Chavín y Yungay, pueblos que fueron otra cosa

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Pasamos unos días en Chavín de Huántar, un pequeño pueblo entre montañas abruptas. Ahí se encuentra el sitio arqueológico con las ruinas de los que fue el centro administrativo y religioso de la cultura chavín, la cual existió entre los años 1500 y 300 a. C.

 

 

Los chavines, dos o tres milenios antes que los incas, construían templos imponentes.

 

(El techo y el reflector no son originales)

 

Y monolitos como el obelisco Tello, que tiene grabada la chacana, la cruz andina, la más antigua que he visto hasta ahora.

 

 

Y monolitos dentro de túneles laberínticos intercalados entre acueductos donde los chavines podían escuchar el fluir del agua como el rugido de un jaguar.

 

 

Y donde los sacerdotes tomaban San Pedro.

 

 

Como se puede comprobar con la iconografía del lugar.

 

Al del wuachuma en la mano y peluca de serpientes parece que se le dilataron las pupilas.

 

Los chavines, hace unos 3000 años, dejaron marcas en las piedras y en nuestra cultura.

Luego nuestro viaje siguió hacia el norte por el Callejón de Huaylas hasta Yungay, la ciudad más afectada por el terremoto del 31 de mayo de 1970. Ese día, a las 3.23 de la tarde, el movimiento sísmico más destructivo de la historia del Perú desprendió un gran pedazo de hielo del nevado de Huascarán. El bloque cayó sobre lagunas glaciares y comenzó a descender por el valle arrastrando rocas y barro. Al principio los pobladores escucharon un fuerte rugido de procedencia desconocida, de ecos rebotando en los cerros, como de muchos aviones atravesando el cielo en todas las direcciones; luego vieron que, desde la Cordillera Blanca, se les venía encima una masa oscura de unos 40 metros de altura que largaba chispas de todos los colores. El alud sepultó a Yungay y a casi la totalidad de sus 25.000 habitantes. Solo se salvaron unos 300 repartidos en tres grupos: veinticinco campesinos en un cerro cercano, noventaidós pobladores que corrieron hacia el cementerio (construido en una elevación que sobre las ruinas de una fortaleza incaica) y casi doscientos niños y acompañantes que asistían a un circo ambulante en una zona alta en las afueras de la ciudad. Muchos niños huérfanos que esperaron durante dos días a que los rescatistas pudieran llegar por aire. Esperaron entre el barro y los hielos que no se derretían porque el sol apenas podía atravesar el cielo cargado de cenizas.

 

 

De la antigua Yungay, sobre la superficie, solo quedaron algunos restos de la iglesia, la parte alta de los troncos de las cuatro palmeras de la plaza y los hierros retorcidos de un bus.

 

 

 

 

La zona fue convertida en un campo santo y quedó prohibida cualquier tipo de excavación. La ciudad fue reubicada a un kilómetro al norte. Hoy en día Nueva Yungay cuenta con unos 8.000 habitantes, no muy emparentados con los anteriores.

 

 

Ahora viajaremos hacia Chimbote por el estrecho Cañón del Pato, sobre una de las carreteras más peligrosas del mundo. Luego seguiremos hacia Las Delicias, un poblado costero cercano a Trujillo. Fue ahí donde probé por primera vez San Pedro con una chamana en 1998. Hace poco Carlo Brescia me dio una pista de quién pudo haber sido aquella mujer y ahora veré si puedo encontrarla.

 

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