En Misiones crece el cucumelo, el hongo mágico (Psilocybe cubensis). Crece sobre la bosta de las vacas, típicamente la de los cebúes. Fue fácil encontrarlo: llovió, salió el sol, salimos a buscar y ahí nomás aparecieron tres ejemplares medianos, a metros de la cabaña, justo donde termina la selva y empieza el pastizal. Se reconocen fácilmente por su forma, su color y, sobre todo, porque al cortarlos se ponen azules. Encontrar hongos es como salir a viajar: sé que tarde o temprano ocurre y cuando ocurre me sorprende igual.
Los comimos esa misma noche porque ya estaban abichados. Esa es una característica del lugar: acá en la selva aparecen pequeños gusanitos blancos dentro de estos hongos azulados. Como los pitufos pero al revés. Habremos sacado unos cien, casi todos.
(Otro análisis muy diferente sobre esta historia lo publiqué en este número de la Revista THC)
Y así nos comunicamos con el cielo. Aparentemente Dios dejó a su mensajero agusanándose sobre la caca de las vacas. Seguramente se le ocurrió un día de benevolencia, después de crear a los mosquitos.
Entonces la psilocibina de los hongos atravesó el epitelio digestivo y pasó a la sangre. La sangre circula por todo el cuerpo. La psilocibina traspasa la barrera hematoencefálica, baña las neuronas y se pega sobre receptores del neurotrasmisor serotonina. Así las neuronas se sensibilizan y una ventana perceptiva se entreabre. Ahora está subida la barrera de asociaciones improbables. Entonces, una vez más, el techo de una cabaña se convirtió en tela araña.
Apagamos las luces. Los puntitos blancos de los leds de la linterna fueron dejando estelas violáceas, que pasaban progresivamente al índigo, luego al azul y finalmente simulaban extinguirse. Esas estelas siempre aparecen detrás de los leds, pero nunca las habíamos visto. Debe ser el alma de la luz. En las fotos no sale.
Entonces nos acostamos a meditar y cerramos los ojos para ver mejor. El cuerpo desapareció, entramos en la fosforescencia. Hubo un leve temor de no poder volver. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Algo incómodo me hizo regresar, un frío en algún lugar donde debía estar la panza. Después lloramos de la risa durante un rato largo.
El humor es una ventana a un lugar misterioso. Todo el humor es misterioso. Eso era lo que queríamos reflexionar con Vane en nuestra estadía en esta increíble cabaña con cascada. Desarrollar una teoría general sobre el humor y su origen evolutivo. Siempre desde la humildad que nos caracteriza.
Esa noche, el hongo nos repitió que no somos seres pensantes sino seres hablantes. El lenguaje nos hizo especie. Habría estado mejor llamarnos Homo linguisticus. Los monos ya pensaban, las ratas ya razonaban mucho. El cerebro es el puente entre la interpretación y la acción. Pero el lenguaje une varios puentes en el espacio y el tiempo, para conformar otro gran cerebro, un super cerebro. No es que no exista en otros animales, pero eso fue lo que nos diferenció como especie, nuestro nicho: a los humanos se nos agrandó el lenguaje como el cuello a la jirafa. Hoy, en el futuro, todos los cerebros humanos funcionan como uno solo. Complejo, caótico, conflictivo y funcional, un gigantesco cerebro. Somos una sola entidad. Somos lenguaje.
Cuando disminuyó el aura de los objetos, pudimos concentrarnos. Vane dejó de llorar de la risa y abrió los ojos.
Entonces el hongo nos revela: “El humor es la detección de lo idiota”. Así de simple.
¿El humor es sorpresa? No siempre. A veces un video humorístico nos causa más risa la segunda vez que lo miramos. Y no toda sorpresa es humor. La sorpresa no es la causa, sino que acompaña y correlaciona, porque la detección de algo inesperado (lo idiota o lo no idiota) suele ser sorprendente.
¿El humor es poner algo donde no va? No siempre. Si alguien desprevenido se derrama la taza de café por mirar la hora en su reloj, nos reímos y, en ese caso, no parece haber nada fuera de lugar. Tal vez en muchos otros casos, el humor sí suela tener elementos desubicados, pero eso es porque algo fuera de su contexto tiende a generar errores cognitivos fácilmente detectables. Errores cognitivos, errores de entendimiento, errores de interpretación, una expresión de “lo idiota”.
¿En el humor siempre hay un cambio de dirección? No siempre. En el humor de observación no parece haber un cambio direccional evidente. Por ejemplo: “¿Vieron lo difícil que es dar la hora cuando alguien te la pregunta en la calle?”. Darnos cuenta de eso nos resulta gracioso y no veo, en este caso, un gran cambio de dirección de ningún tipo. Pero sí es común verlo en otros estilos de humor, ya que un cambio direccional (narrativo o lógico) tiende a producir un error de anticipación de los hechos en nuestro cerebro. Creemos que va a ocurrir una cosa y ocurre otra. Encontramos “lo idiota” en nosotros mismos.
