No todos los cactus son San Pedros

El siguiente achuma lo hice con Vanesa, a unos kilómetros al norte de San Fernando, recorriendo senderos arenosos entre bosques de espinas. Esta vez fueron unos cinco o seis centímetros de cactus para cada uno. Lo herví más tiempo. Fue más potente y casi no tuvimos náuseas. Es una planta realmente fuerte. Me da la sensación de que tienen bastante más mescalina que los San Pedros peruanos.

Lo curioso es que he escuchado a más de una persona decir que lo probó y que no sintió nada. Y no es nada raro que después aparezca la frase “el cactus te elige o no te elige”. Yo supongo que estos intentos fallidos son parte de la confusión por llamar San Pedros a los achumas o wachumas del noroeste argentino. Se los llama así por sus similitudes con los bien conocidos San Pedros peruanos y lo que ocurre es que, en Catamarca, junto con el achuma suele crecer otro cactus también muy abundante: el cardón moro (Stetsonia coryne) que es mucho más parecido a los San Pedros de Perú que el buscado Trichocereus terscheckii. Si alguien intenta identificar al wachuma poniendo “San Pedro cactus” en Google Imágenes, de seguro va a terminar cortando un cardón moro y tomando simplemente un caldo feo. Tal vez no es que el cactus no te elige, sino que uno no elige bien el cactus. No es fácil encontrar información sobre el achuma en la web. A veces buscar un dato en Internet puede ser como buscar una aguja en un pajar, si es que la paja se vuelve muy popular.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgala
Este sí
Stetsonia coryne - Catamarca
Este no

No es pura especulación lo que digo sobre la confusión del wachuma con el cardón moro: sé de al menos una persona que le ocurrió y también he visto muchos cardones moro cortados en las zonas cercanas al camping, un lugar que en estos días suele estar vacío, pero que en verano tiene una alta densidad de mochileros que, por alguna razón o por otra, decidieron acercarse a la calurosa Catamarca y hacer sopa de cactus.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Catamarca
Catando marcas en Catamarca

El próximo objetivo del viaje será cruzar la sierra de Ancasti en busca del cebil, el árbol sagrado de los indígenas del norte argentino.

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Cactus visionarios en Catamarca

Andrés regresó a Buenos Aires y con Vanesa cortamos una rama de un cactus, la cargamos en la mochila y seguimos hacia Belén. Ahí dormimos en un negocio de venta de ponchos. Nos despertamos a las seis de la mañana, salimos, tiramos la llave por debajo de la puerta del negocio y caminamos por calles frías y oscuras cargando las mochilas hacia la terminal de buses para tomarnos la kombi que sale a las siete de la mañana, solo dos veces por semana, hacia Andalgalá.

Sentados en el fondo de la kombi ya calefaccionada, iluminándonos con linternas y haciendo ruido de bolsas entre pasajeros adormecidos, preparamos el desayuno mezclando avena, leche en polvo, azúcar, pasas de uvas, nueces y agua.

Andalgalá nos pareció mucho más agradable de lo que imaginábamos. Un pueblo tranquilo y arbolado. Hacia el sur se ve la planicie del desértico campo de Belén, hacia el norte las montañas de la Sierra de Aconquija.

Después de instalarnos en un camping salimos a caminar. En las afueras del pueblo un inesperado cartel que indicaba “Sitio arqueológico Los Morteritos” nos desvió hacia el noreste. Atravesamos unos terrenos, cruzamos un río y continuamos por una picada entre arbustos espinosos. Los típicos morteros, agujeros en piedras donde los indígenas molían lo que tuvieran que moler, aparecieron en una gran roca de una vertiente seca.

Los Morteritos de Andalgalá

Y junto a ellos, los enormes achumas o wuachumas. Ya empieza a resultarme sorprendente la asociación entre sitios arqueológicos y cactus psicoactivos.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgalá

Continuamos trepando la montaña abriéndonos paso entre las ramas y las espinas. Desde ahí pudimos ver que todas las laderas de los cerros están pobladas de wachumas.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Aconquija

