuse que ellos eran los ideales para preguntarles cómo se resolvían esos tipos de problemas en un país donde casi nadie usa chaleco salva vidas en los botes, ni cinturón de seguridad en los autos, ni casco en las motos y donde la cantidad de los pasajeros de los taxis compartidos suelen duplicar el número de asientos. Y la respuesta fue la misma: pagando a la familia y a la policía.
–En Bolivia lo que manda es el dinero –resume ahora el chofer.
–Como en todos lados –contesto yo.
Pero es verdad que Bolivia parece un país muy ortodoxo en esa religión. Tal vez por eso sea difícil viajar a dedo acá, muchas veces a la gente le cuesta entender por qué alguien viajaría sin pagar su pasaje.
El chofer también nos contó que, si el asesinato es intencional pero más o menos justificado, la cifra puede subir a 17.000 o 20.000 pesos bolivianos (menos de 3.000 dólares). Y que en el otro extremo de la tabla están las infracciones menores, como pasar un semáforo en rojo que corresponde a unos 50 pesos. Y que incluso no habiendo ninguna infracción evidente el policía podría inventarse alguna, pero entonces eso serían unos simples 10 pesos, casi a modo de limosna.
Soy consciente de que en todos los países existen conflictos de solapamiento de derechos entre lo que dice la ley y lo que dicen las costumbres, pero en Bolivia es realmente notable. Por ejemplo, no sé si podríamos considerar totalmente ilegal al auto chuto (así le dicen acá a los autos sin patente) en el que viajábamos ahora, porque la placa trucha que llevamos en la guantera no es falsificada ni comprada en el mercado negro, es una patente entregada por DIPROVE (Dirección de Investigación y Prevención de Robo de Vehículos), un organismo del estado que acá en el Beni, entre otras cosas, se dedica a entregar placas de vehículos en desuso a los autos chutos que funcionan como transporte público, así pueden registrarlos, controlarlos y cobrarles la correspondiente cuota por derecho a funcionar como taxis. Lo curioso es que ese truco es solo válido para la jurisdicción del DIPROVE local del estado del Beni, porque si te agarra una inspección del DIPROVE nacional con una patente trucha, podés perder el auto. Así es, DIPROVE local te da la placa falsa y el mismo organismo a nivel nacional puede penar ese acto embargándote el vehículo. Y eso ocurre principalmente porque no todos los autos chutos vienen de Chile o Brasil, algunos son robados en La Paz (muchas veces luego de asesinar al taxista, y esto también nos lo confirmó Álex Ayala, que ha investigado mucho el tema). Aunque quien lo compra puede sospecharlo, porque no es lo mismo un auto con documentación de Chile que uno sin ningún papel.
Para entender la magnitud del tema, es bueno saber que la gran mayoría de los vehículos del estado del Beni no tienen patente. Y lo curioso es que estos autos chutos no pueden circular por toda Bolivia. El chofer nos explica que solo los dejan circular por el norte del país. Es decir, por la carretera de las yungas no se les permite ir más allá de Caranavi y por el oriente, no más al sur de Trinidad.
Y, para que se entienda un poco más lo borrosa que es la frontera de lo legal y lo ilegal en este tema, en el pueblo del que salimos hoy hay otro buen ejemplo: el ex alcalde de Santa Rosa y candidato para las próximas elecciones usa una camioneta sin patente que acaba de comprar en Brasil.
Ahora Estamos en San Ignacio de Moxos. Desde acá queremos entrar a la selva del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) por el norte. Hay caminos hasta cierto punto (aún no sabemos hasta dónde), luego veremos cómo seguir. Idealmente nos gustaría llegar al alto Sécure, a la selva de montaña. Ahí viven los indígenas de la etnia T’simane. Nos han dicho que son los menos occidentalizados de Bolivia y que viven prácticamente igual que en las épocas precolombinas.