Marruecos 2003

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A finales de 2003 crucé en ferry de España a Marruecos. Unos días después en Chef Chauen conocí a dos chicos de Bélgica, dos chicas de Letonia (o Lituania, quién sabe) y a Idriss, un marroquí. Venían todos juntos en una kombi. Me sumé al grupo y viajamos dos días hasta Ceuta. Ahí los europeos volvieron a Europa y seguí viaje con Idriss hacia Fez.
Julija Berkovica
En este estado íbamos dentro de la combi
Jov Everaert
Será porque tomábamos bebidas raras

Al cruzar la muralla de Fez sentí que entrábamos a una ciudad medieval. No había coches, casi no había tecnología, la mayoría de la gente vestía ropas tradicionales y los que trasladaban mercadería lo hacían con burros.

Muralla medieval
La muralla que divide todo lo que fue

–La muralla rodea unas novecientas callecitas… es un laberinto –me explicó Idriss.

Idriss Ouhasini (Mimo Ousini)
Dale, te sigo

Lo primero que pensé era que podíamos perdernos fácilmente, pero por suerte enseguida Idriss encontró a un amigo local y, después de varios abrazos, salimos a caminar los tres. Nuestro amigo era de profesión ladrón. Entonces supuse que se ubicaba bien en esos pasadizos y no había posibilidad de perdernos. Así me dejé llevar un poco extasiado por los olores de los mercados, las constantes bifurcaciones de pasillos y los ruidos de los artesanos trabajando al aire libre.

Mezquita de Fez
Y las mezquitas

–¿Qué te pasó en el cuello? –pregunté con una media sonrisa, haciendo referencia a una cicatriz que rodeaba medio cogote de nuestro nuevo amigo.
–Recuerdos de la cárcel.
–Te queda bien.
–Tengo otras mejores.
–A ver.

Se sacó a medias el abrigo y nos mostró un conjunto de cicatrices hipertróficas y enrojecidas que se cruzaban todo a lo largo del brazo.

–Estas me las hice yo.
–¿Por?
–No sé, el encierro te vuelve loco.

Hypertrophic scar
Más de una vez me quedé pensando qué puede decir un tatuaje escrito en árabe y tachado con una cicatriz

Pasando de un callejón similar a otro nos encontramos con el hermano mayor del ladrón y seguimos con él, porque nuestro amigo se tenía que ir a “trabajar”. Este hermano también era ladrón y nos llevó entre largos paredones hasta su casa, a la que entramos agachándonos y descorriendo una tela que hacía de puerta.

(No tenía ni idea dónde estaba)

Adentro, con escasa luz, conocí a la madre y a la más pequeña de la familia, que me mostró sus juguetes con nombres en árabe.

Niña marroquí
Como yo no sé árabe nos comunicábamos por señas.

A la mañana siguiente desayunamos juntos con los hermanos y un amigo más (también ladrón, por supuesto) en una bulliciosa callecita con olor a té de menta y a pan recién hecho.

–¿Saben si hay un hamman por aquí? –pregunté, pensando que un baño turco podía ser una buena experiencia y al mismo tiempo una buena solución al par de días que llevaba sin poder bañarme.
–Eso es un hamman –me respondió uno de los hermanos, señalando una puertita a pocos metros de nuestra mesa.

Entonces les dije que iba a aprovechar para ir, saqué cinco euros para pagar mi desayuno, me di vuelta para agarrar mi mochila y, cuando volví a mirar a la mesa, mis cinco euros habían desaparecido.

–Hey… Acabo de dejar cinco euros aquí. ¿Dónde están?
–No puede ser, te has equivocado –contestó Idriss levantando un poco las cejas como diciendo “¿Qué pretendías dejando cinco euros delante de tres ladrones y mirando para otro lado?”.

Yo me reí por dentro y saqué otros cinco euros que los puse sobre la mesa apoyándole un dedo arriba, esperando a que el resto saque su plata y mirando con cara de malo, que probablemente todos hayan interpretado como cara de estúpido.

Entonces entré por una puertita, casi agachándome, a un lugar apenas iluminado por unos tragaluces. Las paredes eran de cemento y no había mucho más que una ventanilla sobre un costado donde pagué unos pocos dírhams. El de la ventana me informó que me tenía que quedar en calzones, dejarle todas mis pertenencias y pasar a otra habitación. Eso hice.

La otra habitación también era con paredes de cemento y un poco más oscura que la anterior. Enseguida apareció un anciano, también en calzoncillos, y con señas me dio a entender que me iba a hacer masajes. El anciano era pequeñito y tan gris como las paredes.

Pasamos a otro cuarto, donde algunos hombres descansaban en penumbras sobre un piso de cemento rodeando una especia de pileta vacía. El viejito se fue y volvió al rato con un balde de agua fría y otro de agua caliente. Con esas aguas, un jabón y una esponja rasposa, me fregó el cuerpo con todas sus fuerzas. Creo que, al borde del dolor, me sacó cosas que traía de España.

En un momento yo estaba boca abajo, recibiendo el estropajo en mi espalda y en los brazos, cuando se resbaló el jabón y quedó a medio metro de mi cabeza. Entonces vi que el viejito fue tanteando con sus manos el suelo, hasta encontrarlo. Ahí me di cuenta que era ciego.

Cuando terminó de bañarme y enjuagarme, empezó a darme unos masajes muy particulares, que me hicieron sentir en una sesión de contorsionismo. El clímax fue cuando, no sé cómo, el viejito ciego estaba debajo de mí y, por algún movimiento brusco, mis piernas volaron por encima de mi cabeza. Un instante después caí parado. El viejito me sonrió sin verme y se fue.

Yo me quedé ahí relajándome un rato. Después, por pura curiosidad, pasé a una habitación de la cuál salía vapor. Entré siguiendo el ruido de alguna corriente de agua que corría por una pared y avancé hasta donde la oscuridad y el vapor no me dejaban ver nada. Entonces me fui.

 Fes map, Morocco

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