Esa tarde corté una rodaja de cactus (solo cuatro o cinco centímetros, para empezar con algo suave y en modo experimental, ya que no conocía la concentración de mescalina en Trichocereus terscheckii), le saqué las espinas, la piel y la parte blanca del centro. Lo cociné en un fogón durante un par de horas. A la mañana siguiente lo colé y lo escurrí retorciéndolo con fuerza dentro de una media limpia. Tomé una tacita en ayunas. Media hora después, mientras estaba echado en la hamaca paraguaya con Vanesa, empezaron las náuseas. Una hora y media después, recostado boca arriba en el pasto, las náuseas disminuyeron a un mínimo. Los colores se pusieron más intensos, las superficies rígidas se movieron en oleajes, la cara de Vanesa se puso más anaranjada y un poco diabólica, los pensamientos tiraron lazos hacia todos lados. Un par de horas después comimos nueces a la sombra de los nogales. Varias horas después, mientras miraba el cielo acostado dentro de la bolsa de dormir sobre un colchón de hojas de nogal, se hizo de noche.

colores

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San Pedro en Catamarca

De Fiambalá viajamos en un pequeño bus a Tinogasta y de ahí hasta Londres que, a pesar de su nombre tan europeo, se supone que fue la primera localidad fundada por los españoles en Catamarca y además, increíblemente, la segunda en el territorio argentino. Tan increíble es este dato que, de hecho, no lo creo. De lo que si podemos estar seguros es que ahora es un antiguo y agradable pueblo a unos veinticinco kilómetros al sudoeste de Belén. El mayor atractivo turístico del lugar son las ruinas de Shincal, un centro administrativo incaico ocupado en tierras paziocas (diaguitas) durante 65 años: desde la última expansión del imperio en 1471 hasta la llegada de los españoles a la zona en 1536.

Lo que más me sorprendió del sitio arqueológico fue la presencia de achumas (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el cardón ceremonial del noroeste argentino.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - Shincal

Achuma (o wachuma) es su nombre en quechua y el usado actualmente por los baqueanos y pobladores más antiguos de las zonas rurales, pero en otros ámbitos es más conocido por el nombre de San Pedro. Esto genera una gran confusión debido a que ese nuevo nombre proviene del cactus San Pedro que crece en Perú (Trichocereus pachanoi). La primera vez que escuché que crecían San Pedros en Catamarca me generó muchas dudas, ya que me resultaba raro que los T. pachanoi (o eventualmente los parientes cercanos y también cactus enteógenos Trichocereus. peruviana y Trichocereus bridgesii) llegaran tan al sur. Ahora que sé que el San Pedro de Catamarca es T. terscheckii, lo siguiente que me genera dudas es si realmente hubo un consumo continuo y tradicional del cardón o si es algo más nuevo, producto de probar cactus similares al San Pedro peruano en épocas recientes. La ausencia de registros arqueológicos referidos al cardón es lo que me genera este interrogante principalmente por la comparación con la abundante presencia de registros existente sobre el consumo de la otra planta alucinógena de la zona: el cebil o vilca (Anadenanthera colubrina); incluyendo pipas, inhaladores, muestras orgánicas antiguas y hasta informes escritos en la época de la colonia. En sentido contrario, lo primero que me hace pensar que tal vez sí haya existido un consumo continuo y tradicional (aunque minoritario por el casi extermino de los indígenas y sus culturas) del achuma es la existencia de la misma palabra achuma, término que fue utilizado por los incas para referirse a los cactus visionarios y que ahora siguen usándolo los lugareños para referirse al cardón, incluso sin tener conocimiento de sus propiedades psicoactivas.

Otro dato, que si bien es algo anecdótico me parece que tiene importancia, es que, casualmente, poco antes de viajar hacia Catamarca estuve leyendo el libro Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla y en el texto encontré varias veces la palabra “achumado”, término que aparentemente usaban los indios para referirse a alguien borracho. Probablemente significara “puesto” en términos generales. No es la primera vez que escucho que los indios tienden a no separar los conceptos de “borracho” y “drogado”, cosa que me resulta mucho menos arbitraria que nuestra distinción entre esos dos términos, uno tan específico y el otro tan generalista.

Dice Mansilla en ese excelente libro escrito en 1870:

“El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, diciéndome que estaba achumado (ebrio).”

“-No, señor; es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy contentos de verlo y medio achumados- repuso.”

“Nadie, y eso que había muchísima gente achumada, nos faltó al respeto en lo más mínimo. Al contrario, caciques y capitanejos, indios de importancia y chusma, cristianos aislados y cautivos, todos, todos nos trataban con la más completa finura araucana.”

