Chamanismo en Huancabamba

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Viajamos a Huancabamba, el lugar más tradicional del chamanismo de las sierras peruanas. Un pueblo entre las montañas, entre frías lagunas a 3800 metros sobre el mar, un lugar al que se accede por un camino serpenteante, a veces de asfalto, a veces de ripio, un camino un tanto peligroso en épocas de lluvia, un peligro que parece anticipar la apuesta de riesgo que conlleva el viaje interno.

Ahí conocimos al chamán Duberlí Guerrero. Él nos invitó a una ceremonia en su casa, en su sótano. El suelo era de tierra húmeda, las paredes (que costaba saber dónde comenzaban) estaban llenas de fotos que tal vez fueran de pacientes o parientes de pacientes. También había dos cueros de boas adheridos al revoque con tachuelas y tres afiches: dos del actor rapero John Cena mostrando sus músculos desarrollados y otro de una modelo semidesnuda con una boa enroscada sobre sus curvas pronunciadas. A la derecha, sobre una esquina del suelo, estaba instalada una mesada tradicional con espadas, santos, piedras, limones, etc. A la izquierda, sobre un lateral, había tres o cuatro colchones tirados en el piso. Sobre los colchones, los pacientes. Eran diez a nuestra derecha y una a nuestra izquierda, una chica llamada Laurita. Laurita tiene quince años y mide poco más de metro treinta. Indígena, cachetona, manos pequeñísimas y piel lisa y oscura. Había venido con la foto de un chico de su pueblo, para un amarre. Venía, sin dudas, con amor inseguro y adolescente. Otra de las pacientes era una mujer ojerosa, de piel amarillenta, labios pálidos y que casi no podía caminar sin ayuda. Imaginé que tendría una enfermedad hepática grave.

Luego lo curioso fue que el chamán se tomó casi todo el San Pedro. Primero nos ofreció a nosotros (solo aceptamos los hombres y Vane) pero solo nos sirvió un trago a cada uno. Los dos vasos restantes se los tomó él, el chamán Duberlí Guerrero. Por otro lado los ayudantes se dedicaron a tomar licor.

La ceremonia fue muy larga, varias horas en la que el chamán invoco repetidas veces a Jesusito, Diosito y diferentes vírgenes y nos persignamos en muchas ocasiones. Los pacientes a veces dormíamos y a veces no. En algunos momentos se escuchaban ronquidos.

Promediando la mitad de la noche hubo espadas de metal y espadas de madera recorriendo nuestros cuerpos. Luego un par de veces Duberlí nos escupió agua florida (acto al que le llaman florecimiento y que hemos adoptado con Vane pero que solo lo practicamos en días cálidos) y en una ocasión uno de los ayudantes también nos escupió un gajo de lima en el pecho a cada uno. En otras ocasiones, repetidas veces, el chamán pidió salud para cada uno de nosotros y luego trabajo y dinero. Y también hubo (esta vez sin mencionar a Jesusito) conjuros contra quienes nos envidiaran y hasta una bendición para una camioneta a través de los papeles de registro que su dueño había traído en una carpetita de plástico trasparente y que ahora descansaban junto a los limones y a la foto del conjurado deseo de Laurita.

En privado, Duberlí me preguntó a quién de nosotros dos le solía doler la cabeza. Le contesté que a ninguno. Luego me ofreció un licor que dijo que estaba mezclado con ayahuasca. Acepté.

Al amanecer regresamos caminando al hotel un poco apurados bajo una llovizna suave. Dormimos profundamente.
Ahora seguiremos hacia Ecuador, cruzaremos por las montañas.

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