Cada vez más metidos en el mundo de las pinturas rupestres de la cultura Aguada de Catamarca, fuimos hasta La Resbalosa, unas cuevas ubicadas a unos doce kilómetros de Icaño.
Entre dibujos abstractos y figurativos, una vez más pude ver imágenes de cactus, incluido uno en forma de cruz sobre otro con todo el aspecto de un achuma (San Pedro) (Trichocereus terscheckii).
Después seguimos hasta una laguna que figuraba en el GPS. Fuimos por huellas de animales, otra vez abriéndonos camino y agachándonos bajo las espinas hasta gatear en las zonas más complicadas.
Sentí que llegaba a un lugar extraviado, una laguna habitada solamente por pájaros y ramas secas.
Daban ganas de seguir. Un baqueano nos había comentado que había otras pinturas rupestres pasando la laguna, pero no sabíamos el lugar exacto y tampoco teníamos mucho tiempo. El sol, una vez más, se acercaba a las montañas. Volvimos apurados, con la luz justa. Teníamos linternas, pero las luces pequeñas de poco sirven para caminar por picadas muy cerradas en el bosque. Llegamos a Icaño de noche después de haber caminado unos veinticinco kilómetros. El último tramo lo hicimos como hipnotizados por la luz de las linternas y el dolor en las piernas.
Unos días después fuimos invitados al Congreso Anual de Arqueología que se realizó en el hotel Hilton de Tucumán. Entonces viajamos un poco a dedo y un poco en bus hacia la provincia de perros malos. Ya en el congreso, además de escuchar las charlas y consultar con los expertos un par de dudas que seguía teniendo, también nos invitaron a hacer stand up “científico” en el día de la fiesta. Fue un poco loco y un poco estresante inventar y practicar, de un día para otro, chistes sobre arqueología. Pero nos divertimos a pesar de lo caótico que fue intentar arrear humorísticamente a unos mil arqueólogos, ya ebrios en su mayoría. Creo que Vanesa puso agradablemente incómodos a más de uno, haciéndoles notar que muchos barbudos llevaban camisa a cuadros hasta en la noche de la fiesta; aunque no tanto como en las charlas, donde más bien nos habíamos sentido en un congreso de leñadores.
Lo más interesante del encuentro fue un simposio de etnobotánica que se hacía por primera vez. La mayoría de las charlas eran en el teatro del hotel y fue agradablemente experimental. Hubo muestras de danzas rituales y, durante las charlas, artistas plásticos dibujando en vivo, inspirándose en las palabras de los exponentes.
Me perdí algunos datos interesantes por colgarme mirando los psicodélicos dibujos que fueron apareciendo.
–Allá hay yopo, ¿viste? –Me dijo Vanesa con media sonrisa.
En un costado de la sala, sobre una mesa levemente iluminada, había un platito con hojas de coca, otro con semillas de cebil y un tarrito con el polvo marrón.
Junté un poco en un papel doblado al medio y fuimos a tomarlo al frondoso jardín botánico Miguel Lillo, justo en frente del hotel.
No tenía olor a yopo y picaba como si le hubieran agregado pimienta.
Cuando empecé a marearme me di cuenta de que no era yopo sino rapé de tabaco. Y, con la lucidez de la nicotina, de pronto me pareció lógico que el congreso no tuviera canilla libre de polvos psicoactivos.
En una de esas charlas conocí a Carlo Brescia, una persona excelente, un ingeniero peruano que se dedica a la producción audiovisual con temáticas culturales y ambientales y sabe mucho de plantas visionarias. Él me pasó algo que estaba buscando hace rato: crónicas sobre la época de la colonia donde se mencionara al cactus sagrado.
“Achuma: Cardo grande; y vn beuedizo que haze perder el juicio por vn rato.” (Bertonio 1612).
“La chuma que son vnos cardones espinosos asados en rebanadas, y puestas sobre la parte dolorida de la goza alibia el dolor, y lo quita, del sumo de esta yerba usan los indios supersticiosamente bebiendola con que pierden el sentido, y dicen que ven quanto quieren…” (Vasquez de Espinoza 1616).