“Intenté levantarme del suelo para retirarme a la sordina, viendo que la mayoría de los concurrentes estaba ya achumada.”

“Un gran fogón moribundo ardía en la enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo rodeaban varios montones de indios achumados. Muchos caballos ensillados estaban con la rienda caída, inmóviles, donde los habían dejado el día antes.”

“Mariano estaba sentado con unos cuantos indios, medio achumado como ellos.”

“-No hay cuidado, señor. Baigorrita me ha encargado que repare no lo incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado a beber de noche.”

“Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los guantes de castor se presentó. Venía algo achumado.”

“El indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre achumado es más pesado y fastidioso qué una mujer enamorada celosa.”

“Al mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba achumado.”

“Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo, presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, achumados a cual más, me despertó.”

“No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible en la paz cuando está achumado. El aguardiente lo pone demente.”

“En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados. Se levantó de golpe, y diciéndome: -No quiero que me vean aquí- se deslizó por entre las sombras de la noche.”

“No siéndole posible acompañarme a Villarreal hasta el toldo de Ramón, ni darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba achumada, lo que hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé a Camilo Arias, y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.”

Todas esas dudas sobre el achuma fueron las que nos trajeron a Catamarca: decidimos venir y tratar de entender un poco más. Por eso, lo primero que hicimos con Vanesa en San Fernando fue visitar a Marcelo, un contacto del que me dijeron que preparaba el achuma en forma tradicional, y lo segundo fue visitar la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y consultar con los entendidos en el tema para verificar que no me estuviera perdiendo de alguna bibliografía existente.

A Marcelo solo pudimos verlo un día, ya que luego tuvo que salir de viaje, pero ese día alcanzó para que me contara cómo había aprendido a preparar el achuma de su padre nacido en 1916, que él a su vez lo había aprendido de su abuela y antes de su bisabuela; también de cómo eran las mujeres las que solían utilizarlo medicinalmente en la antigüedad y de cómo le daban una gotita de té de achuma a los bebés al momento de nacer para que se les abriera el entendimiento. El tono en el que me contó todo fue tan auténtico y natural que casi no me caben dudas de lo que dijo y me hace pensar que él es un claro ejemplo de las pocas personas que mantuvieron el conocimiento sobre el uso tradicional del cardón, resistiendo el vaciamiento cultural que sufrieron los pueblos originarios en estos últimos siglos.

Por otra parte, en la Facultad de Arqueología los profesores me confirmaron que no hay mucha bibliografía sobre el tema (es decir que no hay nada) pero, de todos modos, de las charlas con ellos me llevo unos cuantos datos que ya contaré. Además, una cosa que me quedó dando vueltas fue algo que me dijo el doctor Nazar, una de las personas que más sabe del tema y de quien había leído algunos papers, y fue en el momento en que reflexionó: “Los aborígenes y los cactus han vivido ahí durante miles de años: sería raro pensar que no los hubieran probado, de hecho es bien conocido el uso culinario de otras cactáceas en la zona”.

Por eso digo que lo que más me llamó la atención de Shincal fue la cantidad de cardones que crecen en el lugar. Están ahí los restos arqueológicos y están ahí los inmensos cardones creciendo entre las ruinas. Y lo mismo ocurre en el sitio arqueológico Pueblo Perdido en San Fernando. Eso me lleva a pensar en algo más: esas poblaciones de cardones en particular pueden haber sido plantados por los propios indios.

Achumas San Pedros en Pueblo Perdido

Ahí mismo en Shincal, deslumbrado por el sol y las espinas doradas del cardón, escuché a una guía turística mencionar que los incas plantaban el maíz cerca de los sitios ceremoniales donde se consumía la chicha y que de esa forma la bebida ya era sagrada desde sus ingredientes. Entonces, sutilmente pregunté por el cactus.

–¿Y este cardón lo usaban para algo?
–No, no se conoce que lo hayan utilizado… eso lo usan los chicos de la calle, los hippies.

Noté cierto desagrado en su tono.