¿En el humor siempre hay una víctima? No siempre. En los chistes de juegos de palabras no parece haber una víctima. O al menos no nos estamos riendo necesariamente de alguien. En otros estilos de humor sí es común que haya víctimas, y eso es porque muchas veces “lo idiota” suele padecerlo alguien (personas en particular, nosotros mismos o un personaje ficticio).
En cambio, lo que sí ocurre siempre que nos reímos es la detección de “lo idiota”:
Alguien se tropieza y nos reímos de “lo idiota”, de un cerebro que no supo anticipar el movimiento correcto.
Nos reímos de un payaso al verlo actuar, nos reímos del personaje, un personaje que falla, una ficción de “lo idiota”.
Nos reímos con el humor absurdo. Nos causa gracia la lógica delirante, sin normas fijas, a la deriva. Un sujeto que aparenta no registrar su anormalidad.
Nos reímos de los chistes con temas tabú: alguien interpreta a un personaje que no logra cumplir las reglas sociales y eso es gracioso.
Hacemos un juego de palabras y nos reímos en el momento exacto en que detectamos una segunda lógica, una lógica equívoca, algo posible pero extraño, una lógica emergente que se guia por los sonidos de las palabras o por significados alternativos pero descontextualizados. Y a veces de nosotros mismos, por tardar en comprender una intención de significado oculto.
Y, por supuesto, también nos reímos de nuestros cerebros cuando fallan en anticipar la narración de un comediante que nos hizo creer que iba a decir algo y dijo otra cosa.
El humor y la risa son comportamientos relativamente complejos y están en nosotros por una razón evolutiva: el humor es la recompensa por la detección de “lo idiota” y la risa es un proto lenguaje. Primero nos causa gracia y felicidad detectar el error e inmediatamente suele sobrevenir la risa (especialmente si estamos en compañía). La risa, como el bostezo, es una señal involuntaria y contagiosa, una señal de manada. El bostezo es una señal sonora y gestual que dice: “Estamos cansados y no hay peligro cercano; relajémonos y durmamos”. La risa es una señal sonora y gestual que enuncia: “He detectado lo idiota, presten atención, detectémoslo todos, sepamos que es un error y seamos felices al reconocerlo”. Y también dice: “Eso es un cerebro equivocándose, identifiquémoslo y procuremos no hacerle mucho caso”. Y además: “Yo soy quien detecta los errores, soy inteligente, seguidme”. Incluso a veces dice: “También puedo reírme de mis idioteces, porque sé detectarlas y corregirlas”. Y sobre todo: “Yo poseo genes que me hacen inteligente, aparéense conmigo”.
Hay quienes piensan que el humor es una descarga, un salvo conducto, una catarsis o un mecanismo de defensa; pero eso es no pensar bien la evolución. Todas nuestras características (exceptuando contados casos) tienen una razón evolutiva. Y pensando evolutivamente, un determinado comportamiento no puede cumplir la función última de alegrarnos o aliviarnos el dolor sino al revés: un sentimiento agradable cumple la función de guiar un determinado comportamiento. Si el fin último deseado fuera la felicidad o el alivio del dolor, el cerebro no tendría más que ser simplemente feliz o darse analgesia automáticamente; sería una capacidad simple y no necesitaría de nada más complicado. El humor y la risa son procesos mentales y comportamientos relativamente complejos y es por esa razón que deben tener una función final práctica para que se mantengan tan conservados en nuestra especie. Tiene más sentido pensar que el humor es una recompensa para guiar el comportamiento hacia la detección de errores mentales, la detección de “lo idiota”. La interpretación del mundo exterior requiere asociar ideas y luego evaluar esas asociaciones para descartar las que aparentan ser menos probables. El humor nos recompensa al afinar la interpretación de nuestros sentidos. Y la risa se encarga de la comunicación social de la detección de errores mentales resueltos, es decir, para la propagación de esa información en la manada. Y finalmente, ayuda a la selección sexual de los buenos detectores para que esa capacidad se perpetúe en nuestra especie.
Hay una condición extra: el humor solo se da en un clima de relativo relajo y bienestar. Si “lo idiota” es grave, puede ganar la situación de alerta o de tristeza y el humor no aparece. Las señales compiten y el estrés o depresión ganan e inhiben al humor. Incluso no se da el humor si el peligro o la tristeza vienen por fuera de la situación hilarante.
Pero todo eso no lo digo yo, nos lo dijo el hongo, que como bien se sabe es una droga y las drogas confunden.
Ahora abandonamos la cabaña y viajamos hacia Puerto Iguazú. Tengo un amigo allá que nos invita al parque y nos contacta con unas comunidades guaraníes. Acamparemos con ellos.