“Y para concluyr con este capítulo (pues fuera nunca acabar si quisiera decir todas las Idolatrías destos Indios y superstiçiones diabólicas) remataré con una infernal que todavía dura y está muy introducida, y usada dellos y de los casiques y curacas más prinçipales desta nación y es que para saber la voluntad mala ó buena que se tienen unos á otros, toman un brebaje que llaman Achuma; que es una acua, que haçen del çumo de unos cardones gruessos y lisos, que se crían en valles calientes; bévenla con grandes çeremonias, y cantares: y como ellas sea muy fuerte, luego, los que la beven quedan sin juiçio; y privados de su sentido: y ven visiones que el Demonio les representa, y conforme a ellas jusgan sus sospechas y de los otros las intensiones.” (Oliva 1631).
“… del corazón de la achuma que es un gran cardón de su naturaleza medicinal hacía que cortasen una como hostia blanca y que puesta en un lugar adornado de varias flores y hierbas olorosas y la achuma con sartas de granates y cuentas que ellos más estiman era adorada como Dios persuadidos que allí estaba escondido Santiago (así llaman al rayo) danzaban y bailaban delante de ella ofrendábanle plata y otros dones luego comulgaban tomando la misma achuma en bebida que les privaba de juicio. Ahí eran los éxtasis y visiones, aparecíaseles el demonio en forma de rayo.” (Archivium Romanum Societatis Iesu 1637).
“La achuma es cierta especie de cardón […]; crece un estado de alto y a veces más; es tan grueso como la pierna, cuadrado y de color de zabila; produce unas pitahayas pequeñas y dulces. Es ésta una planta con que el demonio tenía engañados a los indios del Perú en su gentilidad; de la cual usaban para sus embustes y supersticiones. Bebido el zumo della, saca de sentido de manera que quedan los que lo beben como muertos, y aun se ha visto morir a algunos por causa de la mucha frialdad que el cerebro recibe. Transportados con esta bebida los indios, soñaban mil disparates y los creían como si fueran verdades.” (Cobo 1653).
“En la provincia de los Charcas hai un Cardo, que llaman Achuma, cuyo zumo bebido priva de sentido, y para este fin le usaban y usan los Indios hechiceros; porque en estando asi se les aparece el Demonio, y les responde a lo que le preguntan: y aun dicen que hai Españolas que se valen de ese embeleco, para hacer muchos, y que en esta yerva hai pacto implícito.” (León Pinelo 1656).
Me resulta muy interesante el de 1612, porque Bertonio menciona al achuma como un vocablo aimara y no quechua. Y también los de 1616, 1637 y 1656, ya que son registros de lo que era la antigua provincia de Charcas, que hoy es Bolivia. El de Vasquez de Espinoza es en La Plata, lo que ahora es Sucre; el del Archivium Romanum Societatis Iesu, en Potosí y el de León Pinelo en Chuquisaca, sureste boliviano. Hasta el momento no había podido encontrar evidencia del consumo del achuma de este lado de los Andes.
Sigo preguntándome si habría sido Echinopsis terscheckii o Echinopsis pachanoi o Echinopsis langeniformis.
Bibliografía:
– Archivium Romanum Societatis Iesu, Roma, Peru, Lettere Annue IV 1630-1651, folios 48-60. Carta Annua. (Citado por Estenssoro 2001) [1637].
– Bertonio, Ludovico. Vocabulario de la lengua aymara. Cochabamba: Ceres, talleres gráficos “El Buitre”. 1984 [1612].
– Cobo, Fray Bernabé. Historia del Nuevo Mundo. Biblioteca de Autores Españoles, 2 vols. Madrid. 1956 [1653].
– León Pinelo, Antonio de. El Paraíso en el Nuevo Mundo. Comentario apologético, Historia Natural y Peregrina de las Indias Occidentales Islas de Tierra Firme Mar Océano. Tomo II, Lima. 1943 [1656].
– Oliva, Giovanni Anello. Historia del Reino y Provincia del Perú y vidas de los varones insignes de la Compañía de Jesús. Edición, prólogo y notas de Carlos M. Gálvez. Lima: PUCP. 1998 [1631].
– Vasquez de Espinoza, Antonio. Compendio y Descripción de las Indias Orientales. Transcrito del original por Charles Upson Clark. Washington: Smithsonian Institute. 1948 [1616].