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Seré comarca en Catamarca, la triste ceremonia del velorio

Es la escuela más alejada de la zona. Algunos chicos se despiertan con temperaturas bajo cero de las seis de la mañana, para caminar durante una hora y media entre los cerros antes de llegar a las aulas.

montañas de Tatón

Cuando terminamos nuestras tazas de té, al saber que Vanesa y yo éramos biólogos, el director de la secundaria pidió que le echáramos un vistazo al invernadero para ver si podíamos ayudarlos con algunos problemas que venían teniendo.

En el camino pasamos por el jardín de infantes donde nos presentaron a quince niños y dos perros.

Las bases de las paredes del invernadero eran de adobe, luego subía una estructura de acero en forma de cúpula y todo estaba cubierto por nylon y media sombra. El problema fundamental era que los vegetales estaban plantados directamente sobre la arena. Hablamos de compost, de arcilla, de tierras de la vera del arroyo, del INTA, de los técnicos del INTA que nunca fueron, del olvido, de los bajos recursos, del frío, del calor, del sol, del suelo arenoso de la zona, de la caca de los burros, de lombrices y de varias cosas más. Pero la sensación final que me quedó es que ni los técnicos del INTA ni los profesores ni nosotros teníamos que buscar una solución. De hecho tienen una gran ventaja: la posibilidad de explicarles el problema a los alumnos y que ellos mismos busquen cómo resolverlo. Ni siquiera hace falta que lo logren.

Por la tarde aprovechamos la vuelta en camioneta de los profesores para pedirles que nos llevaran hasta las dunas. Quedan volviendo por el camino, a unos cinco o seis kilómetros hacia el sudoeste. Dejamos la huella arenosa y seguimos hacia el norte, hacia las dunas. Subimos a una de las más altas.

dunas de Tatón

Fuimos con los aislantes para intentar deslizarnos en la arena. No funcionó.

El lugar es sorprendente: grandes médanos en una pampa árida junto a los Andes nevados. Estuvimos un largo rato en la cresta de la duna. Desde ahí podíamos ver las montañas, el bolsón y la ruta. Durante todo ese tiempo solo pasaron un par de autos levantando polvo a lo lejos.

Luego volvimos a al camino y regresamos a pie a Tatón.

caminando a Tatón

Podríamos haber hecho dedo al hermano del director de la escuela, pero volcó antes y murió. No lo vimos. Tal vez por unos minutos. Tal vez porque no miramos hacia atrás. Llegando a Tatón una camioneta con profesores que se habían quedado por la tarde nos cruzó en sentido contrario. Ellos fueron los que vieron el vehículo volcado poco después.

Acampamos.

Hicimos hamburguesas.

Por la noche tuvimos frío.

Al día siguiente el pueblo estaba muerto y pasamos por la casa donde velaban el cuerpo. Un anciano insistió para que entráramos. La gente repetía avemarías. El cajón estaba abierto. Había una vela encendida junto a los pies. En la cabecera, otras seis luces imitando velas y una cruz hecha con cajas de madera, vidrio y tubos fluorescentes.
Un profesor nos llevó de regreso a Fiambalá.

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El hambre es negro y negra su herradura

A Marcelo le salió un trabajo y tuvo que viajar. Al día siguiente llegó mi primo Andrés que decidió usar sus vacaciones para sumarse a nuestro viaje durante una semana. Entonces nos fuimos hacia el oeste, hacia los Andes, a la zona del bolsón de Fiambalá, una región alta donde abunda el color de la tierra seca. El achuma tendrá que esperar unos días. (O click acá para saltar hasta el encuentro del cactus visionario)

norte de Fiambalá

El transporte público solo llega hasta el pueblo de Fiambalá. Ahí dormimos dos noches. El segundo día fuimos a las termas, una cadena de piletones de piedra con agua que va bajando de temperatura de a uno o dos grados mientras desciende por la montaña (Vane es fan de las termas y del agua en general). Fuimos a dedo. Podría haberme quedado una semana en las termas, pasando de pileta en pileta, hacia arriba y hacia abajo. En las más calientes solo se puede estar unos segundos. Temí que se me desintegrara la malla. También pensé en la radiación. Sé que hay uranio por ahí.

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Después seguimos a dedo hacia los pueblitos del norte del bolsón. Son poblaciones muy pequeñas, grupitos de casas conectadas por un camino de tierra en forma de herradura. Nos llevó Manuel Aguirre en su camioneta.

a dedo por el norte de Fiambalá

Pasamos por Saujil, Palo Blanco, Mesada de Zárate y paramos un par de horas en Antinaco. Manuel nos contó que las familias ahí son casi todas collas y algunas diaguitas con apellidos raros. Él mismo es colla. Me convidó hojas de coca. Me dijo dónde comprarlas.

