Caminos difíciles en Guyana

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El río Tacutu separaba dos extensiones de pasto con parches de bosque bajo. De un lado Brasil y del otro Guyana. Al bajar de la canoa, primero yo y luego la mochila, pregunté al canoero hacia dónde quedaba el pueblo. Me salió preguntarle en portugués y el hombre me contestó en portugués. Las indicaciones fueron que siguiera derecho por el único camino, un camino de tierra roja. Lo saludé con un apretón de manos, porque sentí que era la forma correcta de saludar a alguien que te lleva en su canoa.

Lethem, Guyana (Large)

Un kilómetro más adelante estaba Lethem. Nunca había visto un pueblo así. Me pareció que había pocos árboles y mucha prolijidad para un lugar tan tropical. Eran unas cuantas casas, muchas de madera recién pintada, salpicadas sobre un campo que se me ocurría más bien preparado para las vacas.

Caminé un poco sin rumbo, que es como se suelen caminar los primeros pasos en cualquier pueblo, y en algún momento, entre terrenos vacíos, crucé a unos niños que se entretenían jugando al cricket, como si eso fuera un juego para niños (o para alguien). Ellos me echaron unas miradas sin dejar de jugar. También, en alguna otra curva, crucé a un par de negritas con vestidos blancos impecables. Se me ocurrió pensar que era domingo y que vendrían de misa. Puede que fuera domingo.

Ara chloropterus, Guyana (Large)
Ara chloropterus

A pesar de que ya venía bastante sorprendido, la situación más particular fue al tramitar la visa. Alguien me había indicado el lugar: una de las tantas casas de madera recién pintadas. Como la puerta estaba abierta, entré sin golpear a lo que resultó ser una habitación bastante oscura.

–¡Hello!

Al principio nadie respondió a mi llamado, pero un rato después apareció un negro grandote, desnudo y con una toalla a la cintura. El negro primero se disculpó sin demasiado entusiasmo y luego fue a sentarse detrás de un escritorio, aclarando que recién salía de bañarse. Entonces le pregunté si hablaba portugués; mi inglés era bastante malo en aquella época. Me contestó que no y me pareció raro. Es decir, a pesar de que es lógico, ya que en Guyana no se habla portugués, estábamos en los ‘90 y era la primera vez que veía un negro que no hablara portugués.

Finalmente todo terminó bastante más normal de lo previsible con un sello en forma de ataúd en mi pasaporte y un apretón de manos húmedas.

Cuando la mochila empezó a pesarme demasiado por tanto deambular, decidí alojarme en un pequeño hospedaje de madera pintada de celeste, atendido por una joven negra que me parecía linda y que desde el primer momento acostumbró a mirarme de reojo y a tratarme con la soberbia de una negra del Bronx.

visa para Guyana (Large)
Let-them go

En los siguientes días intenté continuar por alguno de los dos caminos que salen de Lethem, es decir: la larga carretera de tierra que conducía a Georgetown en la otra punta del país y que solo era transitable con buen clima, y el camino a Aishalton, una comunidad indígena de la etnia Wapishana, hacia el misterioso sur de Guyana. Pero en esos días nadie del pueblo parecía andar con ganas de viajar. Mi última oportunidad fue una avioneta que llegó una mañana y que volvía a Georgetown por la tarde. La dejé pasar porque me pareció que no se ajustaba a mi presupuesto y porque ya me estaba enterando de que no existía ninguna otra salida de Guyana hacia Venezuela que no fuera volver por el mismo camino. Entonces solo me limité a observar al puñado de pasajeros entrar a una habitación de madera pintada, para recibir la vacuna de la fiebre amarilla, y luego entrar al aeropuerto, que simplemente consistía en una pista de tierra rodeada por un alambrado. La avioneta levantó vuelo con facilidad y fue haciéndose cada vez más pequeña. Yo cargué mi mochila y regresé hacia el río Tacutu.

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