Rumbo al Casiquiare

Scroll this

Caminamos por la selva, ya en Venezuela. Fueron 19 kilómetros hasta la comunidad baré y nadie sabía que andábamos por ahí. Eso nos incomodaba, como siempre, por ir sin pedir permiso, sin saber si vamos a ser bienvenidos. Aunque en el fondo confiaba en la naturalidad de Vane para ser simpática con la gente. Además nos habían dicho que ahí vivía una sola familia y que eran buena gente. Nos avisaron que después tal vez sería un poco más complicado con los yanomanis, que son una etnia más cerrada que los baré. Sabemos bien que los yanomamis son muy reservados pero hasta ahora nunca habíamos escuchado nada de los baré, solo sé que son muy pocos y que pertenecen a la familia lingüística arawak.

Desde que murió Chávez ha corrido mucha agua bajo el puente.
19 kilómetros, el único camino en toda la región.

Nuestro objetivo original era conocer a los yanomamis y al brazo Casiquiare, tanto a los originarios como al río. La zona es tan alejada que los europeos la recorrieron recién trecientos años después de su llegada a América. Los primeros europeos que navegaron el Casiquiare fueron los legendarios exploradores Alexander von Humboldt y Aimé de Bonpland en el año 1800.

Humboldt y Bonpland en el Casiquiare (óleo de Eduard Ender, 1850)

Siempre quise llegar a conocer esta zona tan aislada, la primera vez que lo intenté fue en 1999 y la segunda en 2012, esta era la tercera y ya estábamos cerca.

Íbamos con el ánimo muy arriba, no solo por la cercanía de conseguir el objetivo sino también por el simple hecho de que cargábamos las mochilas por un sendero en la selva. Caminar por la naturaleza llevando la carpa y provisiones para varios días nos pone felices, una libertad que cada tanto olvidamos ejercer.

Mi cara de ánimo muy arriba.
Mi cara de camino dudoso.
Mia cara donna.

Paramos a descansar varias veces, metimos los pies en el camino inundado, nos masajeamos las ampollas, nos refugiamos de la lluvia, nos metimos en un par de ríos rojizos con peces brillantes, comimos pan, galletas, sándwiches.

La hora del té.
Hyphessobrycon sp.
Somos senderos.

Diecinueve kilómetros con las mochilas son agotadores, tardamos siete horas (desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde) y llegamos a Solano (2°00’00″N, 66°57’06″W) muy cansados. En la aldea eran cinco hermanos de edad avanzada, con sus parejas, hijos y nietos. Viven en descascaradas casas de material que se construyeron hace ya medio siglo en algún proyecto de vivienda estatal. Como siempre, la parte de material se usa para dormir y el resto de la vida hogareña transcurre en un fresco ambiente de madera y paja adosado a la casa.

Viven Solanos.

El momento más incómodo al llegar a una comunidad es cuando tenemos que presentarnos, explicar el objetivo de nuestra visita y luego tratar de resolver el tema de donde dormir y qué comer. Siempre llevamos nuestra carpa, olla y provisiones, pero lo ideal es no hacer rancho aparte.

Esta vez fue fácil resolverlo, enseguida hicimos amistades con los abuelos Ana y Omar. Nos cedieron una casa abandonada para que colguemos nuestras hamacas y luego nos prepararon sopa de pescado. Nosotros les dimos la mitad de nuestras provisiones sabiendo que nos quedaríamos unos días con ellos y reservamos la otra mitad para cuando visitáramos a los yanomamis.

Qué más puedo pedir.

A la mañana siguiente fuimos a conocer el río, el encuentro tantas veces imaginado. El clima estuvo a la altura de las circunstancias. Un río crecido, calmo y neblinoso, parecía sacado justamente de un sueño.

Casiquiare

El brazo Casiquiare es muy particular, casi todos los ríos nacen de afluentes más pequeños y terminan en ríos más grandes pero el Casiquiare, en cambio, nace por un “derrame” del Orinoco, en una situación parecida a una captura fluvial pero sin completarse, y termina en el Río Negro, afluente del Amazonas. De esta forma se convierte en un canal navegable que comunica la cuenca del Orinoco con la del Amazonas por regiones de muy poca pendiente. Es así que puede considerarse a gran parte del macizo guayanés como una inmensa isla dentro del continente sudamericano, una isla enorme que incluye a las tres Guyanas, la mitad de Venezuela y parte del norte de Brasil. Es decir, uno puede subir navegando por el Amazonas, luego por el Río Negro, ya en Venezuela entrar al Casiquiare, salir al Orinoco y navegar todo el Orinoco río abajo hasta el mar, luego bajar bordeando por la costa hasta Belén y volver a entrar al Amazonas completando la vuelta.

Isla Guayana

En el caso del Casiquiare se da un equilibrio extraordinariamente estable. En una situación más típica, la erosión haría que el brazo termine capturando toda la cabecera del Orinoco e incorporándola a la cuenca amazónica (por ejemplo, en 2016 el río Slims en Canadá desapareció en solo cuatro días al ser capturado por el río Alsek) pero el antiquísimo suelo de granito de esta región del macizo guayanés ha hecho que este estado de equilibrio de semicaptura de caudal del Orinoco se sostenga muchísimo en el tiempo.

Muchísimo más antiguo que la humanidad.

En los días que estuvimos con los baré pudimos ver la situación de abandono total que sufren estas zonas remotas de Venezuela. Están lejos de todo, sin poder comprar ni vender nada. Viven de lo que cultivan y del intercambio con otras comunidades. La base del alimento es el casabe, que se hace con la yuca amarga. La yuca o mandioca (Manihot esculenta) existe en dos variedades principales: la yuca dulce que se puede hervir y comer directamente y es la que en general se encuentra en las verdulerías de las ciudades y la yuca amarga o yuca brava que es la que normalmente se cultiva en la selva y la cual es muy tóxica por su alto contenido de cianuro. Por eso con la yuca brava se produce el casabe, que es comestible debido a que en el proceso de producción ocurre la detoxificación. El tubérculo se pela, se raya, se escurre en un sebucán (una prensa hecha de hojas entretejidas) para extraerle la mayor parte del líquido, se tamiza y finalmente se tuesta formando panes achatados. Eso y poco más es lo que come gran parte de los originarios de la selva venezolana.

Acá probando un poquito de cianuro.
Sebucán.

La miseria es tal que Ana nos cuenta que, ante la imposibilidad de tener café, la gente tomó la costumbre de usar harina de yuca tostada como sucedáneo. Lo he probado y no tiene gusto a café pero el aroma acre, el color amarronado y el gusto dulce distraen a la angustia.

Estuvimos un par de días con los baré y luego partimos a visitar a los yanomamis. Omar se ofreció a llevarnos remando hasta la aldea. Fuimos en un bote de la guerrilla, del ELN, Ejército de Liberación Nacional. Habían estado por la zona un tiempo atrás, intentando hacer amistades con la gente, pero parece que no consiguieron asentarse en la región de San Carlos. El bote quedó en la comunidad pero Omar cree que algún día vendrán a buscarlo.

También vinieron con nosotros Ani y Omarcito, los nietos de Ana y Omar, cada uno con un remo de su tamaño. Los niños iban muy contentos. Bajamos por el Casiquiare un buen rato y luego subimos por un arroyo.