Antinaco

Finalmente nos dejó en el pueblo de Medanitos con un amigo que nos ofreció quedarnos a dormir en la casa que había sido de sus padres y que ahora vive su hermana. El rancho quedaba en Nacimientos, un caserío a unos kilómetros al norte de Medanitos, junto a un inesperado bosque de algarrobos rodeado de terrenos muy áridos. El rancho tenía piso de tierra, paredes de adobe y techo de cañas, barro y algarrobo. En una de las paredes había un almanaque de 1980. Al atardecer tomamos mate y comimos pan junto a una anciana, una mujer, una joven y una niña. Esa noche no hubo cena. Y fue silenciosa y oscura. Echados en la cama, daba lo mismo cerrar o abrir los ojos.

rancho de adobe

Al día siguiente fuimos a dedo hasta Tatón, ya saliendo del bolsón y entrando en las montañas. Llegamos a las nueve de la mañana casi congelados en la caja de una camioneta.

frío en camioneta

Caminamos entumecidos hasta una casucha donde parecía haber gente. Entonces preguntamos sí había algún lugar dónde desayunar. Nos dijeron que no y nos hicieron pasar. Eran los maestros de la escuelita del pueblo, desayunando pan y mate cocido parados alrededor de un latón con brasas. El director de la escuela ordenó que nos sirvieran el desayuno, sin saber (por supuesto) que su hermano moriría al día siguiente, a decenas de metros de nosotros tres y a kilómetros del resto del mundo.

Bolson de Fiambala

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Argentina y Bolivia 2016-2017

Ahora empieza el viaje propiamente dicho. Hacia el norte, la única dirección que más o menos tenemos planeada. Partimos en tren de Buenos Aires a Santiago del Estero. Fuimos en camarote, que es algo muy agradable para viajar en pareja. Salimos de noche. Las luces de la ciudad fueron entrando a través de la ventana, una detrás de otra, como fotocopiándonos los cuerpos. El viaje duró veintitrés horas. Dormimos, miramos el paisaje, nos reímos mucho, porque eso siempre ocurre con Vanesa y porque nos entretuvimos con algunos capítulos de Rick and Morty en la laptop.

como ir en tren a Santiago del Estero
Actualizando windows vista.

En Santiago del Estero pasamos unos días atípicamente lluviosos. Vanesa actuó en un show de stand up junto a Dangero Ponce y a Oshko Herrera. Estuvo muy bien.

stand up en Santiago del Estero

Después seguimos a dedo hacia Catamarca. El siguiente objetivo del viaje es conectarnos con el achuma (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el San Pedro del sur, el cactus visionario de los alucinógenos indios del noroeste argentino. El primer día nos acercamos a la Facultad de Antropología de la Universidad de Catamarca. Hablamos con un par de profesores entendidos en etnobotánica. Hay una cuestión de evidencia arqueológica que no me estaba quedando clara y necesitaba consultar con los expertos. Ya lo explicaré mejor.

Ayer, después de varios intentos, pudimos encontrarnos con Marcelo, un contacto invaluable que me pasó un amigo de Buenos Aires. Marcelo heredó la tradición del achuma de su padre, su padre de su abuela y su abuela de su bisabuela. Eso es lo que más me interesa, rastrear el uso tradicional del cactus.

Nos costó encontrar a Marcelo. Vive en un bosque en la montaña, con su mujer y sus dos hijas, en una cabaña que él mismo construyó. Fue difícil dar con el camino que conduce a su casa, en un valle donde ni hay señal de celular.

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Marcelo no es chamán de profesión, no trabaja de eso. Simplemente aprendió de su padre y siempre ha preparado el achuma para él mismo o para sus amigos. Me contó que ahora hace más de diez años que no lo hace. Su padre tampoco se dedicaba al chamanismo. Su abuela sí.

Le pregunté si sabía de alguien más que hubiera heredado la tradición del achuma en Catamarca. Me dijo que podía ser, pero que él no conocía a nadie.

Este fin de semana iremos con Marcelo a caminar por la montaña.

