Pascual, en su choza, bajo la selva, aprovechando el tiempo que faltaba para que la olla terminara de hervir la cena, nos contó que la ayahuasca, el natem, ocupa un rol central en la cultura shuar. No solo es utilizada por los chamanes en rituales curativos sino también es usada por cualquier persona para tener visiones del futuro. Según los shuar, el futuro se hace visible en los sueños y en las visiones del natem.
(Primera parte de la historia ➮ acá)
También, en muchos casos, es un rito de iniciación a la adultez. Cuando Pascual aún era niño, el padre lo hizo ayunar durante cuatro días (la idea original era ayunar seis pero el hombre se apenó del niño). Padre e hijo caminaron dos o tres jornadas hasta una cascada sagrada. En esos días el hombre cazaba, comía y tomaba chicha y Pascual solo caminaba, dormía y ayunaba (tomando solo jugo de plátano maduro). El niño, en un estado de debilidad profundo (casi inconsciente) tomó ayahuasca por primera vez en la cascada sagrada. Y, entre una gran cantidad de visiones, Pascual cuenta que pudo ver a Rosana, su mujer, mucho tiempo antes de que la conociera.
(Sí estás pensando ufff hay que leer mucho, acá se puede ver el corto y entretenido video que hizo Vane contando la historia desde el principio)
También aprendimos algunas cosas sobre el maikiúa, el floripondio (Brugmansia sp.), que suele estar plantado en varios arbustos alrededor de las chozas. Nos cuentan que a veces se usa en lugar del natem, pero claro, las visiones en este caso suelen no ser tan agradables, solo lo hacen para “tomar fuerzas”. También, y esto me resulta muy interesante, la usan como castigo/rectificación de niños desobedientes, descarriados o simplemente vagos. Los obligan a ayunar entre tres y seis días y luego les dan floripondio. Eso, por alguna razón, me hace pensar más en el futuro que en el pasado, un lejano y extraño futuro con psiquiatría indígena, un futuro difícil de entender.
En mi caso la experiencia que tuve con el floripondio en Tsunki fue notablemente más amena que la de los niños desobedientes. Simplemente Rosana usó hojas de maikiúa ablandadas en agua caliente para curarme una herida. En una de las caminatas me había hecho una lastimadura en la canilla. Era un raspón muy superficial pero, poco después de haberme lastimado, metí la pierna en un arroyo mientras estábamos pescando con barbasco, lo que hizo que se me generara una gran infección. O al menos eso es lo que me imagino que ocurrió, que el barbasco complicó la vida de mis células expuestas. Al día siguiente de haberme lastimado se me hinchó la pierna y tuve fiebre. Así fue que me perdí de participar en una pesca comunal con barbasco que incluía hacer un dique con ramas y hojas de plátano para enlentecer una curva del río. La lastimadura mejoró un poco con el lavado de floripondio pero aún más con la penicilina en polvo que también me aplicó Rosana y que le habían traído del hospitalito de San José para las heridas de sus hijos y que según ella funciona mucho mejor que la sangre de drago. De todos modos la infección, ya más controlada, siguió acompañándome un par de semanas.
Pascual también nos contó sobre su abuelo, que tenía cinco mujeres y se dedicaba básicamente a cazar, tomar chicha, trabajar en los arreglos de las chozas y matar a sus enemigos. Nos contó sobre las tzantzas, las cabezas reducidas que solían hacer los shuar con un largo proceso que duraba seis días. El abuelo colgaba las cabezas de sus enemigos (algunas de ellas eran las de los antiguos maridos de algunas de sus mujeres) en la entrada de la casa. También nos contó que existe la creencia romántica de que las tzantzas servían para tomar el espíritu y la fuerza de los caídos en batalla, pero que la realidad es que eran trofeos de guerra que colgaban en las casas con el simple objetivo de mostrar rudeza y atemorizar a sus enemigos.
Los shuar ya no reducen cabezas pero, de aquella costumbre, ha quedado una creencia particular: que los extranjeros venimos a cortarles las cabezas a ellos. Por supuesto que Pascual no cree en eso, pero nos hemos cruzado con otras personas cerca de Méndez que en principio nos habían evitado y que luego nos confesaron que era porque habían pensado que podíamos ser “gringos corta cabezas”. Incluso el pequeño Hengri tardó dos días en convencerse de que no habíamos venido a llevarnos la suya, algo que le producía mucha gracia a toda la familia. Al final nos hicimos muy amigos del niño después de llegar a un acuerdo en el que nosotros no íbamos a cortarle la cabeza si él no cortaba la nuestra.
Este miedo a que los extranjeros vengan a decapitarlos probablemente provenga de dos razones: una simple que es que para ellos históricamente cualquier enemigo siempre fue un potencial cortador de cabezas y es fácil ver a los extranjeros como enemigos; y otra más compleja que proviene de un conflicto en particular: durante el siglo pasado, el creciente interés de los coleccionistas por las tzantzas generó un gran comercio de la muerte. Un shuar podía recibir unos veinticinco dólares (o un arma de fuego) por cada tzantza entregada a los “gringos”. Y así, de a poco fue instaurándose la idea de que los extranjeros solo se acercaban a sus aldeas con un único interés. La “caza de cabezas” prácticamente fue erradicada en los años ´70 después de un gran esfuerzo conjunto de Ecuador y Perú por resolver la situación y por la prohibición de importación de cabezas en la mayoría de los países. Pero el miedo continúa hasta nuestros días.
El anteúltimo día Pascual nos enseñó a cazar con cerbatana. Por suerte para todos, en la práctica los dardos no estaban envenenados.
De todos modos no andábamos con ánimos de matar. Disparábamos a una inflorescencia de plátano clavada sobre un palo que simulaba bastante bien a un pájaro. Como Pascual había pintado nuestras caras con achote imaginé que eso era para aumentar nuestra puntería y entonces se me ocurrió que podía ser buena idea ponerme también una corona de piel de mono que nos habían mostrado el primer día. Con eso de seguro no iba a fallar ningún tiro. A Pascual le pareció buena idea y al resto de la familia imagino que también, porque fueron subiendo la apuesta con las vestimentas shuar hasta que Vane y yo quedamos totalmente vestidos de forma tradicional. Por supuesto les causaba mucha gracia a todos. De Vane dijeron que estaba muy bonita y le regalaron los aritos y el cinturón. De mí opinaron que parecía un cazador shuar asustado por un jaguar.
Pascual se mostró sorprendido por nuestra puntería y nos dijo que ya estábamos listos para ir a cazar. Y si bien fue un cumplido exagerado, a mí también me pareció que nos salía bastante bien. En mi caso el truco era que ya tenía algo de práctica de cuando estuve trabajando en comportamiento de primates en la selva formoseña. Aquella vez, la idea había sido dormir a los monos con dardos tranquilizantes, cosa que nunca ocurrió, pero sí practiqué bastante. Todo esto no se lo conté a Pascual, era más canchero simular una habilidad innata.