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Mar Azul en otoño

Trajimos a las perras a Mar Azul y es otoño.

jugando con las perras
Canis lupus familiaris

En otoño en Mar Azul las cortaderas tienen plumerillos.

Vanesa Olivieri entre Cortaderia selloana
Cortaderia selloana

Y los álamos pierden sus hojas.

Populus nigra

En otoño la playa está vacía.

la playa en otoño

Y muchos días están nublados.

casa de hormigón en Mar Azul

Y húmedos.

casa de hormigón en otoño

Y el sol está bajo.

sol bajo

Una tortuga muere en otoño en Mar Azul.

tortuga muerta
Dermochelys coriacea

Otoño es una buena época para juntar piñones.

Pino piñonero - Pinus pinea
Pinus pinea

Hay unos pocos pinos piñoneros en el bosque. Mi abuelo (con toda su españolidad) los reconoció en los ’90 y nos dijo: «Esos son pinos piñoneros. Dan piñones. Se comen.» Desde entonces hemos comido miles.

piñones de Pinus pinea
Piñones de Pinus pinea

En otoño en Mar Azul crecen hongos de pino.

Suillus granulatus
Suillus granulatus

Y níscalos.

Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus

Lactarius deliciosus y Suillus granulatus

níscalos salteados

En Mar Azul en otoño hace frío.

Vanesa Olivieri y salamandra

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Ruido grave y profundo

(Perdón por los errores, estoy escribiendo rápido y sin corregir. Quiero mantener las crónicas al día.)

Mis padres nos prestaron el auto y la casa para venir a Mar Azul. El viaje fue tranquilo. Lo único que nos llamó particularmente la atención fue un cartel pasando General Conesa que decía «Reduzca la velocidad en caso de humo». Supusimos que era por las llamas de Madariaga.

En cierta forma siento que aún no estoy viajando. Supongo que es por la familiaridad: la casa conocida, los cuadros de mi hermano, el bosque que crece muy lentamente.

A Vanesa no le dieron la licencia y renunció. Imagino que debe haber sido difícil en un momento en que mucha gente está perdiendo su trabajo. Se la está jugando. No me preocupa tanto, siento que hace tiempo que estoy en ese mismo camino: eligiendo el piso inestable, con la seguridad que me da saber que no puedo elegir otra cosa. Una seguridad que a veces parece no estar, pero que es suficiente.

Ella seguirá trabajando hasta fin de mes pero a distancia. Con vértigo.

Casa de hormigón, Mar Azul

Ayer a la noche sentimos una explosión, un ruido grave y profundo. Hoy nos enteramos de que fue un meteorito. Dicen que puede haber caído en el mar.

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Experiencias con Amanita muscaria

Lo que ocurrió fue que Vanesa tuvo que volver a Buenos Aires porque se le acabaron las vacaciones. Y entonces yo volví detrás de ella.

Pero no nos quedaremos por acá por muchos días. Porque le pedí que me acompañe a viajar por el continente. Dijo que sí. Ya está tramitando la licencia. Ella trabaja en impacto ambiental. Alguien tendrá que sustituirla.

Volviendo al tema de las amanitas, puedo decir que se me han aclarado algunas cosas pero otras siguen oscuras. Ahora puedo dar fe de que crecen en nuestro país, dan náuseas y modifican el pensamiento, pero el tema de los viajes visionarios significativos se mantiene esquivo. Me traje varios hongos secos y sigo intentándolo, pero como las experiencias propias por ahora no fueron intensas, anduve recolectando relatos de anécdotas de otros. Me refiero a experiencias fuertes, contadas de primera mano y con Amanita muscaria recolectadas en Sudamérica.

Cito una como ejemplo, la de Leonel:

Bueno, te cuento mi experiencia. Recolecté y consumí Amanitas en Bariloche (Río Negro, Argentina). Los corté en láminas y los sequé cerca de un calefactor por unos días. Una vez que quedaron bien secos los enfrasqué y etiqueté con fecha. Esto fue en el 2014. Le tenía (y tengo) mucho respeto al hongo, y no tenía apuro, así que dejé pasar tiempo. Al año de la cosecha hice mi primera toma, poca cantidad para probar (unas 5 o 6 láminas). El efecto fue similar a lo que describís, es decir, borrachera lúcida, agudización de los sentidos, algunos colores al cerrar los ojos. Pasó más tiempo (febrero 2016, ya habían pasado dos años desde que los había recolectado) y, acompañado por amigos en un cerro, probé una dosis más alta (aproximadamente 1/3 de frasco de mermelada, ese volumen en láminas secas) y los comí como la vez anterior. Cometí el error de ingerir algo de alimento muy cerca de la ingesta de hongos (ya contaré por qué). Consumí esa cantidad en dos tomas con 40 minutos de diferencia (hice una primer toma, y al no notar diferencia en el estado conocido, decidí realizar otra toma). Luego de consumir la dosis total que mencioné, ya estaba sintiendo el efecto conocido, un pegue muy tranqui con sentidos agudizados. Al cabo de media hora comencé a sentir malestar estomacal, pero solo unas leves náuseas. Comencé a sentir cansancio y a cerrar los ojos y pum! se me apagó la tele. Tuve un viaje de aproximadamente 6 horas en total, 3 de las cuales no recuerdo nada, y en las otras 3 sí tengo registro. En las primeras tres horas me cuenta un amigo que me encontraba con los ojos cerrados pero sin dormir. Según su relato, estaba hecho una bolita en el piso (adentro de la carpa), me movía un poco, daba algunas vueltas, hacía movimientos con las manos, en un corte me acerqué a él y apoye mi cabeza en su abdomen, le daba pequeños golpes en la pierna. Luego de esta etapa sin registro de mi parte, comencé a tener “flashes” del presente. Sentía como si estuviera en una selva, sonidos por todos lados, escuchaba muy fuerte los latidos de mi corazón, y también percibía como un desfasaje de tiempo y espacio muy sarpado, en el que veía como si estuviera observando a través de esos lentes 3D de Disney que había antes, en los que veías fotos y apretando un gatillo pasabas a una siguiente. En este caso, veía como con esos lentes pero con mi mente y a través de mis ojos. De repente aparecía «en escena» el presente por unos segundos, y luego de esos segundos mi mente gatillaba y se «iba» a otro momento, “pasaba la foto”, tenía como la sensación de ir a otro tiempo-espacio pero paralelo, algo diferente y más nebuloso. Entonces iba y venía entre estas dos realidades, en la que una de ellas se presentaba nítida e intensamente, tomaba plena conciencia del lugar en el que estaba, con quiénes estaba, y así de consciente estaba también re loco (en el sentido de que tenía los sentidos súper agudizados, así que todo era una maravilla al percibirlo. Imaginate: arriba de un cerro, noche, estrellas, luna…),  y por tramos de segundos alternaba a esta otra realidad o forma de ver, un poco más inconsciente, como si tuviera los ojos abiertos pero viendo oscuridad (sin referirme a algo malo o incómodo). Sentía calor en los pulmones. Trataba de hablar con un amigo, pero al ir y venir entre estas dos realidades, me era muy complicado hacerlo. Tenía la sensación de que hablaba con mi amigo y con su “doble” de este otro lugar, pero me costaba recordar qué palabras había utilizado con cuál de ellos. Entraba y salía de la carpa, alucinaba con todo (bastante mareado pero sin embargo podía ponerme de pie y realizar pequeños desplazamientos). Al cerrar los ojos veía unas figuras geométricas que suelo ver en estados alterados de conciencia (todavía no le encuentro del todo su significado). Mientras sucedía todo esto, a su vez pensaba, reflexionaba sobre diferentes cuestiones. Me venía el pensamiento de que el tiempo se repite cíclicamente hacia lo que percibimos como futuro, por lo que si prestáramos atención a lo que hacemos por ejemplo en un día, minuto a minuto, hora a hora, nos daríamos cuenta de que estamos sentando las bases de lo que viene con lo que pensamos, sentimos y hacemos. Cada palabra, cada forma de energía que emitimos genera una onda expansiva que se extiende en el tiempo. Luego de un buen rato con todos estos flashes (aproximadamente dos horas y media), me viene un malestar y unas náuseas muy fuertes y tuve que dejar en la tierra lo que había consumido previamente. Luego de esto me sentí muy bien, muy aliviado, habiendo soltado no sé qué cosa aparte del alimento. Me quedé mucho más tranqui, acostado y despierto unos 40 minutos más. El desfase de tiempo-espacio iba mermando. Hasta que me dormí. Al otro día me sentía muy lúcido y tranquilo, alucinado con lo vivido, tratando de ponerle palabras. Fue todo muy satisfactorio, un nuevo estado que transité. En ningún momento sentí miedo o malestar (salvo por el detalle de las náuseas y vómito), y la experiencia del desfasaje fue muy copada y distinta a otros estados de conciencia que experimenté. Claramente la experiencia fue mucho más intensa al aumentar la dosis, y penduló en extremos (sin transición progresiva en mi caso), es decir, entre el extremo super tranqui y super consciente, al otro extremo alterado y con más presencia del inconsciente, en el que cambiaba la percepción de todo. Recomiendo respeto, cautela, paciencia, compañía que no haya consumido nada, y no consumir alimentos sólidos horas antes de consumir los hongos. Me queda para la próxima probar lo de la orina. Y según mi opinión, cuanto menos expectativas tengas, cuanto menos esperes, más relajada va a estar la mente y más va a permitir. Ojalá te sirva algo de mi experiencia. Saludos.

Amanita muscaria en La Cumbrecita

Lo que observo de las historias es que, al momento de tomarlos, en todos los relatos de experiencias fuertes los hongos estaban secos desde hacía mucho tiempo. Tal vez el paso del tiempo juegue a favor de la descarboxilación del ácido iboténico convirtiéndose en muscimol.

También, un par de experiencias notables coinciden con haber comido los hongos y haber tomado pis simultáneamente. Lo de tomar el pis viene de una tradición de los chamanes de Siberia. Lo que se cree es que el chamán comía las amanitas y el resto de los que participaban de la ceremonia tomaban su pis. La interpretación actual es que gran parte del muscimol pasa sin degradarse a la orina, filtrando el indeseado ácido iboténico. Pero buscando papers, he llegado al dato bastante certero de que lo que pasa a la orina es directamente el ácido iboténico, al menos en mayor proporción que el muscimol. Entonces me quedo pensando en la posibilidad de actividad descarboxilasa en el pis. Que los participantes de la ceremonia tomaran las amanitas y el pis del chamán al mismo tiempo y que cierta actividad descarboxilasa del pis ayudara a la producción de muscimol en los estómagos de aquellos antiguos habitantes del frío. Tal vez algo de actividad de la aminoácido aromático descarboxilasa, o la histidina descarboxilasa, u ornitina descarboxilasa, o uroporfirinogeno III descarboxilasa, o alguna descarboxilasa bacteriana, o quién sabe.

Mañana vamos a Mar Azul. Estaremos unos días ahí y luego probablemente subamos hacia La Rioja y Catamarca en busca de un cactus. El largo viaje está iniciado y no tengo que enlentecerme en Buenos Aires.

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El LIBRO

Cumbrecita alucinante

La Cumbrecita es alucinógena. Un poco por las amanitas y un poco por las montañas.

01 - Amanita muscaria

Las amanitas contienen muscimol, ácido iboténico y trazas de muscarina.

02 - zorro gris en la oscuridad

Tal vez la muscarina se degrade con el calor de una salamandra y, tal vez, cierta cantidad del ácido iboténico se convierta en muscimol.

03 - amanitas secándose en una salamandra

La muscarina y el ácido iboténico son tóxicos.

04 - los zorros son un flash

La muscarina y el ácido iboténico producen náuseas y el muscimol es alucinógeno.

té de amanita

Y también produce náuseas.

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Un poco.

06 - Lycalopex gymnocercus en la playa

La montaña es alucinógena.

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Y trepar en la nieve.

08 - trepando en La Cumbrecita

Y el sol en la nieve.

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Y las nubes sobre la nieve.

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Y el sol en el cuerpo de Vane.

11 - sol y nieve en La Cumbrecita, Córdoba

Y la risa.

12 - risa y nieve

Y el pis.

pis de amanita

¿Qué?

13 - zorro y gato amigos

Las náuseas otra vez.

14 - Amanita muscaria y nauseas en La Cumbrecita, Córdoba

Un poco.

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Nuestros vecinos también son alucinógenos.

16 - dos chicas en la montaña

Y el río.

17 - cruzando el río

Buscamos un camino.

18 - una chica hermosa en la montaña

Tal vez lo encontramos.

19 - bajando de la montaña

Como un zorro que huele un arbusto en la playa de un río de La Cumbrecita.

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